Skip to content

Jordi Garcia Jané

El olmo de la economía solidaria

En este período de depresión económica, activistas sociales e investigadores críticos giran la vista hacia la llamada economía solidaria, o economía social y solidaria, para preguntarse hasta qué punto puede constituir una alternativa a la economía capitalista dominante, hoy nuevamente cuestionada después de tres décadas de aplastante hegemonía neoliberal.

Podríamos afirmar que, desde su difusión en los foros sociales mundiales, la economía social y solidaria está de moda entre las gentes transformadoras e incluso que ha logrado cierto reconocimiento institucional, como lo atestigua su inclusión en las nuevas constituciones venezolana y ecuatoriana o la creación de secretarías ministeriales para promocionarla por parte de los gobiernos del PS y del PT en Francia y Brasil, respectivamente.

Su auge obedece a méritos propios, pero también al fracaso de las grandes alternativas históricas emancipadoras, las vías leninista y socialdemócrata, ambas basadas en la estatización de la economía. El nuevo imaginario anticapitalista ―que empieza a construirse con las luchas de 1968, gana legitimidad a fines de los ochenta con la caída del llamado socialismo real y bebe de experiencias como la zapatista durante los noventa― retoma la tradición del socialismo asociativo del siglo XIX y primer tercio del XX, la de los socialistas utópicos, el anarquismo o el consejismo, una tradición que dejará en el cooperativismo uno de sus pocos legados.

Antes de evaluar el grado de consistencia de esos supuestos méritos propios de la economía social y solidaria (en adelante ESS), aclaremos primero a qué tipo de realidades económicas nos referimos.

Una economía democrática y social

A partir sobre todo de la década de 1980, a medida que las políticas neoliberales iban van excluyendo de los mercados capitalistas a cada vez más sectores populares, una parte de los mismos, animados a menudo por grupos vinculados a la teología de la liberación, partidos y sindicatos de izquierdas, movimientos de liberación nacional o movimientos sociales alternativos, según los casos, conforman espacios económicos no capitalistas que, trascendiendo la mera economía informal y de supervivencia, producen, comercializan, consumen, invierten, gestionan recursos y asignan excedentes bajo lógicas mucho más democráticas, equitativas, solidarias y respetuosas con las personas, el medio ambiente y los territorios que las empresas e instituciones capitalistas.

¿De qué formas económicas estamos hablando en concreto? Pues de cooperativas y otras empresas propiedad de los productores o los consumidores, de asociaciones dedicadas al campo social, a las finanzas éticas o al consumo ecológico, de redes de trueque, de huertos comunitarios, de trabajo cooperativo por internet, etc.; unas formas que se encarnan en experiencias muy diversas y que se hallan esparcidas por todo el mundo. Veamos algunas de ellas en una especie de visita turística ―figurada― por los principales rincones del planeta.

En América, podríamos empezar por Canadá donde nos encontraríamos con miles de cooperativas de servicios sociales y de desarrollo local, propiedad de sus trabajadores y usuarios; en Estados Unidos conoceríamos las corporaciones de desarrollo comunitario (CDC) que promueven el desarrollo local sostenible mediante actividades tales como la compra, renovación y gestión del parque de viviendas y comercios, la creación y el desarrollo de microempresas, cooperativas y asociaciones locales, y la gestión de servicios sociales de proximidad. En México nos recibirían las redes de trueque, cada una con su moneda social propia. En Nicaragua, visitaríamos Nicaracoop, la cooperativa de segundo grado que integra el cooperativismo agrario en cadenas productivas y que a su vez impulsa una red de turismo sostenible. En Colombia nos mostrarían las cooperativas de salud, que atienden al 25% de la población del país, y también las cooperativas de recicladores de basura en Bogotá o Medellín, que rescatan a muchos pobres de la marginación. En Brasil, recorreríamos algunos asentamientos del Movimiento Sin Tierra en busca de sus cooperativas agropecuarias, además de poder ver a alguna de las 22.000 empresas de economía solidaria donde trabajan medio millón de personas, y conocer las experiencias solidarias de distribución de los excedentes públicos que representan los presupuestos participativos elaborados en ciudades como Porto Alegre, convertida en referente mundial. En Argentina nos detendríamos en algunas de las 200 empresas recuperadas por los trabajadores, como Zanón, que dan trabajo a 10.000 personas, así como en Uruguay nos pasearíamos por sus ferias de economía solidaria y presenciaríamos la obra de las cooperativas de vivienda de apoyo mutuo que levantaron muchos hogares en Montevideo.

