La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
El Lobo Feroz
El infierno en agosto
El círculo vicioso
Como ha descendido la actividad económica, la recaudación fiscal no le llega al Estado para su gasto. Y el gobierno reduce el gasto social —sin molestar a a las clases altas, a las que además perdona la evasión fiscal endémica— y pide prestado. Con eso consigue varios resultados: que haya aún menos actividad económica al reducirse la vinculada al Estado, que el Estado tenga que pedir prestado más al recaudar menos, y que los prestamistas, al ver que por ese camino la economía española no va a ninguna parte, exijan mayores intereses por prestar al Estado en previsión de que éste, como parece inexorable, tenga que suspender pagos o devaluar la deuda de algún modo a costa, claro es, de las espaldas de los ciudadanos.
¿Por qué creen el gobierno y el PSOE —esto es, las dos caras del neoliberalismo— que con los recortes se va a alguna parte? Porque al disminuir brutalmente el coste del trabajo y al haber un duradero ejército de reserva de parados que induce a los ocupados a no protestar tanto como quisieran, el capital, o sea el empresariado, puede producir más barato y más competitivamente que antes sin necesidad de nueva inversión.
Pero hay varias razones para que ese producir más barato y competitivamente no tenga lugar o tampoco lleve a ninguna parte. Una básica: el déficit inmemorial del intercambio con el exterior. Compramos fuera más de lo que vendemos fuera. Mientras no se resuelva la dependencia energética del exterior vamos aviados. Otra razón es cultural: el empresariado español, visto globalmente, se inclina más por llevar una vida de lujo que por invertir. Los ricos españoles, del rey para abajo, se parecen más a los ricos mexicanos que a los ricos alemanes.
Estamos pues en una situación pésima. La soberanía popular ha sido transferida, salvo algunos girones culturales (en temas de código penal, etc.), a la Unión Europea —y eso por no hablar de la perdida a manos del verdadero soberano, un poder oligárquico difuso—. Maastricht puso los cimientos de nuestra inoperancia política como pueblo. Maastricht, el tratado apoyado por el PSOE y el PP, y sólo combatido por Izquierda Unida y la izquierda extraparlamentaria. Luego, el Tratado de Lisboa: la desregulación constitucionalizada. Quienes apoyan aún al PSOE y al PP tienen motivos para sentirse tontos útiles (aunque son tan tontos que ni lo perciben): ambos partidos pactaron en la última reforma constitucional, con nocturnidad y alevosía, evitando un debate público, una ulterior cesión de soberanía. Ahora ya manda en España —y en Italia— un poder exterior del que los gobiernos españoles son meros ejecutores. Los países ricos de Europa no son solidarios con los que tienen más dificultades en esta crisis: Grecia, Portugal, Italia y España, todo el sur de Europa. (Es lo de siempre: las zonas ricas quieren desligarse de las que no lo son, como ocurre en Italia con la Liga del Norte y en España con el nacionalismo catalán.) Para que el sistema de explotación pueda seguir funcionando quienes mandan en la UE darán al estado español préstamos usurarios en condiciones durísimas. El país quedará sumido en la pobreza durante al menos veinte años. Y las condiciones de la explotación económica de los trabajadores españoles están puestas ya. Ahora son muchos los jóvenes bien preparados abocados a emigrar.
Una política alternativa, en la aún lejana posibilidad de que en España tuvieran fuerza los de abajo, estaría repleta de dificultades. Pero no es imposible. Es condición indispensable para eso ponerse las pilas, abandonar el infantilismo político y la ingenuidad social. Estamos, amigos, en una fase aguda de la lucha de clases. La sociedad española debe despertar, porque aún pueden ocurrir cosas mucho peores.
Bankia
Bankia es una entidad quebrada, una quiebra sin declarar jurídicamente porque probablemente es también una quiebra fraudulenta.
Bankia no es en absoluto necesaria en el sistema bancario y financiero español, muy sobredimensionado sobre todo en el número de agencias y de cajeros respecto a los demás países europeos.
¿Por qué quiere el gobierno rescatar a Bankia? ¿Por qué busca que de manera indirecta todos los españoles tengamos que contribuir a la supervivencia de esa inutilidad? La respuesta es obvia: porque Bankia ha sido gestionada, administrada, principalmente por los políticos del PP; porque salió a Bolsa a un precio que falseaba por completo su valor real. En definitiva: porque es el mayor escándalo económico de la clase política, y sobre todo de la derecha. El «dinero europeo» que se entierre en ella será la «deuda europea» que el PP nos asigne a cada uno para salvar su propio trasero.
¿Salir del euro?
Las voces que en la izquierda cifran la «salvación» económica en salir del euro fundamentan su esperanza en las debilidades de esta moneda, pero descuidan que salir significa devaluar nuestro trabajo a través de la devaluación de la nueva moneda. Una peseta devaluada fomentaría las exportaciones, sin duda, pero también haría más pequeños los sueldos, las prestaciones, las pensiones, porque el enorme déficit exterior de la economía española —compramos fuera mucho más de lo que vendemos fuera— lo encarecería todo, de modo que los ingresos darían para mucho menos. Salir del euro, amigos, no es ninguna solución mágica, sino —uno más— un Guatepeor.
