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María Rosa Borrás y Juan-Ramón Capella

Sobre la guerra

Durante meses nos han sometido a la constante amenaza del inicio de una nueva guerra. En realidad no es nueva; quizá sea sólo una nueva fase de operaciones militares de gran envergadura en el conjunto de la estrategia del gobierno de Bush. Las primeras páginas de todos los periódicos nos han informado sobre las incidencias y variaciones en la discusión entre Europa y Estados Unidos, sobre las resoluciones del Consejo de seguridad, sobre la necesidad de que la OTAN intervenga militarmente en Turquía para defenderla de la amenaza de un Irak bombardeable, sobre los aplazamientos requeridos, sobre las inspecciones realizadas en Irak, sobre los informes que ha proporcionado este país; en definitiva, sobre diversos matices y gestiones que parecían encaminados a confirmar esa simplista manera de resumir la situación: a Irak se le acaba el tiempo.

Hemos asistido, pues, a una intensa y variada campaña de promoción de esta guerra; así se pretende inculcar el principio de que la mejor manera de evitar una guerra es realizarla. Y la posición común de Europa se quebró con la carta de los presidentes de gobierno de España, Dinamarca, Portugal e Italia.

El panorama no es esperanzador. Ese tiempo que se acaba se caracteriza por la sistemática imposición de lo contrario de lo que se dice: guerras para la defensa de los derechos humanos, guerras humanitarias y ahora, ya, guerras «preventivas» para la defensa de la democracia. Pero en el mundo real los derechos humanos han dejado de ser reconocidos en buena parte de sus aspectos esenciales; nada hay de humanitario en la destrucción de Afganistán ni en su sometimiento a la ocupación militar, y, por lo que a la democracia se refiere, cada vez es menor la garantía de funcionamiento democrático y mayor la dictadura mental y económica que pretende unificar los miedos por la supervivencia en la ciega aceptación del autoritarismo.

Nuestra sociedad es efectivamente insegura, pero lo es en cuestiones esenciales: no tenemos seguridad alimentaria (carecemos de garantías sobre los productos que comemos), ni en muchos aspectos de la vida social (trabajo, sanidad, vivienda, pensiones de jubilación, etc.). Esa percepción clara de inseguridades se canaliza hoy, interesadamente, hacia enemigos sobredimensionados, como válvula de escape para un sentimiento creciente de angustia. Y así se justifican hacia dentro recortes de libertades y de derechos y se endurecen las políticas penitenciarias y represivas de sesgo discriminatorio.

La fase preparatoria de la guerra ha atendido a diferentes frentes. En primer lugar, ha consistido en instalar fuerzas y arsenales de destrucción operativos en la zona para la fase de invasión prevista con posterioridad a los bombardeos. En realidad, los bombardeos en el norte de Irak se suceden con una frecuencia más o menos quincenal desde hace mucho tiempo y recientemente se han iniciado operaciones desde el sur de ese país. De modo fragmantario, diferentes periódicos han informado de esos preparativos materiales. Blair ha declarado que si es preciso se recurrirá a armamento atómico, en la línea de afirmar la falta de límites a los recursos militares por lo que a los agresores se refiere. En este sentido Le Monde del 14-II-2003, en la página 5, informaba sobre planes para utilizar armas químicas en Irak, que ya se habrían utilizado en zonas montañosas de Afganistán. Y (como también se hiciera en Afganistán) a finales de enero, Estados Unidos reconoce ya que tiene soldados en esa zona preparando a la población kurda para el momento de las hostilidades abiertas. Así que ese agotarse el tiempo parece que sólo se refería al bombardeo de Bagdad.

En segundo lugar, durante meses se ha desarrollado una intensa campaña ideológica en diferentes frentes a fin de situar a los países de las Naciones Unidas ante hechos consumados o ante situaciones en las que sólo cabe buscar resquicios para aminorar la gravedad de las amenazas.

