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Alejandro Vélez Salas

La Zona Cero a pie de calle

“Major blow to Al Qaeda” anuncian los titulares de periódicos a propósito de la muerte del clérigo Anwar al-Alwaki el 30 de septiembre de 2011 en suelo yemení. Con esta noticia el terrorismo internacional vuelve a las siete columnas y le da una merecida pausa a la desorganizada discusión sobre Grecia, los rescates bancarios y los recortes sociales. Apenas tres semanas después de la conmemoración del 11-S el terrorismo vuelve a ser noticia ahora con otro asesinato sumario en suelo extranjero. Esta vez se trata del “Bin Laden del Youtube” que fue eliminado impersonalmente mediante un misil hellfire arrojado desde un Drone de combate. Ignoro cuánto durará esta vez la onda expansiva del “terrorismo” y en los medios masivos de comunicación, así que aprovecharé esta brecha para hacer un pequeño balance de la conmemoración del evento que ha desencadenado —cumplidos ahora diez años— la Guerra contra el Terror, el acrónimo más famoso del mundo, el 11-S.

Empiezo a escribir mi crónica en el vuelo de vuelta de Nueva York a Barcelona, mientras la mayoría de los pasajeros duerme. Igual que yo, estos pasajeros tuvieron que quitarse zapatos, sombreros, cinturones y suéteres en el control de seguridad del aeropuerto John F. Kennedy para acceder al vuelo 94 de Delta. Algunos de ellos tuvieron incluso que tirar botellas de agua, refrescos, cremas, bronceadores y perfumes de más de 100 ml. por ser potencialmente peligrosos. Esto se debe a que después del “supuesto” intento por parte de Umar Islam, Arafat Khan, Ibrahim Savant y Waheed Zaman para ensamblar y detonar bombas líquidas en distintos vuelos que salían del aeropuerto de Heathrow en agosto de 2006, los gobiernos de EEUU y el Reino Unido consideraron que es “teóricamente posible” ensamblar un explosivo líquido con las sustancias indicadas en porciones mayores a 100 ml.  Y como las sospechas, fundadas o no, de los gobiernos de los EEUU y de la Unión Europea tienen un mayor peso específico que las de todos los demás gobiernos del mundo, dichas sospechas se han convertido en una norma de aviación internacional. Por lo que no importa que viajemos de Barcelona a Santander, o de Salvador de Bahía a Sao Paolo: si queremos llevar un Priorat o una botella de Cachaça en el equipaje de mano, el licor se quedará en la basura o en la mesa de algún oficial de seguridad.

Pero ninguno de estos mismos pasajeros se quejó de los controles de seguridad al embarcar. Tampoco tuvo objeción de haber hecho malabares con Ipads, zapatos, mochilas y cinturones, o que les tiraran sus cremas a la basura. Es más, cuando embarqué en Ámsterdam hacia Toronto, al inicio de mi viaje, ninguno se negó a pasar por el scanner corporal, y cuando yo me negué me miraban como si estuviera loco o, peor aún, como si escondiera algo. Los mismos policías, aunque reconocían mi derecho bajo la legislación europea de pedir un cacheo personal, estaban intrigados por los motivos de mi negativa, y cuando les respondí que por “cuestión de principios” lo único que pudieron responderme es que estos scanners no funcionaban con radiación, por lo intuyo que no entienden lo que son los principios éticos. Es como si mi negativa desmontara de un plumazo el eslogan que tienen los pósters de todos estos controles: Our priority is YOUR security.

