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Juan-Ramón Capella

Cambiar el país

No queremos sólo un cambio de gobierno. Queremos cambiar el país. Queremos que la sociedad española deje atrás sus lacras y compongamos una sociedad donde se pueda vivir sin angustia y sin sentir vergüenza ajena.

Los cambios de gobierno nunca, hasta ahora, han favorecido a los de abajo. Siempre dejan a esta sociedad, a este país, igual en el mejor de los casos, y casi siempre peor. Queremos un país distinto. Los apaños desde arriba no valen la pena.

Queremos un país en que se imponga la solidaridad. Eso significa un país sin fraude fiscal, un país donde defraudar a Hacienda resulte catastrófico para el que lo haga o lo intente —sea una persona física, una sociedad, un fondo de inversión o quien sea—. Un país donde salga carísimo —resulte irracional— defraudar tanto en términos dinerarios como en términos de la vida personal (donde se acaben las amnistías fiscales encubiertas  a lo Montoro y los apaños con la fiscalía). Un país donde la fiscalidad sea acentuadamente progresiva, y donde pague muchísimo más todo el que tenga o gane mucho más que la mayoría. Un país sin listillos incluso del pequeño fraude. Porque es necesario un gran esfuerzo de recaudación fiscal para que sea posible instrumentar políticas de solidaridad y políticas de transformación del aparato productivo.

Solidaridad, ante todo, con las personas a las que ni los empresarios ni el Estado son capaces de proporcionar empleo. Parados, subempleados. El conjunto del producto social que no haya de ser reinvertido ha de ser distribuido a través de los salarios y también a través de los subsidios para quienes no cuenten con un salario o éste o sus ingresos sean de risa.

Y solidaridad con las personas dependientes, implantando progresivamente sistemas de atención social para quienes la necesiten, teniendo en cuenta además que se convertirán en dependientes cada vez más personas en su ancianidad.

Queremos un país con menos desigualdad. Hay que ir cerrando el abanico de las rentas y el abanico de los salarios. Esos sueldos anuales millonarios a directivos son antisociales injustos y desmoralizadores para la sociedad.

Queremos un país sin corrupción pública ni privada. Queremos un país donde los corruptos y los corruptores sean expropiados y enviados a campos de trabajo, o a la cárcel si no tienen condiciones para trabajar.

Queremos un país donde las empresas inviertan, y donde también lo haga el Estado. Hay que invertir en ramas tales como la agricultura, la ganadería y la pesca industriales y modernas; en la industria médica y farmacéutica; en las energías renovables; en canales de comercialización interior y exterior que no expolien a los productores; en aplicaciones tecnológicas e informáticas. Hay que invertir en educación e investigación

No queremos el país de camareros y camareras al que nos aboca el cuasi monocultivo del turismo. No podemos ser sólo eso.

Queremos un país con verdadera democracia.

Verdadera democracia significa dos grandes cosas. Una, por supuesto, es un sistema político que no esté trucado por unas normas electorales y parlamentarias que hoy lo hacen hermético a las demandas sociales. Hay que cambiar profundamente el sistema político para sajar sus tumores antidemocráticos. Para que sea capaz de resolver los problemas del país en vez de enquistarlos.

Pero también hay que conseguir, para que en nuestra sociedad haya verdadera democracia, que las relaciones entre las personas dejen de regirse por el principio autoritario de la estratificación social y se conviertan en relaciones verdaderamente funcionales. Una sociedad donde se rechacen los símbolos de estatus, donde quien tenga la responsabilidad de ordenar sepa dar siempre las razones de sus órdenes, donde las personas no sean subalternas sino que realicen si acaso funciones subalternas. Donde el hijo del diputado pueda ser fontanero y el hijo del fontanero diputado, por poner unos ejemplos; una sociedad donde hayamos enterrado el ordeno y mando y la prepotencia de la España negra.

Hemos de cuidar y proteger la democracia en el seno de la sociedad, porque esta crisis empuja a algunos jóvenes y no tan jóvenes a convertirse en fascistas peligrosos.

