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Antonio Madrid Pérez

El suicidio y los suicidios: ante la catástrofe

En 2010, 3.158 personas buscaron y encontraron la muerte en España mediante el suicidio. De ellas, 2.468 fueron hombres y 690 mujeres (78,1% hombres y 21,8 % mujeres). 248 de estos suicidas eran personas extranjeras: un 7,8% de total.

En 2009, fueron 3.429. En 2008, 3.457. En 2007, 3.263. 3.246 en 2006 y en 2005, 3.399. La fuente de estos datos es el Instituto Nacional de Estadística (INE). El 30 de abril de 2012 se publicaron los últimos datos disponibles, que son los de 2010. Por grupos de edad, la mayor parte de los suicidas de 2010 tenían entre 40 y 44 años (345 personas), entre 50 y 54 (311 personas) y entre 45 y 50 años (310 personas). En cuarto lugar está el grupo de 35 a 39 años (286 personas). Es decir, el 39,6% de los suicidas estaban en la franja de edad que va de los 35 a los 54 años. El medio que se utilizó en mayor número de veces fue el ahorcamiento, el estrangulamiento y la sofocación. Las estadísticas disponibles no desagregan los datos y unifican los suicidios con independencia de cuál de estos tres formas de suicido fue el utilizado. El segundo método más empleado fue saltar desde un lugar elevado.

Los datos estadísticos dan una información tan abstracta que poca información se extrae de ellos acerca de una realidad personal y social tan compleja como es el suicidio. Entre 2005 y 2010 la media de suicidios fue de 9 suicidios diarios. Los datos estadísticos informan, con bastante tiempo de retraso, acerca de las causas posibles que llevaron al suicidio: padecimientos psicopáticos, conflictos afectivos, enfermedades, problemas económicos… En realidad no tenemos suficiente información acerca de esta realidad social que provoca desde hace unos años más muertes que los accidentes de tráfico. En 2010, fallecieron por accidente de tráfico 2.478 personas (Las principales cifras de la siniestralidad vial. España 2010, Dirección general de tráfico). Sin embargo, en 2005 fueron 4.442 los fallecidos en accidente de circulación (Anuario estadístico de accidentes 2005, Dirección general de tráfico). Como se sabe, en pocos años ha habido un descenso muy importante en el número de fallecidos a consecuencia de siniestros relacionados con la circulación coches y motos.

En muchas ocasiones, es difícil saber con exactitud por qué una persona se suicida. Martin Monestier, en Suicides. Histoire, techniques et bizarreries de la mort volontaire. Des orígenes à nous jours (le cherche midi éditeur, Paris, 1995) explica cómo surgen en el siglo XIX las primeras teorizaciones del suicidio. En realidad, la cuestión del se ipsum occidere había sido un tema clásico en las reflexiones de la filosofía, la teología, el derecho o la medicina.  Históricamente no podía ser de otro modo, ya que la muerte y cómo morir es una cuestión cultural central que afecta profundamente al orden social. El mismo Monestier dedica el libro citado a exponer los distintos métodos utilizados por los suicidas a lo largo de la historia. En este sentido, el libro resulta impactante ya que el autor consiguió reunir gran cantidad de ilustraciones y fotografías sobre el tema.

La novedad del siglo XIX no fue tanto interrogarse acerca del suicidio, sino cómo se planteó la pregunta. Al hilo de la incipiente sociología se intentaba explicar el suicido en sus coordenadas sociales. El suicidio comenzaba a ser estudiado y explicado como fenómeno social y no sólo como una cuestión individual. A partir de esa época, el suicidio es puesto en relación con las condiciones de vida de las personas. Condiciones que son creadas a partir de elementos que van más allá de lo que una persona puede controlar: modelos productivos, sistemas jurídicos, mecanismos de concentración y/o distribución de recursos económicos, reglas sociales… Desde esta perspectiva, el suicidio ya no es solo una cuestión individual, sino también un interrogante a las condiciones de vida de la gente.

Fue este aspecto el que llamó la atención del joven Marx al editar en una revista alemana (Gesellschaftsspiegel, “Espejo de la sociedad”) parte de las memorias de Jacques Peuchet. (Vid. Karl Marx, Sobre el suicidio. Estudio preliminar y notas de Nicolás González Varela, El Viejo Topo, 2012). Peuchet  fue un todoterreno que vivió a caballo entre el antiguo régimen, la revolución francesa y la restauración borbónica. Consiguió flotar en las aguas revueltas convirtiéndose en un ‘servidor público’. Con la restauración, fue nombrado archivista real de la Prefectura de la policía de París. Años más tarde, escribió las Mémoires tirés des archives de la pólice… que se editaron en 1838.

