¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Mariano Maresca
Pudor y respeto
Tengo la impresión de que en el caso de Vázquez Montalbán buena parte de lo que se tomaba por timidez en realidad era una mezcla de pudor personal y respeto sin excepciones, y esto me parece llamativo en alguien que abrió los ojos a la historia yendo a visitar a su padre en la cárcel. La insensata crueldad. de este país se constata de manera implacable en el hecho de que el propio Manuel, como si el valor de iniciación de aquellas visitas no hubiese sido suficiente, tuviera que repetir en su propia biografía la experiencia de la cárcel, la clandestinidad y la exclusión. Por eso no es tan difícil entender su lealtad a determinadas convicciones: no tenía que hacer ningún esfuerzo especial para recordar cada día todas y cada una de las deudas que la historia que hacen los vencedores tiene con los vencidos. Vivir era eso.
Por la misma razón, escribir era para él un «deber de memoria». Puede que en alguna ocasión su obra literaria se haya resentido de la exigente presión de su raíz política y moral, pero tengo la impresión de que, desde hace tiempo, Vázquez Montalbán había establecido unas prioridades en su trabajo y que en esa escala se imponía como innegociable la necesidad de pensar las condiciones históricas del dominio y la liberación. Política y culturalmente, siempre se ha movido desde una sensibilidad muy especial, fruto de una metabolización absolutamente personal de muchas culturas (no sólo la marxista). Recuerdo su respuesta, en un acto público en la Facultad de Letras de Granada, a la pregunta de cuáles eran los estratos de su formación intelectual: no dejó sin nombrar ni una sola de las manifestaciones importantes de la historia intelectual y política del siglo XX. En eso contaba mucho su infinita curiosidad: hablando con él, era inevitable preguntarse de qué no sabía algo Vázquez Montalbán.
Para mí, uno de los frutos más interesantes de ese patrimonio cultural que Manuel fue reuniendo con tanta determinación es su interés prioritario por los registros de la «cultura popular». Desde luego, eso lo define como un buen discípulo de Gramsci y da a lo que sólo parece versatilidad, capacidad para hacer cosas muy diversas, un sentido más complejo: ¿por qué tendría que haber cosas menos dignas de ser leídas que otras? Creo que el tiempo ha dejado suficientemente claro el valor de su Crónica sentimental de España, un libro que era necesario entonces (pero fue él quien se dio cuenta entonces de su necesidad) y que ahora, cuando avanza la ominosa operación de Estado de rescribir la historia de España, se revela como un libro imprescindible. Es gente como Vázquez Montalbán la que hace falta para detener el píomoaismo, denunciar el arrasamiento de la conciencia histórica por una propaganda inmoral que vuelve a violentar, ahora convirtiéndolas en culpables, a las víctimas que ya había exterminado con las armas. Él se dedicaba a eso, y trabajaba muchísimo.
Me molesta que ya se esté hablando de Manuel Vázquez Montalbán como alguien que sin duda él no quiso ser: un ejemplar único en todo. Este hombre ha tenido una vida bien vivida, generosa con los demás y consigo mismo, y nada de eso lo ha hecho desde el heroísmo. Era tan próximo a los suyos porque los necesitaba como el aire para respirar, y por eso estaba siempre disponible y por eso nunca desdeñó la palabra de nadie. ¿Me permiten que nos recuerde a todos que ahora tocamos a mucho más trabajo?
30 /
10 /
2003