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Albert Recio Andreu

La izquierda alternativa tras el procés

I

Seguimos en pleno desarrollo del serial catalán. Si queríamos sensaciones fuertes, tensión y cambios de rumbo inesperados, no se puede negar que el procés da para mucho. Aunque el coste de tanta emoción es que la derecha ha reforzado su hegemonía, tanto en Catalunya como en el resto de España. Y las actuaciones de unos y otros se han cargado elementos cruciales de las estructuras democráticas. Tanto en el plano del funcionamiento institucional como, y es lo peor, en el de la cultura democrática de la población. La judicialización del proceso por parte del Gobierno y sus aliados ha posibilitado que sea la cúspide de la judicatura (Tribunal Supremo, Tribunal Constitucional y Audiencia Nacional) la que esté reinterpretando leyes y derechos e interviniendo directamente en la política cotidiana. Una respuesta tan peligrosa como la actuación de los partidos independentistas en su desprecio, cuando les ha convenido, de la legislación vigente. Hemos entrado en una peligrosa situación donde el árbitro revisa el reglamento según le parece. Donde la manipulación de las reglas del juego es el núcleo de la estrategia de cada parte.

Pero el peor daño democrático ha sido el del relato con que cada uno de los bandos ha buscado legitimar sus intereses: apelando a sentimientos más que a razones, generando una imagen estereotipada del “contrario”, alimentando los viejos tópicos sobre catalanes y españoles, acusando sistemáticamente al contrario de antidemocrático (o, al contrario, presentando cualquier maniobra propia como modélicamente democrática), avivando temores, y reduciendo el debate político a una mera repetición de eslóganes y lugares comunes. El efecto más corrosivo de esta dinámica es el de propiciar el analfabetismo democrático de grandes masas y transformar la acción política en batallas de hinchas. Un mal que, una vez instalado, costará mucho eliminar y que hace aún más difícil encontrar salidas respetables.

Ha habido también un daño colateral en el proceso, igualmente dramático. Y es que este enfrentamiento polarizado ha revalorizado el papel de las derechas y ha dejado en la cuneta los avances de la izquierda, sus posibilidades de propiciar un cambio. La vieja frase de Machado sobre las dos Españas vuelve a sonar como una maldición. Los dos bandos nacionalistas han acabado por generar un escenario del que se han excluido las políticas de transformación. Y no podría ser de otra forma; cuando se apela a los sentimientos, a la nostalgia y a la identidad, se acaba en manos de los defensores de las esencias tradicionales.

II

Hace dos años, pareció posible abrir un período de transformación política. Tras frustrarse totalmente esta posibilidad en junio de 2016, la victoria de Pedro Sánchez en el P.S.O.E. sugirió que se podía reabrir lo cerrado. Hoy, las perspectivas son mucho peores. Pedro Sánchez y su troupe se han disuelto como azucarillos en la llamada a defender la patria (una de las cosas en las que Marx más acertó es en que la historia a menudo se repite, y la repetición suele ser más ridícula que el original). Pero quien más castigo ha sufrido en las encuestas de opinión es la izquierda que representan Unidos-Podemos [1]. Y posiblemente se trate de un descenso que tiene visos de consolidarse, al menos para el futuro inmediato. Es tiempo de revisar la experiencia y de replantear salidas.

Este descenso es en parte un subproducto del procés, pero no sólo. Es evidente que la batalla identitaria en que se ha convertido el conflicto catalán es letal para quien basa su estrategia en otras cuestiones. Y es bastante evidente que el posicionamiento adoptado por Izquierda Unida-Podemos ha espantado a parte de sus votantes, tanto en Catalunya como en el resto del país. Pero a ello hay que sumar el desvanecimiento en la posibilidad de cambio radical que aupó los primeros éxitos electorales de Podemos tras el 15-M, y que generaron las nuevas candidaturas del cambio en muchos Ayuntamientos. En un mundo tan dominado por un sistema organizado de creación de emociones, tan socializado en el recurso a satisfactores inmediatos de necesidades, tan adoctrinado en la cultura del éxito, si no ganas pronto el desánimo se traduce en desapego. Y esto es lo que también está detrás del retroceso. La izquierda alternativa tiene, a ojos de una parte de sus potenciales votantes, un doble estigma: el de haber fracasado en su intento de darle la vuelta a los problemas sociales y el de haber estado demasiado cercana al independentismo (cosa que, paradójicamente, tampoco le ha granjeado demasiadas simpatías entre los que se movilizan por la Republica catalana).

