La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Antoni Aguiló
Radicalizar la imaginación democrática
El neoliberalismo ha impuesto su visión del mundo como verdad universal, arrastrándonos cada vez con más virulencia a sociedades de mercado que naturalizan la lógica del capitalismo y sus valores. Y ello con un profundo impacto en la vida individual y colectiva: empleos esclavizantes; deudas ilegítimas pagadas con los cuerpos de las clases trabajadoras; suicidios inducidos por condiciones inhumanas; falsas democracias que expropian la soberanía popular; educación alienante que rechaza la idea de que “somos seres de transformación y no de adaptación” (Freire), etc.
El impacto también es notorio en la imaginación política. Las élites neoliberales en ascenso en la década de los 80 entonaron el “no hay alternativa” al capitalismo global y a la democracia liberal como único marco de lo posible. Desde entonces, el neoliberalismo ha tratado de reprimir por todos los medios la imaginación creadora de disidencia, ruptura y radicalidad. El resultado ha sido el empobrecimiento alarmante de las percepciones, significados y prácticas en torno a la democracia. Padecemos una regresión democrática continua y sostenida que se refleja por lo menos en cinco aspectos: 1) el vaciamiento y descrédito de las instituciones y prácticas políticas liberales, 2) la despolitización de la sociedad, 3) la privatización de lo público, 4) la subordinación de la izquierda institucional a las reglas de juego de la política (neo)liberal y 5) la reducción de la democracia a un simulacro electoral donde la representación política se compra y vende al mejor postor. Vivimos en una época en la que, parafraseando a Walter Benjamin, la cotización de la experiencia democrática se ha devaluado de manera salvaje.
Necesitamos combatir urgentemente la miseria democrática que arrastramos con imaginación. Como instrumento al servicio del cambio social, la imaginación democrática es una facultad capaz de ir más allá de lo inmediatamente visible porque “permite el reconocimiento de diferentes prácticas y actores sociales” invisibilizados, oprimidos y a menudo eliminados (Boaventura Santos). El ejercicio de la imaginación democrática es radical cuando formula preguntas que desafían las ideas y prácticas convencionales de la democracia; cuando reconoce la existencia de formas democráticas que amplían su significado y alcance, en cuanto prácticas que van más allá de los Parlamentos, y muchas veces a pesar de ellos; y cuando es portadora de un horizonte emancipador que apunta a la transformación política, social, económica y cultural.
“Creación, imaginación radical, imaginario histórico-social –escribe Castoriadis– son ideas madres indefinidamente fecundas” reprimidas o marginadas por las teorías políticas dominantes. Cultivar la imaginación radical requiere recuperar las tradiciones, instituciones y prácticas democráticas situadas fuera o en los bordes de la política hegemónica. El levantamiento zapatista, la revolución bolivariana, el Foro Social Mundial y, más recientemente, el joven rebelde que desencadenó la “Primavera árabe”, los movimientos antiausteridad europeos, Occupy, el 15M, Tamarod (Egipto), el Movimiento Passe Livre (Brasil) o Yo soy 132 (México) son, todas ellas, expresiones de imaginaciones políticas surgidas en la época del neoliberalismo que nos recuerdan que la democracia genuina está por conseguir.
En la actualidad, los movimientos por la democracia real han reavivado la chispa de la imaginación democrática en diversos rincones del planeta. Luchas por la participación política, reivindicaciones de democracia, asambleas populares, demandas de procesos constituyentes y cambios de régimen revelan una explosión de imaginaciones disidentes frente a la brutalidad neoliberal. Estas luchas generan un horizonte de democratización no exento de retos y potencialidades. Señalar algunos de los principales retos a los que se enfrenta la imaginación democrática contemporánea puede sugerir caminos para enriquecerla y ejercer su poder en mayor grado:
1) Legitimar y articular la diversidad democrática. Legitimar las experiencias y tradiciones de pensamiento democrático desacreditadas por la política liberal es una condición necesaria para ampliar los debates y perspectivas sobre la democracia. Asamblearismo, autogestión, dignidad o territorio, entre otras palabras, dan cuenta de un repertorio de lenguajes democráticos alternativos desde los que ejercer la lucha contra el capitalismo y su brazo político, la democracia liberal. Pero no es suficiente. La radicalización de la imaginación también pasa por lograr una mayor articulación y complementariedad entre la inagotable diversidad de pensamientos y prácticas democráticas. Aquí el diálogo interpolítico es fundamental. La imaginación radical debe ayudar a convertir los fragmentos dispersos de democracia en fórmulas audaces de cara a nuevas coaliciones y articulaciones para la trasformación de la sociedad. Las elecciones europeas se aproximan y la oportunidad para Podemos, IU, Equo y las fuerzas soberanistas de izquierda está servida.