Queremos un país que se haya aclarado con eso de la austeridad. Ahora Varufakis y otros nos inducen a rechazar la austeridad, y eso está bien, porque aluden a la austeridad que quiere imponernos el gobierno sempiternamente derechista de la Unión Europea, que en vez de programas sociales quiere beneficios para los ricos. Rechazaremos siempre ese tipo de imposiciones y ese tipo de austeridad.

Pero queremos una sociedad no consumista y en este sentido austera. Donde todo el mundo tenga garantizadas la satisfacción de sus necesidades básicas: comida, vestido, alimentación, calefacción, medicina y medicamentos, instrucción, educación para sus hijos y cosas semejantes. Eso son necesidades básicas, aunque elásticas. Pero al lado de ellas hay gente que tiene necesidades «antisociales». Son antisociales las necesidades que nunca pueden tener todos, que no pueden ser satisfechas, hipotéticamente, para todos. Así, son antisociales los campos de golf, los yates y los amarres portuarios, los viajes a países distantes, los automóviles de lujo, ciertos tratamientos paramédicos y tantos bienes que la propaganda consumista ha llegado a introducir en los hábitos de las personas infectadas de aburguesamiento, cuyas artificiosas necesidades les parecen «naturales».

La austeridad no depredadora es un principio cultural que ha de ser legado a todos los hijos. Hemos de emplear el ingenio para reciclar de verdad —empezando por las fábricas—, para reducir y reparar los costes ecológicos de la producción.

Queremos un país educado, con formación, para todas las capas sociales. Es preciso mantener un gran debate entre las personas que trabajan en la educación para elaborar una propuesta de contenidos, métodos de aprendizaje y fundamentos del trabajo docente e investigador a todos los niveles. Una propuesta que ofrecer a la colectividad, para que ésta quede informada y pueda decidir una reforma educativa estable, que no sea tributaria, como hasta ahora, de las conveniencias de las formaciones políticas. Es preciso implicar a todos los educadores y educandos en esta tarea de renovación. Y hay que invertir —ya se ha dicho— en educación y en verdadera investigación.

Queremos un país consciente de su potencialidad cultural. La literatura, la pintura y el cine españoles son ejemplares en todo el mundo. Nuestro pasado histórico, al margen de sus grandes lacras —la Inquisición, el sojuzgamiento de los indígenas americanos— supo proyectarse en todo el Mediterráneo por obra principalmente de la Corona de Aragón pero también por la de la monarquía hispánica. Y la lengua castellana de España es una de las más hablados del mundo. Toda Europa está pendiente de España para sus relaciones con Latinoamérica. La renovación educativa ha de imponer el retorno de tantos investigadores expulsados del país por la crisis, cuya formación cofinanció el erario público, gentes sacrificadas antieconómicamente por los gobiernos de la derecha; y la renovación educativa y cultural ha de significar el despliegue del talento de un país dotado de tradiciones, de raíces culturales variadas y ricas.

Queremos desprendernos de esta Unión Europea derechista, interventora, vergonzosamente antidemocrática, insolidaria. Desprendernos de una UE que ha limitado aspectos de nuestra producción en beneficio de los países más ricos. Queremos un espacio económico europeo de circulación de personas y mercancías. Pero queremos recuperar la soberanía que unos sucios gobiernos del país han enajenado gratuitamente al gran capital a través del gobierno europeo.

Hemos de tenerlo muy claro. No queremos un simple cambio de gobierno: queremos cambiar el país, proyectar un país nuevo y materializarlo, para lo que las victorias políticas nos vendrían muy bien. Pero no vayamos a empezar la casa por el tejado si no podemos llegar al tejado. Empecemos por la planta baja: por los ayuntamientos, por las asociaciones locales, por los movimientos que consiguen cambiar las cosas. Y necesitamos eso que se llama ‘cuadros’: personas que hayan adquirido alguna experiencia y que ya hayan tenido disponibilidad para el trabajo social. Necesitamos cuadros para poder eliminar en los ayuntamientos primero y más arriba después los obstáculos que se oponen al cambio del país.

Necesitamos que cada uno vea qué puede aportar. Concretarlo y medir la disponibilidad de tiempo. Eso es aprender a ser un activista responsable. Aprender también a escuchar, y a formarse. Hay que ser coherente con el país que se proyecta. Actuar ya como ciudadano de ese país, y no como habitante del país injusto y desigual que tenemos ahora.

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2016

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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