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Réseau Voltaire

Los entresijos del golpe de Estado en Georgia

Presentada como movimiento espontáneo y no violento, la sublevación que obligó a Edvard Shevardnadze a renunciar a la presidencia de Georgia es, en realidad, fruto de una paciente manipulación. Georgia, pieza clave que se disputan la Federación Rusa y Estados Unidos por su interés estratégico y petrolífero, se ha convertido en el escenario del enfrentamiento entre ambas potencias. Gracias a la cólera popular hábilmente desatada por el Democratic Institute de Madeleine Albright y estructurada por organizaciones juveniles financiadas por George Soros, la CIA ha logrado colocar a sus hombres en el poder en Tbilisi.

Georgia, presidida desde 1991 por el ex ministro de Asuntos Exteriores de la URSS Edvard Shevardnadze, acaba de experimentar una revolución pacífica: aquél al que llamaban «el zorro blanco» ha sido expulsado por su pueblo que, harto de la corrupción por doquier y de la fragilidad económica persistente, cuestionó el proceso electoral de noviembre de 2003. Este movimiento espontáneo, en un bonito símil con la Revolución de los Claveles portuguesa en que el pueblo logró desbancar sin violencia al régimen post-salazarista de Marcelo Caetano, ha recibido el mote de «Revolución de las Rosas», del que es fácil imaginar que vaya a dar paso a un nuevo régimen democrático y esperanzador.

Creer eso sería dejarse engañar con demasiada facilidad por la impresionante propaganda que se ha necesitado para ejecutar este golpe de estado fomentado desde el exterior y largo tiempo planificado. Al fin y al cabo, Georgia no carece de importancia internacional; de hecho, tiene un papel crucial en el damero de la región. Su territorio se extiende al sur del Caspio hasta las fronteras turca, rusa, armenia y azerí, y debido a esa posición central, desde el estallido de la URSS en 1991, a menudo se ha encontrado en el eje de una zona sumamente turbulenta, en particular de la imponente guerra de oleoductos que vienen librando Estados Unidos y la Federación Rusa en la región.

Las hostilidades arrancaron el 17 de abril de 1999 con la inauguración del oleoducto que conecta Bakú (Azerbaiyán) con el puerto georgiano de Soupsa, en el mar Negro. El proyecto, financiado por Washington, ponía fin a la hegemonía rusa en la exportación de hidrocarburos del Caspio. Ese mismo año, Georgia se alineó con Ucrania y Azerbaiyán alejándose de Rusia. Rescindió el tratado de defensa colectiva de fronteras de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) así como el tratado de seguridad colectiva de Tashkent. En lugar de ese sistema de alianzas diplomáticas cuyo vértice era Rusia, Georgia optaba por la OTAN y su cúpula estadounidense. A raíz de ello, en noviembre de 1999 el presidente Eltsin se vio obligado, en la cumbre de Estambul de la OSCE, a firmar un acuerdo para desmantelar dos de las cuatro bases rusas en territorio georgiano, proceso iniciado efectivamente el año 2000 a pesar de las reticencias del estado mayor ruso.

Edvard Shevardnadze, un aliado poco agradecido

En este nuevo «Gran Juego», que incluso empieza a tener visos de una nueva guerra fría, Georgia desempeña un papel clave, ya que garantiza una cierta estabilidad en la explotación de los recursos petrolíferos y el abastecimiento a Turquía. Por ello, el régimen de Shevardnadze fue el niño mimado de Washington, que le destinó la parte más importante de su ayuda económica. A cambio, Georgia se alineó con la política exterior de la Casa Blanca sin rechistar. En 1999, cuando el presidente ruso Boris Eltsin pidió acceso al territorio georgiano para montar una invasión de Chechenia, el Jefe del Estado georgiano cumplió a rajatabla lo ordenado por Strobe Talbott, asesor especial para Rusia de Clinton, y rechazó la petición rusa. Igualmente, transcurrido un mes del 11 de septiembre de 2001, Shevardnadze proponía acoger en la región a las tropas estadounidenses a cambio de fenomenales ayudas financieras de Washington. Más tarde, Georgia fue un punto de avituallamiento de los vuelos de la US Air Force durante la guerra de Afganistán, y autorizó a unos centenares de militares estadounidenses a liderar comandos georgianos con la supuesta misión de dar caza a unos hipotéticos miembros de Al-Qaida en la vecina Chechenia. A finales del 2001, Shevardnadze llegó al extremo de purgar la cúpula de sus agencias de información y poner al ex embajador en Washington, pro-Estados Unidos, Tedo Dzhaparidze, al frente de la seguridad nacional.

Con los años, sin embargo, la influencia del presidente georgiano iba menguando. La corrupción y los malos resultados económicos lo colocaron en una posición cada vez más frágil, y su alineación exclusiva con Washington empezó a quebrarse. Se fue aliando progresivamente con Aslan Abshidze, gobernador pro-ruso de la región autónoma de Adjaria, situada en la frontera turca y de gran importancia estratégica debido a su puerto, por el que transita el petróleo de Azerbaiyán y el comercio con Turquía. Este acercamiento obligó a Shevardnadze a mejorar su relación con Moscú y modificar su colaboración estratégica con Estados Unidos. Según AFP, en el 2003 «una serie de empresas estadounidenses fueron eliminadas del mercado georgiano a través de una política fiscal arbitraria». En ese contexto, Washington fue retirando progresivamente su apoyo incondicional a este aliado desagradecido; el constante aplazamiento del inicio de las obras del oleoducto abonaba esta opción.

