¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
CT o la Cultura de la Transición
Debolsillo,
Barcelona,
246 págs.
Luis Pizarro Carrasco
No es difícil advertir un fenómeno propio de la cultura contemporánea, una de esas cosas sabidas pero con un peso extraordinario en la cultura: la escasez aguda de una literatura que narre la experiencia de las clases populares, de la mayoría de la sociedad. Este fenómeno lo analizaron J. H. Plumb y Raymond Williams para Inglaterra [1]. Un análisis similar para la Catalunya de los siglos XIX y XX lo publicó recientemente Josep Maria Fradera [2]. Para Williams y Plumb, los principios de la cultura y psicología colectiva de la sociedad británica del XIX se basaban en el temor a la violencia de la vida social, con reacciones de miedo, rechazo y preocupación por las consecuencias de la industrialización; lo que condujo a la vez a un énfasis del progreso económico-tecnológico y una nostalgia del pasado y de las jerarquías sociales y de sexo. La literatura victoriana evitó sistemáticamente reflejar el paisaje fabril del país y la condición obrera, las masas y la marginalidad.
En la década de 1920 surgen en Europa y América respuestas a una actitud que siempre trascendió lo cultural y caminó al lado de la política. Nacieron grupos literarios como los Angry Young Men ingleses, la Beat Generation o en cine el Free Cinema inglés, la Nouvelle Vague y el neorrealismo italiano, o Pier Paolo Pasolini. André Gide, Alfred Döblin y a su manera William Faulkner y James Joyce fundaron su obra en el relato de la vida de la gente corriente, en sus pensamientos, cosmovisiones, sentimientos, en sus esperanzas.
El libro colectivo CT o la Cultura de la Transición: crítica a 35 años de cultura española analiza diferentes espacios disciplinares de una cultura que, según se infiere del libro, ha evitado pensar y representar una parte substancial de la realidad. Mediante diecisiete ensayos breves escritos por profesionales de distintos campos del ámbito cultural, el libro analiza lo que ha sido la cultura, en muy amplio espectro, durante la democracia española. En un texto programático, el coordinador del libro Guillem Martínez define la Cultura de la Transición como una herramienta para la cohesión política de la nueva democracia. Desde el principio el Estado fijó una democracia muy moderada, renunció al federalismo y a juzgar a los dirigentes del franquismo; la izquierda pudo aportar la cultura. Ésta perdió la capacidad problematizadora del poder y del pensamiento inherente a la cultura, apagó su llama: “La cultura, sea lo que sea, consiste en su desactivación”.
En el texto de Ignacio Echevarría la cultura española, tradicionalmente crítica con el Estado, en la Transición por primera vez se alineó despreocupadamente con éste. La Transición se caracteriza por relegar la historia a la política, para más tarde someter la política a “los mercados”.
Amador Fernández analiza la relación de la CT con el movimiento Democracia Real Ya y sus antecedentes, que la han cuestionado. Define la CT como “cultura consensual” despolitizadora: “Que se aseguró 30 años el control de la realidad con el monopolio de las palabras —para designar los hechos sociales—, el monopolio de los temas —para limitar los temas debatibles y sus enfoques, Guillem Martínez los define como ‘marcos’— y de la memoria”.
El artículo de Belén Gopegui considera que la literatura española usa argumentos recargados para ocultar sentidos y no ver la realidad y el pasado. Acusa también la falta de una literatura social. Para Carolina León, la crítica literaria española no cuestiona los patrones ideológicos de la producción cultural, no advierte el olvido de puntos de la historia reciente de España y no analiza la creación desde la perspectiva de género. Reivindica que la crítica literaria es diálogo con la obra, sus condiciones de creación y recepción, nunca busca humillar. Pablo Muñoz, en su ensayo, compara la crítica literaria española con de los países anglosajones.
Víctor Lenore asegura que la música en la CT se define por los géneros musicales que aparta, precisamente los que relatan la experiencia de las clases populares: el rock radical vasco, el bakalao, el reggaetón, por los grupos notables que ignora: Camela o la Banda Trapera del Río y por no explorar los conflictos sociales colectivos. Para él la CT domesticó el flamenco y obvió su vínculo con los clanes gitanos.
En tono satírico y desde una ficción, Jordi Costa recorre el cine más exitoso de la democracia. Mediante esta artilugio se pregunta hasta qué punto el principal elemento de cohesión de la Cultura de la Transición no ha sido el autoengaño político y moral de toda una sociedad.
Para Raúl Minchinela, la cultura generada en Internet es marginalizada por la CT. Las vivencias de las nuevas generaciones son totalmente invisibles para la CT, sólo aparecen “Mediante la libido y la acrobacia”. De ahí que los más jóvenes recurran masivamente a Internet. Carlos Acevedo propone una revisión crítica de la cultura de internet. Ésta comparte desviaciones con la CT, como la patologización y marginación de la disidencia. La CT es líquida, por eso con la posible desaparición de la CT sus “líderes de opinión” pueden permanecer. Por todo ello, pese a las virtudes de internet, que potencian la libertad puede que la CT se desplace a Internet.
