¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Camins per l’hegemonia
Icaria,
Barcelona,
Senderos para la hegemonía
Josep Torrell
Hay pocos libros como éste —hablado y transcrito en catalán— que me gustaría ver traducidos al castellano, porque creo que entonces llegaría a una parte importante de su público (o sus públicos). El libro-entrevista de Xavier Domènech aparece, desde el principio de su lectura, como una herramienta; una herramienta útil —y por tanto necesaria— para construir el marco conceptual y narrativo de una fuerza política que está emergiendo: los comunes. O por mejor decir, los comunes de Cataluña, donde Domènech ha encabezado y encabeza la candidatura de En Comú Podem.
Al ser una entrevista, se pasa de un tema a otro sin profundizar en extremo, aunque apuntando ciertas ideas fuerza. Es notablemente acertado, por ejemplo, basar la estrategia en tres ejes (en vez de uno): el anarquista, el comunista y el del cooperativismo (que históricamente está emparentada con los dos anteriores). El primero, sería el enfrentamiento al poder (a través del empoderamiento de los movimientos sociales); el segunda, crear grandes movimientos políticos y sindicales para conquistar el Estado y servirse de él (hasta donde sea posible); y el tercero, lo que él llama la desconexión, consistiría en trabajar fuera del sistema con formas cooperativas y ensayar la transformación de nuestra manera de vivir, de amar y de consumir.
La reflexión quizá no va mucho más allá —salvo en su necesidad perentoria— porque el libro se ocupa primordialmente de otro concepto estratégico gramsciano (la hegemonía) pero también de la práctica concreta del entrevistado como historiador. En este sentido, el libro se convierte en una lectura muy amena (y más que amena, apasionante) cuando Domènech pone en solfa toda la narrativa nacionalista. Lo que el relato de Domènech pone en pie es, ni más ni menos, que una historia no nacionalista del nacionalismo catalán. Partiendo de algunos personajes clave como Abdó Terrades, Pi i Margall o Salvador Seguí (el Noi del Sucre), cuestiona los lugares comunes del nacionalismo y demuestra que el catalanismo emergente era muy difícil de separar claramente del republicanismo, el comunismo o el sindicalismo que nacían en ese mismo momento. El catalanismo no surgió en el siglo IX sino que es un producto de la Cataluña de hace dos siglos. Y una construcción nacional, sigue diciendo, no es algo inmanente: en cada momento histórico hay que encontrar los materiales para montar lo que se quiere que sea Cataluña (y, por supuesto, para sus vecinos, mediante la fraternidad entre los pueblos). Éste es el terreno en el que Domènech se sitúa y desde donde propone para el gobierno de Madrid (con el conjunto de todos los comunes) un Ministerio de la Plurinacionalidad, Municipalismo y de las Administraciones públicas.
¿Y Marx?, le pregunta Picazo. A lo que él contesta con una bella sentencia de William Morris: hay que leer a Marx porque es una de las mentes más brillantes que están a nuestro lado. Salvando las distancias, lo mismo se podría decir de Xavier Domènech: léanlo porque, al fin y al cabo, es una mente brillante que está, no lo duden, a nuestro lado.
14 /
5 /
2016