En África, empezando por Marruecos, contactaríamos con la REMESS (Reseau Marocaine d’Économie Sociale et Solidaire), una red formada por una trentena de entidades y cooperativas, muchas de ellas dedicadas a los sectores agroalimentario, cosmético, textil y artesanal, que trata de articular una red panafricana de economía social y solidaria. En Túnez, nos explicarían cómo se han multiplicado las cooperativas de servicios agrícolas (ya suman más de dos centenares) y visitaríamos alguna de las entidades que impulsa el turismo responsable para valorizar los recursos locales. En Mozambique, seríamos invitados por la Unión General de Cooperativas Agropecuarias de Maputo, un holding cooperativo formado por 185 cooperativas y 5.500 personas socias, la mayoría mujeres. En Suráfrica nos reuniríamos con la junta de alguna APC (asociación de propiedad comunal); y en Senegal, con representantes de la red de cooperativas rurales, RESOPP.

En Asia, comenzando por India, descubriríamos el movimiento Chipko, que lucha contra la deforestación y la apropiación de los recursos comunales por parte de la industria; y también el cooperativismo, tanto de cultivadores de té como de mineros, pescadores, impresores, tabacaleros y metalúrgicos, implantado en las regiones de Bengala y Kerala, esta última, además, otro referente mundial de la planificación participativa. En Japón nos relatarían la evolución de los clubes de consumo Seikatsu («Gente viva»), iniciados por algunas amas de casa a mediados de 1960 e integrados hoy por unas 200.000 familias; esos clubes, aparte de funcionar como cooperativas de consumo, fomentan la alimentación ecológica, organizan campañas contra los detergentes sintéticos y los transgénicos, disponen de plantas de procesamiento de leche y crean cooperativas sociosanitarias para atender a las personas mayores. También en Japón, así como en Tailandia e Indonesia, percibiríamos el auge de las monedas sociales que han eclosionado a raíz de la crisis asiática de 1997; mientras que en Nepal, cuya principal riqueza es forestal, andaríamos por los bosques comunales del Nepal gestionados por la FECOFUN (Federation of Community Forestry Users), que reúne a 12.500 grupos de usuarios, los cuales representan cerca de 9 millones de personas en un país de 28 millones. Por su parte, en Filipinas nos explicarían el programa Bayanihan, una iniciativa de finanzas éticas que contribuye al desarrollo autogestionario y cooperativo de las comunidades pobres de las zonas urbanas.

En Europa, encontraríamos las cooperativas de vivienda en régimen de cesión de uso Andel, en Dinamarca, un país en donde el 20% de la economía está en manos cooperativas, igual que en Suecia, país famoso per la cooperativa de crédito sin intereses JAK. En Alemania visitaríamos algunas cooperativas históricamente vinculadas a los movimientos sociales, como la empresa editora de Die Tageszeitung, el periódico de izquierdas más leído del país, que es una cooperativa propiedad de sus lectores y trabajadores, o la cooperativa de consumo Greenpeace-Energy, que desde 2001 distribuye y produce energía renovable, integrada por 12.000 socios. En Italia nos acogería Legacoop, la asociación de cooperativas de trabajo y de consumo que agrupa a seis millones de socios y emplea a 340.000 personas, además del Consorcio SIS de cooperativas sociales para la inclusión de las personas desfavorecidas. En Gran Bretaña compraríamos en The Cooperative Group, la mayor cooperativa de consumo europea, que cuenta con 4,5 millones de socios y fue pionera en la venta de productos de comercio justo. En Polonia los trabajadores de Muszynianka nos relatarían cómo llevan más de sesenta años autogestionando dicha planta envasadora, mientras que en Suiza nos llevarían a una oficina de Wir, la cooperativa de crédito fundada en 1934 y propiedad de unas 72.000 pequeñas y medianas empresas, a las que abastece de crédito mediante una moneda interna que lleva el mismo nombre. En Francia, conoceríamos una AMAP (Asociación para el mantenimiento de una agricultura campesina), entre las más de 1.200 existentes, y hablaríamos con agricultores y consumidores que forman parte de la asociación y cuyo objetivo es promover la agricultura local y sostenible.

