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Armando Fernández Steinko

Origen y recorrido del movimiento 15-M español

El ciclo de protesta que comenzó en España en la primavera de 2011 ha pasado la prueba del verano irrumpiendo con fuerza en las manifestaciones de otoño. ¿Qué es exactamente el llamado «movimiento 15M» [1]? ¿Cuál es su futuro?

La mejor forma de contestar a esta pregunta es combinando dos niveles de análisis: 1) el de las tendencias profundas que se vienen acumulando desde hace años en España y que han venido configurando nuevos sujetos políticos, y 2) las coyunturas político-económicas que prendieron la mecha de la protesta. Les añadiremos una tercera parte en la que describiremos el estado del movimiento en la actualidad (noviembre de 2011) aventurando algunas hipótesis sobre su futuro. Para el desarrollo del primer punto nos basamos preferentemente en trabajos propios publicados en los últimos años y en una sociología política del país publicada recientemente [2]. En ellos apuntamos la acumulación de contradicciones de fondo que han resultado decisivas para comprender la oleada de protestas en España. Para el segundo nos basaremos en nuestra experiencia como testigo directo, así como en los hechos mismos reconstruibles a partir de la prensa diaria. Para la tercera parte nos basamos en una pequeña encuesta realizada entre actores directos del movimiento repartidos por varios territorios del Estado, así como en algunos datos aportados por Cuesta et al. (2011).

1. El nacimiento de nuevos actores

La democracia española, que se inicia con la Constitución de 1978, nace de una ruptura político-institucional con el régimen anterior, pero también de una continuidad notable en lo que se refiere al orden económico y empresarial. La Constitución sanciona el derecho universal a la educación y pone en marcha un sistema fiscal más o menos progresivo para financiarla. Sin embargo, efectúa un rodeo alrededor del orden económico y sobre todo empresarial, que deja completamente intactos. La transición refleja el pacto que firman los social-liberales españoles —literalmente empujados al poder por la socialdemocracia alemana— con los tardofranquistas sobre la base de un programa que impide toda intervención pública en la esfera de las empresas privadas [3]. Las empresas privadas heredadas del franquismo son organizaciones jerárquicas, tienen estilos de dirección autocráticos y una notable ausencia de actividades formativas para sus empleados. Las crisis de los años 1980, 1990 y 2007, en las que el desempleo subió por encima del 20%, han demostrado su incapacidad para crear trabajo suficiente para la población. Pero la falta crónica de trabajo hace imposible la financiación sostenible del Estado del bienestar, lo cual bloquea de facto la posibilidad de cumplir el programa de los grandes pactos de la transición política. Sólo las administraciones y las empresas públicas, hoy privatizadas, crearon trabajo de calidad en los años ochenta y noventa. El boom inmobiliario y el turismo de masas, basados en tareas poco creativas, reforzaron el modelo posfranquista debido a su particular capacidad de generar empleo.

Las afiladas tijeras de la «sobre»-cualificación

Uno de los resultados trascendentales de estas políticas fue el rápido aumento de los egresados universitarios, que se produce en paralelo al estancamiento relativo de las “ocupaciones-cabeza” en las empresas privadas españolas. Esta tijera entre lo que el 18% de la población ocupada —sobre todo femenina— sabe hacer y la oferta de sólo un 5% de ocupaciones realmente cualificadas empezó a acumular, a partir de los años noventa, una insatisfacción latente entre sectores inicialmente beneficiarios del Estado del bienestar [4]. Esta insatisfacción irrumpió puntual e inesperadamente con las movilizaciones contra el modo que tuvo el gobierno del Partido Popular de gestionar el desastre ecológico del Prestige (2002) y con las movilizaciones contra la participación del gobierno de Aznar en la guerra de Irak [5]. Produjo una forma particular de precariado llamado “mileuristas”: una población activa muy cualificada —y cada vez más feminizada— que, o bien no puede aplicar sus cualificaciones en el trabajo, o bien, aplicándolas, gana un sueldo que está muy por debajo de su competencia y de su productividad.

