La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Luis García Montero
Y tú más
La última sesión parlamentaria de control al Gobierno estaba inevitablemente centrada en la corrupción. Como la sociedad española vive sobrecogida por una mancha negra de escándalos cada vez más profundos y generalizados, parecía inevitable un debate serio, capaz de asumir responsabilidades y de ofrecer alternativas. Pero el PSOE se comportó de forma tímida, maniatado por sus propias sombras, como si la pretendida responsabilidad de Estado se confundiese cada vez más con la complicidad íntima en un sistema podrido.
Los gobernantes del PP, por su parte, se refugiaron en la conocida receta del tú más. La única estrategia clara del Presidente y de la Vicepresidenta consistió en pedirle silencio al PSOE porque tiene también cosas sobre las que callar. Esa fue la altura política de los representantes de un partido que está acusado en público por la prensa y por su antiguo tesorero de cobrar comisiones ilegales y repartir sobres con dinero negro entre sus máximos dirigentes. La contabilidad personal del tesorero Bárcenas recoge pagos hasta a J. M. (José María Aznar, se supone), Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal. Después de ellos, sigue una inmensa lista con la mayoría de los notables del partido. Cuando el coordinador de Izquierda Unida tomó la palabra para pedir explicaciones parlamentarias —sin tapujos ni cadenas en sus palabras—, el Presidente se limitó a rogarle que callara y que colaborase con la gran farsa.
Este país respira con el alma en los pies, descubriéndose a sí mismo como una gran mentira porque la vida cotidiana, la existencia de la gente, tiene muy poco que ver con sus gobernantes, sus políticos, sus instituciones. Más allá del PP y del PSOE, los escándalos envenenan también las manos del nacionalismo catalán y de la casa real. Ya no es posible ni siquiera ese silencio pactado e “inocente” sobre la monarquía que fundó en falso la democracia española a la muerte del dictador.
La lógica del tu más ha sido la salsa de la cocina bipartidista. Los españoles llevan años convocados a las urnas gracias al rencor. El mío roba, pero el tuyo más. No voto por fe en Mariano Rajoy, sino por odio a Zapatero. No me ofrece mucha confianza Rubalcaba, pero es que la derecha bárbara da miedo. Ha sido el rencor hacia los otros el mejor sostén de una dinámica bipartidista basada en una ley electoral manipuladora y condenada a crear insatisfacciones, pactos de silencio, debates huecos y sentimientos de despego a la democracia y la política.
El problema es que ahora el rencor fomentado en los ciudadanos se ha quedado suelto, flecha sin blanco, malestar sin destino establecido. Las encuestas confirman una y otra vez que la caída del PP no supone un apoyo al PSOE. Los dos partidos se hunden de la mano. La realidad de la gente es tan dura, el empobrecimiento de la población es tan evidente, los casos de corrupción hacen tanto daño, el impudor de la banca para la que trabajan los partidos mayoritarios resulta tan manifiesto, que la experiencia individual ha roto la gran mentira colectiva del enfrentamiento bipartidista. La perpetuación de su ciclo sólo es posible con el desgraciado acartonamiento o la congelación total de la democracia.
¿Y si el ciclo bipartidista no se perpetúa? El rencor suelto de la población contra los políticos en general —no ya contra el PSOE o el PP— puede ser el caldo de cultivo de opciones populistas de carácter totalitario. Ya empiezan a oírse voces que piden una mano fuerte que acabe con el desmadre y ya hay en Cataluña y en la Comunidad de Madrid opciones políticas parlamentarias que pueden jugar ese papel con eficacia.
Hay otra opción, desde luego. Es posible la reivindicación de la política y la democracia a través de una alternativa cívica que asegure la transparencia, la independencia, la libertad y el protagonismo del tejido social ante el asalto de los poderes financieros y de las élites económicas.
Hablando de la España de Alfonso XIII, Unamuno —antes de caer por unos días en la tentación de la mano de hierro—, escribió que ninguna nación puede fundarse en la mentira. Los acontecimientos actuales, en el fondo, vienen a demostrar que el Reino democrático de España —perdón por el oxímoron— se fundó en grandes mentiras. Políticos y periodistas convertidos en cortesanos, han contribuido a esta farsa del rey castizo. Desmantelar la mentira es hoy un afán patriótico y democrático. Patriótico, porque debemos dar una respuesta política al abatimiento económico y moral de la nación. Democrático, porque no podemos dejarle espacio una vez más a la mano de hierro, al salvador o a la salvadora de la patria. El coraje cívico —en el periodismo, la política, el sindicalismo, la sociedad…— es ya una urgencia.
[Fuente: «La realidad y el deseo» (diario Público)]
31 /
1 /
2013