¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Joan Buades
El show de Durban: Diplomacia zombie para el apartheid climático
Si os gustaron las “emociones” del siglo XX, preparaos para las que viviremos durante el siglo presente… Recién despachada la cumbre climática de Durban, en tiempo de descuento y con la mayoría de las delegaciones quemando carbono en insostenibles vuelos de larga distancia no afectados por el Protocolo de Kioto, necesitamos recurrir a la ironía y a la historia para darnos cuenta de dónde estamos como especie.
A diferencia del paroxismo de Copenhague de hace dos años, cuando parecía que el mundo tenía al alcance un compromiso firme con la protección del clima hasta que a los VIP de la gobernanza mundial se les vio el plumero y todo se fue a pique, en Durban, in extremis, se ha llegado a un “acuerdo” que les salva la cara ante los telediarios. Básicamente, consiste en tres grandes “compromisos”: prorrogar el Protocolo de Kioto, que vence a finales del año que viene, hasta el 2015, promover de aquí a entonces la aprobación de un texto legal que incluya objetivos para todos y no solo para los estados industrializados como pasaba en Kyoto y, mientras tanto, crear un “Fondo Verde” para que llegue dinero al Sur de cara a su adaptación al cambio climático en curso. Además, está el anuncio que el próximo año habrá una 18ª Cumbre en Qatar. Es decir, que hay frenesí negociador para rato…
Todo ello, se ha podido embutir en un formato menor, donde han brillado por su ausencia los mandatarios de las grandes potencias contaminantes (del chino Jiabao a la brasileña Roussef pasando por prestidigitador Obama y el dúo Merkozy). Seguro que estaban ocupados en “resolver-la-crisis-europea-para-evitar-la-recesión-mundial-buscando-soluciones-vía-eurobonos-y-créditos-financieros-de-los-países-emergentes” (creo que he resumido bien el hilo musical que acompaña la mayor ofensiva neoliberal de los “mercados” contra la idea de democracia y de derechos sociales desde tiempos de Reagan y Thatcher). El tiempo es oro, nunca mejor dicho, y no iban a perderlo en Durban, claro.
No todo el mundo se lo traga, ya se sabe. En la unión mundial de gente indignada que reivindica una democracia planetaria donde el clima y la idea de una sola humanidad tengan prioridad, la sit-com de Durban no ha hecho gracia. Se critica el guión, pero sobre todo los personajes, los diplomáticos negociadores, porque no eran creíbles: parecían zombies, gente que hace las cosas mecánicamente como si estuviera privada de voluntad. Representaban como espectros un papel que exigía compromiso con la trama de la vida, con los 7.000 millones de personas que vivimos ahora aquí y los 2.000 millones más que estarán en 2050.
Porque 14 años después de Kioto y pasadas 17 cumbres mundiales, el estado del clima que hemos conocido los últimos 12.000 años es extremadamente delicado. Basta decir que las emisiones de gases letales han subido un 49% desde 1990, el año de referencia. En plena crisis económica global que habría que disminuir las emisiones, 2010 ha sido el peor de la historia, con un crecimiento del 5.9%. El “escenario” que dibuja este ritmo de desequilibrio climático es un Planeta que verá incrementada la temperatura media quizá hasta el doble de los +2 º C de aumento máximo sostenible que defienden tanto el IPCC como el “acuerdo” de Copenhague si no queremos caer en un escenario de catástrofe general.
La diplomacia zombie se deleita en acusar a China e India —dos Estados «emergentes» que acogen más de un tercio de la humanidad— de incrementar irresponsablemente sus emisiones. China, por ejemplo, ha duplicado las emisiones entre 2002 y 2010. Así, las grandes regiones contaminantes históricas (Norteamérica, la UE, Australia y Japón), que han generado dos tercios de los gases de efecto invernadero desde 1850, pueden lavarse las manos de cualquier compromiso concreto y relevante de reducción de emisiones.
Este es el trasfondo interpretativo de Durban. Su traducción real es el de un cuadro de incentivos para la aceleración de la hecatombe climática. Significa un aplazamiento de tres años de la firma de cualquier tratado vinculante, mantiene la ficción de la prórroga de Kioto (que preveía la reducción de un 5,2% de los gases invernadero de los estados industriales en 2012 en relación al 1990) sin comprometer a nada los nuevos «tigres» emisores y retrasa la entrada en vigor de cualquier mecanismo en el 2020.
Además, el “acuerdo” incluye dos diamantes en bruto. Por un lado, el futuro tratado ya no se basaría en las exigencias científicas del IPCC de la ONU —que tantos quebraderos de cabeza han dado a las transnacionales petroleras y del carbón— sino meramente en la mera “investigación”. Seguro que los lobbies que han promovido la operación “Climagate” han brindado con Moët & Chandon. Por otra parte, los estados industriales pondrán 100.000 millones de dólares anuales en el Fondo Verde para el Sur empobreciendo pueda salir adelante. Pequeño problema: en ninguna parte consta ni cómo los pagará ni cómo se gestionarán. Lo único claro es que habrá que esperar a 2020 para que se ponga en marcha. ¿No provoca grima la tomadura de pelo al Sur más pobre, aquel que no ha creado el problema pero que es el primero en sufrir traumáticamente las consecuencias del cambio climático?
Así, Durban se revela como una apuesta de los encargados políticos del capitalismo de casino para desentenderse del Sur, que constituye ahora mismo un 80% de la humanidad. Todo seguirá igual: buscando el crecimiento de base fósil a toda costa, sin limitaciones por motivos climáticos y sin comprometer ninguna ayuda real a las víctimas inocentes y masivas. ¿Quién decía que el apartheid había sido derrotado?
Entre las previsiones que podemos hacer para la mitad de este siglo, es que, desgraciadamente, este nuevo apartheid hará verosímil la cifra, colosal, de 1.000 millones de refugiados climáticos que conjeturaba en 2009 la Organización Mundial de las Migraciones (IOM). Al amparo de la devastación climática, vamos camino a que se quintuplique el volumen de migraciones humanas actuales. A la vista de la regresión actual xenófoba y populista en buena parte del Norte, ¡cuántas convulsiones sociales no están incubando con consecuencias apocalípticas!
Y, claro, durante esta década, para el año que viene mismo en Qatar, ya no quedará ni el subsecretario del subsecretario con ganas de ir a otra cumbre climática. Este formato de solución ha acabado por falta de capacidad de liderazgo político global en un contexto de guerra relámpago neoliberal contra los restos del Estado del Bienestar en los estados de Norte y de ajuste de cuentas del nuevo imperialismo chino e indio hacia sus maltratadores históricos. Habrá que dar prioridad a la construcción, desde abajo y lo más en red posible, de espacios y experiencias de vida con emisiones cero que den una oportunidad al Sur, a la agricultura regional y ecológica y el desarrollo masivo de energías limpias. Es la única forma de generar la suerte como especie que necesitaremos cada vez más. Sabiendo, con Hölderlin, que “allí donde hay peligro, crece también la salvación”.
Publicado en Alba Sud
12 /
12 /
2011