La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Antonio Madrid Pérez
La cooperación desde abajo: base sociopolítica de la convivencia humana
Una de las cuestiones que nos planteamos repetidas veces, y más en un contexto de crisis económico-política como el actual, es qué bases son importantes a la hora de pensar y practicar modelos sociopolíticos que permitan a las personas llevar colectivamente una vida lo más plena posible. Una de estas bases es la cooperación entre las personas. Se coopera con fines muy distintos. Hay personas que cooperan para mantener privilegios, para defraudar a la hacienda pública, para repartirse el botín que asocian a su gestión de la cosa pública, pero también se coopera para tirar adelante asociaciones vecinales, plataformas, iniciativas populares, actividades de denuncia o exigencias de transparencia en el gobierno común.
Que las personas cooperemos para hacer cosas, que estemos juntos cooperando, y que veamos que esto es importante, da pie a reflexionar sobre la cooperación en las condiciones sociales actuales. Richard Sennett ha dedicado el libro Juntos. Rituales, placeres y política de cooperación (Anagrama, Barcelona, 2012) a esta cuestión.
La lectura del texto de Sennett es compleja. El mismo autor lo reconoce. El libro recuerda, por la acumulación de cosas, a un bazar. Aporta muchos datos, reflexiones abiertas y en ocasiones toma caminos que parecen desorientados. Sin embargo, esto mismo hace interesante su lectura, ya que permite abrir múltiples reflexiones acerca de algunas de las principales cuestiones que nos afectan. Por otra parte, esta amplitud temática no le impide pronunciarse con suficiente claridad sobre temas candentes y tomar partido. Por ejemplo al afirmar que vivimos una situación de colonialismo económico: se despoja a la comunidad local de su riqueza y luego se le pide que compense esta carencia con su esfuerzo.
El objetivo de Sennett es contribuir a pensar lo que hacemos juntos y, sobre todo, lo que podemos hacer juntos. Considera que las personas podemos hacer más cosas juntos y con mayor profundidad que las que las instituciones nos permiten y proponen. Y esto lo afirma tanto de adultos, como de jóvenes y niños. Sennett estudia algunas propuestas transformadoras de los siglos XIX y XX para hablar de la cooperación, al tiempo que explica qué factores debilitan la cooperación en las sociedades contemporáneas. La tesis central del libro es ésta: estamos perdiendo las habilidades de cooperación necesarias para el funcionamiento de una sociedad compleja. Son varios los factores que a su entender explican esta pérdida de habilidades cooperativas: el incremento de las desigualdades que se traducen en distancia social entre las personas que ocupan posiciones sociales diferentes; las transformaciones del trabajo que han generado relaciones superficiales y vínculos institucionales breves; el aislamiento de los individuos o el mal uso de las nuevas tecnologías que bajo la apariencia de tejer vínculos sociales los pueden mantener en su superficialidad.
Esta última cuestión la estudia en relación al uso que los jóvenes hacen de las nuevas tecnologías en el desarrollo de sus relaciones de amistad. En este punto, Sennett es muy crítico. Desconfía de la conversión de las mediaciones tecnológicas en fines en sí mimos. Con la expresión ‘consumidores de amistad’ a través de internet, expresa esta visión crítica. Este es uno de los puntos en los que el libro es más discutible, ya que difícilmente se puede afirmar que el uso de las nuevas tecnologías debilita las relaciones de amistad. Tampoco afirmaría yo que las profundiza. Como decía un experto con el hablé hace unos días: las nuevas tecnologías potencian lo que la persona ya es. No obstante, en relación a esta cuestión, hay un aspecto al que Sennett da relevancia y que considero más atendible. Él lo dice de esta forma: los niños pueden llegar a ser más dependientes de los objetos que consumen que del apoyo de otras personas. Esto puede llegar a producir la pérdida de la capacidad de cooperar. Es desde esta perspectiva que a Sennett le preocupa la relación de los adolescentes con las nuevas tecnologías. La capacidad cooperativa, vendría a decir Sennett, se aprende en términos prácticos como habilidad social. Y para ello es preciso que la persona pueda aprender a cooperar en ámbitos relacionales cooperativos.
El debilitamiento de la cooperación en las sociedades contemporáneas, continúa Sennett, ha favorecido el surgimiento de una ‘participación pasiva’: aunque la gente pertenezca a muchas organizaciones, pocos tienen un papel activo. Este fenómeno entronca con una cuestión cultural: considerar la dependencia respecto de otros como una señal de debilidad, de falta de carácter. El énfasis en la autonomía y en la autosuficiencia, como rasgos de la sociedad contemporánea, exigen y contribuyen a pensar a las personas como individuos autónomos que parecen libres. Sin embargo, “una persona que se enorgullece de no pedir ayuda es un ser profundamente dañado, con la vida dominada por el miedo al arraigo social”.
El debilitamiento de la cooperación en las condiciones del capitalismo contemporáneo ocupa un lugar central en la reflexión de la izquierda transformadora. Sennett presta una amplia atención a este tema, especialmente mediante la reflexión de experiencias sociopolíticas de los dos últimos siglos. Al finalizar la lectura del texto se puede leer lo siguiente: “El siglo XX pervirtió la cooperación en nombre de la solidaridad. (…) Aunque, en cierto sentido, el énfasis en la solidaridad es realista, ha socavado la fuerza de la izquierda”. De entrada, esta afirmación es chocante: ¿qué quiere decir al afirmar que la comprensión política de la solidaridad que dominó el siglo XX debilitó la fuerza de la izquierda?
Para Sennett la tradición de izquierdas se ha debatido entre dos formas de entender la palabra solidaridad: como unidad (vista y propuesta desde arriba) y como integración (vista y propuesta desde abajo). Desde el siglo XIX esta dualidad se trasladó a la izquierda política y a la izquierda social. De hecho, el debate sigue abierto. Lo vemos cuando la izquierda se plantea cuáles han de ser los modelos de organización política y de partición social.
La solidaridad propuesta y percibida como unidad (vista y propuesta desde arriba) se impuso paulatinamente a medida que surgían las grandes organizaciones políticas y los sindicatos se profesionalizaban. Este proceso, tal como lo interpreta Sennett y otros autores, llevó a la pregunta: ¿por qué a medida que la estructuración y la burocracia interna de los sindicatos crecían, estos perdían vida? Las relaciones cara a cara con la base del movimiento social se diluían, de forma que se pasó de ‘hablar con la gente’ a ‘hablar a la gente’. Es en atención a este proceso que Sennett establece la tensión entre la cooperación y la comprensión política de la solidaridad como unidad.
La solidaridad como unidad está presente en la forma del nosotros-contra-ellos aplicada a aquellas personas que son percibidas como una amenaza para la unidad del grupo, la nación, la identidad, el partido, el Estado… En esta configuración de la solidaridad como unidad, la solidaridad actúa como aglutinante, pero también como factor excluyente. Este tipo de solidaridad como unidad fijada en el nosotros-contra-ellos es destructiva, dice Sennett. Es por esto que prefiere plantear cómo establecer relaciones de cooperación y destacar su importancia, dado que la cooperación pensada y practicada desde abajo sigue siendo una base sociopolítica fundamental de nuestra convivencia.
28 /
1 /
2013