El texto de Gonzalo Torné explica cómo la CT ha leído con sus criterios y lenguaje habitual el movimiento Democracia Real Ya, por eso en la ciudadanía acudió en masa e internet: para intentar entenderlo. Intenta dilucidar si la literatura de la CT responde a la idea de “libro ético” de Wittgenstein, lo que es lo mismo: a la idea de “verdad” en literatura. El artículo sobre la igualdad de Silvia Nanclares e Irene García analiza las representaciones culturales de la mujer, mostrando la total subalternidad femenina y la lejanía de una igualdad real en la España de hoy. El artículo de David García repasa la historia de la SGAE, compara el “capital ficticio” que según él ha generado esta sociedad con la especulación inmobiliaria de las últimas décadas. La historia de la cultura humorística en la CT la traza Miqui Otero, destacar el análisis de las enormes consecuencias en la prensa satírica del atentado a El Papus en 1977. Guillermo Zapata hace una reflexión sobre la incidencia de Internet y del movimiento DRY en la cultura de la transición. Pep Campabadal e Isidro López, por último, le dan respectivamente el contexto político y económico a la Cultura de la Transición.
CT o la Cultura de la Transición goza de sentido de la oportunidad, surge en un tiempo de interpelación belicosa de la legitimidad de las políticas públicas. Investiga extensas zonas de la cultura, dando explicaciones que satisfarán las preguntas que se hacen a sí mismos —por no encontrar prácticamente a quién hacerlas— tantos ciudadanos perplejos. Da respuestas. Aunque el libro respondería mejor si, por ejemplo, la edición permitiera a los artículos extenderse en las referencias bibliográficas cuando es necesario.
El análisis de amplios espacios de la cultura permite al lector hacer generalizaciones posibles de otros espacios, pero olvida otros importantes que, si bien son categorías distintas a la creación cultural y a la comunicación figuran intensamente en ambas, determinan su producción y recepción y, siempre en los dos sentidos, las convierten en objeto de estudio. Hablamos de las Humanidades o Ciencias Humanas. Admitamos que es difícil analizar la cultura de estos 35 años sin observar cómo se ha investigado y enseñado la Filología, la Filosofía y la Historia, y podríamos añadir Ciencias Sociales como la Sociología, la Psicología y la Antropología. Nos vienen intuiciones muy certeras de que la tutela o dirigismo del Estado, la escasez de riesgo intelectual, la huída de lo social, el reduccionismo en marcos (temas) y enfoques late hasta con más convicción en la investigación humanística.
El libro alumbra los contenidos de las manifestaciones culturales: creación literaria, cine, música, televisión, cómic y prensa. Sin embargo, una investigación de la estructura, principios de actuación de instituciones culturales concretas, salvo el de la importantísima SGAE aparece casualmente y de forma nebulosa. Es necesario explorar si estas instituciones en verdad tienen una estructura organizativa realmente democrática, lo que va ligado entre otras a si son totalmente transparentes en presupuestos, en selección de personal y en actividad, en la concesión de ayudas, subvenciones y premios. No se aborda el debate sobre la posibilidad del cooperativismo o autogestión de estas instituciones. No encontramos ni una palabra sobre las condiciones de trabajo de las profesiones culturales, si bien Isidro López habla genéricamente del trabajo en estos años. El libro no señala claves para entender por qué durante la democracia buena parte de los sectores de la cultura tienen una extremada precariedad laboral, a lo que hay que añadir el abuso del voluntariado cultural.
Ahora es inevitable hablar de las Comunidades Autónomas. Las comunidades históricas poseen consejerías de cultura independientes, si sumamos sus propias tradiciones culturales y sus lenguas nacionales, ¿todo esto no hace necesario apuntar como mínimo las “variaciones” del relato de la CT que pudieran desarrollar?
Hay más omisiones. Hablar de 35 años de cultura, analizar el cine y la literatura y, atención, internet, sin mencionar las artes plásticas: pintura, escultura o fotografía es algo extraño, o más bien denota asistematicidad.
Las prioridades de los diecisiete ensayos giran alrededor de la emisión de mensajes culturales, pero nunca de la recepción. No podremos saber si la parafernalia política de la CT tuvo éxito, buena acogida en el público. Y no es poca cosa, en cualquier sistema cultural de esta acogida dependerán las acciones públicas posteriores, sus contenidos y formas. De algún modo se substituye el necesario análisis de la recepción por el análisis de la supuesta ruptura de la hegemonía de la CT en los últimos años, gracias a los movimientos sociales que llevan a Democracia Real Ya. El lector adquiere una imagen de la CT como una cultura casi puramente estática, no dinámica en treinta y cinco años, lo cual si leemos la historia cultural de Europa veremos que es difícil incluso en los totalitarismos.
