¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio
Éxodo de multinacionales
El anuncio del cierre de diversas empresas multinacionales ubicadas en Catalunya (Philips, Samsung, Autotex, Reno de Medici) ha generado un nuevo período de alarmismo periodístico al que tan adictos son nuestros medios de comunicación. Y por una vez el «discurso oficial» parece ir en la misma línea que el discurso izquierdista que presenta la globalización como un mero proceso de deslocalización industrial a la busca de bajos salarios.
No se trata de negar la importancia de estos cierres ni su negativo impacto social, pero conviene analizarlos en toda su complejidad, si no queremos ser prisioneros del pánico inducido. En primer lugar, destacar que no se trata de un fenómeno nuevo. En los últimos años el cierre de empresas ha sido continuado, aunque se acelera en los períodos de baja demanda (1992-1995 y 2000-2004). Los cierres forman parte de las políticas de reorganización persistente que practican las grandes empresas y en ellas juegan muchos factores. Los costes salariales son importantes, aunque lo realmente significativo para el ahorro de costes a escala internacional no son sólo los costes salariales directos, sino también la productividad, el tipo de cambio de las divisas y los costes de transporte, factores que a veces tienen un efecto compensador de las diferencias de salarios. Pero existen otras razones: la caza de subvenciones y la especulación inmobiliaria juegan también un importante papel, especialmente cuando una factoría ya está amortizada y la empresa se plantea dónde hacer la nueva inversión. Juegan asimismo los factores organizativos, especialmente la búsqueda de economías de escala centralizando la producción en un reducido número de factorías (lo que explica que una parte de los cierres de los últimos años no hayan supuesto emigraciones a países de salarios bajos sino la concentración de actividades en unas pocas plantas francesas, británicas o alemanas). O la venta de las mismas a otras empresas para reducir costes vía subcontratación. Hay numerosas razones para la movilidad empresarial en un mundo diseñado para facilitar esta misma movilidad. Hay también que considerar la importancia del mercado en expansión a la hora de atraer inversiones. Las inversiones en China o el Este de Europa son en parte debidas a que estos países se perciben como mercados en crecimiento, mientras que el estancamiento del Mediterráneo ayuda a hacer menos atractiva la inversión en el Sur de Europa.
En los casos más visibles de deslocalización hacia países de bajos salarios, bajos impuestos y subvenciones elevadas, existe además una lógica común. Se trata de empresas que trabajan en productos de bajo nivel tecnológico, que requieren inversiones relativamente modestas de capital y cuyos productos tienen bajos costes de transporte. Empresas que explotan todas las ventajas que ofrece el país de acogida y que desaparecen cuando la inversión ha sido amortizada y otro país les ofrece más ventajas. Los países que optan por este tipo de política industrial (bajos salarios, importantes ayudas, poco desarrollo tecnológico) están expuestos a migraciones masivas cuando culmina la amortización del capital. Países que optan por la mera competencia en productos baratos sufren siempre la presión de otros competidores. Por esto no son sólo las multinacionales las que emigran, también lo hacen las empresas locales adictas a los bajos sueldos (como es el caso del sector textil). Y esto es lo que en gran parte ha caracterizado la «política industrial» española, la opción por mano de obra barata, escasa inversión tecnológica y confianza en atraer multinacionales. Una política que si bien puede dar algunos frutos a corto plazo, a la larga genera los problemas que ahora conocemos. Los políticos que gustan de fotografiarse con la llegada de nuevos inversores deberían apuntarse también el coste de la reestructuración.
Desde una óptica local la única alternativa sensata es la opción por un modelo productivo diferente. Que huya de la depredación social y ambiental como medio de posicionamiento en el mercado mundial y opte por un modelo en el que la innovación, la búsqueda de nuevos productos y formas de producir socialmente útiles, preocupada por los impactos ambientales de nuestra actividad y fundamentada en la cooperación y la actualización permanente de conocimientos teóricos y prácticos. Por esto las demandas empresariales de nuevas concesiones laborales o de frenar la puesta en práctica de los modestos requisitos de Kyoto, no son sólo socialmente irresponsables sino económicamente suicidas, pues sólo buscan perpetuar un modelo que se revela muy inestable. Aunque hay que ser consciente que en el marco actual estas políticas son difíciles de implementar, van a contracorriente del «sentido común» capitalista y de la cultura económica predominante, y no generan resultados espectaculares a corto plazo.
Pero tan necesario es indicar las limitaciones de nuestro modelo económico que pone en evidencia la fuga de algunas multinacionales y de la industria textil local, como invertir el clima de derrotismo que esta situación genera. Un clima alimentado por el sensacionalismo mediático y que cuadra bien con uno de los mensajes de fondo de los ideólogos de la globalización: que no hay alternativas, que debemos plegarnos a los intereses de los poderosos, que cualquier avance social tiene el coste del desempleo masivo y que lo único que se puede hacer es seguir reduciendo derechos sociales y laborales. El no hay más futuro que la desregulación, que propugnan los intelectuales e ideólogos neoliberales, es otra vertiente de la política del miedo que trata de demoler los pacientes esfuerzos por construir una humanidad global. Si algo cuestiona la situación actual es la bondad de esta estrategia depredadora. Y si algo exige es una intensa movilización social, intelectual, política, para poner en pie un modelo alternativo, más amable con las personas y el medio ambiente. Un modelo social que resultará a la postre inviable si seguimos por la senda de anteponer la competitividad y la codicia a toda otra cuestión, y si no empezamos a trabajar colectivamente para hacer factible un nuevo modelo global que permita a toda la humanidad una vida decente.
30 /
1 /
2004