A la falta de trabajo y a la temporalidad del conjunto de la población activa se suma este colectivo nacido de una contradicción política de fondo que late desde los momentos fundacionales de la nueva democracia española. Sus conocimientos les permiten conquistar una autonomía personal, pero el blindaje (neo)liberal de la nueva democracia genera una situación que les impide emanciparse de hecho, bloquea la conquista de una autonomía real. La cultura juvenil y las drogas —legales e ilegales— evocan una autonomía que en realidad no existe, aunque sí produjeron una innovación en el ocio juvenil: el botellón. El botellón es un antecedente de la ocupación de plazas. Consiste en comprar alcohol barato y consumirlo en una plaza pública que se convierte así en lugar de socialización juvenil. La falta de un espacio propio, el desempleo y la temporalidad que reducen los ingresos de los jóvenes, pero que también les permiten trasnochar, han generalizado este fenómeno exportándolo a otros países europeos [6]. El grueso de la oposición juvenil a la guerra de Irak se fraguó en los círculos del botellón de las grandes ciudades: los hijos y las hijas de profesionales urbanos con estudios, o en vías de terminarlos, y padres ya politizados en la transición.

Esta tensión entre autonomía potencial y autonomía real es decisiva para entender el 15-M. La composición social de sus actores es compleja y depende de la zona del país, pero en general dominan los jóvenes entre 19 y 30 años con formación universitaria o en vías de adquirirla, y domina la distribución paritaria entre hombres y mujeres con una conciencia política bien definida que, sin embargo, no les lleva a votar [7]. Son los hijos de los profesionales urbanos y periurbanos, aunque no sólo. En este grupo de insatisfechos hay que incluir también a los hijos de las clases populares beneficiados por el ascensor social propulsado por la cualificación, un ascensor que se quedó parado a medio camino, sobre todo para este segmento esforzado y meritocrático de la población.

Una de las cosas más llamativas de todo lo que ha sucedido en las plazas españolas es la presencia de personas altamente cualificadas: abogados, médicos, economistas, licenciados —o en vías de serlo—. Destaca como novedad el protagonismo de las mujeres, que han adoptado un papel de catalizador organizativo y de mediadoras entre opiniones discordantes. Muchas se ofrecen como voluntarias para moderar las asambleas y lo hacen con gran competencia, obligando a respetar turnos de palabra y desautorizando a aquellos con tendencia a hacer largos discursos poco operativos. Esta elevada competencia profesional ha incrementado desde el principio la capacidad de respuesta técnica y la madurez de las asambleas, por ejemplo a la hora de organizar la defensa legal de los detenidos o de asistir a las personas víctimas del calor. Por tanto, el 15-M es en primer lugar un espacio en el que una masa ingente de cualificaciones acumuladas tras los pactos políticos de la transición, pero despreciadas por los mercados de trabajo, encuentran una forma de hacerse socialmente útiles. Su elevada capacidad de solucionar en poco tiempo problemas técnicos, organizativos, de poner en marcha comisiones y foros de discusión es impensable sin esa masa de capacidades puestas a disposición del movimiento.

Nueva fuerza productiva, nuevos sujetos

Las Nuevas Tecnologías, una fuerza productiva que ha trastocado la dimensión temporal y espacial en la que viven y trabajan cada vez más personas en España, tienen un protagonismo central en estas experiencias. Aquella generación de jóvenes que viven con los padres hasta edades avanzadas, que se instalan en lo inmediato de un trabajo ocasional, que aceptan la sobreexplotación para, al menos, acumular un remanente económico que luego pueden destinar al ocio, que ha minimizado el conflicto generacional y que se desentiende de cualquier forma de organización. Han colocado el ordenador en el centro de su actividad comunicativa: son “nativos digitales” (Prenski). Por un lado, el ordenador es una tecnología individualizante y flexible que encaja en las experiencias laborales efímeras o espacialmente distantes de muchos jóvenes precarios. Esto debilita los vínculos personales que producen las relaciones laborales más estables y aleja a sus usuarios de las formas de participación política y sindical nacidos de estos entornos. Lo único estable en estos espacios es la familia; todo lo demás, incluidas las relaciones sentimentales, es fugaz. No hay jefes, no hay hora de comienzo y de final para trabajar, existe una fuerte autonomía en el trabajo, aun cuando ésta conduzca frecuentemente a la autoexplotación [8]. Por otro lado, los ordenadores son una ventana abierta a un infinito anónimo y ubicuo que contrarresta el aislamiento creando una socialización virtual en la que los valores progresistas y solidarios tienen cabida, como hemos podido comprobar, aunque siempre insertados en otros individualistas de fondo: no hay necesariamente individualismo, aunque éste abunde sin lugar a dudas, pero sobre todo hay individualización, una cultura de lo propio y lo segmentado que poco tiene que ver con los valores que se adquieren en los entornos laborales y políticos tradicionales [9].

