¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Colectivo Inflexió
Trabajando por un punto de inflexión: reapropiémonos de nuestras vidas
El colectivo Inflexió nació en Barcelona el año 2009, en el momento en el que personas provenientes de muy distintos ámbitos llegaron a la conclusión de que la gravedad y trascendencia del momento histórico que estábamos viviendo nos obligaba a replantear las estrategias con que unos y otros habíamos abordado la lucha política y social previamente. En efecto, la hegemonía cultural de la derecha, la crudeza y éxito de la ofensiva neoliberal, la amenaza a la democracia que suponía este dominio por la limitación de lo imaginable y lo posible, el creciente desparpajo demofóbico con el que los poderes salvajes se resistían a someterse a la voluntad popular, nos hería como lo hacían las palabras de Sarkozy prometiendo mano dura contra la racaille (chusma), que se atrevía a protestar en los suburbios. Así, como chusma, nos conjuramos para contribuir a revertir la situación, serenos pero airados, y determinados a defender que no estamos dispuestos a permitir la consolidación de democracias aparentes que sirvan al programa neoliberal, puesto que, para nosotros, la democracia tan sólo tiene sentido si la entendemos como un régimen político que no sólo reconoce iguales, sino que los crea, garantizando el derecho a la existencia de cada persona, y por lo tanto dotándolas a todas de las condiciones materiales de vida y de las oportunidades necesarias para ser igualmente libres, todas ellas, en un proceso continuo tendencialmente igualador.
Nuestro colectivo está formado por personas con distintos orígenes y trayectorias, con diferentes adscripciones en el campo de las ideas, con diversas filiaciones políticas o sindicales, o ninguna en absoluto, pero que sienten un mismo anhelo por la transformación y la justicia sociales. Somos personas que compartimos una inquietud por el momento y la situación actuales, así como una misma pulsión por la libertad, la igualdad y la solidaridad, y que sentimos además el imperativo y la urgencia de alcanzar transformaciones estructurales profundas que nos encaminen a una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales, que decidan juntos y cooperen entre sí para el progreso y el bienestar común, y para un desarrollo sostenible. Compartimos la convicción de que las personas pueden organizarse de forma más justa y mejor, y nos sentimos permanentemente anhelantes de acelerar ese futuro.
Los intensos meses que hemos vivido en el último año y medio nos llevan a presentarnos, en numerosas ocasiones, como un grupo de activistas en movimiento cuyos objetivos se inscriben en un llamamiento doble e indisociable al debate y a la acción. Creemos que es necesario establecer un debate generoso y sincero entre las personas que compartimos estos afanes. Convencidos de que éste debe ser un debate que vaya más allá de las afinidades y recorridos vitales que conforman el bagaje de cada una de las personas que deseen participar en él, realizamos un doble llamamiento: un llamamiento al conjunto de los ciudadanos y ciudadanas de la izquierda política y social, a los ciudadanos y ciudadanas que sienten el malestar de vivir inmersos en una situación de la que nos quieren hacer creer que no hay salidas, a incorporarse al debate; un llamamiento, también, a tomar la iniciativa, a construir un amplio movimiento de personas que exigen el control de nuestro futuro colectivo. Ésta es la senda por la que hemos ido realizando acciones tales como la “inauguración popular” de un Centro de Atención Primaria cerrado —contando con la complicidad de asociaciones de vecinos y trabajadores y como refuerzo de convocatoria del 15M—, o la denuncia a los especuladores con la deuda pública presentada días antes de la huelga general del 29S mediante una acción al Deutsche Bank, o acciones sucesivas que hemos llevado a cabo contra algunos de los verdaderos culpables de la crisis, tales como el Banco de Santander, la agencia Fitch, entre los que han dado motivos para que se reconozcan los crímenes económicos contra la humanidad.