La definición de Cultura de la Transición no es unánime en los artículos del libro. Mientras Guillem Martínez la define bajo una dimensión exclusivamente política; Ignacio Echevarría, por ejemplo, describe un proceso que transforma la CT de una dictadura de lo político a una de los mercados, a la cultura de mercado. En un libro que ambiciona consolidar el concepto, o propuesta reflexiva de CT y donde el artículo de Martínez funciona de preámbulo o introducción, esta discordancia demuestra que no se han puesto ideas en común en todo lo necesario.
Algo que se echa de menos en CT o la Cultura de la Transición y que probablemente explique algunas de las carencias del libro: no hay una definición de cultura, una expedita y que desde las primeras páginas ilumine con la máxima nitidez el suelo que pisaremos. No aparece en el texto introductorio, Raúl Minchinela hace un amago de definición de cultura que le facilita su particular trabajo, pero no hay nada más. Creemos que para los asuntos que han salido aquí: cultura desproblematizadora, que marca los temas a tratar, que obvia lo social, segregacionismo cultural y una hegemonía cultural casi omnímoda habrían sido muy útiles las reflexiones del pensador marxista Antonio Gramsci sobre cultura y “hegemonía cultural”. La de Gramsci es una obra cardinal para la investigación cultural que la desactivación total de los discursos marxistas sobre la “lucha de clases” en la España de las últimas décadas —algo muy CT, más que muchos otros aspectos— ha empujado a silenciar, o a disimular [3].
Es necesario apuntar otro tipo de carencias. El texto de Rubio y Nanclares sobre la igualdad analiza la representación simbólica sobre la mujer. Es una llamada de atención interesante sobre la igualdad, pero estudia sólo grandes personajes femeninos y programas de televisión masivos como si por eso mismo estuviera bien asegurada la influencia de estas representaciones en la sociedad. No resuelve una disección de los estereotipos y cómo interactúan con los masculinos e incluso con la familia. No se detiene en los estereotipos de la mujer inmigrante, de la mujer del pueblo y ni tan sólo nombra las estrategias de exclusión social —y cultural— de la mujer. El artículo de Fernández-Savater, aunque excelente investigación sobre el Movimiento 15-M, le concede una especificidad nacional e internacional en la estructura orgánica, formas de representación y comunicación con los medios, una actitud demasiado generosa; mientras si nos atenemos a la obra de Sidney Tarrow y Charles Tilly, vemos que el movimiento Democracia Real Ya responde con exactitud a lo que estos autores denominan “nuevo movimiento social” [4].
El fenómeno de una cultura que elude aspectos considerables de la realidad presente y pasada lo vemos en las sociedades contemporáneas, se podría decir que en todas ellas. Respecto a la España de hoy se trata fundamentalmente de una cultura de Estado que actúa en la era de la gestión pública de la cultura. Por lo mismo, todo indica que no es “La cultura más extraña y asombrosa de Europa” como dice Guillem Martínez, al menos hemos constatado sus antecedentes. Y no es concebible que la española sea la única cultura y la única sociedad europea muy poco inclusiva con sus diferentes colectivos sociales, sin la inteligencia de asumir apropiadamente su pasado reciente y las nuevas generaciones.
La mayoría de ensayos del libro son valiosos para comprender las características de la cultura española de la democracia, empezando claro por la conformación del concepto de Cultura de la Transición a lo largo de las páginas del libro. Destacan los diferentes textos sobre la crítica literaria, la literatura en la CT, el papel de internet y el movimiento DRY frente a la CT y la cultura nacida en internet. A pesar de las ausencias clamorosas de CT o la Cultura de la Transición, del desorden conceptual o improvisación y de sus leves deficiencias analíticas es un excelente, y avanzado, punto de partida para entender esta cultura. Pero no todo queda ahí, tampoco se nos puede escapar que el libro tiene dos objetivos distintos que logra hacer conciliables, el análisis que hemos visto y convertirse en manifiesto de una forma de entender la cultura que merece ser escuchada.
Notas
[1] Plumb, John Harold, England in the Eighteenth Century, Penguin Books, Harmondsworth, 1950; Williams, Raymond, Cultura y sociedad: 1780-1950: de Coleridge a Orwell, Nueva Visión, Buenos Aires, 2001.
[2] Fradera, Josep Maria, La pàtria dels catalans: història, política, cultura, La Magrana, Barcelona, 2009.
[3] Gramsci, Antonio, Cartas desde la cárcel, Veintisiete Letras, Madrid, 2010.
[4] Tarrow, Sidney G., El Poder en movimiento: los movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Madrid, Alianza, 2004.
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