La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch-de-Feliu
La seguridad gafe en el siglo XXI
Que el mundo del siglo XXI va a ser particularmente desordenado, como afirma el profesor Immanuel Wallerstein, es algo que le queda meridianamente claro a quien visita la conferencia de seguridad, organizada anualmente por los encargados del ramo en Occidente.
Expuestos por los secretarios de Defensa y Estado de EE.UU., Leon Panetta y Hillary Clinton, los «desafíos» del año guardan una relación kafkiana con las realidades del planeta.
La crisis no es el calentamiento global, ni las 40.000 muertes diarias por hambre y miseria, ni los 1,6 billones de dólares anuales que se gasta en ejércitos en un contexto de quiebra económica.
Los «desafíos estratégicos» son un ejército más pequeño pero mejor, más flexible y tecnológico («smart defense»), el anunciado «fortalecimiento en Asia», para contrarrestar el ascenso chino, compatibilizar esa mudanza de recursos con el mantenimiento de la presencia en Europa y las alianzas allá (y en África y América Latina), y seguir siendo capaces de intervenir militarmente, «en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo», Panetta dixit.
En Europa los términos de la «relación trasatlántica» consisten, para Estados Unidos, en la misión imposible de que el continente pague más y se implique más en la policía global, manteniendo de paso el escudo antimisiles (con sus tres patas: la marítima en España, los radares en Turquía y los sistemas de cohetes en Rumania y Polonia), que es la jugada que imposibilita la «seguridad integrada de Vancouver a Vladivostok» demandada por Rusia desde el fin de la guerra fría.
Para Europa, vía Alemania, se trata de mantener el nexo inquebrantable de la OTAN, sin gastar demasiado y sin irritar más de la cuenta a Rusia, ni meterse en aventuras excesivas con Irán, explicaron con diversos matices los ministros germanos de Defensa y Exteriores, Thomas De Maiziere y Guido Westerwelle, y el secretario general de la Alianza, Anders Fogh Rasmussen, entre otros.
«Hay que buscar la manera para que América y Europa puedan seguir colaborando y si es necesario luchando juntos», dijo Rasmussen. La seguridad del continente, dijo Hillary Clinton, «continúa siendo incompleta e insegura, por los conflictos abiertos en el Mediterráneo, los Balcanes y Oriente Medio».
Para Rusia, explicó su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, lo del escudo antimisiles no tendrá más remedio que ser contestado con «medidas efectivas y baratas» —léase nuevos misiles—, y en Asia «no participaremos en construcciones enfocadas a enfrentarnos con nuestro vecino chino».
Este lío, todo sumado, arroja la «seguridad» que los países entre Vancouver y Vladivostok ofrecen al resto, lo que promete continuar el gran gafe de los últimos años cosechado en Afganistán y Oriente Medio, donde sólo el gasto de las dos guerras (Irak y Afg-Pak) asciende a 3 billones de dólares, sin contar lo inconmensurable en centenares de miles de vidas humanas.
En Afganistán hay un ambiente de desbandada, de carrera por salir, ahora liderado por Francia, que obliga a Westerwelle a decir: juntos «in», y juntos «out». Pero el mensaje es claro: diez años inútiles que apuntan a un regreso a la casilla de salida.
Así lo entiende el actor más curtido en la región, el ISI paquistaní, los servicios de inteligencia de ese Estado nuclear fallido, que según un informe de la OTAN divulgado por la BBC apoya a los talibanes sin paliativos.
En Irak, echar a Sadam ha puesto en Bagdad a un gobierno dominado por chiítas que favorece a Irán, el enemigo considerado aún peor, que aspira a la bomba nuclear para ponerse en línea con Israel, Pakistán e India y blindarse ante un ataque de EE.UU., como ha hecho Corea del Norte en un acto de cartesiana racionalidad que se hace pasar por locura.
Las sanciones petroleras contra Irán por esa sospecha perjudican a Europa (Grecia, España e Italia compran crudo iraní, lo que complica aún más su difícil situación), mientras benefician a China, que ya compra el 22% del petróleo de Teherán y podrá negociar ahora mejores precios con su suministrador.
También es una ironía, si se tiene en cuenta que China es, en la mentalidad del Pentágono, el «gran enemigo» estratégico del futuro, al que también se rodea con sistemas de misiles y armadas.
Este enorme gafe, desde el punto de vista de la loca «seguridad» transatlántica, aún podría mejorarse en el estrecho de Ormuz, si Irán es atacado y cumple su amenaza de cerrar el estrecho por el que circula una quinta parte del petróleo global.
Por pequeño que fuera el daño, y parece que no lo sería, dispararía los precios del crudo, lo que convertiría la actual «crisis financiera» de Occidente en una broma al lado del caos que podría crearse. ¿Puede imaginarse un gafe mayor?
[Publicado en La Vanguardia y en el blog del autor]
5 /
2 /
2012