La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
José A. Estévez Araújo
La elitización de la universidad en Europa
El jueves 16 de noviembre de 2006 los estudiantes de la Universidad de Barcelona y de otras universidades españolas se declararon en huelga. Protestaban contra el llamado “Proceso de Bolonia”. Un examen de los objetivos y características de ese proceso puede darnos una idea de los derroteros por los que se está queriendo llevar a la universidad en Europa.
El Proceso de Bolonia se llama así porque tiene sus orígenes en una Declaración conjunta de los Ministros europeos de Educación que se reunieron en esa ciudad italiana en 1999. Su objetivo es la creación del “Espacio Europeo de Educación Superior”, lo cual significa una “homogeneización” de la educación universitaria a nivel europeo: si hasta ahora existían diversas tradiciones universitarias, diversas formas de evaluar, distintas maneras de concebir la docencia, ahora se pretende que todas las universidades europeas se ajusten a un molde único.
Obviamente esto supondrá unos costes considerables para las comunidades universitarias y para los diversos Estados europeos. Y uno puede preguntarse ¿qué finalidad se quiere alcanzar por medio de un proceso tan severo?
En la Declaración de Bolonia se dice que dos de los objetivos centrales son promocionar la movilidad de los ciudadanos y la capacidad de obtención de ocupación. Es decir que la homogeneización perseguiría dar mayores facilidades a los profesionales que quieran trabajar en otro país y a los estudiantes que deseen realizar sus estudios total o parcialmente en una universidad extranjera.
Sin embargo, estos objetivos no resultan creíbles. En el número de agosto de 2006, la revista Europa Newsletter, editada por la UE, informa que menos del 2% de los europeos viven y trabajan en otro estado miembro. Y sólo el 0,5% lo hace por razones estrictamente laborales. El resto se ha trasladado por razones afectivas o familiares. Pensar que esta tendencia se va a modificar y creer que la movilidad en Europa puede llegar a ser similar a la que existe en Estados Unidos es desconocer las dificultades que existen aquí para trasladarse y establecerse en otro país (el idioma no es la menor de ellas). Por lo que respecta a los estudiantes universitarios que participan en el programa de intercambio “Erasmus”, éstos han alcanzado en 2006 la respetable cifra de 170.000, involucrando a 3.500 universidades de la UE. Pero, dado que el número total de estudiantes universitarios europeos es de 17 millones, los “Erasmus” no dejan de ser una minoría casi anecdótica.
El incremento de la movilidad estudiantil y laboral no resulta, pues, un objetivo creíble para un plan tan traumático. Lo que se persigue es otra cosa. Se quiere organizar una “competición” entre todas las ofertas de enseñanza superior a escala europea para seleccionar las mejores. Para eso es necesaria la homogeneización: para que los logros sean fácilmente comparables. Se pretende seleccionar una serie de Universidades de “gran nivel”, adjudicarles más recursos y que atraigan a los mejores profesores. En ellas estudiarán los jóvenes europeos que puedan permitírselo. Eso traerá consigo un incremento y consolidación de la desigualdad: las Universidades se jerarquizarán y habrá titulaciones de 1ª, 2ª, 3ª y 4ª categoría.
A eso es a lo que se oponen los estudiantes. Ellos quieren una universidad pública y de calidad homogénea. No una concentración de los recursos en unas pocas universidades de elite a la que muy pocos tendrán acceso. Y en esa exigencia tienen toda la razón del mundo.
12 /
2006