La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Negro como yo
Capitán Swing,
Madrid,
226 págs.
Una historia de racismo nada personal
Sebastià Sala López
En el año 1964, durante el discurso del estado de la Unión pronunciado por Lyndon B. Johnson, ningún congresista aplaudió la apelación del presidente en favor de la justicia social y los derechos civiles. Por el contrario, la posterior apelación en favor de las secuoyas californianas recibió una desmedida ovación aprobatoria. Esta anécdota, que podemos encontrar en el epílogo del libro recientemente editado Negro como yo, del escritor estadounidense John H. Griffin, no tendría excesiva importancia si obviamos el hecho de que sucede en el transcurso de una década convulsa de los Estados Unidos que estuvo marcada por la explosión del conflicto racial que durante siglos se había estado gestando en muchas ciudades a lo largo y ancho del territorio; una década en la que la segregación de los negros todavía era una práctica común, perfectamente legal y socialmente legitimada por la mayoría blanca.
Durante algo más de seis semanas, del 28 de octubre al 15 de diciembre de 1959, el tejano John H. Griffin emprendió una aventura peculiar y nunca antes realizada por un hombre blanco: después de leer un informe que hablaba del aumento de la tendencia al suicidio entre los negros sureños y movido por una mezcla de empatía social, afán de justicia y vocación científica, decidió convertirse en uno de ellos para ir al sur profundo del país y experimentar en carne propia cómo se vivía allí la discriminación racial. Gracias a la ayuda de algunos amigos y a la complicidad de un médico que le asesoró sobre el tratamiento que debía seguir para oscurecer la pigmentación de su piel, el día 7 de noviembre de 1959 Griffin se convirtió definitivamente, y a todos los efectos, en un negro más. El relato de sus vivencias en lugares como Nueva Orleans, Misisipí o Alabama da buena cuenta del racismo que imperaba en muchas ciudades del Sur, en donde el color de la piel determinaba la pertenencia de una persona a la categoría humana o animal. Con todo, lo que resulta más interesante de la experiencia vivida por Griffin es poder conocer de primera mano la verdad (la más científica, al menos) acerca de las condiciones de vida de los negros y de cómo estos vivían y habían asimilado durante años el desprecio inmisericorde y despiadado de los hombres blancos. Gracias a su trabajo, y a las duras experiencias vividas en muchos de los lugares que recorrió, hoy disponemos de un testimonio veraz que nos enseña muchas cosas. Por ejemplo, cómo entre los negros se transmitía de generación en generación una estrategia de supervivencia para poder afrontar como personas lo que nunca iban a poder hacer como negros; dicha estrategia consistía básicamente en interiorizar algo aparentemente sencillo: que las continuas agresiones y maltratos que sufrían no iban dirigidos a sus personas, sino a su negritud. Eso cuando la desesperación, el sentimiento de culpa o la pobreza no habían acabado antes con ellos. También, y a raíz de la publicación de su libro, Griffin explica cómo el pensamiento negro, con el paso de los años, detectó una de las debilidades más importantes que el sueño de la integración racial había estado alimentando: se trata de lo que los filósofos negros denominaron el “individualismo fragmentado”, y que rápidamente se comprendió en el seno de la comunidad negra; con este nombre se hacía referencia a la necesaria transmutación que todo hombre negro sufría si quería tener éxito en el mundo de los blancos y que, básicamente, consistía en negar todos aquellos atributos que le identificaban como tal. O, lo que es lo mismo, suponía la identificación total con el modelo cultural blanco, lo cual, a la postre, implicaba anular su negritud. Como bien explica el autor, este descubrimiento fue crucial para iniciar un giro decisivo hacia la igualdad real de derechos en los Estados Unidos. Un cambio, por otro lado y paradójicamente, que surgió de la aceptación, por parte de los dirigentes negros, de que el gran sueño que propugnaba Martin Luther King no podía llegar a cumplirse.
Negro como yo se divide en varias partes que giran alrededor del diario que John H. Griffin escribió durante las seis semanas de viaje. Todas ellas son valiosas, pero muy especialmente el Prefacio (de 1961) y el Epílogo (de 1976); el primero, por la belleza y rotundidad con las que es capaz de condensar una problemática de dimensiones tan colosales; y el segundo, por las brillantes e iluminadoras reflexiones que contiene. La lectura del libro es muy amena gracias el estilo sobrio y a la prosa reflexiva y magnética con la que Griffin narra sus vivencias. Por lo demás, hay que remarcar la excelente y generosa edición a cargo de Capitán Swing, que incluye, entre otras muchas cosas, un interesante reportaje fotográfico de Don Rutledge que nos acerca todavía más, si cabe, a los escenarios y a las experiencias vividas por el protagonista. Eso sí, hay que llamar la atención a los editores por la multitud de erratas que pueden encontrarse a lo largo de sus páginas.
La importancia de Negro como yo es enorme por varios motivos. En primer lugar, porque es un valioso y esperanzador testimonio que nos recuerda que, frente a la banalidad del mal, siempre han existido hombres (y mujeres) que han luchado desinteresadamente por la dignidad del ser humano, independientemente de cuáles fueran sus accidentes. Y en segundo lugar, porque nos acerca a una realidad desconocida para muchos y desde una perspectiva inédita hasta la fecha (pero perfectamente válida a pesar de los años transcurridos desde la publicación del libro). Nos permite, a través de muchos de sus pasajes, conocer la profunda dimensión humana, la inteligencia y la sabiduría negras que latían bajo los escombros de la opresión. Esta obra también es un importante toque de atención a toda la intelectualidad blanca que, desde las mesas de sus despachos en la universidad o el confort de sus hogares, se cree conocedora de una determinada realidad por el solo hecho de leerla. El libro de Griffin resulta aleccionador y es, en definitiva, un puñetazo en la cara a siglos de moralidad blanca que no parece que hayan servido para hacer del mundo un sitio mejor ni más humano. Y también, y no menos importante, es un excelente manual que nos aproxima a un conocimiento certero de los universales del racismo.
30 /
8 /
2015