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Rafael Poch-de-Feliu

Europa, ¿se hace o deshace?

La Unión Europea se creó después de 1945 por motivos y propósitos dispares que coincidieron en su común interés en la integración de las naciones. El más simpático de todos esos propósitos fue el encarnado por un personaje llamado Jean Monnet, así como toda una serie de europeos visionarios, pragmáticos e idealistas, que ante el panorama aún humeante del desastre bélico reflexionaron y proyectaron una Europa interdependiente y federalizante que remediara la crónica pelea continental [1].

Monnet nació en un medio de origen campesino de la región de Cognac. Su familia comerciaba con elcrenombrado producto que lleva el nombre de la región. Su primer cosmopolitismo se forjó en la venta de cognac en el mundo anglosajón. Mas tarde fue ejecutivo de empresas multinacionales en los años treinta, residió en Shanghai y se movía como pez en el agua en Washington, Londres y Roma. Desde el mundo de los negocios conoció personalmente a Roosvelt, a los hermanos Dulles, a Dean Acheson, William Harriman, Henry Morgenthau, George Marshall, etc.; los jefes de lo que luego sería la CIA, los secretarios de Estado, de comercio de Defensa de Estados Unidos de aquella época. Es decir: a prácticamente todos los personajes que luego diseñaron la estrategia americana de posguerra.

Por todo eso y por su independencia fue, a pesar de su papel en la administración comercial de la Francia libre, un hombre que tuvo un encaje difícil en el gaullismo; en Francia se le solía considerar un peón de los americanos. Desde la izquierda se recelaba de su red capitalista de contactos… Pero Monnet era un patriota francés y un hombre independiente y abierto, que mantuvo excelentes relaciones con la sindical CGT, completamente desinteresado en la guerra fría y en un enfrentamiento con el Este, y que creía en una Europa regenerada.

En el verano de 1943, poco después de Stalingrado y durante la batalla de Kursk, los dos combates que decidieron la II Guerra Mundial en Europa, Monnet era el encargado del suministro militar para las fuerzas francesas libres y vivía en Argel. Ahí se le vio barruntando ante un mapa la posibilidad de crear un nuevo estado tapón entre Francia y Alemania, una especie de Lotaringia, decía, que impidiera la pelea entre ambos estados. Ese fue el ámbito geográfico de la Unión del Carbón y del Acero (1950) [2].

 Pero más allá de este simpático y visionario propósito, existían en la segunda mitad de los años 40, otros motivos para la integración europea sin los cuales la visión de la gente como Monnet se habría quedado en un “soñar tortillas”, como dicen los catalanes. Estos otros motivos eran los siguientes:

1. Desde Francia: la necesidad estratégico-militar de contener a Alemania.

2. Desde la media Alemania, ocupada y sometida: la idea de que una integración era la única forma de abrir una perspectiva de futura reunificación nacional y soberanía aceptada por los demás.

3. Desde la influencia dominante de Estados Unidos: la voluntad de organizar un fuerte bloque europeo occidental para la guerra contra la URSS y su bloque.

Todos esos diversos propósitos tenían como denominador común el hecho de que no eran realizables sin una Europa Occidental próspera y estable. Potenciar eso interesaba a cada uno de los cuatro propósitos, y era la integración y la interdependencia prevista por la gente como Monnet la que aportaba la solución concreta; primero unión de carbón y del acero y luego cada vez más…

Por todo ello Hobsbawn concluye que la integración europea es creada, “tanto por los Estados Unidos como en contra de ellos”. Ilustra, dice, “la fuerza del miedo que mantenía unida a la alianza antisoviética”: miedo a la URSS, pero también miedo de Francia a Alemania, de Alemania a una condena eterna a la falta de soberanía, y miedo de ambos a Estados Unidos, a la certeza de que Washington ponía siempre su propia agenda por delante de los intereses de sus aliados europeos.