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Entendemos que no nos es posible emprender un curso de acción en base a nuestra preocupación por la realidad social sin haber puesto en relieve una determinada visión sobre hechos históricos, caracterizando la dinámica de las sociedades capitalistas. No hay forma de plantear cuestiones programáticas sin una comprensión del papel motriz de la conflictividad en el avance social, un reconocimiento de los logros heredados del movimiento obrero, de la cultura popular antifascista que arraigó en la clase trabajadora y la centralidad que el pacto social de posguerra supuso en las instituciones existentes en la Europa de hoy en día, así como de los movimientos sociales que se desarrollan desde entonces y hasta el presente. A finales de 2011, pasados ya cuatro años desde su proclamación, parece difícil contra-argumentar a la concepción de la crisis como crónica de una muerte anunciada; una muerte, la del pacto social, que hemos tardado tantos años en reconocer como los que la clase rentista ha empujado para ir ganando terreno.
Mientras, han transcurrido años de capitalismo desembridado, de polarización de rentas mediante el estancamiento del salario y el endeudamiento, de merma del espacio público y de derechos sociales, de levantamiento de barreras a la acumulación extensiva y a la especulación. Todo ello ha sido posible gracias a férreas políticas anti-sindicales y de fragmentación de clase, mediante la intoxicación o colonización del pensamiento para tornarlo único y, por último, la profunda penetración de este pensamiento único en todos los ámbitos de la vida social.
A estas alturas no hay duda que se trata de una derrota histórica, que el inherente afán por la rentabilidad de los ganadores –aún a costa de perder los estribos a ritmo desbocado– ha dado con la fórmula de rentabilizar la pérdida de consciencia popular, de que hayamos “vivido por encima de nuestras posibilidades” y que tengamos que “pagar la crisis entre todos”. Estamos en pleno proceso de reconocimiento social de esta realidad, apenas hemos empezado a barajar sujeto y predicados, y falta todavía por constatar todo aquello que orbitaba alrededor del pacto y que ahora queda expuesto a una recombinación de fuerzas divergentes.
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En términos generales, planteamos un programa de reposesión, en respuesta a la dinámica general histórica del capitalismo de acumulación por desposesión. Tal como explicaron Adam Smith, Karl Marx, Rosa Luxemburgo, Karl Polanyi y tantas otras, el capitalismo ha conllevado olas consecutivas de privación de un conjunto relevante de recursos a las clases populares que les garantizaran una existencia en condiciones de dignidad. Son ejemplos de este proceso tanto los bienes comunales esquilmados durante el capitalismo agrario como la actualmente llamada austeridad presupuestaria. La desposesión no implica solamente la erosión de medios de vida, sino también la pérdida de poder de negociación y de capacidad de control y codeterminación de los espacios socioeconómicos. Sin un conjunto relevante de recursos (bienes materiales, derechos universales, etc.) nos vemos obligados a aceptar las condiciones que se nos imponen, y quedan reducidos al absurdo los mecanismos de rendición de cuentas.
Todo ello adquiere especial relieve en un contexto en el que es cada vez más evidente que somos, todos y todas, clase trabajadora. A pesar de la heterogeneidad dentro de ésta clase, quedamos todas y todos expuestos a una precariedad en aumento; cierto es que extensos grupos de la población sufren peores consecuencias que otros. Sin embargo, en último término se erosiona a todos por igual la capacidad de decidir sobre nuestras propias vidas.
De aquí el llamamiento a “reapropiarnos de nuestras propias vidas” que, como colectivo, lanzamos en los últimos meses. Se trata de un llamamiento a reflexionar sobre formas de contradecir la dinámica expropiadora del capitalismo o, lo que es lo mismo, a reflexionar -y a pasar a la acción- sobre formas de construir y reconstruir bienes comunes, recursos comunes que nos empoderen, que nos permitan alzar la cabeza de a ras de suelo y concebir, imaginar y llevar a cabo otro tipo de vínculos sociales.
