La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Busca
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Escribir sobre una realidad deprimente y voluble es siempre un engorro. Y realmente la situación que estamos viviendo es engorrosa para mucha gente de izquierdas. La realidad es siempre más compleja de lo que quisiéramos y nos obligan a meternos en combates indeseados. Uno de estos engorros que me ha seguido toda la vida es la cuestión nacional. Un tema del que uno nunca puede pasar del todo si vive en un país como el nuestro,
Para empezar, contaré las cosas como las veo. Hoy en grandes sectores de la sociedad catalana hay un clima de optimismo innegable sobre el futuro político. Algo insólito en un lugar con un 22% de desempleo y unas perspectivas económicas negras, donde la población ha experimentado recortes brutales en los servicios públicos. Lo fácil es pensar que la población que vive esta explosión de euforia independentista es la menos afectada por la crisis y las políticas neoliberales. Pero aunque algo de ello hay, las cosas son más complejas. Por ejemplo, los recortes sanitarios han afectado más brutalmente a la Catalunya rural, claramente independentista, que a la metropolitana: hay comarcas donde los médicos de guardia tienen que cubrir un área de 50 km, lo que ya ha provocado situaciones de extrema gravedad.
Ya lo intenté explicar en mi entrega anterior: el sentimiento independentista se ha fraguado por la combinación de elementos diversos. Unos claramente reaccionarios —sentimiento de superioridad respecto al resto de España, xenofobia, etc.— pero otros producto de una clara sensación de agravio, especialmente en la cuestión del Estatut (y en el trato diferencial en materia impositiva respecto al País Vasco y Navarra). Incluso entre la gente con raíces en otras comunidades abunda la sensación de que cuando van a visitar a la familia han tenido que aguantar en los últimos años más de un agravio verbal. Como en todo proceso ha habido mucha propaganda sesgada sobre este tema, pero que conectaba con elementos reales de un cierto mal trato. La euforia es en gran parte producto de la traducción de esta situación en una propuesta de utopía realizable, de que es posible a corto plazo hacer un cambio institucional de calibre que podría cambiar la situación. Ésta es en mi opinión la primera parte del drama. Hoy la izquierda es incapaz de ofrecer un marco de cambio institucional que a la gente le parezca probable. Y por ello las únicas visiones de cambio que parecen realizables quedan en gran parte asociadas a proyectos menores y discutibles como los de construir un nuevo estado.
La segunda parte del drama proviene de la imposibilidad de hacer creíble, al menos a corto plazo, una propuesta diferente a la de la independencia. Gran parte de la izquierda, como explicaba muy bien Giame Pala en el mientrastamto.e del mes pasado, siempre tuvo un proyecto federal. El problema del federalismo ibérico es que parece tener escasos apoyos en el resto del país. La mayor parte de las élites políticas españolas siguen ancladas en una visión centralista que les impide tanto adoptar propuestas institucionales claras como generar una cultura federal en la ciudadanía. Nos guste o no, seamos más o menos nacionalistas, la península ibérica es un espacio donde coexisten importantes diferencias nacionales, si por ello se entienden espacios lingüísticos, culturales, sistemas de relaciones bastante diferentes entre sí. Y sólo aceptando esta diversidad y permitiendo que todo el mundo se sienta cómodo en la misma es posible minimizar la importancia política de las diferencias. Para ahondar en el problema, se trata de un territorio donde siempre se ha escamoteado un debate transparente en materia fiscal y además se ha mantenido un sistema fiscal particular, claramente injusto e insolidario a favor de dos comunidades. Para que la izquierda catalana puede defender con éxito un proyecto federal se requieren aliados en el resto del país. Aliados que además acepten que ante un conflicto territorial existen fórmulas racionales, como los referéndums y las consultas, para tratar de resolverlos. Mientras esto no exista, los nacionalismos periféricos tendrán una enorme ventaja en promover sus proyectos particulares. No cabe duda que las invectivas del PP son inestimables para mejorar las perspectivas electorales de los nacionalistas (ERC alcanzó un crecimiento espectacular en época de Aznar), pero intervenciones como las de Rubalcaba hunden la credibilidad de que pueda haber una línea federal.
En este contexto, a corto plazo el panorama electoral catalán está escorado hacia el independentismo y la derecha. El mayor beneficiario va a ser Convergència i Unió. Sobre todo contando con que el independentismo catalán se presenta dividido a las elecciones (al menos en tres candidaturas) y su fuerza principal, Esquerra Republicana de Catalunya, ha realizado un claro viraje a la derecha que le coloca al rebufo de CiU. A corto plazo, Mas ha sido hábil en maniobrar para liderar la ola independista y tapar con ello el fracaso económico de su gestión y su política antisocial. Ha conseguido que en partes del territorio catalán la bandera estelada (la bandera catalana con la estrella de cinco puntas) tape las pancartas contra los recortes. Sin embargo, a medio plazo la situación resulta mucho más compleja. No sólo porque el contexto económico y social seguirá generando problemas sino especialmente porque parece difícil que la propuesta independentista prospere. Ni en Madrid hay ninguna voluntad de negociar nada en profundidad ni la Unión Europea es previsible que apoye una opción que generaría nuevos problemas en el sur de Europa y podría complicar las tensiones territoriales en otras partes. Mas ha jugado fuerte pero no parece claro cuáles pueden ser sus siguientes movimientos. La actual convocatoria electoral le ha dado aire, pero a costa de hacerle entrar en una carrera para la que posiblemente non esté preparado. Lo que queda por ver es qué ocurrirá cuando, previsiblemente, se agote el horizonte utópico de la independencia a corto plazo. Aunque en el entretanto seguiremos enredados en un camino cenagoso.
A la izquierda le queda a corto plazo un espacio estrecho. El principal, el de seguir insistiendo en los aspectos sociales, ecológicos, democráticos, en la necesidad de reformas estructurales socialmente justas. En el plano nacional no puede dejar de apoyar medidas democráticas como la celebración de consultas a la población. Esta es la posición que plantea ICV-EUiA, quizás con excesiva timidez, pero en una línea que considero aceptable. Incluso el PSC, un verdadero ejemplo de desconcierto, parece haber entendido que no tiene otra alternativa que despegarse del centralismo del PSOE. Pero a largo plazo la tarea fundamental en Catalunya es doble. Una la de generar no sólo resistencias sino un marco creíble de cambios que movilicen a la sociedad en una orientación socialmente más interesante que la independentista. La otra el ofrecer vías alternativas de articulación territorial. En ambos terrenos sin embargo hacen falta aliados en otras partes, hace falta la articulación de un nuevo internacionalismo a la altura de los tiempos.
30 /
10 /
2012