¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El precariado
Pasado & Presente,
Barcelona,
El basurero portugués
Gonzalo Pontón
Cuando yo era niño, los viejos del barrio se divertían con pedagogías chocarreras: te preguntaban, por ejemplo, “A ver si sabes cómo se dice ‘basurero’ en portugués”: O mariscal do carro da merda, soltaban gozosos antes de la carcajada. La facecia (en este caso, xenófoba) nacía del tradicional resentimiento de los pobres hacia sus “superiores”, tantas veces colmados de títulos que traducían su papel privilegiado en la sociedad. Los patricios, saturados de títulos y de dinero, advirtieron que podían mitigar el peligroso resentimiento de los plebeyos asignándoles eufemismos que halagaran su vanidad y su necesidad de reconocimiento social sin soltar un duro. Así, el franquismo llamó a algunos de sus esbirros “procuradores por el tercio familiar”, a los obreros en general “productores”, a los guardias de la porra “policía armada”, a los carceleros “funcionaros de prisiones”, a los verdugos “ejecutores de la justicia, a las criadas “empleadas del hogar” y a los pobres “los económicamente débiles”. El viejo truco sigue funcionando hoy: los jefes de personal son “directores de recursos humanos”, los contables “controllers”, las putas “escorts” y el pago de un chantaje “indemnización en diferido”.
Las titulaciones se hacen aposta en relación inversamente proporcional a su importancia real; es decir, a mayor extensión del significante, menor carga semántica del significado. Compárese, por ejemplo: “Gran Condestable de Castilla y Caballerizo Mayor de Palacio” con “ El Rey”; “Cardenal Arzobispo de Toledo y Primado de las Españas” con “El Papa”; “Consejero Delegado y Presidente del Consejo de Administración” con “El Amo”. O “el puto amo”, si uno está infectado de americanismo.
Esos, los “americanos”, que van por delante de nosotros en la consolidación del ajuste global que nos conduce de regreso al pasado, han sublimado el ingenio titulacionista en sus universidades privadas: dos años de estancia dan derecho a títulos como “coordinador de servicios de atención al público” (recepcionista); “especialista en documentos electrónicos” (teclista); “oficial de distribución de medios” (el que trae los cafés); “oficial de reciclado” (los que vacían las papeleras): “asesor higiénico” (limpiador de wáteres), etc. La Asociación Internacional de Profesionales Administrativos de Estados Unidos ha registrado más de 500 títulos de empleos de este jaez. Pero no es algo exclusivo de los norteamericanos: los franceses, siempre tan creativos con su lengua, llaman ahora a las mujeres de la limpieza techniciennes de surface. Todo ese lujo a cambio de reducir los salarios. Lo explica el profesor de la Universidad de Londres Guy Standing en su libro El precariado, que acaba de salir a la calle y que no solo levanta acta del nacimiento de esta nueva clase social a la que todos, de un modo u otro, vamos a pertenecer, sino que está lleno de esperanza y de propuestas por fin nuevas para reclamar nuestra dignidad de seres humanos. Entre otras muchas, la de la reivindicación del trabajo “justo” (no de un empleo a toda costa en condiciones insultantes), donde no quepa nunca la posibilidad de llamar a un basurero portugués o mariscal do carrro da merda.
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5 /
2013