Que no se pueda recurrir al pacto de clase implícito significa que hay que luchar proponiendo otras instancias, no sólo que frenen la ofensiva neoliberal, sino que planteen horizontes políticos, apunten a nuevas conquistas históricas. Tomar posición con radicalidad sobre los derechos que se defienden es reapropiarnos del significado de lo que está en juego. Es connatural a la actitud de desvincularse unilateralmente del pacto de clase el hecho de plantear la obsolescencia del modelo del estado del bienestar. Debemos asumir que hay algo de cierto en tal expresión de la derecha, que tanto ha calado en espacios clave de legitimación. El Estado del Bienestar, como el sistema político y de relaciones laborales, lleva el apellido del pacto, y está nuevamente en cuestión. Sin embargo, es nuestro deber defender a ultranza aquello que nos proporciona el estado del bienestar, ya que no es una lucha por el modelo sino por los derechos universales que conlleva y que no podemos dejar perder.
Así pues, hablamos de reapropiación o reposesión como proceso democratizador de toda la vida social: aquello que está en juego es ni más ni menos que la garantía del derecho a decidir cómo organizamos nuestra vida compartida, cómo desplegamos una vida social realmente nuestra, cómo tejemos una interdependencia basada en decisiones verdaderamente autónomas por parte de todos y todas.
Afirmamos que es posible, deseable, viable y urgente tejer una alternativa al sistema económico y social capitalista. Afirmamos que nos podemos dotar de estrategias para superarlo. Mal les pese a los defensores del fin de la historia y las ideologías, y citando al tristemente desaparecido Luis de Sebastián, pretender que no es posible ninguna otra forma de organización social y económica que la actual es un insulto a la razón, supone un menosprecio a la inteligencia humana y demuestra poco conocimiento de la historia.
Afirmamos que es posible, deseable, viable y urgente pensar nuevas maneras de concebir y garantizar la independencia socioeconómica de todas las personas, y por lo tanto, nuestra libertad y autonomía a la hora de tejer interdependencia y de crear el mundo en que vivimos.
Afirmamos que es posible, deseable, viable y urgente construir un sistema alternativo que empodere a las personas para evitar la dominación y la explotación, que conecte las personas a través de otro tipo de vínculos y relaciones de producción, y de relaciones de intercambio libres y reguladas, donde estas personas creen estas relaciones de producción para satisfacer sus necesidades reales, de forma autogestionada, y donde las decisiones de inversión trascendentes sean objeto de control colectivo. Denominamos a esta alternativa, viable y deseable, democracia económica.
Afirmamos que hay que romper los mecanismos —sean estos más o menos sutiles— de dominación y de explotación de las personas por sus propios congéneres, en los que se basa el funcionamiento del capitalismo, y que hay que acabar con la depredación irracional de nuestro entorno natural. La lógica de explotación del capitalismo es intrínsecamente injusta e incompatible con la democracia. El desarrollo de este sistema conlleva necesariamente la aparición de graves desequilibrios e injusticias sociales, e incluso en el caso de que a un sistema de mercado capitalista se le apliquen medidas sociales de tipo corrector, las propias fuerzas del capital tienden a hacer aflorar y acrecentar estas tensiones sociales. La falta de una libertad real es inmanente a esta lógica capitalista.
Afirmamos, por tanto, que es necesario construir democracias sociales avanzadas, que concebimos como el desarrollo de la democracia hasta sus últimas consecuencias políticas, sociales y económicas. Lo que debe caracterizar esta concepción y esta práctica de la democracia, socialista en un sentido amplio, no es el hecho de reconocer iguales, sino el hecho de crearlos, proveyendo la seguridad material que garantice que todos seamos ciudadanos y ciudadanas realmente libres.
