Skip to content

El Zorro blú

El cierre de una librería

Este viejo Zorro barcelonés está nostálgico de librerías. En la librería Platón, en la calle de Muntaner esquina con la que lleva el nombre del filósofo, en los años cincuenta del siglo pasado, era posible encontrar algunos libros prohibidos en España y editados en la Argentina. Lo mismo se podía conseguir en la Librería Francesa de Muntaner-Diagonal. La cual, además, permitía proveerse de publicaciones de Le livre de poche que tardarían décadas en ser publicadas en castellano. Había otras dos Librerías Francesas:  la de las Ramblas y la de Paseo de Gracia, la última en cerrar. Eran librerías en las que se podía encargar libros como la cosa más natural del mundo, consultar —en la época anterior a internet— los enormes catálogos del ISBN o, simplemente, curiosear. Todas esas librerías no existen ya: han cerrado, como la magnífica librería Argos, del Paseo de Gracia. En Argos era posible encontrar mucho libro prohibido, colocado generalmente en el anaquel inferior de las estanterías. En Argos podías «abrir una cuenta», esto es, obtener la posibilidad del pago aplazado —lo que, en aquellos años de inflación, abarataba los libros—, e incluso, en alguna ocasión memorable para el Zorro que suscribe, consultar con J.E. Cirlot la conveniencia de alguna lectura en particular: Cirlot dirigía la librería y creo que también la editorial Argos-Vergara desde un despachito en el altillo. La librería Herder, en la calle Balmes, cerca de la Universidad, ponía los clásicos al alcance de cualquiera en ediciones con garantías. Todo ese mundo ha desaparecido: Argos, Herder, las Librerías Francesas, e incluso el Cinc d’Oros, de existencia más bien fugaz para solaz de progres, o incluso la somera librería del Drugstore  del Paseo de Gracia, donde podías conseguir un libro a altas horas de la madrugada —y algo más que un libro quizá—.

Cierto que en Barcelona se han abierto nuevas librerías: Laye y La Central son las más significativas, librerías como las de antes. A las que se podría añadir el caso particular de Taifa, en la calle Verdi, más parecida a las librerías de Gijón, de León, de Granada o de Lisboa que a las brutales empresas vendelibros de la FNAC o de El Corte Inglés. En éstas ha desaparecido el librero propiamente dicho, sustituido por cambiantes jóvenes duchos, más que en libros, en el manejo de ordenadores.

Ahora cierra también Áncora y Delfín, la librería más cercana a mi madriguera. En Áncora, principalmente por obra de Jan, o antes, cuando la dirigía Enrique Folch (luego editor de Paidós), o después, con Eulalia Teixidor, siempre daban con los libros más raros que se les encargaban. Era una librería de libreros, de gente que sabía su oficio, como la mayoría de las mencionadas en estas líneas (donde no están todas las que son). Que Áncora no haya podido soportar la crisis, siendo una de las librerías más visitadas de Barcelona, indica la profundidad de ésta. Los jóvenes no tienen dinero para comprar libros; y los mayores se estremecen ante el precio, por ejemplo, de los libros de arte, que, hoy, resultan difícilmente soportables para los bolsillos de la clase media.

El Zorro que suscribe no compra libros en grandes superficies. Prefiere el trato con gente que ama los libros. Y le resulta asombroso que en tiempos como los presentes aparezcan lo que no son otra cosa que anuncios publicitarios de las universidades, en una época en que se han convertido en empresas comerciales de dudosa fiabilidad. Así, el Lobo se pregunta para qué servirá ese curso entre 240 y 300 horas lectivas que otorga la diplomatura en la Escuela de Librería, diplomatura que en el curso 2012-2013 se desarrollará como título propio en la —pásmense— Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universitat de Barcelona y bla bla bla. Claro: ahora las universidades están para otras cosas, como conferencias de Pierre Cardin y doctorados honoris causa a respetables cocineros. ¿A cuánto el crédito en la Escuela de Librería?

29 /

1 /

2012

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

+