Estos datos son relevantes para entender las nuevas formas de cooperación y participación política asociada a las nuevas tecnologías, su difícil encaje en las organizaciones que requieren de una presencia física y en los espacios más tradicionales de la izquierda. Sólo el 35% de los participantes en las asambleas de Salamanca dijeron haber sido convocados por un amigo; el resto lo hizo por medios digitales. Llama la atención la calidad y la inventiva de muchas de las páginas web e iconos diseñados por los participantes anónimos, la rapidez con la que son puestos en funcionamiento, alimentados y conectados entre sí [10]. También explica la capilaridad del movimiento, su extensión territorial hacia zonas muy poco activas políticamente: espacios rurales o semirrurales dominados por el abstencionismo y la derecha. Las asambleas formadas en las plazas y en los barrios permitieron darle una ubicación física al movimiento, pero los espacios virtuales de las páginas web, de las columnas de Facebook y de las direcciones electrónicas de los participantes son sus espacios más estables, a veces los únicos que pueden ser llamados así, puesto que el resto es una simple posibilidad de volverse a reunir. En esta desmaterialización de los espacios de acción política generados por las nuevas fuerzas productivas radica uno de los puntos fuertes, pero también uno de los más vulnerables, del movimiento 15-M español.

2. Las cerillas que prendieron la mecha del Tea Party antineoliberal

Para que estos y otros condicionamientos estructurales se transformaran en acciones tuvieron que pasar algunas cosas de signo más coyuntural. Hay dos factores que me parecen decisivos: la escalada de la corrupción urbanística y el viaje de Zapatero a Londres en mayo de 2010. Prendieron la llama de un Tea Party antineoliberal que sacudió en poco tiempo a todo el país.

El abstencionismo de la juventud, que refleja una desafección hacia el sistema político-institucional, no es una cosa nueva en España. Ya era más elevado que la media incluso en los años de máxima politización de la población española a principios de los años ochenta. El acceso intermitente de los jóvenes al mercado de trabajo, junto con las nuevas fuerzas productivas, como hemos visto, generan distancia y desinterés por los espacios institucionales estables y por el sistema político-institucional en particular, al tiempo que debilita la cultura sindical. Pero tampoco esto es nuevo en España. ¿Qué es entonces lo nuevo?

Lo nuevo es la extensión de esta desafección a sectores más amplios de la población: a los que tenían un trabajo y lo han perdido, a los profesionales con un trabajo relativamente estable que vienen de la cultura política del antifranquismo, que han construido las nuevas instituciones democráticas y que hoy son padres de hijos mileuristas. Lo nuevo es la extensión de la crítica del turnismo parlamentario a aquellos que consiguieron comprar un piso en los tiempos del boom y que ahora están amenazados por los desahucios, su extensión a algunos hijos de los trabajadores agrícolas y de la pequeña burguesía urbana educados en una cultura de la meritocracia que tiene que ver cada vez menos con la realidad. Para explicar esta nueva oleada de deslegitimación del sistema político-parlamentario a lo largo de los últimos años, son fundamentales dos aspectos: el fenómeno de la corrupción municipal y los acontecimientos de mayo de 2010.

Corrupción urbanística y erosión del sistema político

El capitalismo (popular) inmobiliario ha permitido mantener, mal que bien, el Estado del bienestar en la era neoliberal, es decir: a) sin tener que redistribuir la riqueza, b) sin tener que crear empleos con una mínima calidad y c) sin tener que recurrir al gasto público. Descartada la posibilidad de recurrir a los impuestos y al trabajo, fueron la liberalización del suelo y el incremento del valor de los bienes inmuebles lo que les permitió a los ayuntamientos hacer frente a la financiación de los servicios públicos que deben prestar por mandato constitucional. Éstos empezaron a recurrir masivamente a la recalificación de terrenos para financiarse con los impuestos de las plusvalías y del trabajo local creado con la construcción [11]. Las recalificaciones son actos administrativos fuertemente condicionados por las coyunturas personales y las mayorías políticas locales, y forman un caldo de cultivo criminogénico muy vulnerable a la corrupción llamada “urbanística”. No pocos concejales y alcaldes aprovecharon la coyuntura para lucrarse personalmente [12]. Sin embargo, no deja se ser una situación creada por el Partido Popular —y luego utilizada por el PSOE— para financiar el Estado del bienestar de forma que, hasta el estallido de la crisis, hubo muchos que prefirieron mirar a otro lado cada vez que aparecía un concejal o alcalde corrupto en la prensa: a cambio había parques, piscinas y ambulatorios. Sectores amplios de las clases populares vivían la borrachera del ladrillo que permitió a muchos asalariados en paro convertirse en pequeños empresarios de éxito y firmes votantes del Partido Popular. Sus hijos se incorporaron al sector para realizar trabajos poco cualificados pero muy bien pagados, catapultando la tasa de abandono escolar a los índices más altos de toda la Unión Europea [13]. El pinchazo de la burbuja cambió las cosas de raíz. La tradicional desafección que se ha dado en muchos espacios rurales o semirrurales conservadores hacia la “política” y esos “políticos” que han aparecido desde hace muy poco tiempo en sus vidas, se unió ahora a las viejas manifestaciones de desafección propias de los entornos urbanos. De hecho, la razón de ser más importante del 15-M para sus participantes es la lucha contra la corrupción [14]. Esa confluencia explica los índices de apoyo popular al 15-M, que en junio de 2011 estaban próximos al 80% de toda la población, y que el eslogan más repetido por el movimiento fuera el de “No nos representan”.

