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Albert Recio Andreu

El país dels comuns

I

El domingo 29 de enero tuvo lugar el acto de presentación del nuevo proyecto de espacio político catalán en las Cotxeres de Sants. Unas 2000 personas superamos con creces el aforo del local. Estaba una buena parte de la gente más activa en las movidas políticas y sociales, la de la vieja izquierda y la de la generación eclosionada con el 15M. La misma mezcla de activistas que llevan un par de meses trabajando en la configuración de un proyecto cultural común, y que ya ha tenido una experiencia previa de trabajo en las candidaturas municipales y en la campaña de las generales. De momento, este es el proceso más inclusivo que existe en el Estado español, pues trata de unificar en una sola formación a la gente proveniente de Iniciativa per Catalunya, Esquerra Unida i Alternativa, Podem, los diferentes grupos afines a Guanyem Barcelona, parte del antiguo Procés Constituent, y a la gente independiente que ha participado en las plataformas municipales. No se parte de cero. Hay ya una experiencia acumulada, aunque queda mucho por hacer.

Es una buena noticia que contrasta con la habitual ración de enfrentamientos de la izquierda hispánica, casi endémica en Izquierda Unida, y ahora instalada en Podemos. Hace años que alguien tildó el ámbito político catalán de “oasis”, para reflejar el ambiente versallesco que predominaba en la política local, y el acuerdo tácito en los grandes temas de la llamada “sociovergencia”. Alguien podría pensar que este espíritu pactista se ha transferido a la izquierda, pero la verdad es algo más compleja y vale la pena entender el proceso que nos ha llevado hasta aquí.

En el tardofranquismo la base social de la izquierda era muy amplia, con un PSUC hegemónico y con una miríada de activistas integrados en los diferentes grupos de tradición marxista (maoístas, trostkistas, marxistas heterodoxos, consejistas…). Gente que estuvo en todas las movilizaciones y que construyó las grandes fuerzas sindicales y el movimiento vecinal. A principios de los ochenta, el PSUC se rompió, y la mayoría de grupos a su izquierda desaparecieron (aunque el remate final se produjo en la década siguiente tras la fallida unificación del MC y la LCR, último intento de crear una alternativa radical). Mucha gente se fue a casa, aunque una parte de los viejos activistas se mantuvieron en los viejos movimientos sociales (AV, sindicatos) o en otros nuevos: ecologismo, feminismo, pacifismo. Y constituyeron el núcleo activador de las grandes movidas de la época: la lucha contra la OTAN, la huelga general del 14-D, las movilizaciones contra la guerra. Movimientos que ayudaron a generar sentido colectivo entre gente que, en el pasado, había formado parte de grupúsculos diversos. En el lado más institucional, el rompimiento del PSUC en dos momentos diferentes, que dio lugar al nacimiento del PCC, del PSUC Viu y de EUiA, acabaron con una experiencia que parece haber sido decisiva: la de ir separados a elecciones y situarse al borde del colapso. Esta vieja izquierda acabó entendiendo que la unidad era básica para afrontar un proceso electoral con garantías, y aunque las diferencias, y a veces los malos rollos, existen, se ha alcanzado una situación de convivencia que permitió consolidar un espacio político a la izquierda.

La década de los años 90 vio eclosionar una nueva movida, con una base generacional y social diferente. Básicamente, de jóvenes con formación universitaria que constituyeron el núcleo del movimiento anti-globalización, del antimilitarismo, y de la “okupación”. A menudo con pocas conexiones con la vieja izquierda, y con una clara hostilidad con su fracción más institucional. A medida que estos movimientos fueron entrando en luchas más arraigadas al territorio, especialmente los problemas relacionados con la vivienda, se reforzó la densidad de sus propuestas y se crearon algunos puentes con movimientos de la vieja época. Quizás ahí está uno de los gérmenes de la situación actual. No hay duda de que la explosión del 15M fue un empuje necesario. Que acabó por replantear a esta nueva izquierda la necesidad de intervenir también en la esfera institucional. Y que le llevó a entender su necesidad de ganar músculo en base a aliados. De la misma forma que, para la izquierda convencional, el 15M le obligó a replantearse su papel social y a entender la necesidad de abrirse a una nueva experiencia política y organizativa. La construcción de alternativas municipalistas primero, y de la coalición En Comú Podem después, ha impulsado este proceso, el que nos ha llevado hasta aquí. Contar con un activo como la carismática Ada Colau constituye sin duda otro factor que refuerza esta tendencia a la confluencia.