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Existen medios para ensayar políticamente formas de reapropiación de nuestras vidas: no en vano contamos con una gran pluralidad de experiencias y de proyectos, los cuales, a su vez, son el resultado de una pluralidad de tradiciones –y de estilos, y de tonos, y de estrategias. No obstante, es posible que, a pesar de esta diversidad de experiencias y de tradiciones, nos encontremos todos situados ante una misma tarea: precisamente, la de explorar y luchar por formas de reposesión y, por tanto, de reapropiación de nuestras vidas y del derecho a decidir sobre ellas. Hablamos, entre otras posibles, de:
- Democracia en el trabajo, formas de constituir la unidad productiva, el centro de trabajo, el espacio donde se desarrolla la actividad humana, desde la capacidad para hacerlo con libertad efectiva, es decir, respetando la forma física y legal de que queremos dotar a nuestra participación en la esfera productiva;
- Banca ética, del “derecho al crédito”, en el doble sentido de derecho a cierta cantidad de recursos financieros y de “derecho a la confianza”, a ser merecedores de la confianza de nuestros semejantes, como parte de un paquete de medidas que favorezca nuestra capacidad de actuar, individual y colectivamente, para desarrollar formas de vida autónomas;
- Derecho a la vivienda, como reapropiación del espacio público, como forma de acceso a recursos necesarios para la independencia socioeconómica y satisfacer un conjunto de “certezas” para llevar a cabo nuestros proyectos vitales.
- Renta básica, gran palanca o elemento favorecedor, gracias al poder de negociación que la garantía de la existencia material confiere, de la emergencia de relaciones sociales más libres, más autónomas, en el mundo de la organización del trabajo y de la producción, pero también a la esfera doméstica y asociativa;
- Fiscalidad justa, debemos “expropiar a los expropiadores”, hacernos colectivamente con un conjunto de recursos que nos permitan convertirnos de forma efectiva en actores que realmente construyen su mundo, un mundo que les es propio;
- Control colectivo de los mercados financieros, porque sabemos que los grandes poderes financieros tienen una enorme capacidad de condicionar el funcionamiento del espacio económico y social —mercados y economías enteras— que deberíamos ser capaces de desarrollar nuestros proyectos de vida propios en condiciones de autonomía;
- Sanidad y educación públicas y de calidad, de empoderamiento de las mujeres para el logro de una equidad de género efectiva, políticas orientadas al cuidado de las personas, políticas orientadas al control colectivo de nuestro entorno natural, etc.
Tenemos buenas razones para afirmar que todo este conjunto de experiencias va más allá de la lógica de los mecanismos asistencialistas de ayuda ex post a todos aquellos que se encuentran en situaciones de privación y exclusión —lo que no implica negar la importancia de la asistencia social ex post—, sino que forman parte de una agenda orientada a la reposesión, ex ante, de individuos y grupos, un empoderamiento que, a través de la transferencia y redistribución de recursos bajo la forma de derechos universales e incondicionales, permita la horizontalización de unas relaciones sociales hoy excesivamente verticales y verticalizadoras. Y los mecanismos asistenciales que hoy conocemos, por loables y esenciales que sean los objetivos que persiguen, no dejan de contribuir a la naturaleza vertical y verticalizadora de nuestras sociedades, precisamente debido a su naturaleza condicional, ex post.
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Hasta aquí hemos trazado algunos de los elementos esenciales que motivaron la puesta en marcha del colectivo hace dos años. A lo largo de este tiempo, hemos podido asistir a la maduración de algunos de los procesos atisbados, y hemos podido constatar como la proliferación de otras iniciativas señalaba una progresiva confluencia de distintos sectores hacia inquietudes e intuiciones muy semejantes, por lo que se ha ido fraguando un estado de ánimo proclive a llamar a la acción, y a hacerlo además con urgencia. El movimiento 15M ha representado para el colectivo, como para una parte mayoritaria de la población, la percepción manifiesta de la población sobre el descalabro del periodo histórico. Esto es lo que podemos ver en la calle, en las plazas y en todas las esquinas improvisadas para un debate efervescente.
Cada vez más y más personas se han sentido desamparadas. Lo que se desprende del 15M es la sensación de impotencia, de indignación, de la gente delante de los excesivos obstáculos para poner rumbo a sus propias vidas. Del mismo modo que llevábamos demasiados debates postergados, en todo este tiempo se han ido cultivando unas inquietudes para las cuales faltaban palabras, formas de expresión pública. Muchas proclamas no son nuevas en esencia y llevábamos largo tiempo defendiendo varias de ellas; lo que es nuevo es la consciencia de que, si no las defendemos en la calle, nadie lo hará por nosotros.