Sin embargo, esta asombrosa unanimidad no debería ser interpretada apresuradamente como una repentina ampliación del número de ciudadanos que reclaman formas más auténticas de participación política [15]. Esconde universos políticos y sociológicos distintos entre sí y políticamente mucho más inoperativos de lo que parece. Esto se refleja, por ejemplo, en una desconcertante contradicción entre el elevado apoyo electoral al Partido Popular y el apoyo mayoritario de la población a las reivindicaciones del 15-M. La popularidad del “No nos representan” no es un apoyo claro e igual de masivo a formas de representación política más directas de inspiración progresista (asambleas, voto directo, etc.). En las grandes ciudades esto podría ser así, pero desde luego no es el caso de los sectores conservadores que se identifican con esta consigna aun cuando sus argumentos encajen bien en la visión del poder de algunas secciones urbanas del movimiento inspiradas en planteamientos libertarios (lo inmediato es lo único real, lo complejo es sospechoso, etc.).

Un viaje de no retorno a Londres

El segundo momento que radicalizó la crítica de los “políticos”, esta vez vinculándolos a los “banqueros”, fue la visita de Zapatero a Londres en mayo de 2010. En plena turbulencia financiera, una serie de grandes actores financieros empezaron a apostar contra la deuda soberana española. Esto produjo un rápido aumento de los diferenciales de riesgo con respecto a la deuda alemana y una especie de pánico en el palacio presidencial de la Moncloa. El presidente Zapatero regresó de aquel viaje a Londres, destinado a asegurar a los llamados «mercados financieros» que España iba a cumplir con las políticas de austeridad exigidas por ellos, anunciando el fin de las políticas de solidaridad para con los perdedores de la crisis. Este fenómeno coyuntural no explica la desafección por sí misma, pero la amplió a muchos votantes del PSOE, que, igual que todos los demás gobiernos del entorno, se decantó por destinar el grueso de los impuestos de los ciudadanos a defender los intereses de los que habían causado la crisis (las oligarquías financieras), abandonando así su pretensión de equidistancia entre “poderosos” y “ciudadanía”. De hecho, la indignación contra los bancos aparece, junto con el rechazo de la corrupción, como el segundo motivo más importante para participar en el 15-M. Pero no sólo. A diferencia de las protestas en otros países, en España éstas se dirigieron contra el sistema político-electoral, que hace imposible la expresión de la voluntad popular, contra el bipartidismo y la “clase política en su conjunto”, que en varias encuestas de opinión ya venía apareciendo desde hace meses como uno de los principales problemas del país.

El incendio del Tea Party antineoliberal

En el otoño de 2010 había en toda España una sensación de orfandad político-institucional, sobre todo en el lado de la izquierda. El único partido con un programa antineoliberal claro, Izquierda Unida, tenía sólo un par de representantes en el Congreso. Su refundación, lanzada dos años antes a bombo y platillo como un objetivo estratégico, había sido bloqueada por los sectores más inmovilistas de la organización, decepcionando a no pocos militantes y simpatizantes [16]. En el parlamento había una situación de gran coalición de facto que hacía imposible confiar en los cauces de la política organizada, y aunque la huelga general de septiembre de 2010 tuvo un éxito razonable, no se confiaba demasiado en la voluntad de los sindicatos mayoritarios de seguir adelante con una política de oposición a las políticas neoliberales [17]. La situación era, por tanto, comparable a la que se había producido unos meses antes en los Estados Unidos, donde tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata habían decidido salvar los intereses de la gran propiedad financiera con los impuestos de la mayoría de la población. Esta situación condujo al surgimiento de un movimiento ciudadano antiestatalista y conservador conocido como Tea Party. En España sucedió algo parecido aunque de signo ideológicamente inverso: surgió un Tea Party antineoliberal [18]. En medio de aquella situación de estancamiento, un grupo de personalidades, sindicalistas e intelectuales, lanzaron un llamamiento a la población invitándola a decir “basta ya” y a suscribir un programa antineoliberal de mínimos. Recibió miles de adhesiones en poco tiempo: fue el ensayo general del 15-M y muchos de sus impulsores participaron en dicho llamamiento. Meses después empezó a rodar el Tea Party antineoliberal.

