La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Urge recambio
Creo que una amplísima mayoría de la sociedad española ni desea el mantenimiento del actual gobierno ni tampoco que el PP vuelva a obtener la mayoría en las siguientes elecciones legislativas.
Los motivos son claros: el PP se ha prestado incluso con entusiasmo al juego de mutilar los derechos de los pobres en favor de los ricos, de llenar de cargas a los trabajadores y descargar los hombros del empresariado. No es necesario repetir aquí la ristra de medidas antisociales del gobierno del PP, ni de los gobiernos derechistas de las comunidades autónomas. Si acaso, señalar que el PP y Convergència Democràtica de Catalunya añaden a su ataque a las clases trabajadoras y a las clases medias el lodazal de la corrupción, el señalamiento para cargos que dependen de algún modo de las instituciones públicas a amigos y parientes, además de beneficiarse desde siempre de la colusión entre negocio y política. La corrupción, la soft y la heavy, ha tomado carta de naturaleza en la vida política española, se ha asentado en ella y no parece dispuesta a abandonarla.
(Por otra parte no se puede dejar de estimar que buena parte de esa gente son malvados en el sentido moral; digan si no para qué sirve abandonar sin sanidad a una parte de los extranjeros, meter a los niños en aulas para 40 personas, cambiar las normas del alquiler en beneficio de los propietarios, recortar sueldos públicos, cerrar quirófanos, si luego el dinero así ahorrado se pone a disposición de los bancos.)
El PP debe perder las próximas elecciones. Pero hoy por hoy no es fácil que las pierda. Porque no hay recambio. Porque falta un equipo cohesionado de personas que pueda devolver la cordura a la vida política y social española.
El Psoe actual no es un recambio viable.
El Psoe fue en un pasado muy lejano un partido socialdemócrata que históricamente podía incluir la palabra ‘obrero’ entre sus siglas sin excesivo escándalo. Pero eso se acabó con Felipe González. Este dirigente, su equipo y los que le siguieron abandonaron la orientación socialdemócrata y adoptaron como básica la política económica neoliberal. El Psoe se convirtió así en un catch-all-party, en un partido atrapalotodo que podía obtener votos de la derecha, del centro y de la izquierda. Lo ha tenido fácil en una sociedad como la española, donde los cuarenta años de franquismo deseducaron políticamente a toda la sociedad volviéndola además miedosa —temerosa de que retornaran los malos tiempos—. Las gentes del Psoe de Felipe González se enriquecieron con la política, algunos destacados cargos públicos socialistas fueron incluso a la cárcel por ello; el gobierno pudo obtener del ingreso en la Unión Europea fondos públicos con los que amordazar la protesta contra su traicionero comportamiento respecto del ingreso en la Otan, con los que aislar al poderoso movimiento de los objetores de conciencia. Aquel Psoe también emprendió acciones de terrorismo de Estado que niega todavía hoy (los negará siempre: todos los criminales lo hacen). Y, finalmente, los malos tiempos han vuelto sin necesidad de ninguna ensalada de tiros.
El Psoe dirigido por Almunia o Borrell tal vez hubiera podido cambiar esa orientación, pero lo cierto es que quien tuvo de veras vara alta en el Psoe ha sido Zapatero. Y Zapatero profundizó la orientación neoliberal de su política económica, más y más, hasta el punto de no poder dar crédito a sus ojos cuando el crack neoliberal se produjo. El talante reformista de Zapatero sólo se mostró en políticas plenamente compatibles con el sistema económico: legislación sobre el aborto, sobre matrimonio entre personas del mismo sexo, ley de dependencia.
El Psoe no tiene personal capaz de hilvanar intelectualmente un programa socialdemócrata, ni posee el coraje político necesario para un viraje así. Es posible incluso —tan maleducado y descompuesto está ese partido— que intentar un verdadero viraje lo rompiera. Basta pensar que del Psoe viene Rosa Díez: hay demasiados cuadros en el Psoe que lo darían todo por recuperar un milímetro cúbico de poder.
