La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Joan Busca
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En la muerte de «Público»
La desaparición del diario Público, no por previsible, es menos dolorosa. No habíamos contado en años con un medio que diera tanta cabida a comentarios e informaciones distintas de las dominantes; que fuera formalmente atractiva y ofreciera algo que no se encuentra en el resto de la prensa del país. Da igual que el proyecto hubiera nacido de motivaciones oportunistas —Zapatero intentando contar con voz propia, un empresario buscando un nicho de mercado— o de un planteamiento riguroso dirigido a generar una verdadera voz de izquierdas. El producto estaba bien y su desaparición deja un hueco. Quizá porque estaba bien le ha sido tan difícil encontrar los 8 o 9 millones de euros necesarios para salir adelante (ya se ve: uno tiene que ser un banco, por mal gestionado que esté, para encontrar financiación fácil). O es que, simplemente, los problemas estructurales de la prensa —crisis de publicidad, de lectores, competencia de internet— hacen inviable cualquier nuevo proyecto de prensa alternativa.
Sean cuales sean las causas, sea cual sea la valoración que uno haga del diario desaparecido, lo cierto es que la muerte de Público es una muestra más de la dificultad de la izquierda, de toda ella, para asentar proyectos culturales sólidos. Y esta es la cuestión política que esta defunción plantea. La de cómo consolidar espacios propios, asideros sociales y culturales que permitan crear un suelo social sobre el que construir alternativas y movimientos sociales. Cómo producir espacios de vida cotidiana —y la prensa diaria es uno de ellos—, al fin y al cabo una ventana a la que nos asomamos todos los días. Espacios que inevitablemente requieren recursos, infraestructuras y personas que los hagan funcionar.
Da la impresión de que parte de la gente con aspiraciones alternativas ha olvidado esta cuestión, o simplemente se ha refugiado en salidas laterales. Una, bastante frecuente, es la opción por lo artesanal, la confección de pequeñas revistas y radios libres, la gestión de pequeños espacios culturales. Es sin duda una opción relevante, generadora de mucha creatividad, de mucha participación real, fácil de sostener. El problema es que gran parte de estas actividades apenas trascienden más allá de círculos reducidos y tienen carencias estructurales (de información, de realización); no posibilitan, en suma, algo a lo que debe aspirar todo movimiento social: a generar hegemonía cultural, a cambiar el marco del debate social. Y esto exige contar con fórmulas adecuadas en dimensión y medios. La otra es la opción “moderna”, la de las redes sociales, la de buscarse las propias fuentes. Una opción que tiene muchas ventajas —comunicación horizontal, velocidad de circulación de las propuestas, etc.—, pero también algunas limitaciones. Entre ellas, que para contar con buena información primero hay que producirla, y esto requiere un esfuerzo a menudo solo en manos de profesionales. En algunos casos, el mundo científico-académico permite la producción gratuita de información e ideas (aunque no siempre es un espacio amable para la gente de izquierdas), pero en otros se requiere contar con organizaciones que funcionen con gente asalariada, a la que se le garantice el sustento. Y en muchos casos el propio mantenimiento de páginas genera costes que deben ser sufragados de alguna forma. Si queremos contar con buenos espacios alternativos en internet, nos tenemos que plantear en serio el tema de la financiación. El “todo gratis”, la información sin coste, es, sospecho, otra de las muchas patrañas liberales, que atraen a una de las peores variantes de la especie humana, la de los tacaños. Es cierto que existen muchas fórmulas para la financiación y que no se trata de mercantilizar la información, pero persiste la necesidad de plantearse un problema que forma parte de las cuestiones básicas para generar hegemonía cultural.
La muerte de Público nos deja huérfanos una vez más. Quizás es utópico pensar en una prensa de izquierdas. Pero quizás, con un planteamiento colectivo y solidario, entre todos y todas podríamos contar con un buen referente alternativo en la red. Si de verdad nos preocupa la producción de ideas e información, considero que los diferentes núcleos de activistas sociales y de agitadores culturales deberíamos tratar de elaborar un proyecto abierto, crítico, plural y sostenible que pudiera servir de referente a nuestras luchas, nuestros interrogantes, nuestra necesidad de información.
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2012