¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Gonzalo Pontón
Dositeo Carballal (in memoriam)
Si la terre est couverte d’erreurs,
c’est moins la faute de l’homme que des choses.
DIDEROT
De todas las vidas de la vida, una de las más quiméricas ha de haber sido la del gallego Dositeo Carballal, de cuyo nacimiento en Tuimil, una pedanía del condado de Monforte de Lemos, se cumplen hoy trescientos años cabales. Hijo del chantre de San Vicente y de una bretona curandera y ama seca, Carballal fue instruido en latines por su padre con el fin de venderlo a la comunidad benedictina del Real Monasterio de San Xulián de Samos por 320 reales cuando el rapaz cumpliera los trece años. Carballal en Samos fue mozo de mulas, pescador de percas, cazador de corzos y, como fámulo de fray Estanislao, bibliotecario y botánico del monasterio, curador de las moreras blancas y sexador de gusanos de seda. Fray Estanislao era muy respetado en San Xulián porque había sido el encargado de ajustar el cilicio todas las mañanas al padre Feijóo, cuando este se ordenó de sacerdote en Samos, cosa que fray Benito agradeció mencionándole en una de sus Cartas eruditas y curiosas. Tenido por santo y loco, fray Estanislao contó a Carballal que, como él, era natural del reino de Galicia, de un pueblo llamado Dobromil, muy parecido al suyo, cuyo señor era el abad del monasterio benedictino de Sambos, junto al río Oribioskr, y que su país era el espejo negro del de Carballal. Se había refugiado en Samos años atrás tras desertar del ejército del archiduque Carlos de Austria, forzado a la milicia cuando acababa de hacer los votos mayores. Feliz por los conocimientos de latín del muchacho (y de su francés natal, desde luego), fray Estanislao, mermado por la ceguera, cedió, primero, la custodia de la biblioteca a Carballal, donde este halló las obras de Regnault de Segrais, de Desmarets de Saint-Simon y de Cyrano de Bergerac, pero sobre todo los cinco libros de Gargantua et Pantagruel, del benedictino Rabelais, que Carballal leyó y releyó, incansable, durante años.
Más tarde, fray Estanislao, le confió sus conocimientos sobre los injertos en flauta, hechos de madera de negrillo, que evitaban que las moreras del Courel se helaran en diciembre. Poco antes de morir, cuando Carballal ya había cumplido los veintitrés años, le confió el secreto y le preparó una bolsa con semillas, esquejes y grandes capullos de seda encomendándole que viajara a la otra Galicia donde, sin duda, se haría rico, pues allí las moreras sucumbían por el frío de los Cárpatos.
Carballal abandonó Samos el día de la Virgen de agosto de 1736 para unirse a un grupo de peregrinos franceses que regresaban de Santiago y que le tuvieron por paisano. Tres años le costó al muchacho llegar a Dobromil, donde, al buscar la casa de fray Estanislao, solo encontró un acantonamiento de soldados rutenos. Al ser preguntado por su nombre, el sargento de guardia entendió “Karl Ballach”; es decir, un alemán, seguramente prusiano, aunque también podía ser austriaco, cosa que Carballal no estaba en condiciones de aclarar por su desconocimiento de la lengua rutena. Ante las dudas fue detenido inmediatamente para ser trasladado a Viena. Recordando las enseñanzas de fray Estanislao, Carballal/Karl Ballach consiguió escapar arrojándose al Vístula en los bosques de Oszwietsim y se adentró en la Alta Silesia donde fue acogido en Strzelce Opolskie por la familia husita de los Szlasky. Allí pasó casi un año de invasión prusiana hasta que fue detenido por los guardias del voivoda de Opole, acusado de ser un espía austriaco y enviado en cuerda de presos a Berlín. Dejaba embarazada a Ania, la hija de la familia que le acogió, e iniciaba una progenie que, por esas raras casualidades de la investigación histórica, Simon Schama certificó al descubrir que un descendiente de Carballal, Karl Heinz Ballach, obergefreiter del Tercer Reich, fue muerto en Holanda y está enterrado exactamente en Monfoort de Lemborg. Cuando el fiscal del rey supo que Carballal cuidaba moreras, lo envíó inmediatamente a presencia de Federico II, quien había dictado normas severísimas en todo lo concerniente al arte de la seda, que consideraba secreto de estado. Llevado a la presencia del rey, este le inquirió severamente: “Wer bist du? Wie heisst du?