Marx seleccionó partes del texto de Peuchet y los publicó con la intención, dice él, de mostrar los estragos que “el estado actual de la sociedad” estaba generando en los obreros y en buena parte de la sociedad de su época. Mostraba los suicidios como una expresión de malestar social. Y era pues necesario hallar y denunciar las causas del malvivir de la gente que, en algunos casos, llevaba al suicidio. Entre los comentarios de Peuchet, que selecciona y poda Marx, hay algunas anotaciones que desgraciadamente amenazan con recuperar actualidad si no lo han hecho ya: “Entre las causas de los suicidios, cuentan mucho (…) el desplome súbito de los salarios, a consecuencia de lo cual las familias no pueden proporcionarse los gastos de subsistencia necesarios, más que la mayoría de ellos viven al día”.

Sin duda, igual que existen personas que son diferentes entre sí, existen suicidios, y cada suicidio tiene su propia historia. Los agrupamientos estadísticos de poco sirven para hablar de personas y no de números. Peuchet, que ya aportó datos estadísticos, evita esta simplificación documentando casos concretos. Algo similar habría que hacer hoy. En los últimos meses hemos conocido casos de personas que se han suicidado ante un desalojo inminente. O personas que han puesto fin a su vida, y en ocasiones a la de la persona que tenían a su cargo, para evitarle mayores sufrimientos.

Con la información disponible (recordemos que la media es de 9 suicidios por día), no se puede afirmar que la crisis económica del 2008 haya supuesto un incremento de los suicidios. Tampoco se puede afirmar que no se haya incrementado el número de suicidios por razón económica. Hace un momento ya se han dado los datos. Si se compara 2009 con 2010 ha habido un descenso en el número total de suicidios. Hasta que no tengamos un análisis suficiente acerca de la causas de estos suicidios, no se puede establecer una relación directa entre crisis económica y suicidios. Sí sabemos que se ha incrementado la visibilidad pública de los suicidios relacionados con problemas económicos, especialmente con las situaciones de desalojos derivados de procedimientos de desahucio.

A la espera de poder tener información más detallada, lo que sí se evidencia son los efectos que la crisis económica y las políticas públicas de recortes están teniendo sobre una parte de la población. El resumen de estas consecuencias es el incremento de la desprotección social y, a su vez, la intensificación de la sensación de desprotección. Esta sensación basada en los mensajes lanzados desde los poderes públicos y privados, más la evidencia de lo que está ocurriendo, lleva a una acuciante sensación de inseguridad. Inseguridad derivada del desempleo que afecta a tanta gente, del miedo a no poder afrontar los gastos básicos, de la preocupación por el futuro de los hijos, del miedo a qué pasará cuando estemos enfermos y no podamos pagar los tratamientos, la angustia ante un mañana que se dibuja peor que el presente… Se trata de una situación de desesperanza que va calando en la gente por su mayor exposición ante estructuras económicas injustas. Si dejamos algunas herencias genéticas malhadadas, las personas somos bastante semejantes en nuestra vulnerabilidad natural. Sin embargo, las condiciones de vida en las que hemos vivido y vivimos pueden incrementar esta vulnerabilidad o protegernos frente a las fuentes de vulnerabilidad. Lo correcto no es hablar de personas o colectivos vulnerables, sino de personas o colectivos vulnerabilizados.

Iris Marion Young escribió su último libro en 2006. Responsabilidad por la justicia, (Ediciones Morata, Madrid, 2011) se publicó póstumamente. En este libro se abordó el cambio que desde los años 80 se venía produciendo en EE.UU., también en otros países, acerca de la concepción de las causas de las desigualdades. Entre liberales y conservadores se había extendido la idea de que la pobreza era una cuestión de responsabilidad individual que se explicaba a partir de los atributos de los pobres. En consonancia con esta concepción, se pasaba de considerar la ayuda estatal como un derecho, a considerarla como algo que los beneficiarios se tenían que ganar.

Frente a esta concepción, Young sostuvo que hay que considerar (sin eliminar la responsabilidad personal) las condiciones estructurales de la acción individual. No existen las personas aisladas, existen personas que se relacionan en ámbitos estructurados que distribuyen oportunidades, riqueza y también miserias. Como dice Young, en realidad, lo que ocurre es que domina una “irresponsabilidad privilegiada sistémica” que perjudica a millones de personas. Se enfoca la responsabilidad (o irresponsabilidad) de los pobres, pero no las de los privilegiados, que suele quedar impune. La irresponsabilidad se legaliza, dice Young.

Hay suicidios que parten de la libre decisión de la persona acerca de cómo quiere vivir y, por tanto, cómo y cuándo quiere morir. Hay suicidios por amores patológicos que alguna vez habría que entender como una asignatura pendiente de nuestros modelos educativos, también de los curriculares. Y también hay suicidios que se explican como reacción desesperada ante problemas de raíz económica. Los suicidios son una descarga de realidad extraordinaria que cuestionan en lo personal y en lo colectivo, pero no menos real es el incremento de las desigualdades, el truncamiento de los proyectos vitales básicos, o el empobrecimiento de la mayor parte de la población. La catástrofe puede manifestarse en forma de suicidio, pero no es su única cara, tiene otras tal vez menos extraordinarias pero muy cotidianas. En todo caso, no es necesario esperar a la catástrofe para pensar y actuar en relación a ella.

27 /

12 /

2012

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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