La fotografía es un medio para recordar, reflexionar y actuar.
Las sagradas escrituras del apóstol Kinocoña
Kinopravda
Epístola segunda
Kinocoña estaba podrido ante la pantalla en blanco. «No me sale nada», verbalizó. «Así no hay manera», añadió desesperadamente. Tirado junto a él estaba Dostoyevski, su chucho. Éste abrió un ojo, después abrió el otro y por último se puso en pie y bostezó. «¿Qué te pasa?», inquirió preparándose para lo peor.
Kinocoña se encogió de hombros: «Tengo que decirles al personal que tienen que ir a ver La sonrisa de mi madre (L’ore di religione Il sorriso di mia madre, 2001) de Marco Bellocchio, pero no sé cómo decirlo».
«Ya lo has dicho», sentenció Dostoyevski, y volvió a tenderse.
«No es tan fácil. Hay que decir de qué va, que sale el papa, que va de religión, no sé, ¡todo eso!» Dostoyevski se lo quedó mirando fijamente, y después movió la cabeza negativamente: «Está dicho».
«¡Claro que está dicho! Y que ofrece una postura laica a la religión, y que la peli tiene una dosis eminente de sagrada mala fe, y todo eso. Pero no sé como decirlo, ¡éste es el problema!» Dostoyevski mira a cámara en el cine americano dicen que está muy mal visto- y dice: «Seguramente yo lo diría mejor, pero ya está dicho. Ya lo has dicho: hay que ir a ver La sonrisa de mi madre porque es una película cargada de mala leche contra la religión y el papa que la mangonea, y encima tiene un par de huevos para proponer un plan de resistencia cívica que a la vez es un plan de resistencia laica. Ya lo has dicho.»
Kinocoña no se lo acaba de creer: «¿Entonces va bien así? ¿Y que haré yo ahora?». Dostoyevski se encoge de hombros: «Haz como todo el mundo, y lee La música de una vida de Andreï Makine, editada el año pasado por Tusquets». Kinocoña duda: «Bueno, ya me lo pasarás, seguro que lo tienes». Dostoyevski hace que nones con el morro y cierra los ojos definitivamente: «¿Qué te crees tú que está haciendo Kinopravda, sino leerla?».
3 /
2003