E Izquierda Unida, que sí es realmente un partido socialdemócrata, aunque confusamente y con fuertes ramalazos populistas y oportunistas —basta pensar en el apoyo de IU al PP en Extremadura o en la prisa con que Valderas ha pasado a ser vicepresidente de la Junta de Andalucía—, todavía no constituye hoy una alternativa creíble. Demasiadas medias tintas, demasiada táctica y ninguna estrategia. Digámoslo claro: el pensamiento ha desertado de Izquierda Unida. Se la ve con simpatía, pero a nadie engaña su limitación.
Con estos mimbres es inevitable que el mandato del PP se prolongue cuatro años más, acaso con mayoría sólo relativa pero siempre con la posibilidad de complacientes alianzas con las derechas de las comunidades autónomas. Y si realmente pintan bastos el PP compondrá con el Psoe una Gran Coalición para seguir adelante impasible el ademán. Éste es probablemente el peligro principal cara al futuro: una Gran Coalición para el mantenimiento de las políticas neoliberales en España.
¿Hay modo de evitarlo?
Especulativamente se puede contestar que sí, que lo hay.
Para hacer algo más que desplazar del poder a la derecha y acabar con las nefastas políticas neoliberales, se precisa el surgimiento de un gran partido sobre las coordenadas de la socialdemocracia y el ecologismo.
Un partido socialdemócrata para proponer e implantar políticas neokeynesianas que de veras estimulen la producción necesaria pero que construyan al propio tiempo protección social, en un mundo donde las tecnologías informáticas y los intercambios de la mundialización vuelven obsoleta permanentemente una parte de la fuerza de trabajo, que ha de ser redirigida hacia sectores de actividad que en la vida económica actual aún están en mantillas, o bien beneficiarse de una eficaz redistribución de la riqueza si no se puede reabsorber el paro estructural.
Y un partido que fuera además ecologista, capaz de orientar a la sociedad para hacer frente a los retos derivados de la escasez de energía y de agua potable en el planeta, del cambio climático, de la necesidad de una producción sustentable y no malgastadora. Un partido, además, esencialmente democrático, que proscribiera la tentación vanguardista o jacobina, capaz de conquistar hegemonía —esto es, las cabezas— de toda la sociedad.
Pero eso es hoy por hoy solamente especulación. Los agentes más activos del movimiento de las plazas, de los que exigen democracia real ya, han de tomar la iniciativa. Hay que decir que algunas de sus iniciativas van en la dirección correcta. Otras, no. No es aún el momento, cuando se es minoría, de plantear una reforma constitucional. Por supuesto, eso llegará. Por mucho que los gobiernos llenen las calles de policías, el aire de helicópteros y el espacio de la comunicación de amenazas contra nosotros, algún día constituiremos la Tercera República española. Pero ahora estamos en otra fase: en la fase preliminar de los pasos previos.
Se podrán dar pasos en la dirección de la formación de un gran partido socialdemócrata y ecologista si en cada provincia de este país se constituye una Junta democrática, una asamblea o consejo, la entidad que sea, a condición de que en ella pueda tener cabida toda la izquierda realmente socialista, demócrata de veras y no de boquilla, ecologista y pacifista, sin exclusión alguna. Y a esas asambleas, juntas, lo que sea, se puede llegar creando entidades similares en cada agrupación vecinal importante, que actúen visiblemente, que puedan ser un referente para entidades menores, sean pueblos o barrios u organizaciones sociales de trabajadores, vecinos; para la enorme red de actividades decentes que se da y sigue dándose entre nosotros.
Hoy necesitamos más que nunca un referente político-cultural capaz de poner fin al neoliberalismo.
No es fácil sin embargo que surja este referente. La derecha ha tenido éxito: ha realizado efectivamente el propósito de la Trilateral, hace casi cuarenta años, de despolitizar a las poblaciones. La mayor parte de la gente de las plazas ve la política como la derecha quiere que la vea: como politiquería, como acción por arriba. Casi nadie tiene idea de otra política, de la política de los de abajo, de la política por abajo. De otra manera de hacer. Al distanciarse de la política los nuevos movimientos le hacen el juego a la derecha social. Alguien tenía que decírselo. Arremangarse para intervenir en política es una necesidad. Ciertamente, menos confortante que evitar desahucios o simplemente permanecer unidos. Hay que asumir los riesgos. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
29 /
5 /
2012