A diferencia de Ámsterdam —donde a los agentes de inmigración les sorprendió que la Universidad de Queen’s pagara el pasaje de un mexicano— no me encontré con ningún impedimento para embarcar en mi vuelo desde Toronto a Nueva York. Lo de costumbre: fotografía digital, el scan de las 5 huellas dactilares y la pregunta obligada, la razón de mi viaje a Nueva York. Al mencionar el acrónimo 9-11 como motivo de mi viaje, el agente de Homeland Security se interesó un poco y me preguntó si daría alguna charla en alguna Universidad. Como le dije que no, que eso ya lo había hecho en Canadá a propósito del taller “The expanding surveillance net alter 9-11”, me dejó pasar después de hacer algunas anotaciones en la computadora. Lo único fuera de lo común de este cruce fronterizo es que el puesto de seguridad de Homeland Security no estaba en Nueva York sino en Toronto, lo cual constituye una prueba de la movilización y virtualización de las fronteras a raíz del 11-S. El caso más manifiesto de este desplazamiento fronterizo lo encontramos en los vuelos que tienen como destino Israel, ya que aún antes de llegar al mostrador de facturación el viajero tiene que enfrentarse a las incómodas preguntas de dos agentes de seguridad sobre el equipaje, el itinerario o los motivos del viaje. Si las respuestas no son satisfactorias, o el sistema les arroja alguna advertencia al teclear el nombre, es probable de que ni siquiera se pueda abordar el avión, como les sucedió a los activistas pro-palestinos ligados al International Solidarity Movement que intentaron viajar a Israel para recibir a la Flotilla de la Libertad, que finalmente ni siquiera pudo zarpar de Grecia.

Para mi fortuna nada de esto sucedió y pude ingresar a Nueva York para asistir a la conmemoración más esperada de la historia. Ante la recomendación de mis amigos y familiares, y sobre todo después de todas las historias de terror posteriores al 11-S, esta vez decidí mantener un bajo perfil, camuflarme con el contexto, como lo haría Günter Walraff al investigar las violaciones de las empresas alemanas contra los trabajadores turcos en la década de los ochentas. Así que me puse el atuendo de turista —no tan complicado como el de cabeza de turco que adoptó el periodista alemán— y me dirigí a la Zona Cero.

Caminando por Church St. me encontré a Michael y Michelle. Tenían montado un pequeño chiringuito con una bandera estadounidense como mantel y una gruesa carpeta. Estaban siendo entrevistados por una alumna de periodismo de Columbia y al sentir mi curiosidad me invitaron a acercarme. Michael había ayudado en las labores de rescate y de limpieza, y Michelle era Doctora en Psicología. Dentro de la carpeta guardaban postales, listones, palomas de origami, bolsas de sándwich, dibujos y demás objetos que la gente le obsequió a Michael por su labor después de los atentados. Visiblemente emocionado, me contó lo duro que fue estar ahí y lo bien que se sentía recibir muestras de afecto y de solidaridad por parte de toda la gente de Nueva York, así como de la comunidad internacional. Se interesó en que fuera mexicano, pero más de que viviera en España —seguramente en su cabeza eso me diferenciaba de los mexicanos que cruzan la frontera por el desierto—. Me enseñó con lujo de detalles el  contenido de su carpeta mientras la estudiante de periodismo seguía grabando sus emocionadas palabras. “Estoy orgulloso de ser Americano”, me comentó mientras dirigía su mirada hacia la inacabada Freedom Tower y finalmente me dijo: “¡Es que es increíble que tan sólo a diez años, la Torre este tan avanzada, esto en Oriente Medio tardaría más de cien años!”. Intenté preguntarle por todos los bomberos y policías enfermos que habían demandado al gobierno por respirar asbesto y gases tóxicos, pero el ruido de unos motoristas en Harley Davidson alteraron sus nervios y finalmente los abandoné, no sin antes llevarme un bonito llavero conmemorativo con las Torres Gemelas de regalo.

