La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.
El Club de los Canallas
Anagrama,
Barcelona,
453 págs.
J.-R. C.
Una novela llena de humor, pero implacablemente seria, que evoca la Gran Bretaña de los años setenta, a punto de ser triturada por Margaret Thatcher. El agotamiento de la cultura del keynesianismo y los primeros pasos del neoliberalismo vistos por un escritor en posesión de excelentes recursos literarios.
3 /
2003