«. Carballal, aterrorizado, solo acertó a musitar en voz baja: «Carballal». “Ah! Bon. Cavaignac! Français et peut-être lyonnais!”, exclamó Federico, encantado de tener ante sí a un súbdito francés tal vez un canut. El rey le preguntó qué sabía de moreras, que él había hecho plantar a su ejército por todo Brandenburgo, y “Cavaignac” le explicó que conocía el secreto de los esquejes de las ulmáceas que debían injertarse en flauta en las moreras durante el mes de abril para impedir que se helaran en invierno. El rey hizo llamar entonces al presidente de su Academia de Ciencias, Pierre-Louis Moreau de Maupertuis, a quien confió a “Cavaignac” encargándole que plantase y cuidase un jardín de moreras en los terrenos destinados a su palacio de verano de Sans Souci y le concedió una modesta pensión inicial. Cada vez que el rey visitaba los desmontes de Sans-Souci, mandaba llamar a Carballal/Cavaignac para poder practicar un buen rato con él la lengua que más amaba ante la creciente irritación de Maupertuis. Le maravillaba la capacidad de Cavaignac para recitar fragmentos enteros del Gargantúa, aunque Federico prefería Thélème, porque la carta de Gargantúa a su hijo le traía funestos recuerdos de su desalmado padre. De aquellas conversaciones, nació una ambigua amistad que fue afirmándose en el tiempo: Federico le nombró königliche Begleiter, más tarde chambelán de la corte, le concedió la llave de plata sobredorada y la nacionalidad prusiana y lo llevó a vivir con él al complejo de Potsdam donde fue conocido por todos como el französische von Katte del rey. Allí Federico le presentó a La Mettrie, a Baculard d’Arnaud y a cada philosophe que acudía a visitarle. De modo que no es de extrañar que cuando Voltaire llegó a Berlín en julio de 1750, Federico se apresurara a poner a Carballal/Cavaignac a su servicio. No hubo dos hombres que se entendieran mejor, sobre todo a partir del aborrecimiento que ambos sentían por Maupertuis, en el que eran ampliamente correspondidos, y que sellaría una amistad de por vida. Voltaire continuó escribiendo en Berlín el libro que había empezado diez años antes con la ayuda de Carballal, quien escribía El siglo de Luis XIV al dictado de su amigo. Cuando la tensión entre Federico el Grande y Voltaire estaba a punto de estallar por el enfrentamiento con Maupertuis a causa del affaire Koenig, Federico pidió a Carballal, durante un petit souper presidido por el cuadro de la magnífica priapea de Pesne, que leyera para su hermana Guillermina, para Voltaire y para el “Dr. Akakia”, un pasaje concreto (el de la página 167) de su libro Le Palladion, donde el gallego se vio representado en el premier rôle aunque enmascarado tras el nombre de Darget. Carballal levantó la mirada y se encontró con la burlona del rey, quien dirigiéndose a los comensales afirmó con fingida seriedad que nunca había conocido mejor greffier que Cavaignac, quien palideció mientras Voltaire disimulaba la risa sonándose con un pañuelo de Chantilly. Fue la famosa “cena de Damocles” referida por el filósofo francés en sus Mémoires. Cuando Voltaire le confió a Cavaignac su intención de huir de la corte del tirano, le pidió ir con él. Cavaignac huyó con Voltaire el 26 de marzo de 1753. Voltaire llevó consigo un ejemplar de la edición privada de los poemas del Salomón del Norte. Carballal se llevó algo más: una valiosa daga calmuca y unos herretes de diamantes, pero sobre todo, los manuscritos de la famosa Mémoire sécrète que Voltaire hizo publicar en Londres bajo seudónimo, pero cuyos derechos de autor fueron a parar a Carballal. Al llegar a la ciudad libre de Frankfurt, los esbirros de la “bestia feroz” Hohenzollern les detuvieron exigiéndoles que devolvieran los papeles del rey. Un cretino llamado Freytag conminó a Voltaire a que devolviera las obras de poashia del rey, cuando en realidad lo que a este le preocupaba era el manuscrito de las Mémoires sécrètes, que Carballal, enmascarado como secretario de Voltaire con el apropiado nombre de Cosimo Collini, tenía a buen recaudo. Finalizado el “pleito de ostrogodos y vándalos” ambos amigos se refugiaron por un tiempo en la abadía benedictina de Sénones donde Carballal ayudó a Voltaire a encontrar material antirreligioso para los artículos que este quería escribir para la Encyclopédie. Acompañó luego a Voltaire a Ginebra, pero Carballal suspiraba por París.