Al llegar a las inmediaciones de la Zona Cero empecé a encontrar vallas de seguridad y un fuerte operativo policial. Todavía estaban montadas las pantallas gigantes donde horas antes se transmitió la ceremonia de conmemoración en la que George W. Bush y Barack Obama dieron sendos discursos amparados por un cristal antibalas y protegidos por el operativo de seguridad más caro de la historia de Nueva York. Según una amiga, la aparición de George W. Bush en los Jumbotron ocasionó un sutil murmullo entre los espectadores. Los medios de derecha, como Fox News, interpretaron el siseo como un signo de aprobación, mientras que para mi amiga —y seguramente para millones de personas— fue más bien una crítica que no pudo ser vociferada por respeto. Sin embargo, hubo un chico que se atrevió a gritar “mentiroso” ante la imagen de Bush en la pantalla ubicada sobre Church St. y en pocos segundos la policía lo retiró “amablemente” de la zona ante los gritos de los asistentes que clamaban por respeto hacia las victimas y sus familiares. Hablando de familiares, solo los familiares directos pudieron acceder a las inmediaciones del Memorial. Me contó una hija que perdió a su padre que varios supervivientes de la tragedia, gente que había perdido a todos sus amigos del trabajo, ni siquiera había sido invitada. Las Jersey Girls y demás familiares “conspiranoicos” tampoco estuvieron ahí, y según varios medios, los bomberos y policías que acudieron primero a la llamada de auxilio tampoco fueron invitados. Digamos que fue el cristal “anticríticas” con el que se blindó la Administración de Obama.

En lo que se refiere a la ceremonia debo decir que recogí opiniones encontradas. “It was pretty emocional” era la expresión más común y por lo general destacaban los espacios de silencio guardados a la hora que cae la primera torre, luego la segunda, y finalmente cuando el Pentágono es atacado y el cuarto avión se desploma en Shanksville. Le siguió la lectura de los 2,997 nombres de las personas que murieron ese día. Aunque parezca emotivo y memorioso, para la directora de cine Sara Winter la conmemoración es una prueba de que los estadounidenses como sociedad no saben cómo lidiar con la muerte, por lo que son incapaces de olvidar y mucho menos de perdonar [1]. En realidad no ha habido un trabajo de duelo, dicho trabajo ha sido sustituido por guerras absurdas, recortes a las libertades individuales y ataques a los derechos humanos. Se ha recurrido a la venganza y a la desconfianza como medicina para el dolor.

Por esta razón la cantidad de efectivos policiales y militares aumentaba exponencialmente en relación directa con la distancia a la Zona Cero. Según un artículo del The New York Times, además de policías, en el operativo de seguridad participaron francotiradores, escuadrones caninos, artificieros y miembros del servicio secreto. El operativo de seguridad incluía agentes de más de 30 agencias y equipos especiales, incluida la policía de Nueva York, el FBI, el ejército, los Marines y la Joint Terrorist Task Force. Entre todos armaron un centro de control en Manhattan para investigar y esclarecer todo suceso considerado como sospechoso, no importara que fuera el robo de una camioneta o la desaparición de material de construcción [2]. Todo tenía que ser investigado.

Las vallas de seguridad me dirigieron hacia la entrada del PATH, uno de los lugares más vigilados. Justo cuando empecé a tomar mis primeras fotos de turista, un joven se apostó en la entrada del PATH con un cartel grande en las manos con la palabra “Forgiveness” y otro pegado a la playera con “I am sorry”. Los fotógrafos no tardaron en posarse como moscas en una apetitosa imagen mientras los policías observaban nerviosos. Me acerqué al chico y le pregunté la razón de sus pancartas, y casi sin mirarme, como si estuviera en  trance, me gritó que los EEUU tenían que pedir perdón por todas las muertes ocasionadas en las guerras. Estaba de acuerdo con él. Pensé en los prisioneros guatemaltecos a quienes fue inoculada la sífilis y gonorrea en un experimentos patrocinado por el gobierno de los EEUU entre 1946 1948. Pero el policía que se le acercó al chico a lo mejor no le era familiar este caso pues le conminó a que se moviera. Me acerqué al policía —digno de una película de Eddy Murphy— para cuestionarle la razón por la cual le había dicho eso al muchacho y me contestó lo siguiente: “Porque estoy cansado, llevamos acá desde las cinco de la mañana y mi sargento se está poniendo nervioso”. Con el dedo me señalo a su sargento, que en verdad parecía bastante turbado y agregó: “Además no quiero que le pase nada al muchacho, ves esos policías con la placa blanca, pues digamos que no son policías.”