El resultado de ese intríngulis fue una integración europea completamente sometida a los intereses de Estados Unidos en cuanto a política internacional y de defensa a través de la OTAN (certeramente definida por De Gaulle como la “expresión del dominio de Washington sobre el continente”), pero con ciertos niveles de autonomía y soberanía en los planos económico-políticos, niveles que fueron lógicamente aumentando conforme pasaban las décadas. A partir de los setenta, con Kissinger y Nixon, se detectan, dentro de esos niveles de autonomía rodeados de vasallaje, los primeros recelos americanos de competencia estratégica hoy perfectamente consolidados (Boeing/Airbus, Galileo/GPS, Euro/dolar), y visibles en la actual amalgama de vasallaje y competencia que la UE y EE.UU mantienen.

Sobre el desencanto

Desde que en Europa hay crisis el proyecto europeo, que gozaba de un consenso automático-inercial pese a ser un asunto de élites desde su inicio, atraviesa un manifiesto desencanto. En enero, una encuesta de Gallup realizada en los 28 miembros daba un 45% de ciudadanos opuestos a la actual política de Bruselas/Berlín. La caldera que alimenta este desencanto tiene varios combustibles obvios:

• La desposesión de considerables sectores sociales por el desmonte del Estado social, mientras la minoría más favorecida se enriquece: la idea de oligarquía y del 99% manejada por el Occupy.

• La ausencia de perspectivas de futuro para la juventud instruida, en principio el sector más proclive a la acción en un continente anciano.

• La evidencia de que la soberanía nacional ha desaparecido en beneficio de centros de decisión exteriores incontrolables, y que por tanto la democracia de baja intensidad de los estados-nación retrocede aún más para convertirse en algo ya completamente hueco.

• La creciente sensación, sobre todo en los países endeudados, de que la Unión Europea es un régimen autoritario dispuesto a suspender los procedimientos democráticos invocando urgencias económicofinancieras que permiten echar a jefes de gobierno, cambiar constituciones acorazadas en 24 horas, nombrar a tecnócratas al frente de países o ignorar referéndums; la “democracia conforme al mercado” definida por Merkel.

Todos estos factores de malestar abren un horizonte de acción y protesta que parece que van a ir a más, con desagües tanto por la derecha como por la izquierda. En Grecia, el país socialmente más activo hasta ahora, vemos ambas cosas [3].

Sin la promesa de prosperidad el proyecto europeo que antes contaba con un consenso pasivo se convierte cada vez más en una pregunta: ¿Para qué necesitamos el euro, la UE? En ese contexto se afirma un nuevo discurso de legitimación de la UE.

Sobre la nueva legitimación de la UE

La legitimación tradicional (además de la desaparecida promesa de prosperidad) fue la idea fundacional de la UE como “garantía de paz”: 68 años de paz desde 1945. Sobre ella, tres puntualizaciones críticas:

1. Sin restar valor al impulso de ciertos padres fundadores preocupados por la paz entre países europeos, hay que decir que en los años cincuenta no había peligro de guerra entre Francia y Alemania: el peligro de guerra real era entre el Este y el Oeste. Y a ese peligro contribuía la integración europea. En cierta forma el vector principal de la integración europea era una consecuencia de la creación de la OTAN (1949), del propósito general americano de contención contra el bloque del Este. Así que esos “68 años de paz” incluyen casi medio siglo (1945-1989) que fue una época tutelada por dos superpotencias en tensión nuclear, es decir una paz bajo vigilancia y presidida por un factor, el de la destrucción masiva, que representa el escalón superior de la más destructiva estupidez humana.

2. La etiqueta del “gran periodo de paz de 68 años” deja fuera a los Balcanes: En Yugoslavia ha habido una cruda guerra europea, con participación de las grandes potencias, cambios de fronteras, etc. [4].

3. [fundamental de cara al futuro y a la nueva legitimación]: Los componentes de esa Europa en paz que comienza su integración en la posguerra eran países que hacían la guerra fuera de las fronteras europeas: Francia en Argelia (1954-1962) e Indochina (1945-1954). Holanda en Indonesia (1945-1949). Bélgica en el Congo. Francia e Inglaterra con la intervención en Suez de 1956. Veamos algunos datos sobre todo ello.

