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Ferran Puig Vilar

Por qué los informes del IPCC subestiman, sistemáticamente, la gravedad del cambio climático

Introducción

La emisión del 5º informe del IPCC (Intergovernmental Panel of Climate Change) —a saber, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático por sus siglas en inglés— nos da ocasión para examinar cuál es el estado de la ciencia, digamos ‘oficial’, del cambio climático. También para examinar qué perspectivas alternativas existen, y su verosimilitud. En estos términos, es también una buena ocasión para examinar por qué motivos concretos, en cosa tan cuadrada y objetiva como la ciencia, puede haber, o no, divergencias entre la “oficialidad” del IPCC y perspectivas alternativas.

A finales de 2012 la revista académica Global Environmental Change publicó un trabajo de investigación titulado “Climate change prediction: Erring on the side of least drama?» [2]. Estaba firmado por tres autores estadounidenses de muy alto nivel [3] liderados por Keynyn Brysse, del Programa de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Oficina de Estudios Interdisciplinares de la Universidad de Alberta (Canadá). En el abstract puede leerse:

La evidencia disponible sugiere que los científicos han sido conservadores en sus proyecciones acerca de los impactos del cambio climático. En particular, analizamos estudios recientes que muestran cómo por lo menos algunos de los aspectos clave del calentamiento global causado por el aumento de gases de efecto invernadero han sido subestimados (understated), singularmente los del Grupo de Trabajo I del IPCC … En consecuencia, sugerimos que los científicos están sesgados no hacia el alarmismo, sino hacia su contrario: hacia estimaciones cautelosas, donde definimos cautela como el hecho de errar por el lado de menos —en lugar de más— predicciones alarmantes (erring on the side of least drama, ESLD). (2) [aclaraciones añadidas]

La divergencia negacionista

Que haya divergencias entre la posición del IPCC y las del negacionismo climático podría sorprender a los recién llegados, a quienes tenemos la obligación de ilustrar para que se hagan su propia composición sobre los orígenes, financiación, estrategias, retórica, y consecuencias, del negacionismo organizado. Pero no sorprenden ya, a estas alturas, a ningún iniciado observador atento de la realidad climática y de sus múltiples derivadas.

 

 

El negacionismo organizado —de compra, de alquiler, o de saldo— no necesita motivos, ni científicos ni de ningún otro orden, para aparentar desacuerdo con las conclusiones del IPCC. Le basta con inventárselos, como lleva haciendo por lo menos desde 1990, y repetirlos hasta la saciedad a viento y marea en libros, blogs de estudiada apariencia ilustrada, artículos de prensa y mucho troll pero, salvo accidente, jamás en revistas científicas homologadas. Todo ello envuelto en una estudiada retórica años, y décadas, después de que hayan sido refutados e invalidados académicamente con todas las de la ley. Siglos, incluso, pues la prueba del (mal llamado) efecto invernadero del CO2 fue establecida por John Tyndall nada menos que en 1861 (3). En todo caso se ha podido observar cómo el consenso científico alrededor de la visión actual del cambio climático (atribución, severidad de los impactos y mucho más) se alcanzó allá por 1993 (4).

En negacionismo climático organizado existen dos posiciones de referencia. Una es la amoral (por ser suave): la de quienes no gustan de las respuestas posibles al fenómeno y niegan el problema a sabiendas, con mayor o menor habilidad función, casi siempre, de las prebendas recibidas por la cosa suya. Entretanto, cruzan los dedos confiando en que no les afecte a ellos durante su tiempo vital. La otra, minoritaria, es la de quien se cree sus propias mentiras, sin comprender el contexto en que se producen. Me resulta difícil calificar a estos últimos sin el empleo de un epíteto insultante.

Por supuesto, el caballo de batalla principal del negacionismo, su objetivo último (follow the money), consiste en promover dudas acerca de la asociación entre el calentamiento global y los combustibles fósiles, interfiriendo en el denominado “problema de la atribución”. De ahí su obsesión y nerviosismo con la ‘atribución reforzada’, sobre la que este último informe incide decisivamente, y que más adelante comentaré.