Amparado por una larga carta de Voltaire para Jean-Baptiste de Rond d’Alembert, Carballal llegó a París en el invierno de 1756. Cuando D’Alembert conoció al amigo de Voltaire y de Federico II le besó, le agasajó, le presentó a sus amigos y lo llevó a la tertulia de madame de Lespinasse donde Carballal conoció al tout Paris, pero especialmente a quienes iban a ser sus amigos más íntimos: el ministro de Hacienda Joseph Foulon, el gobernador de París Louis Bertier de Sauvigny, el editor Charles-Joseph Panckoucke y, sobre todo, la bella Anne Condamine, esposa del alcalde de Gourdon , Jean… ¡Cavaignac! D’Alembert le propuso además que colaborara con él en la redacción de artículos para la Enclopedia con un salario de mil libras anuales. No eran, sin embargo, los mejores tiempos para la Enciclopedia: tras el atentado del fámulo Damiens contra Luis XV, la censura se endureció y los enciclopedistas se vieron acosados. Además, Carballal chocó violentamente con Louis de Jaucourt porque este le corrigió su francés rabelesiano: sustituyó las eses epentéticas por tildes circunflejas sin consultarle y Carballal le llamó emmerdeur, Jaucourt le tildó de madame la frédérique y Carballal le asestó un bastonazo abriéndole una enorme brecha en la cabeza a modo de sombrerete. Aunque D’Alembert consiguió por medio de Malesherbes que Carballal no fuese detenido, el mal ya estaba hecho y Carballal tuvo que dejar sus trabajos para la Enclopedia durante unos años, que aprovechó para escribir Le mûrier blanc: tout ce qu’il faut savoir, que, publicado por su amigo Panckoucke, se convirtió rápidamente en un best-seller. Esa fue también la época en que su romance con Anne Condamine, veinticuatro años más joven que él, dio sus frutos: embarazada, Anne regresó apresuradamente al Aveyron para dar la buena nueva a su marido el alcalde de Gourdon. En febrero de 1762 nació su hijo Jean-Baptiste Cavaignac, que con el tiempo sería constituyente y diputado por la Montaña. Carballal solo volvería a ver a Anne una vez más, pero mantuvo correspondencia con ella hasta el fin de sus días. En 1768 Panckoucke compró a Le Breton las planchas y las patentes de “droits et privilèges” de la Enciclopedia y le propuso a Carballal que entrara en el negocio como socio minoritario. Este invirtió prácticamente toda su fortuna en la sociedad, cuyo primer fruto fue una edición de 6.000 ejemplares que imprimieron en París, pero que fue confiscada por el gobierno. Theodore Besterman sostiene que esa era la edición que contenía eses epentéticas en lugar de acentos circunflejos por órdenes expresas de Cavaignac, pero es imposible demostrarlo porque la edición fue destruida. Aunque mermados por las pérdidas, encontraron un nuevo socio en Joseph Duplain con quien llevaron a cabo la famosa edición in quarto de 1777, que constó de la astronómica cifra de 8.000 ejemplares (es decir, 312.000 tomos, ya que la Enciclopedia contaba con 39). Agotaron todo el papel de las imprentas de París y tuvieron que pedirlo a Lyon, pero la edición fue un best-seller que reportó a Panckoucke y a Carballal 1.200.000 libras, amén de otras 200.000 que le sacaron a Duplain de las muchas que este debió ganar con las suscripciones no declaradas que había hecho por su cuenta.
Carballal se instaló en el Marais, en una casa de dos plantas, compró un título de “maître d’hôtel” del rey por 100.000 libras y se dispuso a cultivar su jardín (de moreras) y disfrutar de la vida en los salones de madame Lambert. Cuando Voltaire regresó en triunfo a París, en febrero de 1778, le ofreció su casa pero el filósofo prefirió alojarse en la del marqués de La Villette, quien también era amigo de Carballal. No abandonó ni un momento a Voltaire hasta el día de su muerte en el mes de mayo. Fue por entonces cuando Carballal se reencontró fugazmente con Anne durante la primera representación de Irène en la Comédie Française. Gracias a las gestiones de Carballal, Voltaire fue enterrado en el monasterio benedictino de Scellières. Carballal asistió el 14 de julio a la toma de la Bastilla, pero se disgustó profundamente al ver pasar junto a la puerta de su casa las cabezas empaladas de sus amigos Foulon y Sauvigny. Siguió la carrera de su hijo Jean-Baptiste a través de la correspondencia con Anne, aplaudió la declaración de “la patrie en danger” y se horrorizó ante el manifiesto del comandante en jefe prusiano Brunswick. Cuando oyó que se había formado la Comuna con más de 20.000 sans-culottes, Carballal presintió su fin: el día de la Virgen de agosto de 1792, transcurridos cincuenta y seis años exactos desde su huida de Samos, fue arrestado por la Guardia Nacional acusado de ser un espía prusiano y conducido a la prisión de la Grande- Force. Muertos Voltaire, Diderot y D’Alembert y huido Panckoucke, Carballal no pudo contar con valedores que atestiguaran que apenas sabía hablar alemán. ¿Quién le denunció? Los historiadores dudan en esto; pudo ser Jean Cavaignac, el alcalde de Gourdon, que estuviera al tanto del affaire de su esposa con su falso homónimo, pudo ser aún la larga mano del Alte Fritz desde la tumba o, como sostiene François Furet, el hijo de Jaucourt, quien había muerto de las secuelas de la herida propinada por Carballal. Lo único cierto es que este fue condenado a muerte por un tribunal popular, arrancado de la cárcel y linchado el 5 de septiembre de 1792 en la calle Saint-Antoine, cerca de la rue du Figuier, junto a Charles Darney, como revelaría Dickens muchos años más tarde.
Otros cincuenta y seis años después, el 25 de julio, día del Señor Santiago, en aquel mismo lugar de muerte, una barricada revolucionaria y lo que quedaba de la cárcel de La Force, que había sido demolida en 1845, fueron destruidas a cañonazos por orden del general Louis-Eugène Cavaignac, nieto bastardo de Dositeo Carballal, gallego de nación.
[Fuente: Pasado & Presente]
10 /
7 /
2013