Skip to content

José A. Estévez Araújo

¿Es necesario un cambio cultural profundo para superar la crisis ecológica?

Aunque pueda parecer lo contrario, la respuesta a esta pregunta no ha sido ni es unánime. Ni siquiera entre personas con sensibilidad ecológica.

Un ejemplo lo ofrecen dos precursores del ecologismo contemporáneo, Hans Jonas y Barry Commoner. Jonas consideraba que no era posible hacer frente a la triple crisis energética, demográfica y de materias primas sin un profundo cambio en nuestra manera de vivir y en nuestras expectativas. No creía por ejemplo en la posibilidad de que las energías alternativas tuvieran una capacidad generadora similar a la de los combustibles fósiles (algo que en parte se explica porque en el momento en que escribió El principio responsabilidad, la energía solar —que es de la que habla— se hallaba todavía en pañales). Para Jonas resultaba imprescindible abandonar la utopía de un mundo repleto de bienes relativamente fáciles de obtener. En cambio, Barry Commoner en En Paz con el planeta (un libro de 1990)  ofrecía un panorama muy diferente. Según el autor norteamericano, la energía que el sol desparrama sobre la tierra sería teóricamente suficiente para cubrir sobradamente nuestras necesidades aunque sólo pudiéramos captar una pequeñísima fracción de la misma. Commoner nos ofrecía el panorama de un planeta con once o doce mil millones de habitantes, alimentados por agricultura orgánica, abastecidos por energía solar y con un nivel de vida similar al de la Grecia de aquellos años noventa. En ningún momento habla de replantearnos radicalmente nuestro modo de vida. Critica los automóviles grandes y pesados, pero no los coches en general. El único cambio social radical que plantea es el que hace referencia a la relación Norte-Sur. Según Commoner, el Norte tiene una enorme deuda con el Sur debido al pasado colonial. El desarrollo del Norte se ha hecho a costa del no-desarrollo del Sur. Por tanto, el Norte tiene que proporcionar los recursos y apoyos necesarios a sus antiguas colonias para que alcancen ese nivel de vida del que ya gozan los países mediterráneos europeos.

La contraposición entre los planteamientos de Jonas y de Commoner se está reproduciendo en nuestros días. Buena prueba de ello es la divergencia que se da entre el informe del Worldwatch Institute del 2010 y un libro de 2009 de Lester Brown —quien fuera director de ese mismo instituto durante muchos años—, titulado Plan B 4.0 (el Informe sobre el Estado del Mundo 2010 lo publica en castellano la FUHEM y algunos de sus capítulos en inglés pueden descargarse de la página web del Worldwatch Institute. El libro de Lester Brown puede descargarse en inglés de Internet).

El Informe del Worldwatch Institute subraya la necesidad de un cambio cultural muy profundo para hacer frente a la crisis ecológica. Buena prueba de ello es el subtítulo del documento: “Transformar las culturas: del consumismo a la sostenibilidad”. En él se entiende por “consumismo” una filosofía de la vida en virtud de la cual disponer de un número de bienes y servicios siempre creciente sería el camino para alcanzar la felicidad. Para el modo de vida consumista, el respeto y la consideración que merecen los demás dependen del coche que conduzcan o de los gadgets de última generación que exhiban. Y con independencia de la valoración moral que hagamos de esa cultura mezquina, egoísta, competitiva e insolidaria, una filosofía de la vida basada en el principio de que “cuanto más mejor” resultaría claramente insostenible, y por eso sería necesario cambiarla.

Sin embargo, el panorama que nos presenta Lester Brown en su Plan B 4.0 es totalmente diferente. Lester Brown considera que es posible en el plazo de 10 años hacer la transición a las energías renovables. Aunque a veces habla de la necesidad de una “economía de guerra” para conseguirlo, en realidad, lo único que hace es realizar proyecciones a partir de lo que ya hay y de los planes inmediatos que tienen los estados y las empresas. Acelerando el proceso mediante instrumentos “suaves” de intervención estatal (como los impuestos y los incentivos) en el año 2020 el 90% de la energía eléctrica podría ser generada por fuentes alternativas (especialmente mediante aerogeneradores). Esto iría unido a un uso mucho más eficiente de la energía, a una electrificación integral del transporte y a la instalación de colectores solares en los edificios para atender las necesidades de calefacción y agua caliente. Según Brown el mundo del futuro será un planeta con una población estabilizada en unos 8.000 millones de habitantes. Esa población seguirá alimentándose gracias a la agricultura industrial, aunque sería necesario poner en práctica mecanismos de riego que aprovechen el agua mucho mejor de lo que se hace ahora. La producción de alimentos deberá, no obstante, re-localizarse reduciéndose drásticamente las food-miles (los kilómetros que deben recorrer los alimentos desde donde se producen hasta donde se consumen). Tendremos dietas más estacionales y basadas en productos locales. Los países como Estados Unidos deberán reducir su consumo de proteínas animales y los habitantes de países como la India deberán subir algunos escalones en la cadena alimentaria.

En síntesis, Lester Brown nos presenta un mundo futuro en el que ocho mil millones de personas podrían vivir como lo hacen los italianos de hoy en día. No habría que renunciar a los automóviles privados, aunque éstos serían eléctricos y dispondríamos de tanta energía como ahora sólo que mejor repartida (pues las fuentes generadoras de energías alternativas están a disposición de todos los países, a diferencia de lo que ocurre con los pozos de petróleo). Esa visión contrasta radicalmente con la del Worldwatch Institute que contempla un mundo en que la población no se podrá estabilizar antes de alcanzar los 11 mil millones de personas y que únicamente podrá proporcionar  a sus habitantes un nivel de vida similar al que actualmente tienen los ciudadanos de Jordania.