Terminando nuestro periplo donde lo iniciamos, en el Estado español, podríamos viajar al valle guipuzcoano del Deba para conocer las principales sedes corporativas del complejo cooperativo de Mondragón, que da trabajo a más de 80.000 personas y que, aun con sus muchas sombras, constituye una de las más ricas experiencias de democracia industrial del mundo. En Barcelona contactaríamos con Coop57, una cooperativa de finanzas éticas nacida en 1995, que desde hace unos años se está replicando por todo el Estado. En Bilbao, por ejemplo, charlaríamos con impulsores del proyecto de banca ética Fiare, otra cooperativa de crédito vinculada a la Banca Etica italiana. En Sevilla nos recibiría la cooperativa La Ortiga, como una digna representante de los centenares de grupos de consumo agroecológico diseminados por toda la península. En Girona, las compañeras y compañeros de Som Energía nos contarían entusiasmados los rápidos avances de su cooperativa de producción y consumo de energías renovables. Y finalmente, en Madrid nos reuniríamos con las buenas gentes de La Madeja, red de iniciativas de desarrollo comunitario, y acabaríamos nuestro periplo en Barcelona, en la flamante sede del grupo cooperativo multiservicios Ecos, donde trabajan más de 60 personas.

De este viaje podemos extraer una primera conclusión: la ESS constituye un fenómeno socioeconómico minoritario pero en modo alguno insignificante y está extendida por todo el mundo. Y una segunda: se trata de prácticas económicas muy heterogéneas, en actividad, en dimensión, en origen, en el tipo y la motivación de sus actores, en la configuración organizativa que adoptan. Sin embargo, todas poseen en común tres características clave que son las que nos permite agruparlas dentro de eso que hoy llamamos ESS: dan primacía a la satisfacción de necesidades de sus socios y/o de su entorno por encima del lucro, gestionan la propia actividad económica de forma democrática y están comprometidas con su medio natural y social.

De acuerdo con estas características comunes, podemos definir la economía social y solidaria (ESS) como aquel conjunto de prácticas económicas ―de producción, comercialización, consumo, crédito, moneda, gestión de bienes y distribución de excedentes― que persiguen satisfacer necesidades en vez de maximizar el beneficio económico, se organizan de forma democrática y actúan con responsabilidad social.

La mayoría de estas prácticas se orientan hacia la satisfacción de necesidades básicas (renta, crédito, educación, salud, vivienda…); otras persiguen abrir procesos de transformación social, y unas terceras ambas finalidades al mismo tiempo. Algunas se basan en el trabajo voluntario, otras en el remunerado, y también existen las que los hibridan. Las hay que producen para el mercado capitalista, mientras que otras se orientan hacia la autoproducción, el trueque y el mutualismo. Unas son prácticas esporádicas (por ejemplo, la colaboración desinteresada en un proyecto de software libre por la red); en cambio, otras cristalizan en organizaciones informales como las redes de intercambio o las microeconomías comunitarias propias de grupos neorurales, y otras muchas se configuran como organizaciones formales de carácter empresarial, tipo cooperativa o asociación, lo cual suele aportarles eficacia y continuidad a cambio de arriesgarse a perder frescura y horizontalidad.