Se percibe una crisis de representación en el momento en que se ve que las soluciones necesarias no son factibles por esta vía; que no se ve claro cómo se defienden los intereses. Debemos reflexionar cómo ha sido posible que hayamos llegado a un golpe de estado financiero como al que hemos llegado, y a un gobierno que ha dado la espalda a los intereses de la clase trabajadora. No se puede obviar la prontitud y la dureza con las que los gobiernos, como el nuestro, nos han dado la espalda y se han alineado con la doctrina destructora de la aristocracia financiera internacional. Percibir, además, que el principal objetivo es pactar para conseguir el mal menor entra en la consciencia de mucha gente como un señal de autodestrucción, de contradicción fatal con el papel que se jugaba años atrás.
Las movilizaciones que vivimos no podían hacer otra cosa que estallar en un momento u otro. La suma de todos los desasosiegos expuestos, junto a los provocados por el paro, la precariedad y los recortes sociales, hacían prever que la primera cerilla que cayera encendería un bidón de gasolina. Haber aprehendido cierto sentido de las causas, cierto sentido de reciprocidad y de necesidad de acción al respecto, ha sido suficiente para ser partícipe del 15M, mientras que la comunicación social y las redes hicieron el resto. Las componentes del movimiento siguen vigentes igual que lo estaban hace un año, puesto que responden a condiciones objetivas que no han sido neutralizadas. A pesar del reflujo que el movimiento aparentemente ha experimentado en éstas últimas semanas, hemos presenciado una conexión de luchas a una escala insospechada.
Los escenarios en los que nos podemos encontrar en los próximos meses no nos permiten ni un ápice de resignación. No podemos prever el detalle de lo que harán los gobiernos de derechas en España, puesto que en pocos meses sus propuestas programáticas se revelarán ineficaces, (aunque podemos intuir que su política será la de culminar el asalto sobre los remanentes del Estado del Bienestar). Algunos de los temores que se han venido expresando con timidez —por inverosímiles, insensatos o hasta “imposibles”— han sido implacablemente superados por la realidad. La única cosa que parece clara es la que podemos constatar: las recetas neoliberales agravan la crisis. El neoliberalismo es un programa obsoleto, no ofrece otra salida que un precipicio a la barbarie social y al desastre ecológico. A corto y medio plazo están por ver los canales del descontento social y el sentimiento de indefensión desde diversos sectores de la población. La intensidad de las luchas en la sanidad pública, la educación y la ciencia están lejos de apaciguarse. Vamos a ver fuertemente ampliado el deterioro de las prestaciones sociales, el vencimiento de subsidios de desempleo y la proliferación de formas de precariedad laboral. Ataques como las subidas en la electricidad, agua, gas y transporte público, junto a la erosión de municipalidades y autonomías son el prolegómeno de una ofensiva que sobrepasa las posibilidades de manejar la situación por parte de las administraciones. La necesidad de un techo o de saldar una deuda son factores potenciales de nuevas revueltas sociales, con o sin dación de pago, con o sin apoyo de organizaciones políticas o sindicales.
Necesariamente, lo que está en juego interpela a la izquierda política y social, y debería obligarla a salir de su sopor, adoptar una actitud ambiciosa y combativa, y poner al servicio de una contraofensiva ciudadana contra el neoliberalismo y por una democracia auténtica todo su potencial de articulación y vertebración. Hay que recuperar la política en una gran diversidad de ámbitos. Hay que combatir la hegemonía actual del pensamiento conservador, tanto mediante la elaboración teórica de un discurso alternativo, como mediante su plasmación en una cultura política de izquierdas con elementos que puedan compartir las amplias capas de la ciudadanía. Hay que encontrar la manera de construir alrededor de este proyecto alternativo la coalición de personas dispuestas a conformar un nuevo sujeto histórico que sea motor del cambio, y hay que hacerlo colectivamente, sin dirigismos y desde la base, para ir engrosando las filas del cambio, aprendiendo en cada lucha a organizarnos mejor.
Página web del colectivo Inflexió: http://inflexio.wordpress.com/
Para ponerse en contacto con el colectivo: inflexiocoordinacio@gmail.com
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11 /
2011