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Juan-Ramón Capella

De luna a luna

El huracán Katrina lo ha dejado claro: en Nueva Orleáns no había un solo hospital público. Del Estado, en Louissiana, sólo queda la policía. El viento ha barrido discriminatoriamente, sobre todo, contra negros, pobres y ancianos. Tampoco hay tren en Nueva Orleáns. Esa es la consecuencia de las campañas electorales basadas en el universal «¡Bajaré los impuestos!». Pero no hay que ir a buscar demasiado lejos el resultado del neoliberalismo. Los incendios en edificios de los suburbios parisinos muestran que la exclusión alcanza ya proporciones notables en la Francia gobernada por la derecha: los incendios han afectado a inmigrantes y a ancianos que vivían en condiciones nauseabundas. En Francia el peligro inminente se llama Sarkozy. Aquí nos libramos de bastantes cosas al librarnos de Aznar y su pandilla.

El PP discrimina. El Partido Popular ha presentado un recurso de inconstitucionalidad contra la ley que permite contraer matrimonio a personas del mismo sexo. Como señala L. Canfora, lo que caracteriza a la derecha es su capacidad para introducir discriminaciones, y lo que caracteriza a la izquierda real, no verbal, es justamente la integración y la lucha contra la discriminación. El recurso de inconstitucionalidad del Partido Popular no es inocente, pues la ley ahora judicializada es sólo un primer paso en el reconocimiento de los derechos de las personas hoy llamadas homosexuales o gays, que no por esa ley dejarán de estar discriminadas en muchos aspectos de su vida, como no dejan de estarlo las mujeres pese a que su equiparación jurídico-formal a los varones ha cumplido ya algunos años. El PP tiene tras de sí a la jerarquía eclesiástica española, más discriminatoria incluso que el partido político.

Empieza un nuevo curso y los textos escolares son más caros que nunca. Son textos de obsolescencia planificada, para que no circulen de hermano mayor a hermano menor. Con muchísimas fotos e ilustraciones y poco que estudiar de veras. Entre esto y los disparatados planes de estudio, pronto estaremos a la cola en casi todo.

Con el otoño llegan las competiciones deportivas. Son el opio del pueblo, más inutilizadoras de neuronas que las drogas perseguidas. Los eruditos (o «intelectuales») a la blaugrana, merengues o colchoneros son de otra opinión. Si no fuera por la alharaca mediática, bien engrasada por la industria publicitaria a la que las competiciones sirven de soporte, la hinchada tal vez llegaría a percibir que el fútbol, como espectáculo, es casi invariablemente aburrido. Pero en su simplicidad -ganar o que pierda el rival- suscita pasiones: una energía elemental que no puede ser elaborada para algo más sutil, sino que se renueva y se gasta indefinidamente y distrae de los problemas reales, cotidianos. Algunos dirigentes deportivos insensatos tratan últimamente de politizar las competiciones más allá del burdo nacionalismo patriotero y militarista de quienes retransmiten este tipo de «eventos» en los medios audiovisuales. Si la politización tuviera éxito el deporte dejaría de distraer.

El juez Roberts. La designación por Bush de un juez reaccionario para el Tribunal Supremo norteamericano era de esperar. No en vano ese Tribunal desempeñó un papel decisivo en el golpe de estado que le llevó a su primera presidencia, al no autorizar el recuento de los votos del estado de Florida de los que dependía el resultado electoral. Pero los estados mayores militares e industriales ya sabían qué presidente querían y la decisión no suscitó grandes problemas pese a dejar malherido el sistema político norteamericano, uno de los menos representativos del mundo, con una bajísima participación electoral inevitable. Sin embargo Bush no ha tenido bastante con nombrar al juez Roberts: una circunstancia casual le permite llevarle a la presidencia del Tribunal. Los derechos y libertades de los norteamericanos (y los de los demás) van a experimentar nuevos recortes. Es la hora del derecho penal del enemigo. Los efectos de estos nombramientos judiciales se prolongan en el tiempo mucho más que los mandatos presidenciales. La composición del Supremo que conspiró para que Bush jr fuera presidente procedía aún de Reagan y de Bush padre.

Elecciones alemanas. Se ha producido un vuelco electoral que los media han minimizado muy bien. Un partido de izquierda real se ha convertido en la tercera fuerza parlamentaria del país, por delante de los liberales y de los domesticados verdes. Sin embargo el empate entre los grandes partidos, el de la derecha y la llamada socialdemocracia de Schröder, ambos con políticas neoliberales y de recortes sociales, augura una «Gran Coalición» cuyo programa real consistirá en traspasar más fondos públicos a las empresas privadas.

Gasto sanitario público: con tanto lío, como es natural tratándose de un gasto social, con la financiación de la sanidad pública española, a la que ahora contribuirán los fumadores y bebedores (¡y que no falten!), se aplazará ad calendas graecas la inclusión de la odontología digna de este nombre en los servicios sanitarios públicos. Si quieres te financian el cambio de sexo, pero arreglarte la boca no.

Fórmula Uno. El campeonísimo Alonso es buena cosa para la máquina más contaminante del universo. Días antes de la victoria de Alonso se celebraba un «Día sin automóviles» del que nadie se enteró. Evviva el coche! ¿Para cuándo programas «No Circula», que prohiban circular un solo día a la semana, según las matrículas, a los vehículos no industriales? El lobby de los fabricantes, bien parapetado tras los puestos de trabajo de sus empresas, acalla toda crítica pública al uso del automóvil en los medios de manipulación de masas con la amenaza de retirarles la publicidad. Evviva la libertad de expresión! Todo perfectamente lógico. Hágase el negocio y perezca el mundo.

El entusiasmo ante el nuevo Estatut de Catalunya debe de ser enorme, a juzgar por la publicidad pagada con fondos públicos que publica la prensa. Un día de éstos vamos a tener una manifestación de masas enardecidas.

9 /

2005

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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