¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Antonio Antón
Las críticas a la clase gobernante son legítimas
La crítica a la clase política y a los líderes políticos (a Rajoy y también a Rubalcaba), que alcanza al 80% de la población, es justa y realista. Expresa una amplia convicción progresista e igualitaria de la mayoría de la sociedad o, si se quiere, expresa valores democráticos y de justicia social. Esa conciencia social crítica, que los poderosos y sus aparatos mediáticos no han podido neutralizar, es globalmente positiva. Es imprescindible, aunque insuficiente, para promover la reorientación de la política socioeconómica y la democratización del sistema político, con la correspondiente renovación de la clase política, en general, y la izquierda, en particular. Es excesivo el temor a que la divulgación de ideas críticas contra los políticos, el bipartidismo o el sistema, beneficien a fuerzas populistas. Detrás de esa posición se deduce que se deberían contener. Los componentes populistas (todavía limitados en España) se podrían asentar en los problemas de cohesión social derivados, precisamente, de la crisis social, la austeridad y la actuación antisocial de los mercados financieros y ‘esta’ clase política.
El giro neoliberal de la cúpula del PSOE, en el año 2010, su renuncia a representar los intereses de la mayoría de la sociedad y su poco respeto hacia la democracia y su contrato electoral con sus bases sociales, son los que han producido el vacío u orfandad de representación política de parte de esa ciudadanía indignada que no se ha sentido representada por la socialdemocracia. Es cuando aparece el riesgo y la oportunidad de cómo y quién rellena ese vacío producido. Pero, según los últimos resultados electorales y las encuestas de opinión, baja el bipartidismo (PP y PSOE) y suben los partidos minoritarios sin responsabilidades en los recortes sociales, sean de izquierda —izquierda plural— o centristas —UPyD—. En todo caso, no son las ideas esquemáticas o erróneas de una minoría de activistas quienes tienen la responsabilidad de que se puedan generar a gran escala dinámicas populistas (derechistas o autoritarias). El combate contra el populismo y la involución conservadora es fundamental, pero no se hace tampoco asumiendo las políticas liberal-conservadoras y los comportamientos elitistas, despreciando a las opiniones e intereses de la gente y apoyando el establishment (liberal o del actual aparato socialista), como insisten desde la cierta clase política para desautorizar la indignación ciudadana. La gran mayoría de la ciudadanía activa no es ‘antipolítica’ sino que exige ‘otra’ política (socioeconómica e institucional) y ‘otra’ gestión y representación política (o sociopolítica). El fortalecimiento de la indignación ciudadana es la mejor arma para encauzar el malestar de la sociedad, consolidar un cambio progresista de mentalidades y promover la transformación política y económica. Ante la persistencia de una profunda crisis social las fuerzas progresistas deben ofrecer una salida justa, democrática y solidaria. Con ello ya está introducido otro aspecto fundamental: el papel del PSOE y la relación entre lo social y lo político.
Es positivo y necesario señalar la lacra de una economía injusta y un mal sistema político. Pero hay que dar un paso más, precisar su concreción en este contexto particular y señalar sus responsables: gravedad de las consecuencias sociales de la crisis, con el sufrimiento e incertidumbre de millones de personas, medidas antisociales de la élite política, imposición a la ciudadanía. Todo ello, por parte del poder económico-financiero e institucional, con sus correspondientes intentos de legitimación tecnocrática (no hay alternativa), la neutralización de la oposición social y el desarrollo de la cultura liberal-conservadora. La cuestión ‘política’ específica en este debate es la conveniencia (o no) de señalar la responsabilidad del aparato socialista (continuador del anterior equipo con responsabilidades gubernamentales) por su vinculación con ‘esa política antisocial y poco democrática’ merecedora del rechazo popular. No se trata simplemente de recordar el pasado, sino de destacar la falta de credibilidad de la actual dirección socialista para encabezar una oposición a la austeridad y promover una profunda renovación de su política, sus discursos y sus liderazgos.
Entre gente progresista es más cómoda la oposición a la derecha; la erosión de su legitimidad es fundamental, y ya se ha iniciado. Pero a tenor de las encuestas de opinión, la mayoría de la sociedad todavía no perdona al aparato socialista y no se fía tampoco de él. Persiste una desconfianza masiva en su dirección y hay falta de credibilidad de su renovación. No hay expectativas de una reorientación y regeneración profunda de su papel de representación, mediación y gestión.
Por otro lado, la cultura democratizadora de la mayoría de la ciudadanía es positiva. Aun con expresiones simplistas genera oportunidades de renovación. Habrá que ver cómo se rellena el vacío en la representación política. Pero el declive del bipartidismo es positivo, la simple alternancia entre dos políticas similares excluye la posibilidad del necesario cambio hacia una salida de la crisis más justa y la democratización del sistema político. Es conveniente la renovación del PSOE y su participación en ese proyecto transformador, pero de momento no es una gran opción para frenar al PP y su política. Sin demostrar una profunda reorientación y renovación, sigue siendo pertinente y realista la desconfianza ciudadana en su dirección.