Hasta aquí, he tratado someramente de explicar un largo proceso histórico que ha conducido a una confluencia entre las viejas y las nuevas izquierdas, entre militantes de distinta trayectoria vital, aunque hace años que muchos hemos convivido, colaborado, y discutido en procesos muy diversos. Lo cual ha generado un mínimo clima de confianza y tolerancia mutua sin el cual sería impensable abordar lo que ahora se intenta construir. Algo, por otra parte, necesario, y que puede ayudar a otras organizaciones y procesos en otras partes de la península. Por eso es tan necesario que la cosa salga bien, y por eso vale la pena detectar aquellas cuestiones que pueden dar al traste con un buen proyecto.

II

De momento, se ha empezado por lo que resulta más fácil. Ponerse de acuerdo con el proyecto político abstracto. Y es más fácil por dos razones: primero, porque muchas de las ideas básicas que antes dividían a la izquierda, como el ecologismo o el feminismo, forman parte del marco de valores común a la inmensa mayoría de activistas. Y segundo porque, aquello que posiblemente genere sensibilidades más diversas, como es el caso del carácter socialista o comunista de un nuevo modelo, ha quedado en parte aparcado tras el hundimiento de los viejos regímenes burocráticos y su adscripción a diferentes variedades de neoliberalismo o de capitalismo estatista. Es cierto que, para la gente de mi generación, chirría en el programa la ausencia de referencias a la clase obrera o al socialismo. Pero también es cierto que la mayoría de propuestas recogen ideas (o las reformulan) que han formado parte de esta tradición: democracia económica, municipalización, predominio de lo público o colectivo, igualitarismo, etc. Como ya he comentado en diversas ocasiones, la izquierda alternativa actual aún tiene pendiente la elaboración de propuestas serias de superación del capitalismo que no supongan recaer en el viejo modelo de economía burocrática, y que den respuestas satisfactorias a los retos de la economía ambiental. Y, por tanto, no puede pedirse a un manifiesto inicial que resuelva de golpe un problema de fondo.

El único punto problemático es el del tratamiento del tema nacional. Lógico, porque entre las bases del nuevo proyecto coexisten independentistas y no independentistas, y los primeros suelen tener una fijación especial en este tema. La coexistencia refleja la propia complejidad de la izquierda catalana (de hecho, la existencia de ambas posiciones se encuentra en el seno de cada una de las organizaciones que participan de la confluencia), y de la misma sociedad (el independentismo es claramente hegemónico fuera del área metropolitana de Barcelona y, por tanto, emerge en cualquier intento de construir una estructura política que abarque todo el territorio). Se ha tratado de elaborar una propuesta de síntesis en base a un concepto de soberanismo abierto que apela más a la democracia económica que al cierre nacional, que se posiciona a favor del referéndum de autodeterminación, y que apela a la necesidad de generar confluencias y fraternidad con el resto de España. No estoy seguro de que el resultado sea satisfactorio, aunque me parece que la dificultad no viene tanto de la propia solución teórica (buena es si permite la coexistencia y la cooperación entre gente con sensibilidad diversa en este campo y con afinidad en muchos otros), sino del contexto político en el que nos podemos encontrar los próximos meses, que obligará a adoptar posicionamientos políticos.

III

En los próximos meses, en Catalunya posiblemente habrá que afrontar una situación compleja. El bloque independentista se ha marcado un objetivo ―el referéndum a corto plazo― cuya renuncia le provocaría una debacle. Después del anunciado apoyo de la CUP a los presupuestos, hay menos razones para renunciar al referéndum. Resulta bastante evidente que, en las actuales circunstancias, el único referéndum posible es una nueva variante de la consulta del 9-N, o sea más una movilización independentista que un verdadero proceso referendario con debates abiertos. Es posible que una convocatoria de este tipo eleve el grado de presión del Gobierno Rajoy, y que se produzca una situación de fuerza. Algunas voces sugieren que esto puede formar parte de la estrategia independentista, que la represión de Madrid ayude a generar un clima favorable en el resto de Europa. Suena demasiado rebuscado. La tercera posibilidad es que se renuncie un referéndum y se convoquen nuevas elecciones. Si el bloque independentista las gana, el paso siguiente es el de proclamar la independencia. Y, si las pierde, se abren otros escenarios en función de quién sea el ganador.

De los cuatro escenarios posibles ―referéndum sin consenso, represión del proceso, victoria electoral del bloque independentista y victoria de otra fuerza política― sólo hay una variante que puede resultar cómoda para Un País en Comú. Curiosamente, se trata de un resultado indeseable: la victoria del bloque de la derecha. Todas las demás generan problemas. Y obligarán a maniobras que hoy no están claramente planteadas.