2) Radicalidad democrática. Superar nuestra pobreza democrática exige colectivizar los procesos de decisión. La democracia no puede ser algo abstracto en la vida de las personas ni un mero régimen formal que nace y muere en las elecciones. La democracia es una forma de vida colectiva y cotidiana. En este sentido, las prácticas de autogestión en el ámbito del trabajo, la familia, la escuela o el mercado deben verse en términos de democracia real en la medida que promueven el autogobierno y el aprendizaje cooperativo. Las experiencias de autogestión son una forma de radicalizar la experiencia democrática que debería ser patrimonio de toda imaginación política que aspire a refundar la cultura democrática.
3) Transformar la democracia representativa. La democracia representativa que tenemos es uno de los frenos más poderosos a la innovación democrática. Sus principales instituciones (los Parlamentos, el sufragio universal, los partidos políticos tradicionales) no se han renovado en décadas y han sido históricamente colonizados por élites económicas y políticas. La soberanía popular es una conquista resultante de luchas sociales (de clases, de género, identitarias, etc.). No se trata de rechazar la democracia representativa en sí misma, sino de hacer de ella una conquista popular, despojándola de su carácter clasista, patriarcal y mercantilista para mostrar que otros ejercicios representativos son posibles cuando están al servicio de los grupos subalternos. La representación política basada en el “mandar obedeciendo” zapatista o la democracia representativa ejercida en la Comuna de París son algunos ejemplos.
4) Aumentar la combatividad. Combinar la lucha legal e ilegal es esencial. A pesar de los intentos de criminalización de la protesta social, la ilegalidad, la turbulencia y el desorden son un terreno fértil para la democracia. Si Rosa Parks o Nelson Mandela no hubieran cometido actos ilegales, el mundo sería más repugnante e injusto. La imaginación democrática tiene que potenciar la creatividad subversiva para enfrentar los ataques venideros con métodos de lucha más prolongados e incisivos: formación de comités de barrio, huelgas generales indefinidas, insurrección en las calles, etc. La huelga de tres semanas consecutivas de miles de docentes en Baleares, la huelga de barrenderos en Madrid o la lucha vecinal del Gamonal y Hamburgo son señales importantes.
5) Romper el fatalismo. Frente al campo de restricciones del “no hay alternativa”, la imaginación radical concibe la realidad como un campo de posibilidades donde, al decir poético de Martí i Pol, “todo está por hacer y todo es posible”. Los estudios de Prigogine sobre sistemas químicos no lineales revelan que la innovación se produce a partir de rupturas de equilibrio en las que una pequeña perturbación del orden establecido puede producir efectos globales imprevistos. La Revolución rusa comenzó con reivindicaciones populares de pan y acabó con la caída del régimen zarista de Nicolás II y la proclamación del poder soviético. Las protestas en Túnez, detonante de las Primaveras árabes, se desencadenaron con la autoinmolación de Mohamed Bouazizi ante al acoso policial a los vendedores ambulantes. En Brasil, la chispa fue el aumento del 20% del precio del transporte público.
Desatar el potencial de imaginación es un imperativo para fortalecer la democracia. Sin imaginación democrática, la sociedad se anquilosa y la política se vuelve una actividad fosilizada, como en la inmutable república platónica. Lejos de ver la imaginación como una fuerza dinámica y transgresora de los códigos heredados, Platón la despreció por considerar que deformaba la realidad. Quizá por ello nunca ha sido un referente para la democracia.
[Fuente: Público.es]
26 /
1 /
2014