El rechazo social masivo es lo que más autoridad y legitimidad le quita a la mayoría parlamentaria y condiciona sus decisiones. No es embellecimiento de los movimientos sociales, la protesta social o la ciudadanía indignada ni desconsideración al sistema electoral y representativo. Supone realismo respecto de dónde se sitúa el motor del cambio, en el campo social, sin embellecer la función de la clase política actual y, en particular, la gestión socialista, y contemplando su traslación al campo electoral, con sus distintos ritmos, variables y mediaciones. La cúpula socialista, en su gestión gubernamental, ha fracasado en su intento modernizador y es corresponsable de la involución institucional y económica. Es positivo el debilitamiento de la vieja maquinaria de poder que supone el actual PSOE y su declive como el principal agente representativo y gestor de la ciudadanía progresista o la izquierda social. En su mano está su reorientación, renovación y recuperación. La prioridad ahora es la conformación de nuevas dinámicas sociopolíticas o nuevos sujetos transformadores que desgasten el proyecto de derechas y promuevan también el cambio político e institucional.
La expresión «¡Democracia real, ya!» no necesariamente significa que los que la utilizan consideran el Estado actual europeo una dictadura o una democracia irreal (inexistente). Puede hacer referencia también a una democracia no completamente real, es decir, incompleta, parcial, limitada o simplemente formal. Apunta contra los déficits democráticos del actual régimen político y conlleva una exigencia de democratización. Por otro lado, existe un amplio consenso sobre los límites de los Estados actuales, la soberanía popular y las democracias respecto de los mercados e instituciones internacionales. El sentido positivo a rescatar en las críticas frente a las insuficiencias democráticas del actual régimen o sistema político es la de una mejor democracia (social y avanzada) o una profunda democratización, incluido un nuevo proceso constituyente y una Europa más solidaria. Enlaza con las mejores tradiciones de la izquierda democrática y el republicanismo cívico de defender la ampliación de los derechos civiles, políticos y sociales y profundizar en una democracia social avanzada y participativa.
Existen expresiones minoritarias de “descalificación absoluta” o “rechazo indiscriminado” a los políticos pero no son representativas del grueso de la ciudadanía activa o la gente indignada que matizan más la crítica hacia la clase política y no están contra la ‘democracia’ o la acción política. El rechazo no es tanto por su cualidad de ‘representante’ sino por la ‘gestión antisocial e impopular’ de las élites, aparatos y poderosos, o sea, la ‘clase política’ gobernante o gestora. Cuando el 80% de la población dice que desconfía de Rajoy (incluido gran parte votante del PP) y de Rubalcaba (con la mayoría de sus votantes), ¿cae en esa actitud? Con todos los matices, insuficiencias y riesgos, expresa una desconfianza justificada y sensata y una crítica realista y racional. La conclusión es que esa actitud crítica hay que reforzarla y fundamentarla para promover el cambio social y democrático, no eliminarla por perniciosa, populista o irreal, como pretende el establishment para recuperar su legitimidad sin cambiar sus políticas y comportamientos.
En sentido contrario, la descalificación mediática (esa sí, absoluta e indiscriminada) de las críticas hacia ‘esa’ clase política y los intentos continuados de tergiversar el carácter justo y pacífico de estos movimientos de protesta, pretenden debilitar la fuerza social más significativa actualmente para avanzar en la democratización del sistema político e, incluso, la renovación (sustancial) del propio PSOE. Así, cuidando los matices, esas ideas críticas son realistas y conectan con la mayoría de la sociedad. No son certeras totalmente, pero sí su sentido principal. Forman parte de una esfera social positiva frente a lo negativo de la esfera de la gestión política dominante. Son insuficientes porque queda otra tarea: darles forma y reforzarlas con un discurso más multilateral y una teoría social más compleja y construir otras alternativas políticas y otro sistema institucional; pero ése es otro asunto que viene después (o al mismo tiempo).
También existen posiciones (minoritarias y simplistas) que desprecian las mediaciones políticas e institucionales, con una contraposición extrema entre sociedad y políticos, entre calle y urnas. Es necesaria su crítica. Pero la mayoría del 15-M (y por supuesto del sindicalismo e incluso de Grillo y su gente) critican a la casta política actual y exigen ‘otras políticas’ y ‘otros políticos’ y más participación ciudadana. No se quedan solo en defender la democracia directa (o la revolución) como expresión de la bondad del pueblo (espontaneidad sin instituciones), posición que también es muy minoritaria. Así, es bueno matizar y criticar esas expresiones ingenuas, a veces planteadas solamente como lemas simbólicos provocadores. Pero, sobre todo, se trata de rescatar el contenido democrático y democratizador que conlleva en la mayoría de la gente activa la crítica a la prepotencia y corrupción del poder financiero e institucional y la reafirmación de la conciencia y la autonomía de la ciudadanía y sus expresiones colectivas.
La actitud que el establishment pretende imponer es la del fatalismo y la desesperanza; el derrotismo y la pasividad es su complemento. El optimismo de las posibilidades de cambio o el embellecimiento de sujetos inventados es problemático porque lleva nuevamente a la frustración y no aprovecha las energías transformadoras. La opción es: realismo y ética igualitaria; reforzar el campo social progresista y promover un reformismo progresista fuerte, en el plano socioeconómico-laboral y político institucional, así como en las mentalidades y el comportamiento social y democrático.
[Antonio Antón es profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid]
28 /
8 /
2013