En la mayoría de los países, el cooperativismo constituye el subsector más importante de la ESS; no en vano la cooperativa fue la primera organización económica solidaria creada en el capitalismo por parte del movimiento obrero durante el primer tercio del siglo XIX, y actualmente existen unas 700.000 cooperativas repartidas por más de 80 países y asocian al 12% de la población mundial. Las cooperativas, sean agrarias, de consumidores y usuarios, de servicios, de vivienda, de enseñanza, de crédito, de trabajo o producción, etc., son asociaciones autónomas de personas que se han agrupado voluntariamente para satisfacer sus necesidades y aspiraciones económicas sociales y culturales comunes, mediante una empresa de propiedad conjunta y de gestión democrática. Esas características de autoorganización colectiva, gestión democrática y primacía de las personas sobre el capital han sido adoptadas, mutatis mutandi, por el conjunto de la ESS.

El vaso medio lleno

Ahora ya estamos en condiciones de tratar de analizar el supuesto rol emancipador de la ESS. En un momento en el que muchos depositan en la economía social y solidaria su esperanza para concretar otro tipo de mundo, ¿en qué medida dicha esperanza está fundada? Posiblemente los activos más importantes con los que cuenta la ESS para captar la atención de las gentes anticapitalistas sean dos. El primero es su probada capacidad para abrir espacios económicos regidos por lógicas y valores alternativos a la economía capitalista. Dicho de otro modo, hoy en día ya podemos afirmar, parafraseando el conocido lema alterglobalizador, que otra empresa, otra banca, otra moneda, otro consumo, otros canales de comercialización, otra asignación de los presupuestos públicos, que sean, no perfectos pero sí más democráticos, equitativos, solidarios, sostenibles e, incluso, eficaces, que los capitalistas son posible. Es más, ya existen. La ESS no es ningún proyecto futuro ni ningún ideal abstracto, sino una realidad palpable. Lo que no es poco.

El segundo activo es que la ESS parece estar cerca de gestar embriones de una economía alternativa dentro de la propia sociedad capitalista, tal y como el capitalismo se gestó en el seno de la sociedad feudal. Esta impresión viene avalada por el hecho de que la ESS se encuentra ya presente en todas las fases del ciclo económico. En efecto, tenemos ESS en la producción, expresada en forma de trabajo emancipado, es decir, como gestión democrática de la producción por las personas productoras, y que se manifiesta sobre todo en las empresas propiedad de los trabajadores como las cooperativas de trabajo, el trabajo cooperativo en red y el trabajo autónomo responsable. Tenemos ESS en la comercialización, entendida como comercialización justa, esto es, como prácticas de intercambio regidas por mecanismos justos de distribución del excedente entre productores, comercializadores y consumidores, procedan los unos de países del sur y otros del norte, o estén radicados todos en el mismo país, unas prácticas comerciales que al mismo tiempo son respetuosos con el medio ambiente.

En el consumo, la ESS se plasma en prácticas de consumo responsable realizadas por individuos, entidades, empresas y también por algunas administraciones públicas, y adopta las formas del llamado consumo colaborativo o cooperativo, del consumo ecológico, del consumo justo y solidario y también de la reducción del consumo, una práctica vinculada a nuevos estilos de vida basados ​​en la sostenibilidad y la suficiencia.

En el crédito toma la forma de finanzas éticas, es decir, de entidades y útiles financieros que priorizan la obtención de un beneficio social por encima del beneficio económico. Son iniciativas que combaten la enajenación del ahorro, provocada por la pérdida de control por el depositario sobre el destino de su dinero cuando lo confía a una entidad financiera convencional, y que orientan su política crediticia hacia la lucha contra la pobreza y la exclusión, el medio ambiente, la cultura y el propio desarrollo de la ESS, en vez de financiar las grandes corporaciones capitalistas, la especulación o el sector armamentista.