Ambos movimientos, el norteamericano y el español, son de signo ideológico contrario, pero tienen en común varios aspectos altamente relevantes. Ninguno de ellos procede del establishment político y ambos se producen porque éste da signos de incapacidad para desentumecer una situación creada por los “poderosos”. En ambos casos los ciudadanos, aunque con programas políticos diferentes, reivindican su derecho a tomar decisiones políticas importantes aspirando a arrebatarles el monopolio a los políticos profesionales. En ambos casos, una parte de la ciudadanía intentar definir la agenda política de los partidos. En ambos casos hay un rechazo del uso de recursos públicos para rescatar a los grandes intereses financieros, un rechazo que en ambos casos resultaba imposible de articular dentro de las instituciones debido a la situación de gran coalición de facto. En ambos casos se trata de movimientos de protesta de sectores amplios de la ciudadanía inicialmente poco o nada organizados, movimientos ideológicamente abiertos aun cuando los campos ideológicos fueran opuestos. Eso les dio a ambos una transversalidad que el establishment político no pudo manejar, con lo cual los ecos de la calle empezaron a empapar su agenda política. Ninguno de los dos movimientos es el resultado de acuerdos programáticos muy elaborados, lo cual les da a ambos un carácter abierto, aunque de fondo político distinto. La ausencia (¿aún?) de movimientos de masas de ultraderecha y la presencia de numerosos activistas de la izquierda en los primeros momentos evitó que el 15-M evolucionara desde posiciones ideológicamente ambiguas hacia una impugnación de la “clase política” de signo ultraconservador. Esto no quiere decir que los sectores “antipolíticos” de la ultraderecha no lo intentaran. De hecho llegan noticias de que en algunos territorios, donde el Partido Popular tiene una mayoría electoral aplastante, siguen intentándolo.

La manifestación del 15-M convocada desde la web Democracia Real Ya no fue rabiosamente multitudinaria. Sin embargo, fue considerada un éxito rotundo teniendo en cuenta la ausencia de organizaciones convocantes importantes y, sobre todo, la forma nueva de prepararla a través de la web. En Madrid terminó con escaramuzas menores, pero la acción represora de la policía generó una solidaridad generalizada insólita en estas situaciones. Fue esta oleada, y no tanto los hechos anteriores, lo que rompió el dique de la autocontención ciudadana. Condujo a la ocupación masiva de plazas, encabezada por la de la Puerta del Sol de Madrid, un símbolo del republicanismo político que el gobierno conservador ha intentado borrar colocando la estatua ecuestre de un rey ilustrado. Esta ocupación tuvo un efecto llamada inmediato sobre el resto del territorio y, en cuestión de horas, se produjeron un total de 74 acampadas en diversas ciudades y pueblos de España. Éstas empezaron a organizar comisiones, a montar infraestructuras y a recibir donaciones y apoyo masivo del resto de la población (alimentos, bebidas, libros, colchonetas), creándose un clima de confraternización entre capas sociales y generaciones distintas que no se había vivido en España desde los años de la transición política.

Sin embargo, los que participaron en la manifestación del 15-M no fueron exactamente los mismos que los que participaron en las asambleas y acampadas. El segundo grupo era mucho más extenso e iba más allá del núcleo de activistas informáticos. Aumentó como respuesta a la reacción de la policía y, sobre todo, a las tergiversaciones publicadas por los medios de comunicación conservadores, tergiversación que alimentó masivamente la indignación de muchos nuevos participantes [19]. En este sentido, la situación es comparable a la que se vivió en relación con las tergiversaciones de la autoría de los atentados del 11-M de 2004 por parte del Partido Popular, y que llevó a su inesperada derrota electoral: sectores amplios de la población española parecen sentir un rechazo visceral a este tipo de prácticas. Con la extensión a los barrios, el movimiento ganó en amplitud social y se capilarizó, haciendo así técnicamente imposible su represión policial.

