¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
Cuaderno de crisis / 15
Contra el ajuste “inevitable”
I
Entramos en una situación asfixiante. Con dos líneas de fuerza que nos llevan a ello: los niveles de desempleo y el crecimiento del déficit. Los padecimientos, temores, necesidades de la población sufriente parecen conjugarse con las demandas de los ineficientes y obscenos poderes financieros. Intereses contradictorios que se orientan en un mismo sentido: ¡Hagan algo! ¡Háganlo pronto! ¡Sean contundentes! Muchos añaden: ¡No teman medidas impopulares!
Ante esta presión el Gobierno Zapatero aparece como un piloto desnortado. No es capaz de presentar una línea de actuación contundente. Y cuando anuncia medidas acaba por desdecirse al día siguiente. En esta trayectoria errática hay mucho de desorientación intelectual ante un panorama no previsto Pero también refleja la dificultad de articular una respuesta al mismo tiempo aceptable para el pueblo llano (del que depende crucialmente la posibilidad de continuar en el Gobierno tras las próximas elecciones) y lo que demandan “los mercados” (un eufemismo para nombrar los intereses del capital financiero y los rentistas a escala global). Una contradicción que el mismo Gobierno es incapaz de explicar y articular, lo que refuerza su imagen de inmadurez y fragilidad, y da mayor credibilidad a las voces que claman por soluciones enérgicas.
II
Las situaciones de emergencia son propicias para los promotores de recetas simples. Juegan con la ventaja de la contundencia de sus propuestas y de la presunta rapidez de sus efectos. Y obtienen fácil aceptación de unos medios de comunicación y una población adoctrinada en la cultura del “listo para consumir” y en el seguidismo a los taumaturgos de turno.
No hay mayor simplicidad de la que ofrecen las recetas neoliberales si, además, van avaladas por los que se supone mejores mentes de la ciencia económica nacional. Cualquiera que analice en profundidad los problemas de la economía española descubre fácilmente que no hay respuestas sencillas. Que transformar una estructura productiva que ha visto desmantelar parte del sistema industrial (o perder su control local) y ha concentrado su actividad alrededor de la construcción no es tarea que se resuelva a corto plazo. Que absorber un ejército de reserva propiciado por el modelo de desarrollo ahora colapsado no se puede hacer en poco tiempo. Que alterar las enormes desigualdades sociales que están en la base de muchos de nuestros problemas, incluido el recurrente tema del fracaso escolar, generará resistencias difíciles de erosionar. Que romper con una cultura fiscal que convierte a gran parte de la población en cómplice de los grandes evasores y mantiene la depauperación del sistema público exige un proceso de acción sostenido en el tiempo… Pero esta evidencia choca, ante la urgencia, con la “matraca” de un discurso facilón e injustificado que vende, como únicas alternativas, un viejo listado de “reformas estructurales” que en la práctica se reducen a recortes de derechos sociales y laborales, a un adelgazamiento de nuestro anoréxico sector público y a nuevas medidas liberalizadoras.
Las urgencias están sirviendo también para legitimar una cultura política discutiblemente democrática. Empezando por el intento de legitimar a la casa real presentándola como una solución suprapolítica que suena más a cultura absolutista que a mediación efectiva. Y continuando por la machacona insistencia de algunos medios de comunicación de que es el tiempo de ir todos a una y de seguir los consejos de la autoridad competente (léase Gobernador del Banco de España, ‘los 100 expertos’, o cualquier otra figura de la misma camada). En cualquiera de estos escenarios volvemos al mundo de la solución única, del tecnócrata o el soberano salvador y del acuerdo basado en las imposiciones de los poderes fácticos (en este caso mercados financieros, grandes empresas y tecnocracia neoliberal).
El Gobierno no está en condiciones de sortear este peligro. Nunca ha tenido una visión distinta de la que ofrecen sus asesores aúlicos y la que demandan los poderes económicos que acotan su actuación. Y es de temer que al final la suma de presiones ambientales y la búsqueda de una imagen de actuación acabe propiciando una política de pactos que signifiquen otra vuelta de tuerca neoliberal. No deja de ser preocupante que en la actual situación un individuo como Duran Lleida, líder de un partido plagado de procesos por corrupción (algunos de ellos finalizados con condenas) se presente como la voz de la sensatez y del buen sentido de país. En la situación presente la línea de pactos conduce a un camino ya trillado, el de la reforma laboral de 1994, el de una política fiscal que socave aún más las posibilidades de las políticas públicas de reducir desigualdades y ampliar derechos sociales.
III
Estamos ante una “ofensiva del realismo mágico”, ante una realidad que exige cambios y una recetas mágicas que impiden abordarlos con seriedad. Y ante la misma lo que hay es vacío. Y unas pocas líneas de respuesta que más tienen que ver con el instinto que con la existencia de un mínimo proyecto alternativo. Negarse a los recortes de la seguridad social o al desmantelamiento de derechos laborales es lo mínimo que tienen que hacer los sindicatos y lo poco que queda de izquierda organizada. Pero va a ser totalmente insuficiente y retórico si no hay capacidad de articular un marco alternativo para situar los problemas y las respuestas y si no se construyen diques defensivos que sean eficaces ante esta nueva ofensiva del capital financiero.