Ni en el plano estatal se consiguió expulsar al Partido Popular del poder, ni se supo capear con mucha habilidad la amenaza que representa Ciudadanos. Tampoco los nuevos ayuntamientos del cambio han sido capaces de generar una sensación de que las cosas están cambiando realmente. No quiero decir en absoluto que se esté haciendo mal; por lo que experimento en Barcelona, me atrevería a decir que incluso en muchos casos se hacen mejor de lo esperado. El problema está en que las dinámicas sistémicas y el marco institucional son tan potentes y perversos que se tiene la sensación de que la política municipal es permanente desbordada por las fuerzas del capital y las maniobras de los poderes políticos hostiles. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de la vivienda y en el de la lucha contra la pobreza. Aunque se están haciendo enormes esfuerzos por reforzar servicios y prestaciones sociales, tratar de evitar desahucios, y buscar alternativas a la gente sin hogar, las demandas desbordan continuamente las necesidades. En este contexto los avances son modestos, aunque no despreciables, y difíciles de visualizar. Los compromisos, a menudo ineludibles, que deben asumirse debido a la correlación de fuerzas existente, propician nuevos desánimos y deserciones. Y, sobre todo, menguan la percepción social de una izquierda alternativa portadora de una profunda transformación. No pretendo hacer un balance derrotista. Sólo destacar los problemas de fondo a los que hay que enfrentarse para evitar una evolución indeseable.   

III

El primer principio que hay que seguir es el de realidad. Y, a mi entender, la realidad actual es que se han perdido las ventanas de oportunidad que propiciaron la irrupción de Podemos y de los Ayuntamientos del cambio, así como el crecimiento electoral de todo el espacio de la izquierda alternativa. Creo que en esto es fácil ponerse de acuerdo. Ello no conduce necesariamente a un diagnóstico conservador, sino a buscar un nuevo modelo de acción. Creo que hay varios espacios a explorar.

En primer lugar, respecto al procés. Aunque sea un terreno hostil, hay que insistir en explicar tanto la inviabilidad (y en muchos aspectos indeseabilidad) de la vía independentista como el inaceptable planteamiento del unitarismo español. Es sin duda un planteamiento que va a recibir muchas críticas y rechazos, pero que puede ganar credibilidad a medida que se hacen patentes tanto la inconsistencia de la política independentista (y el hartazgo que provoca en Catalunya el vernos encerrados “con un solo juguete”) como la deriva autoritaria de la política estatal. La única forma de ganarse el respeto es precisamente la búsqueda de una salida diferente. Y esto puede reforzarse con la adopción de iniciativas que promuevan un debate abierto sobre el modelo de estado y las amenazas antidemocráticas.

En segundo lugar, hay que ser proactivos en toda la cuestión de derechos sociales. Y empezar a propiciar, apoyar, fomentar, impulsar y colaborar con iniciativas que planteen propuestas en serio sobre las cuestiones más acuciantes: vivienda, pensiones y sistema de bienestar, derechos laborales, políticas ambientales, etc. Sin revitalizar respuestas sociales, sin reabrir batallas por cuestiones esenciales, sin llamar de nuevo a la movilización social, sin tratar de elaborar propuestas a la vez realistas y rompedoras, es imposible que se abran nuevas vías de oportunidad o que podamos siquiera hacer frente a las destructivas fuerzas que amenazan a la sociedad. A la nueva derecha, la que hoy encarna Ciudadanos, no la vamos a derrotar en una competición de patriotismo, la debemos acorralar haciendo que aparezca su verdadera cara social.

En tercer lugar, los Ayuntamientos del cambio (en los que aún son posibles muchas cosas) deben hacer un esfuerzo de explicación de sus victorias y sus derrotas, de su potencial de cambio, pero también de su debilidad. Un ejercicio necesario para reconectar con su base social, para hacer entendible su política. Para que muchos sectores que ahora experimentan un cierto desencanto se conecten de nuevo a una dinámica de cambio

Y, en cuarto lugar, hay que hacer un esfuerzo hacia dentro. De consolidación organizativa, de fomentar la participación, la democracia y la fraternidad (perdida está última en más de una batalla), en formación de cuadros preparados para dar respuestas en una sociedad tan tecnocrática y compleja como la que nos ha tocado vivir. Una tarea que exige también un esfuerzo hacia fuera; de tejer las redes sociales con gente que nunca trabajará en un proyecto político concreto, pero que forma parte real del proceso social en el que cualquier izquierda que se precie debe aspirar.

Sin duda, no son respuestas milagrosas. A uno siempre le gustaría tener la fórmula mágica y al final se tiene que conformar con ofrecer sugerencias modestas. En todo caso, lo que parece ineludible es la necesidad de plantearse cambios ante una dinámica social que ha dejado tocadas las expectativas que se abrieron hace un par de años.

 

Notas

[1] Aunque en Catalunya la mayor debacle la ha experimentado la CUP, cada vez más abducida por las tácticas de Puigdemont y cada vez más sectaria respecto a la otra izquierda y los movimientos sociales.

30 /

1 /

2018

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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