• Francia tenía un imperio colonial veinte veces su territorio metropolitano con una población de 100 millones. Las relaciones en ese espacio colonial no eran muy diferentes de las que la metrópoli había vivido con la ocupación alemana: El 8 de mayo de 1945, el mismo día de la capitulación alemana, en la ciudad argelina de Setif, el ejército francés ametralló a la multitud argelina que celebraba la victoria enarbolando una bandera argelina. Murieron 1500 argelinos, según fuentes oficiales francesas, muchos miles según fuentes argelinas. En noviembre de 1946 tres barcos franceses bombardearon la ciudad de Haiphong (el puerto de Hanoi), matando a 6000 personas en represalia por un incidente aduanero. Los Oradour sur Glane (esa localidad francesa cuya población fue pasada por las armas al completo por los alemanes en represalia por un atentado), no solo se cuentan por decenas en Bielorrusia y Grecia durante la segunda guerra mundial, sino también en el espacio colonial de Francia después de esa guerra.

• En sus “Indias Orientales”, la diminuta Holanda dominaba un territorio semejante en superficie a la Europa Occidental. En 1946 y 1947 el ejército colonial realizó masacres como las de Sulawesi y Rawagede, en Java Occidental, en las que murieron 430 niños y jóvenes.

• Bélgica dominaba el inmenso Congo y Ruanda/Burundi y organizaba allí independencias coloniales con los métodos correspondientes, ilustrados por la serie Lumumba, Tsombé y Mobutu.

• A eso podemos sumar los casos de otros países que luego fueron miembros de la UE y ya lo eran entonces de la OTAN: Portugal, miembro cofundador de la OTAN en 1949 (ingresó en la UE en 1986), luchaba en Angola, Guinea-Bisáu y Mozambique entre los años 1961 y 1975. Inglaterra y su Commonwealth, que controlaba en la posguerra una cuarta parte del mundo y de su población y tenía un rosario de frentes abiertos; en Palestina, en India/Paquistán, en Kenya, en Malasia, en Birmania, en Irlanda…

En un libro escrito en una prisión británica entre abril y septiembre de 1944, Nehru, fundador de la nueva India ofrece el contrapunto a la idea de una Europa de posguerra resultado de una victoria contra el fascismo, recordando el estigma colonial-imperial europeo y su parentesco con la ideología (racista y supremacista) del nazismo y el fascismo.

Decía Nehru: “Tras algunas de aquellas democracias había imperios en los que no había democracia alguna y donde reinaba el mismo tipo de autoritarismo (racista) que se asocia con el fascismo”.

El dato de que la UE la crearon Estados imperialistas es fundamental para situar hoy la actual legitimación posmoderna de la Unión Europea. Y lo es porque hoy se renueva la razón de ser de la UE sobre un argumento que el observador crítico no puede sino relacionar directamente con el estigma imperial europeo: la integración es necesaria, se dice, contra la emergencia de otros; China, India, Brasil, Rusia, Sudáfrica. Se habla de “nuevas amenazas” o “nuevos desafíos”, de “preservar nuestra civilización” y de “asegurar los flujos comerciales y de recursos”. En definitiva: una Unión como solución a la pérdida de posiciones nacionales de dominio en el mundo, que hace insignificantes a las antiguas naciones dominantes por separado en un escenario de “imperios combatientes”. Todo eso, naturalmente, rodeado de las habituales consideraciones narcisistas sobre el continente crisol de la democracia, la cultura y la civilización; una civilización moralmente “superior” a la de Estados Unidos en virtud de la “superioridad” griega respecto a Roma…

Un discurso rancio, presentado como moderno

Hay que decir que esta legitimación del europeísmo que se presenta como moderna e innovadora es en realidad una antigua y rancia concepción imperial.

En La decadencia de Occidente Oswald Spengler, influyente pensador alemán, traducido por Ortega y Gasset, ya la formulaba en 1918. En el periodo de entreguerras, toda una serie de ideólogos y políticos alemanes teorizaban sobre la necesidad de una integración europea (naturalmente con liderazgo alemán) para competir con Estados Unidos. Mucho más recientemente la obra de Jean-Jacques Servan-Schreiber, fundador del Nouvel Observateur, siguió la misma senda primero con El Desafío Americano de los sesenta, luego con los japoneses, El desafío total, en 1980.