3. Estado e identidad del movimiento

Un movimiento de estas características es necesariamente intermitente. Al depender de la iniciativa espontánea y no disponer de una cáscara formal que le dé continuidad en momentos bajos, se apaga y reaparece en función de objetivos concretos (una manifestación, una iniciativa concreta). Al final sólo queda la estabilidad de los espacios de la web que, en este caso, son decisivos, como hemos visto. Sin embargo, el movimiento está dando muestras de mantenerse más tiempo que otros parecidos. A esto contribuye la agudización de la crisis, pero también se debe a que se trata de un movimiento más estructurado de lo que parece.

Movimiento y estructura

Todas las izquierdas, e incluso las derechas en las semanas iniciales del movimiento, han intentado conectar con el 15-M, bien sea alimentándolo organizativamente —siempre a título individual de sus miembros—, bien sea haciendo suyas algunas de las reivindicaciones. Esto les ha valido un gran reconocimiento a no pocas personas procedentes de espacios organizados estables que son invitadas a intervenir en las asambleas (por ejemplo, en Valencia, Barcelona, Andalucía y Murcia). Si bien el 15-M no está “organizado”, contiene redes y conexiones organizadas en su seno que explican su (cierta) estabilidad. Algunos de los grupos que impulsaron el movimiento desde el principio son creaciones de la izquierda tradicional (Juventud sin Futuro, Mesas de Convergencia, ATTAC, grupos ecologistas, de defensa de bienes públicos) que contribuyen a estabilizarlo. Muchos de sus iniciadores y continuadores son personas que abandonaron las organizaciones tradicionales por diferentes motivos, pero que traen un bagaje del que se sigue beneficiando el movimiento. Esto explica que, a pesar de que ha decaído la participación, se hayan creado en muchos lugares núcleos de actividad potencial o “rescoldos” (Juan Manuel Aragües) [20], que se pueden reactivar si existe un número mínimo de actores coordinados para hacerlo. Estas estructuras ocultas han permitido, al menos hasta ahora, mantener una resistencia descentralizada y de baja intensidad, aunque relativamente sostenida en el tiempo y alimentada periódicamente por acciones locales (lucha contra los desahucios, acciones en sucursales bancarias, iniciativas locales, etc.).

En realidad, el movimiento ya ha triunfado en varios sentidos. En primer lugar ha conseguido definir una parte de la agenda política de todos los partidos y de los medios de comunicación. Políticos y opinadores oficiales están obligados a tomar posición sobre muchos temas puestos encima de la mesa por el 15-M. El ala más socioliberal del PSOE ha sido (temporalmente) acallada, y en Izquierda Unida han salido reforzados los sectores que apostaban por la refundación frente a los sectores inmovilistas. Ha colocado a la defensiva a los movimientos independentistas de clase media a los que pilló por sorpresa con sus argumentos identitarios excluyentes, que les interesan más bien poco a las clases populares de Euskadi y de Cataluña angustiadas por la crisis [21]. Además, ha creado un foco de poder ciudadano en la calle que persiste como realidad latente aun después de haberse levantado las acampadas. Sobre todo ha generado una sensación de victoria que la izquierda no sentía desde la transición política.

Hay, no obstante, aspectos que resultan menos alentadores. El esfuerzo por colocar a lo que une en el centro de la deliberación política, el rechazo de las banderas de cualquier tipo, que obedece al intento de reducir al máximo los puntos de desencuentro, es sin duda un acierto que explica la transversalidad del movimiento. Sin embargo, llevada a cierto extremo, la “despolitización” dificulta la definición de un rumbo más claro hacia el que avanzar aun cuando las propuestas vayan llegando poco a poco [22]. El principal problema relacionado con la indefinición ideológica se debe a que muchos de sus integrantes rechazan cualquier forma de “política” desde posiciones posmodernas (Raquel Palacio). En estas posiciones, la historia, las clases sociales y la distribución de la riqueza tienen menos importancia que el deseo de realización individual. En cualquier caso: la adscripción ideológica del movimiento es una de sus características más intrigantes. Por un lado, hay un consenso entre sus miembros sobre la necesidad de eliminar símbolos identificativos de proyectos políticos concretos y explícitos (partidos, banderas rojas, banderas nacionales, incluso a veces banderas republicanas), de esquivar maximalismos, palabras de madera y frases hechas, y muchos participantes afirman incluso que el movimiento no tiene tendencia política. Sin embargo, la mayoría de ellos se declaran claramente a la izquierda del centro-izquierda [23]. Esto se puede interpretar como un intento de evitar que la ideología propia pueda crear desencuentros y entorpecer el crecimiento del movimiento: el corazón de los participantes es de izquierdas, pero hay reticencias a hacerlo público y cierta aversión a etiquetarlo.