En la circulación monetaria se manifiesta en la emisión de monedas no oficiales para, en contextos de alto paro y escasez de crédito, estimular el desarrollo local y abastecer de recursos a quienes las usan. Estas monedas, bautizadas como libres, locales, sociales o complementarias, incentivan el trueque multirecíproco de bienes y servicios entre personas, entidades y empresas ligadas a redes territoriales o sociales; algunas adoptan formas físicas (en papel moneda o tarjeta), otras virtuales (en unidades de cuenta).

Asimismo, la ESS interviene también en la preservación de los bienes comunes tradicionales (el agua, la tierra, los bosques…), así como en la generación de nuevos comunes vinculados a la cultura libre y el trabajo cooperativo digital, regulando de forma democrática y sostenible su acceso y uso. Es lo que se conoce también como procomún.

Finalmente, la ESS abarca la distribución del excedente, con experiencias como las que llevan a cabo algunas administraciones locales y regionales (presupuestos participativos), muchas cooperativas entre sus socios y algunos grupos cooperativos entre sus cooperativas miembro, es decir, formas participativas y solidarias de distribuir el excedente colectivo.

Así, pues, pareciera que la ESS estaría en condiciones de vertebrar, mediante mecanismos de mercado, de reciprocidad y de planificación democrática, todas estas prácticas en subsistemas abiertos pero internamente articulados, de modo tal que miles de personas cubrieran significativamente sus necesidades económicas fuera del mercado capitalista. La gestación y multiplicación de esos mercados alternativos, que llamamos mercados sociales, permitiría a sectores crecientes de las clases populares autonomizarse de la economía capitalista, conformar una subjetividad antagonista y acumular recursos para disputar la hegemonía a las clases dominantes.

A fin de alcanzar la masa crítica suficiente de productores, consumidores y ahorradores solidarios en un territorio y vertebrarlos orgánicamente, los movimientos de ESS podrían crear un sistema de recursos e incentivos (etiquetas ecosociales, balances y auditorías sociales, portales webs de consumo responsable, monedas sociales propias…) para favorecer que entidades, empresas y personas del sector realizaran dentro del mismo la mayor parte de sus actos de producción, consumo y ahorro/crédito.

No obstante la importancia de los dos activos que acabo de mencionar, debemos andarnos con cuidado para no confundir la potencia con el acto, nuestros deseos con la realidad. De hecho, deberíamos fijarnos también en la parte vacía del vaso.

El vaso medio vacío

Es muy cierto que la ESS constituye un fenómeno consolidado y perdurable, que se ha difundido por todo el mundo y que ha producido experiencias alternativas valiosísimas, pero también lo es que, por eso mismo, deberíamos preguntarnos cómo puede ser, entonces, que no haya logrado reemplazar hasta ahora el capitalismo en ningún lugar. Para decirlo rápido: si tenemos cooperativas desde hace más de un siglo y medio, repartidas en un centenar de países, que asocian a 800 millones de personas y que en algunos estados incluso aportan una parte significativa del PIB, y pese a ello, el sistema capitalista sigue siendo hegemónico en todas partes, ello significa que la eficacia emancipadora del cooperativismo, y por extensión de toda la ESS, es cuando menos limitada. Por consiguiente, estamos obligados a preguntarnos: pese a la intención transformadora de muchos de sus actores, ¿hasta qué punto la mayoría de las iniciativas de ESS no son funcionales al sistema capitalista? ¿Seguro que la ESS no es una respuesta frágil y miope a la satisfacción de algunas necesidades básicas de las clases populares (de empleo sobre todo), una respuesta que no puede dejar de estar subordinada a la economía capitalista?

Por otra parte, el hecho de que en estos momentos podamos imaginarnos, sobre el papel, el modo como las distintas prácticas de ESS en los terrenos de la producción, la comercialización, el consumo, las finanzas, etc., se articulan orgánicamente en un mercado social independiente del capitalista, tampoco quiere decir que, en la realidad, eso mismo vaya a suceder nunca.