Hoy esas mismas ideas del “se nos van a comer”, la “quiebra de nuestra civilización”, “la próxima guerra fría”, o “La silenciosa conquista china”, “juntarnos para no ser insignificantes en el mundo”, se encuentran en cualquier librería de aeropuerto europeo, casi siempre referidas a China. No hay ningún gran medio de propaganda occidental que no recree ese mensaje.

La canciller Merkel repite esa idea constantemente en sus discursos, justificando al mismo tiempo el desmonte del Estado social con la necesidad de integrarse: la ideología del 7%/25%/50%; La Unión Europea representa el 7%población mundial, genera el 25% del PIB mundial y responde del 50% del gasto social global; ergo para ser competitivos hay que recortar ese 50%.

Su ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, dice lo mismo pero aplicado a Alemania: define el nuevo ascenso alemán en Europa como, “la segunda ocasión histórica de Alemania”. “No hay para Alemania ninguna alternativa política y económica mejor que la Europa Unida”. “Los alemanes apenas representamos un 1% de la población mundial y en tendencia menguante”. Así que hay que unirse para intervenir en, “las tensiones y divisiones globales en materia de materias primas y energía”, dice. Para, “contribuir a la gobernabilidad global que garantice que las tensiones y luchas por el reparto del siglo XXI sean controlables”. (Se entiende que son “controlables” si nosotros estamos allí con nuestros ejércitos, nuestras ONG y nuestros selectivos tribunales y “derechos humanos”.)

Toda una cohorte de ensayistas, fundamentalmente alemanes, está dando forma a esa legitimación reaccionaria para justificar un nuevo federalismo autoritario europeo desde pedigríes progresistas. Algunos ejemplos:

• Jürgen Habermas: el gran filósofo nacional habla de fortalecer la ONU, pero también del “liderazgo natural de los pocos y poderosos”. Propone la “Constitución Europea” y que la UE sea una gran potencia para que dirija el mundo con los otros grandes. Habla de una “constelación postnacional” a la que las naciones con mayor solera democrática (Francia, Reino Unido, Dinamarca…) deben ceder sus soberanías.

• Ulrich Beck y Daniel Cohn Bendit, que hablan de aprovechar la oportunidad de la crisis para avanzar en la creación de un “Estado Europeo”. Cohn Bendit habla de la necesidad de un “chovinismo europeo”, de “estar orgullosos de ser Europa”.

• El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, cuyo último libro se llama El gigante encadenado. La última oportunidad de Europa, o el niño bonito del New Labour, Mark Leonard (cuyo libro en la materia se tituló, en 2005, Por qué Europa dirigirá el siglo XXI, o el americano Jeremy Rifkind..; Todos ellos le dan vueltas a la misma vieja idea de la “decadencia de Europa”, “el ocaso de Occidente” y el “hay que unirse porque de lo contrario se nos van a comer”.

Problemas de este discurso

1. ¿Tiene base esta nueva/vieja decadencia de Occidente? Es verdad que hay unos nuevos países emergentes, los BRICS, y que la opinión de un indio o de un chino cuenta hoy un poco más que en el siglo XX (se habla incluso de reformar el Consejo de Seguridad de la ONU, de darle un puesto a África, etc…), pero el peso de las transnacionales y consorcios europeos en el mundo más bien va en aumento. El dominio de la economía mundial por parte de la tríada (Estados Unidos/ Unión Europea/ Japón) es aplastante. Y lo mismo ocurre con el dominio “cultural” occidental de la globalización [5].

2. Esos sueños y su arquitectura, el federalismo autoritario de Berlín y Bruselas, tienen también un enemigo interno: la soberanía nacional de los estados. Francia, por su sólida tradición republicana estatal, está manifiestamente en el punto de mira: se la presenta como “desfasada” e “incapaz de comprender los grandes desafíos de los tiempos”. Que “El Estado está destruyendo Francia” es la original tesis neoliberal del momento sobre ese país.

Así, el federalismo autoritario mantiene una lucha doble: por un lado contra los BRICS, (hacia fuera, fomentando su “contención” cada vez con más intervenciones militares en el mundo, y, si se hace necesario fomentando “revoluciones naranja” a través de sus ONG, su “soft power” etc. -un escenario particularmente actual contra Rusia, China, etc.), por el otro contra la soberanía nacional (hacia dentro), hoy por hoy la única democracia realmente existente en Europa, lo que se ejemplariza en la actual campaña de desprestigio contra Francia.