Así se ha entrado paulatinamente en una dinámica de noticias que sólo podía atender la urgencia del progresivo acercamiento a ese «final del tiempo». Porque poco a poco se han dejado de analizar los hechos, o de valorar las supuestas amenazas de Irak; incluso ha desaparecido del primer plano de la escena de discusión toda referencia a la intención de «imponer» por las armas un régimen democrático en ese país. Se ha terminado por reconocer que es el petróleo lo que está en juego. Tras la guerra o la rendición y desarme total de Irak, es prioritario ocupar los pozos petrolíferos e instaurar un protectorado en el país con una administración norteamericana. En realidad, se ha lanzado una batería de argumentaciones diferentes, no siempre compatibles, a fin de influir sobre mentalidades distintas, dado que en nuestra sociedad hay grupos humanos de muy diversa índole: y hay que convencer desde a los cínicos hasta a los idealistas, y además neutralizar a los que no se dejen convencer mediante el mensaje de que ésta es una guerra inevitable.

Efectivamente: Sadam Hussein es un dictador. No es el único, ni siquiera en esa zona rica en petróleo. Ésa es una cuestión que poco tiene que ver con la guerra. Si a los pacifistas, para paralizarlos, se les califica de ingenuos, a quienes consideran que el régimen dictatorial o sus atrocidades contra los kurdos tiene algo que ver en el asunto se les podría calificar de tontos inútiles. Hemos visto a qué democracia ha conducido la guerra de Afganistán, así como la importancia que podía tener la situación de las mujeres encerradas en burkas. Hay que recordar la clase de terror que aplica Sharon al pueblo palestino con todo el apoyo del gobierno Bush. Naturalmente, Israel no practica el terrorismo suicida: practica directamente una guerra de baja intensidad en una situación de poder militar asimétrico. El incumplimiento sistemático de las resoluciones del Consejo de seguridad no representa problema alguno para Sharon; continúa con el goteo constante de asesinatos y ataques militares, en una espiral de odio y violencia orientada a impedir cualquier clase de negociación en un conflicto que pretende ganar exclusivamente por la fuerza de su superioridad militar.

¿Qué ocurre en Afganistán?, deberíamos preguntarnos. ¿Cuánta democracia han conseguido las bombas? ¿Cuántas mujeres han dejado de llevar el famoso burka? El 28 de enero las tropas de ocupación, tras bombardear una zona del sur del país, mataron a 18 afganos: las hostilidades continúan. En Guantánamo hay unos seiscientos hombres internados para someterles a la «colaboración» por métodos que experimentan cómo destruir física y psicológicamente a las personas de modo lento. ¿Dónde está Ben Laden? ¿Es cierto que pretende utilizar armas atómica en sus nuevos atentados?

Hay que reclamar información veraz. Hay que pasar cuentas a las mentiras y engaños. ¿Quiénes son ingenuos? ¿Qué pasa en Kosovo? ¿Cómo sobreviven allí las gentes y cómo conviven las diferentes etnias? ¿Qué pasa en Afganistán? ¿Cómo sobreviven a la guerra «humanitaria»? Deberíamos saber si ha disminuido o aumentado el cultivo y tráfico de droga. ¿Quién reconstruye lo destruido? ¿Quién manda, y con qué objetivos de futuro?.

Las manifestaciones del 15 de febrero significan, en primer lugar, la recuperación de la capacidad de razonar frente al lenguaje degenerado, frente al lenguaje de publicidad comercial que hasta hoy se ha impuesto en el frente ideológico del imperio. Significan la primera derrota del poder en la serie de batallas que involucran a las poblaciones del Occidente. Se puede decir que en nuestras sociedades es posible manifestarse porque aún hay derechos fundamentales; pero para que estas sociedades puedan considerarse democráticas es necesario que la opinión pública determine las decisiones de los políticos. La voluntad popular no quiere hoy maniobras dilatorias ni resoluciones internacionales ambiguas: lo que quiere es que no haya guerra.

Tal vez las buenas gentes no logren detener esta guerra de la derecha norteamericana. Pero nuestra intervención puede ser decisiva: al menos, para aplazar los planes bélicos y resistirlos; para identificar claramente a los responsables de las matanzas que implicaría la guerra; para conservar la dignidad de la gente frente a la brutalidad del imperio: NO EN NUESTRO NOMBRE.

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2003

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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