Diversos responsables de la administración estadounidense viajan a Georgia a lo largo del 2003 para reunirse con Shevardnadze. Según The Guardian, las visitas oficiales pretenden dar a entender al presidente georgiano que sus días al frente del país ya están contados. El embajador de Estados Unidos. en Georgia, Richard Miles, declara incluso al Washington Post que Estados Unidos quisiera «ver un gobierno más fuerte»: una crítica pública insólita tratándose de un aliado tan antiguo. El mismo Miles trabaja durante meses preparando al joven Mijaíl Saakashvili para tomar el relevo.

Estados Unidos organiza la revolución espontánea

Saakashvili, que tiene actualmente 35 años, se graduó en Derecho por la Universidad de Columbia, en Nueva York. Tras unos años trabajando en una empresa neoyorquina, regresó a Georgia como protegido de Shevardnadze y pasó rápidamente a la cúpula del antiguo partido del presidente, la Unión de Ciudadanos. Posteriormente, en el 2000, fue nombrado ministro de Justicia. Tras aprovechar el cargo para denunciar la corrupción de la clase política, incluso en reuniones del Consejo de Ministros, se vio obligado a dimitir en el 2002 y fundó su propio partido, convirtiéndose en uno de los líderes de la oposición.

En realidad, pasa a ser el hombre de Washington, el encargado de llevar a cabo el derrocamiento de Shevardnadze. La operación, calcada a la que derribó a Slobodan Milosevic en Serbia, requiere la manipulación de diversas fuerzas.

El punto de partida es impugnar el resultado de las legislativas del 2 de noviembre de 2003, en las que salen vencedoras las formaciones del presidente Shevardnadze y de Aslan Abchidze, justo por delante de las formaciones de oposición lideradas respectivamente por Mijaíl Saakashvili y Nino Burjanadze, presidente del Parlamento en funciones. La denuncia «espontánea» se basa en dos elementos: por una parte, las listas electorales, supuestamente falsificadas; por otra parte, los sondeos a pie de urna, que teóricamente dan resultados distintos de las cifras oficiales. Hay un problema con estas acusaciones: ambas provienen en realidad de la misma institución, el American National Democratic Institute. Supuestamente una organización no gubernamental, se trata en realidad de una emanación de la National Endowment for Democracy, y está dirigida por la ex Secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright. Esta fundación era la encargada de informatizar las listas electorales, cuyos numerosos errores alimentaron posteriormente el resentimiento popular y las sospechas de trucaje; paralelamente, es la responsable de los sondeos a pie de urna en que los resultados de los partidos de oposición aparecen muy sobrevalorados.

Poco importa que sea cierto o no el tongo electoral: lo interesante es que los movimientos de oposición puedan blandir este argumento y movilizar la opinión pública, para derrocar por fin el régimen y lograr la dimisión del presidente el 23 de noviembre de 2003. Cabe señalar, como ya explicó Shevardnadze a los medios de comunicación rusos poco después de abandonar su país, que entre la muchedumbre se entremezclaban otros movimientos que poco tenían de espontáneos. El presidente depuesto señaló al millonario George Soros, al ya citado Democratic Institute y al antiguo secretario de Estado estadounidense James Baker como los principales responsables. Según afirmó, «George Soros fue el creador de los grupos de jóvenes Kmara [«¡Basta!»] contrarios al poder. Les captaban de muy jóvenes, a los 15 años, y en dos meses les tenían formados. […] El American National Democratic Institute se comportó del mismo modo.»

Primera llamada de la presidenta provisional: «Lo del oleoducto va bien»

La caída del régimen de Shevardnadze anuncia una nueva era para Georgia y, sin duda, un cambio de orientación. La presidenta en funciones, que según estipula la Constitución era la presidenta del Parlamento, Nino Burjanadze, anunció el propio 23 de noviembre de 2003 que deseaba seguir la «orientación política correcta» por la que había optado el ex presidente Shevardnadze, y citó los «valores occidentales», el «partenariado estratégico» con Estados Unidos. y la mejora de las relaciones con Rusia. En una entrevista concedida a la CNN, precisó que el objetivo de Georgia es «ser un miembro de la familia europea, miembro de la alianza euroatlántica. Queremos conservar nuestro partenariado estratégico con Estados Unidos, que ha hecho mucho por nuestro país.» Mejor aún, según The Guardian «la primera llamada efectuada por la presidenta interina […] tras entrar en funciones […] fue a la empresa BP [la petrolera angloholandesa]. Llamó ‘para asegurarles que lo del oleoducto iba bien’, según indicó un importante cargo oficial georgiano.» Primera medida que desvela sin tapujos lo que se jugaba en este golpe de estado, concluido el domingo 4 de enero de 2004 con la elección de Mijaíl Saakashvili, el «ahijado» de Washington, a la presidencia de la República.

[Fuente: Réseau Voltaire, http://www.voltairenet.org. Traducción del francés: Mary Fons. Selección del artículo: Agustí Roig]

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2004

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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