Pero la ambigüedad política del movimiento persiste por mucho que algunos (viejos) activistas tiendan a ignorarla o a interpretarla sólo en clave positiva. Algunos participantes intentan reducir el movimiento a una metodología de participación en la que los objetivos —por ejemplo, de lucha contra las privatizaciones— son relegados a un segundo plano, aparentemente en favor de la unidad del conjunto, pero también debido al poco interés de algunos participantes por poner en marcha una mínima agenda antineoliberal con capacidad de generar hegemonías.

A esto se suma que en las asambleas de algunas ciudades abunda una concepción simplista de poder democrático en el que éste es reducido a su versión más inmediata y palpable, y en el que cada uno se puede representar a sí mismo. Cualquier forma de delegación institucional y no institucional, cualquier forma de organización, sean asociaciones de vecinos, partidos, sindicatos u ONG, son identificados por algunos participantes con el enemigo o son tenidos por lugares obsoletos y pervertidos en los que no hay espacio para la “participación real de la gente”. Esto desarma al movimiento frente al avance institucional de los neoliberales. Aquí opera sin duda la tradición libertaria y su confianza en la participación directa como única garantía para el ejercicio de la democracia. La creación de puentes con espacios de lucha más tradicionales, como partidos, sindicatos, asociaciones, etc., sale fuertemente perjudicada, lo cual dificulta la formación de un bloque antineoliberal basado en la convergencia de todas las formas posibles de poder.

También el carácter asambleario tiene su coste. Es muy intensivo en tiempo, de forma que tiende a expulsar a aquellos que no disponen de él para participar en unas asambleas que pueden llegar a durar muchas horas. Los desempleados que tienen que buscar trabajo, los trabajadores y las personas con compromisos familiares son discriminados frente a los que tienen mucho tiempo disponible. Al final esto grava la participación de las clases populares, de los participantes vinculados al mundo del trabajo y de las personas —sobre todo mujeres— con responsabilidades familiares y laborales. El núcleo más activo tiende así a estar cada vez más representado por los sectores más acomodados y alejados del grueso de los perdedores del neoliberalismo. Además, este ambiente es propicio para la apropiación de las asambleas por parte de sectas políticas nacidas justamente de una parte de las clases medias urbanas con ilimitados recursos de tiempo que se pueden dedicar a una “hipermilitancia” (Mariano Pinós) que resulta inasequible para el grueso de la población.

Conclusiones: el futuro del movimiento

El movimiento tiene tres grupos de actores y su futuro depende de la composición personal de cada uno de ellos y de su integración. El núcleo duro y minoritario que acampaba y dormía en las plazas está compuesto por activistas con un perfil político más definido e izquierdista, con mucho tiempo para dedicarle al activismo y pocas obligaciones laborales y familiares. El segundo grupo es más amplio y socialmente representativo. Está formado por personas con diferentes situaciones laborales y familiares que se acercan regularmente a las asambleas, pero que no intervienen mucho o casi nunca en ellas [24]. Son ciudadanos comprometidos y fieles al movimiento, pero que no están dispuestos a tirarse horas y horas escuchando intervenciones. El tercer grupo está compuesto por visitantes ocasionales de las asambleas que lo miran todo con algo más de distancia, tienen otras prioridades y muestran una menor fidelidad y constancia en su participación. Son ciudadanos que no están tan ganados, a los que hay que intentar fidelizar con argumentos convincentes.