En todo caso, lo que observamos por ahora es más bien que no existe dentro de la ESS suficiente oferta que cubra la mayor parte de los bienes que los consumidores intermedios y finales demandan, y que la que existe suele distribuirse por canales de comercialización distintos a los de la ESS, que los productores del sector tampoco depositan mayormente su capital en entidades de finanzas éticas, que las finanzas éticas gestionan volúmenes económicos insuficientes para estimular el desarrollo de las experiencias productivas solidarias y menos aún el consumo responsable de los individuos, que las prácticas de consumo responsable por parte de individuos y organizaciones siguen siendo muy minoritarias, esporádicas y limitadas a algunos bienes y servicios mientras que la gran mayoría de los actos de consumo sirven para engordar las empresas capitalistas, y que las redes de trueque con moneda social se limitan a intercambiar entre algunos miles de personas servicios personales y productos alimentarios y de artesanía.

Todas estas insuficiencias posiblemente remitan a que estamos lejos de reunir la masa crítica, cuantitativa y cualitativa, suficiente y que, a menor masa crítica y menor vertebración interna, mayor contaminación de las relaciones económicas emancipadas por las relaciones capitalistas que, no lo olvidemos, son las socialmente dominantes.

Hasta ahora la ESS ha sido mucho más influida por la sociedad capitalista que influyente sobre la misma. Lo más probable es que si el cooperativismo ha podido sobrevivir casi dos siglos dentro de las sociedades capitalistas se deba, en el fondo, a que ha tenido que terminar adaptándose, en buena medida, a las reglas de juego capitalistas, pese a que internamente muchas cooperativas sean islas de autogestión y solidaridad. Y esa es también una de las razones que, desde mi punto de vista, explican la extraordinaria estabilidad del capitalismo, esa capacidad para integrar bajo el dominio del capital otros modos de producción subalternos como la economía doméstica, la pequeña producción mercantil, el trabajo forzado o lo que hoy venimos en denominar la economía social y solidaria.

La ambivalencia de la economía solidaria

Si lo pensamos bien, la ESS es un fenómeno ambivalente: oscila entre ser una economía residual de supervivencia y una economía autónoma y emergente; en determinadas versiones puede ser funcional a las políticas neoliberales mientras que en otras se inserta claramente en marcos anticapitalistas de transformación social; pretende escaparse de la economía dominante creando mercados sociales pero hoy por hoy debe nadar dentro del mercado capitalista y hacer muchas concesiones para no ahogarse; abre ciertamente espacios económicos de democracia y solidaridad pero debe estar siempre vigilante para no transfigurarse en copias de las prácticas autoritarias e individualistas, que son las dominantes en nuestra sociedad.

Tal como Sísifo, la ESS parece condenada a empujar hacia la cima la pesada carga de sostener el proyecto de una economía distinta para, a la mínima, rodar de nuevo cuesta abajo, una sensación que a muchas de las personas que participamos en iniciativas de ESS nos es familiar, ese navegar contra corriente, ese tratar permanentemente de subir por unas escaleras mecánicas que otros han activado para que sean bajadas.

A mi entender, la ESS sólo cuenta con posibilidades de crecer y convertirse en parte de una alternativa global al capitalismo si alcanza una escala meso y se desarrolla desde su doble dimensión. Para ello necesita superar la atomización, complementar su preciado enraizamiento con lo local con escalas superiores y fortalecerse tanto en su dimensión de sector socioeconómico como de movimiento social.