En el plano de la cultura económica hay varios terrenos donde se han perdido batallas y varios espacios que no se han cultivado. Entre los primeros la aceptación acrítica del modelo europeo y la cultura de la competitividad. El primero impide abordar con seriedad propuestas de resistencia y reforma frente a un modelo institucional, el de la Unión Europea, que constituye una parte del problema. La segunda confunde los planos en los que debe articularse la política económica y conduce a una completa sumisión cultural a las propuestas del capital. Una sumisión que acaba cristalizando en la forma como se abordan muchos de los problemas reales de nuestra sociedad: la cuestión de los tiempos y la interacción entre actividad mercantil y vida social, la estructura de las desigualdades, la reconversión hacia una economía ecológicamente sustentable, la política educativa etc. Hay que empezar a crear un marco referencial donde las necesidades humanas (su relevancia, su sostenibilidad), la equidad, la cooperación social, la democracia estén en el centro de un proyecto. Lo que no evita tener que negociar con resistencias y poderes, aunque permite hacerlo desde posiciones diferentes y al mismo tiempo reconoce los obstáculos, las resistencias y las necesidades de actuación. Ya lo he sugerido en otras notas: de un planteamiento así no sólo surgen culturas de resistencia, también propuestas concretas de intervención en el plano económico convencional: sectores y actividades a potenciar, regulaciones del marco económico etc. Permite también identificar quiénes son los responsables de los problemas, cuáles son las resistencias reales a un cambio de modelo. En lo que llevamos de crisis casi nadie ha puesto nombre y marcado la responsabilidad que cada cual ha tenido en el proceso que nos ha conducido al desastre.
En el plano de la propuesta concreta creo que hay que partir de la hipótesis que, a corto plazo, va a ser difícil luchar contra la austeridad y las reformas estructurales. De lo que se trata es de impedir que este discurso difícil de discutir se convierta en un “panzer” demoledor de derechos que conduzca a imposibilitar toda alternativa. Y para ello hay que realizar una maniobra envolvente consistente en revertir el discurso dominante y transformarlo en contrapropuestas:
De un lado convirtiendo el discurso vacuo de que “este país ha vivido en el despilfarro” en el discurso concreto de en qué espacios reales aquél se produce. Hay una importante posibilidad de generar resistencias en respuestas basadas en exigir que los costes del ajuste se concentren en los más favorecidos (por provocar: quizás no podamos impedir algún tipo de congelación de salarios en el sector público, pero deberíamos evitar que afectara a los niveles inferiores y supusiera el recorte de empleos en los sectores más necesitados de personal) y en el recorte de gastos, subvenciones y ayudas realmente inadecuadas. Y en garantizar derechos y niveles básicos de bienestar a todo el mundo, haciendo cargar al sector financiero con los costes que él mismo ha generado.
De otro lado, transformando las propuestas de “reformas estructurales” en propuestas de reforma realistas. Es, por ejemplo, evidente que los problemas de la balanza de pagos se deben a una inadecuación entre producción y consumo en que tiene una importancia crucial tanto el modelo energético como los consumos de las rentas más altas, o los modelos productivos de algunas grandes empresas. Propugnar modelos energéticos alternativos o promover una imposición que desaliente determinados consumos son reformas que pueden ir en la buena dirección y cambiar el marco del debate.
Y hay un campo procedimental que tampoco puede dejar de explotarse: exigir que los tiempos y las formas de los debates sean aceptables. Pienso en la reforma laboral, frente a la que habría que exigir un debate público organizado, informado. Y en la reforma de las pensiones, donde la cuestión del envejecimiento de la población puede ser un hecho ineludible pero no la de la reforma, la de cualquier ajuste a corto plazo.
La resistencia a esta nueva ofensiva va a ser dura y difícil. Pero solo será posible si de una vez por todas se hacen las cosas de forma distinta a lo hecho hasta ahora. Me refiero a la escuálida izquierda parlamentaria, a los sindicatos y al resto de organizaciones sociales que van a ser las primeras víctimas de las reformas. Pero también a esa izquierda alternativa tan amante de un vacuo discurso anticapitalista que tiene más de salmodia que de propuesta de intervención. Los vendedores de recetas tienen poder, pero también mecanismos y estrategias que les permiten presentar respuestas articuladas como si fueran reflexiones meditadas. Y frente a ello todos los que deberían trabajar en otra dirección, más allá de momentos puntuales, han sido incapaces de generar alternativas, poner en marcha iniciativas, generar solidaridades que al menos permitan elevar voces suficientemente potentes como para mostrar que existen vías diferentes. Y con ello se desperdician muchas de las fuerzas que pueden ayudar en esta dirección. Sin ánimo de tener ninguna exclusiva, las Jornadas de Economía Crítica, de las que informamos en otra nota, son una muestra de que existe gente en el país con propuestas diferentes (y consciente además de que a las Jornadas no acude todo el mundo y que frente a proyectos concretos podría aglutinarse mucha gente más) Pero que uno sepa nadie se ha dirigido a este tipo de personas para tratar de desarrollar propuestas concretas, sólo para firmar manifiestos puntuales. Hay muchos chistes sobre la indolencia de Rajoy, pero la que manifiestan muchos de nuestros pretendidos líderes quizás les sobrepasa. Y así no hay forma de romper con las nuevas oleadas neoliberales que amenazan con arrasar las modestas victorias de cien o doscientos años de luchas sociales.
3 /
2010