¿Qué otras tragedias tendremos que presenciar antes de que quienes están envueltos en cada guerra comprendan que es un camino solo de muerte, y que la idea de ser vencedores es una ilusión? Porque, que quede claro, ¡con la guerra todos somos derrotados! También quienes no han tomado parte en ella y con cobarde indiferencia se han quedado mirando este horror sin intervenir para llevar la paz.
El lector de Julio Verne
Tusquets,
Barcelona,
424 págs.
El Lobo Feroz
Walter Benjamin escribía que las novelas existen para ser devoradas. Y eso es lo que le ocurre al lector de este hermoso libro de Almudena Grandes: no puede evitar devorarlo. Se trata de la segunda entrega de esos «Episodios de una guerra interminable» que la autora inauguró con la excelente Inés y la alegría.
Los episodios de la resistencia guerrillera pueden ser narrados de muchas maneras. El frío relato de los hechos, la contabilidad de las atrocidades franquistas, sin embargo, exigen del lector una imaginación de la que éste a veces carece o que no está en condiciones de ejercitar. Por eso resultan mucho más reales y vivas las reconstrucciones artísticas, donde la novelista, como en este caso —o el narrador, como en la excelente Mañana no será lo que dios quiera, de L. García Montero—, toma a su cargo la reconstrucción de la historia con toda la pretensión de ser fiel en propundidad a la historia, como es propio de un artista. Y esta novela contiene una notable novedad respecto de la que la precede en la serie: un importante aliento poético. Almudena Grandes confía el relato a un niño —dicho de otro modo: quien relata es la voz de quien fue un niño—, y esta voz constituye, junto con una notable recuperación de habla popular, de motes originalísimos, el gran flujo que arrastra en su corriente al lector, como debe ser.
En opinión del Lobo que suscribe, para no perdérsela.
12 /
3 /
2012