Como sector socioeconómico, la ESS tiene que crecer de lo micro a lo meso, ganar escala y complejidad, articulándose en redes de cooperación mutua (grupos cooperativos, encadenamientos productivos…), profundizando en un modelo de gestión basado en los valores alternativos que representa y no en el management capitalista; creando mecanismos propios de financiación, penetrando en mercados de importancia estratégica, innovando en las figuras que la moldean jurídicamente y, por supuesto, presionando para que las políticas públicas le sean favorables, lo que inevitablemente exige concertarlas entre la administración y el propio sector. Sin un cuadro institucional favorable, en el contexto actual la ESS nunca crecerá lo suficiente para devenir alternativa. Por desgracia, el neoliberalismo inspira hoy la mayor parte de políticas públicas sobre el sector, lo que les imprime un carácter anticíclico y paliativo. Las administraciones suelen promover la emprendeduría colectiva y la constitución de cooperativas como un mero mecanismo para crear puestos de trabajo, una especie de protoempresas que habrá que ir homologando en empresas mercantiles, supuestamente las únicas viables, hasta volver a situar a los excluidos en la senda correcta: la del sistema capitalista.

No obstante, igual de imprescindible resulta el fortalecimiento de la vertiente sociopolítica y cultural de la ESS. Como movimiento social que también es, su primera gran tarea consiste en disolver de una vez por todas ese sentimiento de inferioridad respecto a las empresas capitalistas que pesa sobre muchos de los que participan en empresas de la ESS, lo que les empuja fatalmente a travestirse en aquellas, y por el contrario en fortalecer su conciencia en torno a la superioridad de las nuevas formas económicas que impulsan y su autoestima por ser los pioneros de una forma mejor de practicar la economía. Además, es preciso forjar alianzas con otros agentes de cambio (movimientos sociales, formaciones políticas de izquierda y sindicatos, asociaciones de consumidores, el mundo artístico y cultural…), participando en actividades conjuntas, atrayendo a los activistas al sector como consumidores, ahorradores y productores, etc. El contacto permanente de la ESS con colectivos sociales, el compartir con ellos espacios y actividades, puede aliviar la presión hacia la asimilación que las dinámicas del mercado capitalista y la cultura dominante ejercen sobre las iniciativas de ESS.

Ninguna de estas dos dimensiones de la ESS, la empresarial y la política, puede ser ignorada. Sin proyectos empresariales prósperos (y ello requiere, aparte de voluntad, mucha profesionalidad), las propuestas políticas transformadoras de la ESS tampoco gozarán de credibilidad. Sin propuestas políticas transformadoras, una generación tras otra de experiencias de ESS, por muy económicamente exitosas que sean, acabará siendo asimilada [1]. La única opción es transitar por la delgada línea de desarrollar paralelamente ambas dimensiones, procurar compatibilizar las lógicas que implican y asumir como inevitable cierta tensión entre ellas.

Por otra parte, la propia práctica de la ESS va generando poco a poco un aparato conceptual y un corpus de conocimiento que debería entrar en diálogo con las denominadas economías críticas para fecundarse mutuamente. A la ESS, las otras economías críticas pueden ayudarle a buscar soluciones a muchos de los problemas que tiene planteados: ¿Cómo combinar el crecimiento con la participación? ¿Cómo encarrilar estos proyectos productivos en la vía de una economía que debería ser globalmente decrecentista? ¿Cómo establecer un sistema de precios justos a los productos? Etc.

Asimismo, sería preciso ir armando entre todas las economías críticas un esbozo de cómo podría funcionar una economía más justa, democrática, sostenible y eficaz que el capitalismo. Sin ese mínimo boceto alternativo nunca lograremos movilizar las energías personal y colectiva necesarias para impulsar un proceso de cambio social.

