La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El precio de la desigualdad
Taurus,
Madrid,
498 págs.
Desigualdad, definición de libre mercado
Ricard Ribera Llorens
El precio de la desigualdad es una buena fotografía de los efectos del neoliberalismo imperante en las últimas tres décadas, acentuados por la crisis y su fase previa. Escrito por Josep E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, el libro traza la evolución de la economía estadounidense y el aumento de las diferencias sociales, concluyendo que una minoría con grandes recursos económicos controla la actuación del Estado y de los agentes económicos, generando un aumento de la desigualdad.
Para entender el enfoque del libro es preciso conocer al autor. Antiguo asesor económico de la Administración de Clinton y ex miembro de la dirección del Banco Mundial, Joseph E. Stiglitz es un economista neokeynesiano crítico con el libre mercado y que pretende “domesticar y moderar a los mercados” a través de la actuación del Estado. El poder público debe controlar la economía para que sea estable y eficiente, para que no genere desigualdades excesivas.
El autor centra su libro en el concepto de desigualdad, pero no en la desigualdad de clase tradicional —concepto muy poco arraigada en la cultura política de Estados Unidos—, sino que utiliza el concepto indignado del 1% contra el 99% de la población. La que es la contradicción primera de la fase actual del sistema capitalista, la inmensa mayoría frente a esa parte tan pequeña de la población que controla la economía y, por consiguiente, la política. Este 1% que ha aumentado exponencialmente su riqueza en los últimos decenios al tiempo que el 99% ha visto como sus sueldos se estancaban.
Según Stiglitz, la desigualdad generada como recompensa por los diferentes esfuerzos y aportaciones para el interés de la sociedad se encuentra dentro de lo normal porque se mantienen alineados con los intereses social y privado. Pero cuando los dos intereses no están alineados, sino que prevalece el interés privado, la desigualdad aumenta fuera de lo permisible y, además de perjudicar a la vida de la mayoría, es ineficiente económicamente. Esto es lo que está pasando en Estados Unidos y Europa a causa de la influencia de una élite económica que busca aumentar sus rentas y por la dejadez del sistema político, que acaba siguiendo los dictados del 1%. Por todo ello, tenemos unas economías que funcionan mal.
En contra de la lógica neoliberal, para Stiglitz la desigualdad es ineficiente porque la economía funciona a partir del consumo y de las inversiones productivas. La mayoría de los de en medio y los de abajo gastan todos sus ingresos en la vida cotidiana o en sus negocios, mientras que las élites acumulan riqueza y tienen gran parte de su capital en forma de ahorros o inversiones en el extranjero, por lo que no generan riqueza en el país y no aumenta el nivel de vida de los de abajo. Trasladar la renta de abajo a arriba reduce considerablemente el consumo, porque los de arriba destinan mucho menos a gastos y ahorran entre un 15 y un 25%. Al trasladar la renta hacia arriba y al disminuir el consumo baja la demanda de bienes y servicios y aumenta el paro, lo que a su vez hace que aumente la desigualdad y se reduzca aun más el consumo.
Según el autor, hay tres fuentes de desigualdad: la desigualdad en ingresos (el salario), la riqueza y el incremento de rentas e ingresos de capital. Las dos últimas nos indican con mayor fiabilidad cómo evoluciona la desigualdad en una sociedad, ya que la riqueza es la acumulación de distintos años y el grueso de los ingresos de capital no se encuentra entre el 99%. En lo que se refiere a los ingresos en EE.UU., Stiglitz resalta que en treinta años el 90% ha aumentado sólo un 15% su salario y que en 2007 el 0,1% superior ingresaba 220 veces más que el 90% de abajo. En cuanto a la riqueza, cabe destacar que antes de la crisis todo el mundo se enriquecía (aunque los ricos lo hacían mucho más rápido), mientras que, a partir de 2007, los de abajo han perdido patrimonio porque su único bien era la vivienda. Resultado: el 1% superior posee un tercio de la riqueza de Estados Unidos.
La desigualdad se multiplica por la permisividad del gobierno, por un sistema tributario cada vez menos redistributivo y por lo que Stiglitz llama la “búsqueda de rentas”. Ésta es, para el autor, la gran explicación del aumento desproporcionado de la desigualdad y que se podría resumir en aquellas acciones del uno por ciento para conseguir aumentar sus beneficios más allá de lo que aporta a la sociedad: comportamientos monopolísticos (poniendo barreras de entrada en sectores económicos), lógica cortoplacista y egoísta de los directivos de las grandes empresas, búsqueda de subvenciones, subvenciones ocultas, vacíos en el código tributario para no pagar impuestos y otros regalos del gobierno (dejar explotar recursos naturales por precios muy bajos o, por ejemplo, comprar medicinas sin negociar el precio). La búsqueda de rentas tiene unas pésimas consecuencias para el conjunto de la sociedad y ha generado un juego de suma negativa. Ya no es que todo lo que han dejado de ganar los de abajo lo haya ganado el uno por ciento, con lo que el resultado para el conjunto de la sociedad sería un juego de suma cero, sino que las ganancias ilegítimas del 1% han generado muchas más pérdidas al 99% en el terreno económico, pero también en lo social y en lo político.