Sólo un esfuerzo combinado de los trabajadores de los países del sur de Europa puede modificar el sistema del euro. Modificarlo significa, para empezar, cambiar la naturaleza y las funciones del Banco Central Europeo. Que debería ser público y bajo control público, que pudiera prestar directamente a los Estados, cuya función fuera ante todo fomentar el empleo y no sólo controlar la inflación. Hay que volver atrás: revocar Maastricht y el Tratado de Lisboa, y los cambios constitucionales españoles que impiden otra política que no sea la neoliberal. Para ello se precisa una decidida acción internacional de los de abajo. Los de arriba están a las órdenes de los ricos de Alemania y de los países del norte de Europa, que hoy por hoy son para el euro la garantía principal.
La crisis seguirá socavando la economía de los pobres y alimentando la de los ricos mientras se esté bajo el axioma de la prioridad de la economía financiera. Para la economía española lo que se precisa es disminuir la dependencia del petróleo —para lo que es necesario el estímulo a las energías renovables y el ascetismo energético—, atender a las ramas productivas tradicionales desorganizadas, como la agricultura —el aceite, los lácteos, los cárnicos y el vino tienen que abrir o consolidar con fuerza mercado propio en el exterior—, estimular las patentes médicas, la biomedicina y las patentes de tecnología médica y farmacología… También aprender a vivir al margen de la cultura de las modas obsolescentes y del usar y tirar; e implantar un nuevo sistema educativo, quizá al margen de las instituciones oficiales (que ahora han pasado a expedir títulos de alto precio y bajo valor), para volver a dar instrucción real a las personas. De cualquier edad.
Madera amnistiada y madera castigada
Unos policías autonómicos, mossos, le dieron la consabida monumental paliza a un detenido. Que para más inri era un inocente ciudadano. La audiencia barcelonesa les condenó a tres años de cárcel. Pero los gobiernos están para proteger a sus maderos aunque, sean unos delincuentes, y les amnistió de tapadillo en un año, ya que así quedaban sólo dos, que habitualmente no se cumplen. La audiencia barcelonesa esta vez no se chupó el dedo y ha obligado a cumplir la pena restante a pies juntillas: dos años. Pero no hay que hacerse ilusiones: es un caso excepcional.
Los del PP, por otra parte, se dedican a castigar, cesándolos en sus cargos, a los policías que no les van. Destituyeron a los mandos policiales que desarbolaron la trola de que el 11M era culpa de ETA, y ahora el gobierno acaba de destituir a los policías al servicio de la judicatura de Palma de Mallorca que han destapado el caso Noos, el de Urdangarín.
Los dos casos mencionados permiten aventurar que si hubiera aquí una auténtica policía judicial como en Francia, un cuerpo de policía dependiente directamente del poder judicial y no del poder ejecutivo, se destaparían muchas cosas. Pero está claro que no lo tenemos precisamente por eso. Por sus obras les conoceréis: quienes mandan no están al servicio de eso que cacarean como estado de derecho.
El agosto real en titulares imaginarios
«La crisis impulsa el feudalismo universitario en la Carlos III.» «Israel prepara una guerra con Irán.» «A buenas horas investigan el asesinato de Arafat.» «Obama, en política exterior, Bush III.» «Los mineros asturianos marchan sin muestra alguna de solidaridad.» «Los Juegos Olímpicos de hoy no implican tregua olímpica.» «La ola de calor, azote de ancianos y enfermos» (subtítulo: «Sanidad no contabiliza las víctimas mortales»). «En Siria todo vale.»
Bestiario
Jorgito
Jorgito: así se referían a él quienes trabajaban en el recién creado Instituto de Higiene y Seguridad en el Trabajo de Barcelona; a su amigo del alma le llamaban allí «el Ingeniero» a pesar de que en el centro figuraban bastantes ingenieros, entre ellos el propio Jorgito. Ambos habían ingresado sin oposición en la plantilla del Instituto. Funcionarios, pues. Jorgito y «el Ingeniero» eran famosos allí porque ambos se tomaron inmediatamente una larguísima «baja por enfermedad» que aprovecharon para preparar oposiciones a inspectores de trabajo. Jorgito las ganó. Fue nombrado Delegado de Trabajo en Barcelona («el Ingeniero» lo sería después). Quería hacer una carrera política: todo de lo más normal, pues era hijo de un militar franquista, pertenecía al Opus, militaba en la UCD, luego en el CDS hasta llegar a Alianza Popular y al PP. En 1980 fue nombrado gobernador de Asturias; luego, de Barcelona. En 1983 fue elegido concejal de Barcelona por el PP (años más tarde desempeñaría este cargo un hermano suyo). Después, diputado del Parlament, y luego, una ristra de cargos en el PP como Secretario de Estado. Cuando gobernó Zapatero fue vicepresidente tercero de las Cortes. O sea, toda una vida a cargo del erario público.
Con toda esta experiencia política Jorgito ha podido hacer frente briosamente este verano, como ministro del Interior, a las modestas aunque ejemplares acciones del sindicato andaluz de jornaleros.
La Becerril, defensora del Pueblo
Esta madama se ha estrenado pidiendo que «se cumpla estrictamente la ley» sin tener en cuenta «declaraciones de compasión», en el caso de un etarra encarcelado con enfermedad terminal. Una defensora que ni del Tea Party. Pero siempre podría ser peor: el estado de Texas ha liquidado, con todas las de la ley, a un disminuido psíquico. La señora Becerril también ha clamado contra la acción simbólica del sindicato de trabajadores andaluz en unos supermercados. No se puede empezar mejor. Representa, en femenino, el más tradicional señoritismo sevillano. Menos mal que no la han nombrado Agresora del Pueblo.
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2012