En esta tarea, la ESS tiene mucho que aportar. El nuevo sistema económico poscapitalista podría inspirarse en muchas de las finalidades, valores, principios y mecanismos procedentes de las mejores experiencias de la ESS. Estoy pensando en otro sistema económico cuyo objetivo fuera, como en la ESS, la satisfacción de necesidades y la contribución al bien común por encima del lucro, que diera un sentido a los conceptos de riqueza, trabajo y eficiencia alternativo al paradigma dominante. Un sistema empresarial en el que, simplificando, la sociedad tuviese la propiedad de los grandes medios de producción pero encomendara su gestión efectiva a colectivos de trabajadores organizados democráticamente a modo de cooperativas. Un sistema financiero guiado por los principios de la banca ética (gestión democrática, transparencia, doble rentabilidad económica y social). Un sistema monetario que promoviera las monedas locales y sociales a fin de restituir el sentido originario de la moneda, democratizarla y favorecer la relocalización de la economía. Un sistema de relaciones comerciales que se refundase siguiendo los principios con los que hoy ya opera el movimiento de comercio justo. Una gestión de los bienes colectivos esenciales ―el agua, la tierra, las semillas, el conocimiento…― cuyo acceso y uso fuera regulado comunitariamente como los son todavía hoy algunos comunes. En fin, una asignación del gasto público participada por la ciudadanía, a veces incluso directamente tal como llevan ya a cabo cientos de ciudades del mundo confeccionando participativamente sus presupuestos, e incluso a nivel regional en el estado indio de Kerala [2].

El olmo y el bosque

Hasta hace pocos años, las principales corrientes transformadoras habían injustamente menospreciado la llamada economía social y solidaria. Por diversas circunstancias, los tiempos están cambiando y las prácticas económicas alternativas por fin empiezan a ser valoradas. Y merecen serlo, puesto que aportan mucho al proceso emancipador. Pero igual como no se le puede pedir peras a un olmo, no se le puede pedir ahora a la ESS que sea pura e incontaminada, ni que resuelva por sí sola los complejos problemas que plantea, no ya la transformación social, sino tan solo la transformación de la economía.

La cultura dominante, la dinámica del mercado capitalista, la desigual distribución de los recursos y el papel del Estado como servidor de las élites económico-financieras ponen límites cuantitativos y cualitativos a la ESS. Mientras deba sobrevivir dentro del capitalismo, la ESS tendrá siempre un estatuto ambiguo y será, como mucho, un bonsái de lo que pudiera devenir en una economía poscapitalista.

En definitiva, la ESS, como el olmo, es robusta y longeva, da buena sombra a quien se cobija y posee propiedades curativas; pero no es nada sin el sotobosque, necesita ser parte de un ecosistema que a su vez lo necesita. Muchas prácticas de la ESS constituyen escuelas de valores contrahegemónicos, escaparates que muestran que otra economía es posible, laboratorios donde se ensayan otras formas de producir, consumir y organizarse, fuentes de inspiración de lo que pudiera ser una economía poscapitalista. Pero solas terminan asimiladas o marginadas, como por otra parte ha sucedido hasta ahora a todas las organizaciones y movimientos de transformación social.

Necesaria pero no suficiente, eso es la economía social y solidaria. Un olmo que necesita crecer y vivir al lado de robles y cipreses, de limoneros y perales, una especie más del frágil bosque de la emancipación.

Notas

[1]Existe una tendencia al isomorfismo entre empresas dentro de los países industrializados. Cada vez es más difícil diferenciar una cooperativa de una sociedad anónima. Estructura financiera, gestión y administración se parecen mucho. Hay un peligro real de perder el carácter, la esencia misma de las cooperativas”. Extraído de “A la vida es pot fer més que invertir diners i guanyar-ne”. Entrevista a Hagen Henry, jefe de la división de cooperativas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por Marga Moreno. Avui, 22.07.08.

[2] Puede leerse, por ejemplo, una propuesta marco de sistema social postcapitalista, al que denomino «ecodemocracia cooperativa», en Jordi Garcia Jané, Adiós capitalismo. 15M-2031, Icària, Barcelona, 2012.

 

[Jordi Garcia Jané (jordi@apostrof.coop) es cooperativista y participa activamente en diferentes movimientos sociales de Cataluña, entre ellos la Xarxa d’Economia Solidària. Es autor del libro Adiós capitalismo. 15M-2031, Icària, Barcelona, 2012.]

 

31 /

8 /

2012

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

+