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Joaquim Sempere

Han roto la baraja

La oligarquía del dinero ha roto la baraja. En la periferia de Europa está teniendo lugar una ruptura del pacto social que había hecho posibles unos decenios de prosperidad y de derechos sociales.

Esa ruptura está siendo unilateral. Si algo ha caracterizado este largo periodo ha sido la docilidad y el sometimiento político de la clase obrera y las clases populares en general. No sólo las resistencias laborales, sindicales y políticas han sido moderadas, sino que, además, se ha producido un ascenso de la cultura individualista posesiva propia del capitalismo. En todo caso, lo que ha envalentonado a los líderes de la derecha ha sido no sólo la resignación del grueso de la clase obrera, sino también constatar que los proyectos alternativos de sociedad son débiles, que las clases populares han asumido ampliamente los valores de la competición de todos contra todos y del culto al dinero y al lujo.

Hoy la población española, como la de otros países-víctima, está aún en estado de shock. No tiene voluntad ni fuerza para contraatacar. Pero está en condiciones óptimas para comprender qué está pasando y quiénes son los culpables. La izquierda debe aprovechar esta circunstancia para tratar de construir esa voluntad y esa fuerza, y preparar una contraofensiva de cara al futuro para recuperar —tan pronto como sea posible— los derechos laborales y sociales, los niveles de protección y de prestaciones educativas y sanitarias alcanzados anteriormente. Nadie puede saber hoy si la mayoría estará dispuesta mañana a pelear por sus derechos, pero hay oportunidades que no pueden dejarse escapar, y la de hoy es una de ellas.

Los bancos están extorsionando las arcas públicas y ahondando la catástrofe social. Se cierran empresas, crece el paro, se multiplican los desahucios, se reducen las prestaciones educativas y sanitarias. Crece hasta extremos inauditos la inseguridad y la precariedad. Hay que detener esta sangría: la población necesita garantías de seguridad. Para ello hay que reorganizar el sistema de crédito sobre bases enteramente nuevas: una banca pública sin afán de lucro (como fueron en otros momentos las cajas de ahorro), y limitaciones que impidan la especulación y la manipulación de los depósitos para fines ajenos a los de un sistema de crédito normal.

No se puede soportar el espectáculo denigrante de magnates de las finanzas con ingresos multimillonarios mientras la inseguridad económica y la pobreza se extienden por doquier. Hay que tipificar con más rigor los delitos económicos para impedir la malversación tanto de dineros públicos como privados. Deben construirse mecanismos independientes y profesionalizados de control y auditoría. Los culpables de los desastres económico, presentes y futuros, deben dar con sus huesos en la cárcel.

Hay que evitar que la cólera ascendente en España y en otros países europeos se desinfle y cunda un sentimiento de impotencia. La ciudadanía, para poder traducir en acción positiva su malestar, debe recibir mensajes claros y veraces sobre lo que ocurre y cómo salir del atasco. Hacen falta unas líneas maestras que permitan responder a las inquietudes de la gente con objetivos nítidos y factibles: 1) que se recuperen los derechos suprimidos; 2) que paguen los culpables; 3) que se transforme el sistema bancario para que no puedan repetirse catástrofes sociales como la que estamos viviendo; 4) que los representantes del pueblo se doten de la capacidad para regular y controlar el poder del gran capital, es decir, que la democracia prevalezca sobre la dictadura del dinero; 5) que la UE sea una Europa de los pueblos capaz de asegurar unas salvaguardas mínimas frente al saqueo impune de la riqueza de todos por parte de una ínfima minoría oligárquica. Para triunfar se requiere una estrategia supranacional.

Todo esto requiere una revolución en la forma de hacer política. La izquierda transformadora debe dotarse de un perfil propio, diferenciándose de manera visible de una casta política adicta a la corrupción y al servilismo hacia los superricos. Se necesitan también controles más estrictos de la actividad política. Habría que reducir drásticamente los gastos inútiles de tanto aparato partidista y de unas campañas electorales de carácter más circense que político: los partidos deberían funcionar por ley con unos presupuestos de la máxima austeridad para no depender de la banca ni del gran capital, y con limitaciones explícitas en su financiamiento. Además, hay que hacer desde la izquierda una política europea, desarrollando los poderes del parlamento europeo, reforzando la unidad política y reformando los estatutos del Banco Central Europeo.

Si de algo positivo habrá servido la actual crisis es que nos obliga a plantearnos seriamente la posibilidad de vernos forzados a renunciar a algunas comodidades a que nos ha acostumbrado el consumismo. En un futuro no lejano deberemos afrontar probablemente, con la crisis energética que se nos viene inexorablemente encima, situaciones de escasez sin precedentes. La experiencia del actual desastre ha de servirnos para anticipar las previsibles situaciones difíciles del futuro sin dejarnos tomar el pelo. Ha de enseñarnos a gobernar la austeridad futura con nuestros criterios y nuestras prioridades, y a no dejarnos imponer los criterios y las prioridades antisociales de la oligarquía del dinero. Esto significa introducir en la sociedad los cambios estructurales necesarios para sustraer el poder de manos del gran capital, recomponer un sector público de la economía mediante las expropiaciones necesarias, y en particular una banca pública, establecer las reglamentaciones necesarias y priorizar las necesidades básicas de todo el mundo, establecer reglas estrictas para que no se juegue con el dinero y con los ahorros de la gente, implantar un sistema tributario realmente progresivo que reequilibre las rentas, asegurar el pleno empleo, etc. En estos momentos es prioritario salir de la recesión y crear puestos de trabajo.

Sería un error pensar que se puede seguir haciendo política como hasta ahora. Ellos han roto la baraja y las cosas ya no son como antes. Al término de la segunda guerra mundial, el gran capital había hecho concesiones en materia de derechos laborales y sociales, presión fiscal y protección social, pero sólo a cambio de no soltar el control de los mecanismos fundamentales del poder. La actual ruptura del pacto social muestra que el poder básico continuaba en sus manos, y que no nos libraremos de la amenaza de catástrofe permanente si no nos planteamos acabar con ese poder. Ellos han liquidado unos logros de bienestar y confort vital que son técnica y económicamente viables si se administran bien las cosas y no se deja barra libre a la locura especulativa, a los lujos públicos y privados, a las autopistas que van vacías y a los aeropuertos sin aviones. Están liquidando la democracia reforzando la panoplia represiva contra los movimientos de protesta y controlando más estrechamente la televisión pública, después de un largo proceso de liquidación de los medios más independientes mediante la concentración mediática en manos de unos pocos grupos de poder reaccionarios. Hemos sido espectadores impotentes de todos estos y otros muchos estragos y muchos de nosotros no queremos seguir pagando los platos rotos. La acción política debe cambiar radicalmente de tono y de rumbo. Los políticos deben ser emplazados a decir —y a demostrarlo con hechos— si están con el pueblo o con la oligarquía del dinero. Esta debería ser la principal línea divisoria de la política en los tiempos que vienen.

La izquierda transformadora debe tomar la iniciativa y plantearse sus futuras alianzas en base a un programa radical que gire en torno a esta línea divisoria. Participando en todos los foros de diálogo y de acción, debe favorecer la implicación política permanente de los miles y miles de personas que han despertado y seguirán despertando a la sensibilización política gracias al movimiento del 15-M y a las nutridas movilizaciones de las últimas semanas contra los recortes. El objetivo ha de ser convertir la cólera en voluntad serena pero firme de transformación social y política hasta lograr estructuras político-sociales democráticas y antioligárquicas.

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5 /

2012

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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