En un libro también reciente y traducido al catalán este mismo año (Terra), Vandana Shiva critica las “pseudosoluciones” que diseñan planes de producción de energía a gran escala mediante fuentes alternativas que permitirían seguir manteniendo la forma de vida del mundo del petróleo, cuando éste empezara a escasear. Pero no está claro si la propuesta de Lester Brown puede ser incluida dentro de esta categoría peyorativa que utiliza la pensadora india. En ciertos aspectos, las soluciones de Brown con sus gigantescos parques eólicos situados en muelles de hormigón plantados en medio del mar se parecen a esos diseños de ingeniería fantástica (y peligrosa) que critica Shiva. La “revolución verde”, que tanto elogia Brown, es, además, objeto de una áspera y fundamentada crítica por parte de Vandana Shiva. Pero, por otro lado, la autora india condena las propuestas de gigantescos colectores de CO2, el comercio con la contaminación, o los biocombustibles, cosas que también Lester Brown critica decididamente. En cualquier caso, Shiva desea un futuro hecho de pequeñas comunidades, muy descentralizado, con producción de energía a pequeña escala y muy centrado en la relación con la tierra y la naturaleza. No está del todo claro si se trata de una propuesta global, una propuesta para la India, o una propuesta para los países del Sur. Pero en cualquier caso, de todo el libro se desprende la idea de que es necesario un cambio cultural muy profundo para afrontar la triple crisis que nos azota: la alimentaria, la energética y la climática (a las que habría que añadir la crisis financiera y la subsiguiente crisis económica general, las cuales se produjeron después de que el libro fuera publicado en su lengua original). A ese cambio, Vandana Shiva lo caracteriza como la “transición desde el petróleo a la tierra”.

Realmente, esta divergencia de planteamientos y de escenarios de futuro produce perplejidad e incertidumbre. ¿Hemos de creernos las perspectivas “optimistas” en la línea Commoner-Brown y confiar en que podremos seguir viviendo como hasta ahora? ¿O debemos prepararnos para un futuro mucho más austero en el que tendremos que vivir como lo hacen los jordanos o los agricultores indios en la actualidad? De hecho, resulta difícil saber si el planteamiento de Lester Brown ha descuidado algún problema importante o tiene alguna “trampa”. Tal como lo presenta en el libro y teniendo en cuenta los datos y cálculos en que se apoya, su plan B resulta, cuando menos, plausible. Y eso nos enfrenta a un problema de enorme importancia: muchas personas parecen pensar que serán las constricciones materiales a que nos someterá la crisis ecológica las que nos harán cambiar nuestra forma de vivir y nuestra manera de ver la vida. Como señala Pigem en un libro que, por lo demás, proporciona una cálida compañía ideológica (Buena crisis), hemos de pasar de una filosofía de la vida materialista a una post-materialista. Tendremos que encontrarle otro sentido a la vida que no sea el de poseer cada vez más cosas. Será eso o el desastre. Tambien Vandana Shiva dice que o realizamos la transición del petróleo a la tierra o “moriremos”. Pero ¿realmente nos vamos a encontrar ante una disyuntiva así?

Los escenarios de futuro tipo Commoner-Brown parecen sugerir que no. Desde luego, la crisis puede ser una buena ocasión para promover una transformación cultural, pero  ésta no vendrá dada de modo necesario ni automático. No podemos confiar en que el sufrimiento nos hará cambiar, o que la crisis tendrá los efectos terapéuticos que tenían las “buenas crisis” de que hablaban los médicos antiguos según Pigem. Puede ocurrir que ni siquiera nos veamos obligados a cambiar a causa de la crisis (especialmente si los países del norte se comportan de manera absolutamente egoísta).

El informe del Worldwatch Institute responde también a esa perspectiva de “o cambiamos o iremos directos al desastre”. Según los autores del documento tenemos que sustituir la cultura consumista por una cultura sostenible. Hemos de dejar de consumir para pasar a relacionarnos más profundamente con los demás, disfrutar de más tiempo libre, cocinar nuestra propia comida y tantas otras cosas que proporcionan mucha más felicidad que exhibir el último modelo de teléfono móvil. Pero, como he señalado antes, puede ocurrir que no nos encontremos ante la disyuntiva de cambiar o sucumbir. No obstante, el Informe sobre el estado del mundo 2010 tiene una virtud de la que carecen otros trabajos que sostienen que la transformación cultural es ineludible: de él se desprende que ese cambio no se dará de una forma automática y necesaria, sino que es preciso programar y llevar a cabo un ambicioso programa de política cultural para que tenga lugar. Y a los diferentes aspectos y escenarios de dicho programa están dedicados los capítulos que componen el volumen. Algunos de sus planteamientos resultan un tanto ingenuos o excesivamente vinculados a la realidad estadounidense. Pero la idea de fondo es absolutamente correcta: no podemos quedarnos sentados esperando que la necesidad, el sufrimiento o la perspectiva de la catástrofe cambien la mentalidad de las personas. Es necesario realizar un gran esfuerzo cultural para que ese cambio pueda producirse. Y un arma que se puede utilizar con provecho es algo en lo que se insiste repetidamente en el Informe del Worldwatch Institute: que esta sociedad consumista, insolidaria, individualista y competitiva hace de nosotros seres profundamente infelices. Aunque muchas veces ni siquiera se nos permita darnos cuenta de ello.

1 /

2010

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

+