El chico del letrero se siguió moviendo posando de vez en cuando para las fotos. Lo seguí a corta distancia hasta que una familia de hondureños me preguntó si les podía traducir el letrero que portaba. Les expliqué lo que me había dicho el chico y la mayor de las mujeres estuvo totalmente de acuerdo. El hijo mostró un poco más de cautela al hablar con un extraño como yo y mejor sacó a colación el tema del futbol. El tema duró un rato hasta que descubrimos que yo era del Barça y el del Madrid. Entonces se animó un poco más y se atrevió a decirme que los Estados Unidos habían matado mucha gente y que no creía que Bin Laden estuviera muerto, me dijo buscando mi complicidad: “si no nos lo hubieran enseñado ¿o no?”. Me contaron que cuando sucedió el 11-S todavía no llegaban a NY pero les habían tocado los efectos: segregación, racismo y falta de empleo. Estaban desencantados con Obama ya que creían que iba a ser el presidente de los latinos y los había defraudado. Platicamos un rato más de otros temas y finalmente, antes de irse, me ofrecieron un elote con crema que no pude rechazar. La familia se fue y yo me senté a comer mi elote. Cuando acabé tuve que caminar como cinco calles para desechar los restos, ya que en estas coyunturas los botes de basura son también posibles coadyuvantes terroristas.

Ya sin el hueso del elote en las manos me encaminé hacia la Avenue of the Americas  donde tomé algunas fotos a lo que será la Freedom Tower y que ya equipara en tamaño a la mayoría de rascacielos de downtown Manhattan. Las rejas de la capilla de St. Paul estaban llenas de listones blancos para recordar a las 2,997 personas que murieron en los atentados. Es la segunda vez que las calles se llenan de listones; eran amarillos durante la Guerra de Vietnam. Como era de esperar había varios vivales que hicieron su agosto vendiendo listones y banderitas americanas. Pero nadie más que el 9-11 Memorial, que en un pequeño espacio vendía camisetas, brazaletes, libros, separadores, pósters, escudos y demás souvenirs alusivos. “Es una vergüenza”, me dijo afuera de la tienda Willy Rodríguez, héroe nacional que salvó decenas de personas el día de los atentados y luego fue destinado a la ignominia oficial por haber afirmado que escuchó otras explosiones antes de que se estrellara el segundo avión. “Es la mercantilización del dolor”, continuó mientras alguien que pasaba gritaba: “this man is a hero!”.

Salí del 9-11 Memorial Preview asqueado. Afortunadamente no pasó mucho tiempo y me topé de frente con una manifestación del movimiento Truther: profesionistas, académicos, bomberos y arquitectos que piden una nueva investigación independiente sobre el 11-S. Me dio tanto gusto verlos, con sus pancartas y megáfonos, intentando abrir las conciencias de la gente a golpe de conocimiento. Hablaron de la existencia de nanotermita —un explosivo militar usado en demoliciones controladas— en el polvo posterior a los atentados, de piscinas gigantes de acero derretido en la Zona Cero y de cómo se derrumbó el Edificio Siete sin ser impactado por ningún avión. Alcancé a ver algunos dedos y una que otra F Word en su contra, pero mucha gente se acercaba a escucharlos, me pareció que tenían ganas de saber más. Lo que presencié me lo confirmó un truther: llevaba manifestándose desde muy temprano y estaba muy satisfecho de la respuesta de la ciudadanía, ya que estaba mucho más receptiva a nueva información. Sin embargo admitió que la lucha será muy larga por que hay información que simplemente nunca verá la luz, o lo hará 30 años más tarde como los archivos de la Operación Cóndor. La manifestación tuvo tanto éxito que la policía tuvo que hacer uso de la famosa estrategia del corral para separar a los truthers de la gente curiosa que pasaba por ahí.