Toda esta gentuza constituye el equivalente contemporáneo de un tal Parallax. Parallax fue un carismático pico de oro que, a mitades del siglo XIX, llegó a recorrer gran parte de Inglaterra retando a renombrados científicos a debatir con él frente al público en los teatros. Parallax defendía que la Tierra era plana. ¡Ganaba los debates! Tales eran sus habilidades retóricas, aprovechando la comprensible ignorancia de la audiencia, que hizo de esa fantasmada su modo de vida durante 20 años (5). Claro que después vinieron los teóricos Edward Bernays (6) y Walter Lippmann (7), el práctico y salvaje Goebbels (8), y sus actuales sucesores, más refinados [4], que han acabado haciéndonos creer casi cualquier cosa.

La divergencia sociológica

A pesar de su triunfo en la paralización de toda acción política significativa durante 25 años preciosos [5], a estas alturas el debate académico sobre el cambio climático no se encuentra ya en el terreno negacionista, una vez éste desenmascarado. Por el contrario, si algún debate existe ahora éste tiene, por un lado, a la ‘línea IPCC’, ya de por si altamente alarmante (con fundamento, y por tanto no alarmista) y, por otro, a quienes consideran que sus predicciones se quedan cortas, incluso muy cortas. Todo ello en términos de variables climatológicas como temperatura, nivel del mar, fenómenos extremos o, lo que es más relevante, de los impactos sobre la estabilidad de los sistemas de soporte de la vida y de las sociedades. Hasta el punto de que Guy McPherson, catedrático emérito de biología evolutiva de la Universidad de Arizona, ha llegado a afirmar que, en un planeta +4ºC más caliente, la única planificación que tiene sentido realizar es la de la propia extinción (9, 10). El Banco Mundial y la Agencia Internacional de la Energía, poco sospechosos de alarmismo, advierten que, al ritmo actual, aún tomando medidas de cierto alcance, este incremento de temperatura se habrá superado dentro de este siglo (11,12).

Gráfico de riesgo de impactos en función del incremento de temperatura, conocido como “burning embers”. Su inclusión fue rechazada en el informe de 2007 (16) pero forma(rá) parte del informe de 2014 del 30/03/2014.

 

Sin necesidad (esperemos) de llegar a este extremo, lo cierto es que existe una visión alternativa, relativamente reciente, que es examinada desde la perspectiva de la sociología de la ciencia, y que analizaremos con algún detenimiento en lo sucesivo. Esta perspectiva ofrece buenas razones para creer que el IPCC se queda corto siempre. En realidad no haría falta ir tan lejos, porque se ha quedado siempre corto y, salvo algún detalle puntual [6], cada uno de los informes, desde 1990, ha resultado más alarmante que el anterior.

Que muchas de las predicciones del IPCC en anteriores informes se hayan demostrado erróneas, siempre por defecto, es un hecho bien conocido. Desde la evolución de la superficie de hielo del Ártico —que, ya en 2006, el glaciólogo Richard Alley de la Universidad de Pennsylvania, afirmaba que se estaba produciendo ’100 años antes de los previsto’ (13)— al ritmo de aumento del nivel del mar, pasando por el rechazo a incluir una consideración más actualizada de los impactos, es evidente que hay algo intrínseco al proceso del avance de la ciencia, al IPCC, o a ambos, que produce unos resultados teñidos sistemáticamente de moderación [7]. Desde luego no deja de sorprender que ninguna de las magnitudes ahora revisadas haya sido nunca más alarmante antes que ahora. [8]

Esta especie de ley del IPCC nos autoriza a preguntarnos seriamente si esa tónica seguirá produciéndose. Defiendo que así será. De modo que nos preguntaremos aquí por los motivos que conducen a esta situación, y ofreceremos algunas respuestas pertenecientes a este marco sociológico.