3. Este federalismo autoritario no resuelve, sino que más bien incrementa, el problema y la evidencia del desarrollo desigual dentro de la UE, en virtud del cual los dominantes (sectores sociales y países) tienden a hacerse más dominantes. Una integración basada en la desigualdad de los miembros es algo que necesariamente cruje, especialmente cuando ya no hay ni para fondos de compensación territorial para disimularlo.

4. Perviven tensiones empresariales, bancarias y sectoriales entre Estados europeos: por más que una gran parte de los capitales del Deutsche Bank o las acciones de BMW estén en manos de extranjeros, estos consorcios son alemanes, de la misma forma en que Fiat es italiano o Renault francés, y sus intereses luchan entre sí.

5. No hay una identidad europea, ni una historia europea, ni una lengua o cultura europea, ni un pueblo europeo, ni una soberanía europea, por tanto ¿sobré qué experiencias comunes se podría construir una ciudadanía europea?

Hacer y deshacer/Deshacer para hacer

Europa debe deshacerse y hacerse al mismo tiempo, porque para refundarla en un sentido que valga la pena no hay más remedio que desmontarla en todo aquello que es inservible para los retos del siglo. Y si eso no es posible, entonces es mejor quedarse con la fofa estructura integradora anterior a Maastrich (con euro o sin euro, sería una cuestión técnica) con el modesto e importante cometido de que no se llegue a las manos. Esa Europa fofa es mucho mejor que el “más Europa” que se propone para realizar los propósitos retrógrados e involucionistas de la autopista neoliberal.

Evidentemente, solo hay posibilidades de refundación si hay una fuerte reacción ciudadana contra la actual Europa elitista, capitalista y oligárquica. Un común esfuerzo trasnacional a favor de “otra Europa”. Ese esfuerzo solo es posible desde los pueblos europeos, es decir, cada cual desde su soberanía y desde su democracia de baja intensidad, desde su Estado.

Bernard Cassen define la desmundialización ciudadana como, “una orientación estratégica encaminada a recuperar los enormes poderes que la política ha abandonado deliberadamente en manos de la esfera económica y financiera. Sin esa orientación, dice, ninguna de las propuestas altermundialistas tiene la menor oportunidad de éxito”. Ir a por eso empezando en casa con procesos constituyentes y frentes populares concretos. De eso se habla no solo en Catalunya, en Andalucía y en Madrid, sino también en Francia, donde se menciona en el contexto de una sexta república francesa. Es decir: la idea de un replanteamiento general. No se trata de un excéntrico llamamiento a tomar la Bastilla o el Palacio de Invierno, sino de la simple alternativa a que nos lleven directos de regreso al siglo XIX, primero en lo sociolaboral, y luego vendrá lo político. ¿Es esto tremendismo?

Frente a la idea del continente crisol de la democracia, hay que hacer memoria y recordar dos hechos históricos.

Primero: que la democracia fue invento de un grupo muy pequeño de naciones (Francia, Inglaterra y Estados Unidos más algunas pequeñas naciones escandinavas o nederlandesas) y aún así solo de puertas adentro, como recordaba Nehru. Europa no es solo Bethoven, la Ilustración y Galileo, sino también la Inquisición, Auschwitz y el imperialismo.

Segundo: que hace menos de 40 años, gran parte del continente estaba dominado por dictaduras: toda la Europa del Sur (menos Italia, cuyo gobierno estaba tutelado por la CIA, que no dudó en hacer asesinar a un primer ministro cuando éste quiso gobernar con el Partido Comunista, es decir abrir un poco el espectro a lo social), y toda la Europa del Este.

Un siglo XXI imperialista con métodos de vigilancia orwellanos, que ya están en marcha (tenemos pruebas de ello gracias a Snowden), con barreras militar-tecnológicas (de las que Melilla, el complejo Lampedusa, el muro israelí y otros nos ofrecen adelantos) contra los pobres del Sur, emigrantes del calentamiento global, etc., no sirve para un futuro decente y supone un retroceso de civilización: Hay una necesidad de replanteárselo todo en nombre de la vida y la supervivencia.