La búsqueda del aumento de la riqueza de manera ilegítima ha llevado a que el 1% presione al poder político para que actúe a su favor, de ahí la gran cantidad de recursos económicos que los lobbies han invertido en la financiación de los partidos y de las campañas electorales americanas. Esto es algo ineficiente para el buen funcionamiento de la economía, y ha conllevado el fracaso del Estado en su función de control de los fallos del mercado y el descrédito del sistema político. Stiglitz muestra su preocupación por el fracaso de este último. El poder público ha sucumbido a los intereses de una minoría fruto de la desigual capacidad de influir en el gobierno por parte de la mayoría y de la minoría poderosa. El 1% dispone de lobbies, puede financiar a los partidos y beneficiarse del fenómeno conocido como “puertas giratorias”: los directivos de las grandes empresas y bancos pasan a ser altos cargos de la administración pública y, una vez terminado su mandato, vuelven a la dirección de las grandes empresas.
El autor dedica varias páginas a analizar cómo la mayoría se ve desincentivada a defender sus intereses. Las tácticas para conseguirlo son varias, como, por ejemplo, las trabas para participar en las elecciones o la falta de pluralidad de ideas en los medios de comunicación. Estas tácticas se proponen como objetivo que los de abajo asuman como propios los intereses, valores e ideas de la minoría de arriba, a saber: la desigualdad como algo positivo y normal, bajos salarios y flexibilidad laboral como factor de competitividad, escasa inversión pública y bajos impuestos para incentivar a la actividad económica y, por supuesto, la mínima intervención pública.
Para Stiglitz, el Estado tiene un jugar un papel importante a la hora de definir el modelo económico, los niveles de desigualdad y la relación de fuerzas entre los distintos agentes sociales y económicos. El Estado fija las reglas en todos los sentidos: puede regular o desregularizar los distintos sectores económicos (y ya sabemos las consecuencias de la desregularización del sector financiero), puede poner coto a la acción de las grandes empresas y de sus directivos (Stiglitz otorga una gran importancia a la gobernanza de las grandes empresas), puede garantizar la competencia o hacer la vista gorda con las prácticas monopolísticas, puede incentivar o desincentivar la sindicación de los trabajadores, etc. A día de hoy, el resultado que tenemos es que la acción o la inacción del gobierno ha fijado unas reglas a beneficio del 1%.
Todo ello ha cimentado la desigualdad en la desregularización y falta de control de la economía. Pero hay que sumarle dos factores más: un sistema tributario cada vez menos redistributivo y la reducción de la inversión pública. Merece la pena fijarse en cómo los distintos gobiernos han ido bajando la carga impositiva sobre la minoría poderosa, según Stiglitz ilógicamente pese que es lo que defiende el 1% al pensar solo en sus intereses y no en el avance económico del conjunto de la sociedad. Además, la libre circulación de capitales y la globalización comercial han facilitado la competencia fiscal a la baja.
Según Stiglitz, prescindir de los recursos procedentes de las grandes fortunas y las grandes empresas reduce la inversión pública, lo que no es eficiente económicamente porque reduce la demanda agregada, aumenta la desigualdad y disminuye la productividad (infraestructuras, educación, etc.). Trasladar esa carga impositiva a los de en medio y los de abajo supone reducir mucho la demanda afectando directamente a la economía. La mayoría dedica todos sus ingresos al consumo, por lo que si pagan más impuestos consumirán menos. Por el contrario, si aplicamos aumentos impositivos a las grandes fortunas, cuya mayor parte de capital no está dedicado al consumo ni a la inversión productiva en el país, aumentará la recaudación y no disminuirá el consumo.
Joseph E. Stiglitz hace un buen análisis de cómo ha avanzado la desigualdad principalmente en los cuatro primeros capítulos del libro. Además de contarnos los efectos negativos de la desigualdad en la sociedad y en la economía, este libro nos permitirá comprender el papel del gobierno en la economía, las consecuencias de las políticas de austeridad y la importancia de la distribución de los impuestos. Habla de todo ello centrándose en Estados Unidos, pero sin duda su análisis nos recordará la realidad económica y política del otro lado del Atlántico.
Cabe comentar que la ideología y pensamiento económico del autor no nos permite ir más allá de lo que es un sistema político y económico capitalista gestionado con rostro humano. Pese a ello, la lectura de su obra nos ayuda a tomar conciencia de la primera contradicción del sistema en su fase actual, a la que —aunque no sea la contradicción fundamental o básica del modelo capitalista— debemos enfrentarnos.
Ricard Ribera Llorens es politólogo; Twitter: @RicardRibera
29 /
11 /
2012