Como varios de los curiosos esperé en la Zona Cero hasta que anocheciera para fotografiar las columnas luminosas que la Administración del Puerto enciende cada aniversario. Mientras esperaba me senté en la jardineras del Millenium Hilton y atendí a la arenga que hacía un hombre sobre los atentados de 1993, cuando un camión cargado de explosivos fue sembrado en los cimientos del WTC. También vi pasar un grupo de moteros, con banderas de Israel cosidas a sus chalecos y con una pancarta de “Jihad vs. Islam”. Un predicador sostenía una pancarta con la leyenda “USA turn to Jesus and pray”, mientras otro —quizás más profesional— vestido de nazareno y con biblia en mano animaba a los transeúntes a arrepentirse antes de que fuera demasiado tarde.

El arrepentimiento no es la mejor asignatura del gobierno de los EEUU, que sigue matando personas inocentes como si se tratara de la última entrega del video juego Call of Duty. La Guerra contra el Terror podrá haber entrado en otra fase discursiva con la Administración de Obama, pero las muertes se siguen apilando. Según datos del The Bureau of Investigative Journalism desde que el presidente Obama entró al poder ha ordenado 244 ataques con drones en Pakistán y han ocasionado por lo menos 350 bajas civiles [3]. Pero no sólo siguen acumulándose las muertes, sino que se intentan justificar legalmente. Primero fue el asesinato de Bin Laden, la peligrosa operación secreta y las felicitaciones de diferentes dignatarios internacionales, incluido Ban Ki Moon, Presidente de la Organización de Naciones Unidas. Ahora nos enteramos del intento del Justice Department’s Office of Legal Counsel para justificar la operación contra al-Awlaki y cualquier otro terrorista que sea una amenaza para los EEUU. El The New York Times ha tenido acceso a dicho documento donde los abogados David Barron y Martin Lederman justifican la operación “kill or capture” contra el propagandista y clérigo de nacionalidad estadounidense [4]. Aunque existe un Estatuto Federal que prohíbe el asesinato de estadounidenses en otras latitudes, y la Quinta Enmienda de la Constitución de los EEUU impide quitarle la vida a una persona sin un proceso legal, los autores del documento se pasan por el arco del triunfo dichas piezas legales y prácticamente traen de vuelta la figura Bushiana del “combatiente ilegal enemigo.”

Ahora que termino de escribir esta crónica las portadas vuelven a estar copadas con titulares sobre la crisis económica y las protestas globales contra el sistema financiero. Eso no quiere decir que en Afganistán, Irak, Yemen y los demás frentes de la Guerra contra el Terror los muertos no sigan acumulándose; pero como no valen lo mismo que los “otros”, ni conmemoraciones se merecen, solo las lágrimas, la desesperación y el encono de sus familiares y amigos. Pero nada de esto tendrá importancia o saldrá en los medios de comunicación hasta que el terrorismo vuelva a hacer acto de presencia en algún país occidental. Son muertes invisibles, como las de los millones de personas que mueren cada año por hambre o enfermedades curables, como las que colateralmente está ya implicando la crisis económica. Mientras tanto los gobiernos siguen utilizando el terrorismo como subterfugio para vulnerar libertades civiles y derechos fundamentales en aras de la seguridad, e inundarán de nuevo nuestras pantallas para anunciar amenazas terroristas que se ciernan sobre nuestros acomodados países occidentales. Mientras tanto, también, y a diez años del 11-S, muchos mirarán al cielo y verán derrumbarse sus esperanzas de vivir en un mundo más justo.

 

[1] Winter, Sara. “A morning in September” en la Conferencia The Global Implications of 9/11 Ten Years After. 12 de septiembre de 2011. The New School, Nueva York.

[2] Baker, Al. Scott, Shane.  “Sweeping Security Effort Planned for 9/11 Events”. The New York Times. 10 de septiembre de 2011.

[3] Woods, Chris. “Drone War Exposed – the complete picture of CIA strikes in Pakistan”. The Bureau of Investigative Journalism. 10 de agosto de  2011 en http://www.thebureauinvestigates.com/2011/08/10/most-complete-picture-ye… (accesado: 11 de octubre de 2011)

[4] Savage, Charlie. “Secret U.S. Memo Made Legal Case to Kill a Citizen”. The New York Times. 8 de octubre de 2011.

25 /

10 /

2011

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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