Hace unos meses estuve en Colombia en un congreso que reunió a los líderes y activistas del gran paro nacional campesino del pasado agosto-septiembre, que ha sido el movimiento social más importante en ese país en medio siglo, del que en Europa ni se ha hablado. Allí un histórico y veterano activista peruano, Hugo Blanco, dijo algo tan elemental como claro: “Para afrontar la guerra del gran capital contra la humanidad, no hay más remedio que construir poder desde abajo y conquistar el poder”.

La pregunta sobre Europa forma parte de ese proceso de base. No es “soñar tortillas”, sino que forma parte del imperativo de que el tránsito personal por la vida no se convierta en un mero asunto, digamos, vegetativo, en el que la pasividad colectiva abone la involución de nuestra propia situación y contribuya con ello al infierno de las generaciones futuras.

 

Notas

[1] Merece la pena descifrar históricamente la frase “crónica pelea continental” para entender que Europa ha sido la parte más guerrera y violenta del mundo: En los últimos quinientos años la historia europea salta de una guerra a otra, especialmente en los dos siglos que van de 1615 al fin de las guerras napoleónicas en 1815. En ese periodo las naciones europeas estuvieron en guerra una media de sesenta o setenta años por siglo. Luego hubo un poco más de paz hasta 1914, si olvidamos la guerra de Crimea o la franco-prusiana, pero en ese periodo Europa continuó culminando la exportación de guerra y genocidio hacia fuera de sus fronteras con el holocausto colonial- imperial que fue la conquista del mundo no europeo. Además, en ese periodo de relativa paz interna Europa inventó la industrialización y con ella multiplicó la mortandad y destructividad de la guerra. Dos guerras mundiales incubadas en y por Europa, fueron el resultado.

[2] Lotaringia (regnum Lotharii) fue el nombre que se dio a las tierras que correspondieron a Lotario II, descendiente de Carlomagno tras la división territorial del tratado de Prüm (855). Incluía los actuales territorios de Paises Bajos, Bélgica, Luxemburgo, las regiones del Sarre y Renania de la actual Alemania, así como Alsacia, Lorena y las regiones al este del Ródano, Saona, Mosa y Escalda en la actual Francia.

[3] La posibilidad de que la izquierda llegue al gobierno en Grecia, denuncie la deuda, o exija su renegociación, apele a la solidaridad de los movimientos sociales europeos ante Bruselas y Berlín en ese propósito, y actúe como catalizador, es el gran escenario hoy visible desde la izquierda para un cambio en Europa. Para la derecha el caso de Ucrania, con un movimiento social heterogéneo y amplio contra la corrupción, con fuerte dominio operativo de la ultraderecha y el pleno apoyo de Bruselas, Berlín y Washington a sus ocupaciones y barricadas por motivos geopolíticos, así como la situación en Hungría o los éxitos electorales del Frente Nacional en Francia, ofrecen realidades concretas. Más allá de esos casos, el auge de la extrema derecha es patente, sobre todo, en que ideas social-darwinistas y xenófobas, de hostilidad hacia los pobres y desprecio de la solidaridad, que antes estaban en el espectro ultra, están cada vez más presentes en el centro político. Véase, por ejemplo la encuesta alemana Deutsche Zustände.

En general se aprecia una tendencia de cambio en los mapas políticos comunes a tantos países europeos; desde un centrismo neoliberal mayoritario (socialdemócrata o conservador, o de coalición de ambos como en Alemania, o de rotación) flanqueado por minorías de izquierda y derecha, hacia otra que puede derivar bastante rápidamente en un escenario de centros débiles y movimientos contestatarios de derecha e izquierda en auge, de momento con predominio de los primeros.

[4] En Ucrania existe ahora el peligro de otra guerra europea, consecuencia directa de la agresiva expansión de la OTAN hacia el Este, pisoteando los “acuerdos entre caballeros” del final de la guerra fría (la Carta de París para una nueva Europa de noviembre de 1990) e ignorando los intereses de seguridad de Rusia.

[5] Véase «Decline of the West, de Regis Debray», en New Left Review, marzo/abril de 2013.

 

[Fuente: Diario de Berlín]

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2014

La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.

Noam Chomsky
The Precipice (2021)

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