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Greg Palast

Chávez contra los zombis del Libre Comercio de las Américas

Caracas – sábado, 29 de noviembre de 2003

Como si hubieran estado encerrados en una cripta durante los últimos diez años. Los ministros de Finanzas de todos los estados latinoamericanas refrendaron la semana pasada el principio de incorporarse al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA): la expansión del ALCAN (NAFTA en inglés) a todo el hemisferio.

Asistió el cadáver deambulante de la economía argentina. También estuvo de cuerpo presente Ecuador, así como otras naciones sudamericanas, cuyas economías fueron muertas y enterradas hace mucho tiempo, asesinadas por las panaceas del libre comercio y el libre mercado que les recetaron el Banco Mundial y el FMI.

Y aún así, avanzaron hasta la reunión. A paso rígido, envueltos en sus sudarios medio podridos, los zombis oficiales se fueron a Miami, todos y cada uno de ellos, para comprometerse a ingerir su próxima dosis de veneno libremercadista. Estuvieron todos menos uno: Venezuela, el único estado que contestó «No, gracias» al tratado de las economías muertas vivientes de Miami. Hoy me he reunido con el principal negociador de Venezuela para el ALCA. A Víctor Álvarez le salvó su sentido del humor de volverse un zombi. Observó que, mientras el gobierno de Bush predicaba el libre comercio entre sus compatriotas de piel más oscura al sur de sus fronteras, Estados Unidos. se enfrentaba a una de las mayores sanciones de la historia de la Organización Mundial del Comercio por haber aumentado los aranceles de importación de los productos del acero. Incluso se habría reído, si no le hubiera dolido tanto: en Venezuela, por culpa de esas barreras comerciales ilegales de EE.UU., han cerrado dos acerías.

El negociador jefe Álvarez repasó conmigo los datos de sobras conocidos: en diez años de desenfreno libremercadista, la industrialización de Venezuela bajó del 18% al 13% del PNB. Y fue la que salió mejor parada: en otros países latinoamericanos, la economía se limitó a hacer implosión. El ALCAN (o NAFTA) únicamente ha creado empleo en una franja pestilenta a lo largo del Río Grande: las maquiladoras, que se dedican a hacer caer en picado el nivel salarial a ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos.

Al terminar nuestra conversación, entró el Presidente. Hugo Chávez no es hombre dado a las sutilezas. «El ALCA es el camino al infierno». Lo dice en el sentido más profundamente teológico: lo que está en juego, para él, es el alma mortal de América Latina. «He visto niños muertos a tiros, no de un ejército invasor sino de los soldados de nuestro propio país».

Se refiere a los hechos del 27 de febrero de 1989: cuenta que mientras el hemisferio occidental celebraba la caída del muro de Berlín «se iba erigiendo otro: el muro de la globalización». Ese día, el ejército masacró a los venezolanos, jóvenes y viejos, que participaron en una manifestación contra los dictados del Fondo Monetario Internacional.

El Presidente repasa a la carrera una retahíla de ejemplos adicionales, desde Bolivia hasta Chiapas, en los que el milagro del mercado surgió del cañón de los fusiles.

El ALCA no es un mero documento comercial; no se trata sólo de vender fruta y automóviles allende nuestras fronteras. Es todo un sistema de administración multiestatal en gestación: con sus tribunales y su poder ejecutivo no electo, con la facultad de avalar o condenar las leyes de cualquier estado que pongan trabas a la inversión extranjera, las ventas de empresas extranjeras o incluso la contaminación extranjera.

El ALCA es revolucionario: derroca gobiernos. Por supuesto, la forma más fácil de lograrlo es convenciéndoles de que se derroquen a sí mismos: de ahí el proceso de «zombificación».

Chávez ofrece una alternativa al ALCA. Después de un soporífero discurso sobre la filosofía del siglo XIX, que llegó a durar una hora (compadecí a los ex alumnos de este antiguo profesor de historia), dejó caer la perla. En lugar del ALCA, propone el ALBA: la Alternativa Bolivariana para las Américas. Con esa referencia a su héroe, Simón Bolívar, Chávez crearía un fondo de «compensación» en que los estados más ricos de América del Norte y del Sur financiaran el desarrollo de los más pobres.

Por si pudiera parecer una mera utopía andina, señala que precisamente la Unión Europea estableció un fondo de redistribución de ese tipo para activar las economías de sus estados miembros más pobres. (Añado yo que ese hecho enfureció a los ingleses, quienes vieron cómo Irlanda aprovechaba
esos fondos para superar a sus antiguos amos y conseguir hoy en día un nivel de vida superior.) Aunque de momento la propuesta de Chávez pinta muy poco probable, recuerdo una época en que esa misma idea era la doctrina oficial: aquella Alianza para el Progreso propuesta por John Kennedy.

En aquellos tiempos en que Kennedy propugnaba usar capital del norte para el desarrollo del sur, un extraño grupo de revolucionarios acomodados y bien armados, encabezados por Milton Friedman, conspiraba desde Chicago para acabar con esa visión. Y lo lograron.

A lo largo de tres décadas, los Chicago Boys y su cohorte neoliberal han cabalgado el péndulo de la historia hasta el final de su recorrido, llegando incluso a anunciar el fin de la historia por un consenso general en torno a la libertad de mercado.

Sin embargo, cuando ese péndulo inicie el recorrido opuesto, el profesor de historia de Caracas estará dispuesto, con su elixir bolivariano, a resucitar a los muertos económicos.

[Greg Palast se encuentra en Caracas por cuenta de la revista Rolling Stone. Se pueden obtener fotografías y más información sobre Venezuela en http://www.gregpalast.com/. Palast es el autor de The Best Democracy Money Can Buy (publicado en España por Editorial Crítica bajo el título La mejor democracia que se puede comprar con dinero). El texto ha sido aportado por Agustí Roig].

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2003

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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