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Esther Vivas

El mundo diez años después de Seattle

Diez años después de “la batalla de Seattle”, las políticas neoliberales se han generalizado e intensificado, pero el espíritu de quienes salieron entonces a la calle sigue vivo y sus reivindicaciones hoy, en el contexto de crisis global, se plantean como más urgentes que nunca.

A pesar de que en un primer momento los detractores del movimiento “antiglobalización” le auguraron un futuro sombrío y episódico al considerarlo fruto de una alianza puntual de organizaciones sin proyecto coherente. La realidad fue otra. Las protestas en Seattle inauguraron un nuevo ciclo internacional de movilizaciones que tenía como eje central la crítica a la globalización neoliberal.

En el transcurso de estos años, el contexto internacional ha cambiado y las críticas del movimiento han contribuido a ello. El ascenso de las protestas contra los artífices de la globalización y las fuertes movilizaciones en el continente latinoamericano desgastaron la legitimidad de un modelo de globalización al servicio de los intereses corporativos. Asimismo, el fracaso evidente de las políticas neoliberales y la situación de crisis sistémica del capitalismo, con sus múltiples facetas (económica, climática, alimentaria, energética), ha puesto al descubierto las falacias de este modelo y su total incompatibilidad con la cobertura de las necesidades básicas de las personas y el respeto al planeta.

¿Éxitos?

Sin embargo, el movimiento ha tenido muy pocos éxitos concretos y su capacidad para detener políticas regresivas y arrancar demandas ha sido prácticamente nula, y cuando se han conseguido han sido “victorias” precarias o temporales. A pesar de las fuertes movilizaciones, alterar la correlación de fuerzas y provocar un cambio de paradigma ha resultado ser una tarea mucho más difícil de lo que podían haber pensado los miles de manifestantes reunidos en Seattle.

Pero en cambio, el movimiento “antiglobalización” ha tenido un papel clave en la deslegitimación del neoliberalismo y de las instituciones internacionales como el Banco Mundial, el G8… consiguiendo colocar a sus políticas en el centro del debate y de la protesta. Después de Seattle, cada una de las cumbres de estos organismos sería fuertemente contestada en las calles.

Una dinámica que obligó a estas instituciones a realizar importantes campañas de marketing, entonando algún mea culpa parcial y buscando legitimarse en operaciones de cooptación de determinadas ONGs, algunas de las cuales al servicio de los mismos que defienden un “capitalismo de rostro humano” como los magnates empresariales George Soros o Bill Gates. El macro festival musical Live 8, coincidiendo con la cumbre del G8 en Gleneagles en 2005, fue buena prueba de ello, cuando centenares de estrellas de pop-rock participaron en conciertos en todo el planeta con el objetivo de “presionar al G8 para acabar con la pobreza en África”. Pero, ¿qué interés pueden tener para acabar con la pobreza aquellos que se benefician de ella?

Promesas incumplidas

Y la misma dinámica hemos visto cumbre tras cumbre, palabras vacías de contenido, promesas incumplidas y declaraciones de buenas intenciones que ocupan páginas de periódicos con presuntas voluntades de acabar “con el hambre en el mundo”, “condonar la deuda”, “poner fin al cambio climático”… que el día después quedan en el baúl del olvido. Un ejemplo: en la cumbre de Colonia (1999), los jefes de estado de los países más ricos del planeta se comprometieron a anular el 90% de la deuda bilateral y multilateral de los 42 países más endeudados (en reuniones anteriores, y también posteriormente, los líderes del G8 han realizado promesas en la misma dirección). Pero las cifras hablan por sí solas: desde 1999 la deuda global de los 42 Países Pobres Altamente Endeudados, lejos de reducirse, ha seguido aumentando. Los países del Sur han rembolsado casi diez veces el monto de la deuda de 1980 y aún así se encuentran cinco veces más endeudados.

Pero hoy nos encontramos ante una de las grandes crisis históricas que pone en evidencia la cara más destructiva del capitalismo. Una crisis que da la razón a quienes se levantaron en Seattle, confirmando la pertinencia de sus críticas. Frente a esta situación, los líderes del G8 y del G20 han optado por hacer un llamado a “moralizar el capitalismo”, “refundarlo”, aplicando una serie de retoques cosméticos que tan solo buscan apuntalar los cimientos del sistema.

Un año después del derrumbe de Wall Street, nos quieren hacer creer que “lo peor de la crisis ya pasó”, que “empezamos el camino de la recuperación”… Todas estas afirmaciones de las élites políticas y económicas tienen en común negar el carácter sistémico de la crisis y evitar que la misma abone el cuestionamiento del actual modelo, enmascarando las causas de fondo y presentándola como un problema estrictamente financiero resultado de cuatro banqueros y empresarios codiciosos. Sin embargo las graves consecuencias de la crisis, lejos de plantear la “refundación del capitalismo”, lo que demuestran es la necesidad imperiosa de superarlo.

Esther Vivas es autora, junto con Josep M. Antentas, del libroResistencias Globales. De Seattle a la crisis de Wall Street (Editorial Popular, 2009). 

Artículo aparecido en el suplemento especial de Diagonal para el Foro Social Mundial en Madrid, 07/01/2010

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2010

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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