La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Busca
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Clase obrera, jóvenes y formas de acción política
Es ésta una nota totalmente especulativa —uno no está para dar lecciones a nadie—. Es una reflexión para abrir el debate. Provocada por un cúmulo de experiencias diversas (locales, la participación en las marchas del 15-M, en los debates públicos celebrados en mi distrito, en las fiestas de mi barrio, con un pregonero joven, representativo de lo que piensa y dice mucha gente) y por otras lejanas, poco informadas: la lectura de las elecciones en diversos países. A excepción de Grecia, en una situación especial y con una tradición política particular (por ejemplo, la existencia de dos partidos comunistas originados en la guerra civil de 1944-1949), los resultados son bastante deprimentes para la izquierda alternativa. Y, en cambio, se producen resultados relativamente espectaculares para formaciones nuevas como el Partido Pirata en Alemania o los círculos promovidos por Beppe Grillo en Italia. Hay que preguntarse por qué en una crisis tan profunda, injusta y desnortada como la actual la izquierda alternativa no logra alcanzar, cuando menos, un nivel de apoyo social estable y consolidado. Una posible respuesta es que nadie cree en una alternativa al capitalismo ni nadie propone un programa creíble y realista de transformación. Algo de esto hay en el ambiente, pero no lo explica todo.
Lo que uno oye en los foros juveniles es un sentimiento anticapitalista difuso. En el caso de gente joven con estudios, incluso relativamente informado. Es evidente que todo el mundo tiene claro que el capital financiero es el principal responsable de nuestros males, que las políticas neoliberales son criminales y que nos están tratando como súbditos. Pero también resulta evidente que en todos los casos los políticos, en bloque, forman parte del mismo grupo de indeseables que nos han llevado a esta situación. Y este rechazo a los políticos se transforma en aversión a las formas tradicionales de hacer política, demasiado contenidas y encorsetadas, demasiado corrompidas. Es fácil en este contexto confundir a toda organización tradicional con el modelo que se rechaza en conjunto.
En grandes sectores de las clases trabajadoras hay una sensación de desamparo respecto a las instituciones. De que existe una izquierda que se ha limitado a gestionar su parcela mientras ha experimentado una enorme pérdida de masa social. Una sensación que es mayor entre los jóvenes cuya experiencia laboral es la del empleo precario, a quienes no les sirve la épica de la conquista de unos derechos que ellos dan por hechos, que confrontan sus capacidades intelectuales y sus posibilidades de acción con el estrecho marco que dejan las dinámicas institucionalizadas. Cada uno piensa en su experiencia concreta; la mía es la de una zona obrera con tradición de izquierda, una zona donde estos sectores juveniles han podido desarrollar un cierto espacio de autonomía social sobre todo en actividades culturales. Donde la extensión de la educación ha posibilitado que parte de este activismo cultural lo lleve a cabo gente bastante más culta e informada que la que protagonizó las luchas de la transición. Un mundo donde aún ha sido posible conservar puntos de encuentro entre esta gente joven y los restos de la izquierda tradicional. Pero donde cunden la desconfianza y el rechazo a lo institucional.
Los modelos más etéreos, flexibles, que en cierta medida presentan las formaciones “alternativas” tipo 15-M, generan menos recelos, parecen más atractivas que las tradicionales. Aunque a menudo uno constata que entre las propuestas de ICV-IU y las demandas de estos movimientos existen muchos más puntos en común que diferencias, lo que marca el punto de inflexión son los modos de organizar, de promover la organización, de presentar los liderazgos, de construir el discurso. El modelo clásico de representación política resulta poco atractivo en la medida en que concede escaso protagonismo a los representados. Seguramente esta quiebra se produce por acumulación de factores y no sólo por el que he destacado. La participación educada en las instituciones, la contención del discurso, generan alteridad en personas que están lejos de los espacios del poder. La extrema derecha ha explotado esta percepción de la lejanía en clave reaccionaria, realizando un discurso hasta cierto punto antiinstitucional, inmoderado, que consigue calar en las franjas más volubles de las clases trabajadoras.
Sabemos que sólo con movilizaciones puntuales y críticas puntuales no cambiaremos el modelo social. Que el trabajo persistente dentro y fuera de las instituciones, la elaboración programática, la organización social, son tan fundamentales como las manifestaciones, las protestas, las huelgas y cualqiuier forma de organización social. Y precisamente por ello es necesario repensar las formas de hacer política, de construir alternativas sociales, es necesario entender que hay que elaborar nuevos modelos de organización. Más participativos, con liderazgos más abiertos, con formas de comunicación más directas. Y también que hay que elaborar un discurso más abierto y de confrontación con la minoría social que está condenando al resto a una inseguridad permanente. Quizás me equivoque, pero esto es lo que me sugieren las voces jóvenes que encuentro en mi entorno.
29 /
5 /
2012