En mi opinión, el futuro del movimiento dependerá en buena medida de dos factores: 1) de la capacidad de crear nódulos más estables y estructurados con capacidad de reactivar los “rescoldos” en un momento dado. Estas estructuras tienen que alimentarse de ciudadanos de los tres grupos si se quiere evitar el aislamiento del movimiento. La construcción de estos “nódulos” o “mesas” es el objetivo de las Mesas de Convergencia y Acción Social [25]. 2) El futuro del movimiento depende también del perfil personal y político de aquellos que ocupen el núcleo duro. Este núcleo duro es el que mantiene viva la llama en horas bajas, está dispuesto a dedicarle más tiempo que el resto y, por tanto, es esencial para asegurar la sostenibilidad del movimiento; sin su implicación activa se desharán el grueso de las redes. Si en este núcleo duro se imponen aquellos miembros que no aspiran a generar hegemonías sociales sino que se conforman con aplicar consignas maximalistas, con experimentar métodos de participación destinados a su propia realización personal y a experimentar con dichas consignas, es posible que el movimiento no llegue a ser mucho más que una innovadora experiencia política que quedará para el estudio de ensayistas y opinadores profesionales. Si en este núcleo dominan aquellos que tratan de construir un bloque social antineoliberal que aspire a conquistar la hegemonía social, el movimiento puede ser el primer capítulo de algo más grande. En cualquier caso, parece imposible construir este bloque sin apoyarse en las tres fuentes de poder con las que cuenta hoy la ciudadanía en una sociedad capitalista desarrollada para crear un contrapoder con capacidad de hacer frente al neoliberalismo: su propia implicación directa en la calle y en otros lugares, su representación institucional y el trabajo organizado.

Madrid, 18 de noviembre de 2011

Referencias bibliográficas

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Notas

[1] El concepto de “indignados”, acuñado por Stéphane Hessel y difundido por los medios de comunicación, no es el que ha dado nombre al movimiento desde el principio. Predomina el uso de los términos “Movimiento 15-M” o movimiento de “Democracia Real Ya”. Con el paso de los meses y la diversificación del movimiento se observa, sin embargo, cierta consolidación del uso del término “indignados”.

[2] Fernández Steinko (2010).

[3] Fernández Steinko (2010, pp. 168 y ss.)

[4] Fernández Steinko (2003b).

[5] Fernández Steinko (2003a, 2004b).

[6] Fernández Steinko 2002.

[7] Calvo (2011, p. 4). Los datos numéricos se refieren a una encuesta realizada en la asamblea de una ciudad universitaria como la de Salamanca, en la que el 70% de los encuestados tenía estudios universitarios o estaba en vías de tenerlos. Este porcentaje no es exactamente representativo del total del Estado, pero probablemente no se encuentre excesivamente alejado de la media de todos los participantes a nivel estatal.

[8] Fernández Steinko (2004a).

[9] Fernández Steinko (2006, pp. 122 y ss.).

[10] Véase ¡Democracia real YA! – Europa para los ciudadanos y no para los mercados: No somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Toma la plaza (#Acampadasol: Madrid toma la plaza). Una innovación técnica sumamente efectiva fue poner un contador en la página, que iba señalando los días, minutos y segundos que faltaban para el comienzo de la manifestación. Esto coloca a sus visitadores en una especie de puesto de salida a la espera del disparo para el inicio de la carrera. Una muestra de los carteles y eslónganes se encuentra en: voces con futuro.

[11] Fernández Steinko (2010, pp. 222 y ss.).

[12] Díaz Ripollés et al. (2004).

[13] OCDE (2009).

[14] Calvo et al. (2011, p. 15).

[15] Así, por ejemplo, Coutrot (2011) y Taibo (2010).

[16] Véase Fernández Steinko (2009) y http://www.youtube.com/watch?v=mc1zrAld1-w.

[17] De hecho, pocos meses después de la huelga, los sindicatos mayoritarios firmaron un acuerdo con el gobierno, destinado a “salvar las pensiones”. Este acuerdo pretendía aplacar a los mercados financieros y no obtuvo éxito ninguno. Lo más preocupante es que se apoyaba en un tipo de análisis basado casi íntegramente en la interpretación del problema procedente de los opinadores vinculados a los intereses financieros (“las pensiones son impagables por razones demográficas”, “hay demasiado Estado del bienestar”, etc.), y dejando de lado los argumentos de la oposición al neoliberalismo (“necesidad de regular los mercados financieros, de realizar una reforma fiscal progresiva, creación de puestos de trabajo estables para financiar pensiones”, etc.).

[18] “Intelectuales impulsan el ‘Tea Party’ de izquierdas», en Público, 21-2-2011 (http://www.publico.es/espana/362148/intelectuales-impulsan-el-tea-party-de-izquierdas).

[19] Así los datos aportados por Calvo et al. (2011, pp. 12 y 15).

[20] Aragües (Zaragoza), Toledano (Cataluña).

[21] Santamaría (2011).

[22] Véase, por ejemplo, Ruiz Ligero (2011).

[23] Al menos en la ciudad de Salamanca, este porcentaje asciende al 50% de los participantes entrevistados (Calvo et al. 2011, p. 7).

[24] Calvo et al. (2011, p. 9).

[25] http://redconvergenciasocial.org.

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2011

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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