La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Chirbes
A. R. A.
Una de las noticias más tristes de un verano abundante en ignominias (la crisis de la inmigración, el encarcelamiento de una abuela canaria por un estricto sistema judicial que parece ignorar los abusos urbanísticos de hoteleros y promotores, la inacabable serie de víctimas del patriarcado…) ha sido el fallecimiento de Rafael Chirbes. En otras ocasiones he recomendado la lectura de alguno de sus libros. Por su contenido y por su calidad formal. Chirbes ha sido a mi entender quien mejor ha novelado, quien mejor ha tratado de explicar nuestra historia de verdad.
Mi primera lectura de Chirbes fue La larga marcha. Llegué a ella a partir de una de las columnas que escribía Manuel Vázquez Montalbán en El País, en la que mostraba su indignación con una crítica feroz que la obra había tenido en las páginas de Babelia. Era, en opinión de Vázquez Montalbán, una mera censura ideológica por parte de algún comentarista posmoderno. Tenía razón; para mí se trata de uno de los mejores relatos sobre cómo una generación llegó a la militancia clandestina y su relación con el entorno. A partir de aquí publicó toda una serie de obras en las que se propone una radiografía de nuestra evolución política y social, de la degradación política y social de gente que tras pasar por la izquierda tocó el poder, y de la corrupción generalizada del sistema económico. En el momento de su muerte, lo recomendable es leer su producción entera, una decena escasa de novelas. Una forma inmejorable de reflexionar sobre nuestra historia reciente.
29 /
8 /
2015