En esta serie de entradas de blog que se inicia hoy examinaremos, en primer lugar, algunas cuestiones relacionadas con el IPCC, a menudo mal comprendidas por los medios de comunicación y por el público. Posteriormente reflexionaremos (científicamente) acerca de las raíces de esta moderación científica y los mecanismos que generan un sesgo sistemático (14). Para proseguir con una revisión de cuáles son (probablemente) las moderaciones concretas contenidas en este 5º informe.

El video que sigue (en inglés) constituye un aperitivo sobre estas cuestiones:

https://www.youtube.com/watch?v=-Ur_I3mfqvk

Creíamos vivir en la Ilustración, por lo menos 1.0. Pero, al parecer, estamos todavía en fase de desarrollo beta [9] (15). Y ello sin perjuicio de la interesada promoción del anti-intelectualismo o del intento de descrédito de la propia ciencia, incipiente en los últimos años. Queda todavía mucho por hacer, o rehacer. Si es que nos queda tiempo.

 

Notas

[1] “Desde luego es posible debatir si es bueno o malo que los informes del IPCC sean conservadores. Pero lo más importante es que sabemos que son conservadores, de modo que hay que entenderlos correctamente.”

[2] «Predicciones de cambio climático: ¿errando por el lado menos dramático?».

[3] Michael Oppenheimer, científico ‘senior’ del clima; Jessica O’Reilly, doctora en sociología; y Naomi Oreskes, historiadora de la ciencia de la Universidad de Callifornia especialista en la evolución de las ciencias del clima.

[4] A medida que se iban perfeccionando las técnicas, adecuadamente empleadas y promovidas, han llegado a conformar una percepción alternativa de la realidad y conseguir objetivos tan ambiciosos como que muchos electores acaben votando contra sí mismos y conformen mayorías políticas que les perjudican.

[5] Durante este tiempo se han emitido a la atmosfera tantos gases de efecto invernadero como durante toda la historia anterior. La probabilidad de que este hecho haya supuesto la superación de algún Umbral de peligro extremo es considerable.

[6] En el 4º informe de 2007 la previsión de incremento del nivel del mar en 2100 fue reducida significativamente con respecto al 3r informe de 2001. Sin embargo, este 5º informe aumenta de nuevo la previsión y la sitúa por encima de la de 2001.

[7] El único error “de bulto” conocido se produjo en el 4º informe de 2007. Una frase del grupo III (mitigación), que no del grupo I que es donde correspondería el tipo de afirmación al que hace referencia, señalaba que los glaciares del Himalaya se habrían fundido en 2035. Una vez detectado, el dato fue retirado. Ningún otro error ha sido señalado convincentemente en las más de 3.000 páginas del informe, a pesar del ruido y la búsqueda fina y detallada que montó el negacionismo organizado al respecto y sus falsas y ridículas acusaciones de AmazonGate, AfricaGate, etc.

[8] La única ocasión en que eso fue al revés ocurrió en el 4º informe de 2007, en que las predicciones relativas al aumento del nivel del mar en 2100 fueron revisadas a la baja con respecto a las del 3r informe de 2001. El hecho fue muy criticado, y este 5º informe corrige esa estimación hasta el punto de hacerla superior a la del 3r informe, aunque sigue siendo discernible un sesgo a la baja.

[9] Dícese del prototipo de ingeniería que no ha alcanzado todavía la fase de operación correcta.

[Ferran Puig Vilar es ingeniero superior de telecomunicaciones y divulgador científico especializado en el cambio climático. Fuente: Usted no se lo cree. El artículo forma parte de una serie más extensa, que continúa con «Por qué los informes del IPCC subestiman, sistemáticamente, la gravedad del cambio climático (2)» y «Por qué los informes del IPCC subestiman, sistemáticamente, la gravedad del cambio climático (3)«]

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2014

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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