El punto de acuerdo más sencillo sobre el tema del referéndum dentro de Un País en Comú es el de dejar libertad de voto, que los ciudadanos se pronuncien (de hecho, esto es lo que ya hizo Iniciativa-EUiA en la consulta anterior). Pero los escenarios que he dibujado generan nuevos problemas.

El del referéndum unilateral genera un grave problema de déficit democrático, puesto que difícilmente va a producirse en un contexto de serenidad y campaña informada. Hasta hoy mismo, Xavier Domènech ha tenido la valentía de recordar que sólo se dará apoyo a un referéndum en condiciones democráticas aceptables y con una pregunta correcta. Este es el acuerdo y el pensar de la inmensa mayoría de activistas. Pero una cosa es mantenerla cuando el referéndum es una posibilidad etérea y, otra, si existe una convocatoria y un clima de enfrentamiento y pasión como el que, previsiblemente, veremos si finalmente se produce la convocatoria. Algo parecido puede ocurrir en los escenarios dos y tres, en situaciones que tienden a ser de blanco y negro, donde las posturas se radicalizan y afloran los subjetivismos. ¿Y, qué ocurriría si en unas hipotéticas elecciones ganara Un País en Comú y se encontrara en situación de tener un papel parlamentario decisivo? ¿Cómo responder en este caso a las presiones de uno y otro bando, que pondrían en peligro el equilibrio de fuerzas interno?

No quiero ser agorero. Si dibujo estas posibilidades es porque considero que en todas ellas habrá que tomar decisiones en un clima de tensión. Un clima que puede afectar a los equilibrios internos entre sensibilidades diferentes, y dañar la propia credibilidad social del nuevo proyecto. Lo que une a la gente de Un País en Comú son la mayoría de problemáticas de la vieja y la nueva izquierda: justicia social, anticapitalismo difuso, ecologismo, feminismo, democracia participativa. Lo que más diferencias genera es la cuestión de la independencia o, por decirlo de otra forma, el marco político de Catalunya. Una división que, de hecho, también existe entre las propias bases sociales a las que el proyecto apela, y donde se mezclan sensibilidades muy diversas que se plasman claramente en la diversidad comarcal. Por ello, me parece que en los próximos meses habrá que hacer un esfuerzo por alcanzar un claro posicionamiento ante cada uno de los posibles escenarios. Al menos, contar con una mínima hoja de ruta que impida que el proyecto, de largo recorrido, naufrague en la vorágine del primer oleaje.

IV

Hay una segunda cuestión que, de momento, no está planteada, al menos al nivel de activista de base en el que participo, y que puede ser otra fuente de problemas. Se trata de la cuestión organizativa. De cómo integrar fuerzas diferentes, en experiencia organizativa, cultura política, historia, en un solo proyecto. De cómo conseguir que el todo sea mayor que la suma de las partes, y evitar que las aspiraciones o recelos de cada una de ellas lo debiliten. Creo que la integración es una tarea razonable, deseable. Y se percibe, de momento, buena predisposición en todas las partes (una buena muestra lo fue el mitin de ayer, se podía comprobar que todo el mundo había movilizado a su gente, que había entusiasmo colectivo). Habrá que ver si también en esto la capacidad creativa, las ganas de construir algo grande, se imponen. Pero se trata de un ejercicio que exigirá un esfuerzo político para que las piezas encajen. Un encaje que, a menudo, es tan complejo por arriba como por abajo (por arriba porque siempre hay latente una lucha por el poder, por abajo porque suelen pesar demasiado los viejos desencuentros), y que exige compromiso democrático y sensibilidad para orillar los conflictos.

V

Uno puede pensar que trato de tirar un jarro de agua fría al destacar los puntos críticos, cuando es todo lo contrario. Se trata precisamente de adelantarse a las dificultades para hacerles frente. Porque el proceso tiene mucho valor, no sólo en Catalunya, sino en otras partes. Si aquí somos capaces de construir un proyecto en común y encajar un engranaje tan complejo, vamos también a ser útiles para otros proyectos amigos. Porque, de lo que se trata, es de que las cosas aquí salgan tan bien que ayuden a generar una corriente de procesos en muchos otros lugares. Y es que, frente a la barbarie de los Trump, los ultras europeos, y la derecha neoliberal, es una necesidad vital que se articule una izquierda que ofrezca un proyecto de sociedad decente, que luche unida para que sea posible.

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2017

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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