¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
La impotencia democrática. Sobre la crisis política de España
Los Libros de la Catarata,
Madrid,
192 págs.
Eurocracia: libertad sin demos
David Rodríguez
Son varios los méritos de La impotencia democrática, de Ignacio Sánchez-Cuenca, y muy pocos, y secundarios respecto de la tesis central que defiende, los desacuerdos de quien esto escribe con el autor del libro.
Por comenzar con el pequeño desacuerdo, decir que éste estriba, básicamente, en que percibo en Sánchez-Cuenca cierta exculpación de lo que significó el régimen salido de la Transición para comprender los problemas políticos del Estado español actual. El autor apela a la comparación con otros países del sur de Europa para descartar un papel decisivo de la Transición en la crisis actual; sin embargo, si algo tienen en común estos países, además de su condición periférica, es precisamente que todos, a excepción de Italia, tienen un pasado dictatorial reciente y transiciones —pactadas o, como en el caso portugués, reconducidas— a sistemas de democracia liberal poco consolidados que les hicieron ver en la superestructura europea la solución a todos sus males. Asimismo, y siguiendo a Joan Garcés, el régimen sostenido por los partidos políticos promocionados durante la Transición española continuaría la tarea de integración del Estado español en las estructuras transatlánticas de las que la UE forma parte (como demostró palmariamente la guerra de Yugoslavia y como lo demuestran, hoy en día, el hecho de que el FMI sea uno de los integrantes de la Troika, el papel jugado por la UE en Ucrania o el Tratado de libre comercio con los EEUU que está en preparación): «El vínculo entre España y la política exterior de EEUU reposó desde 1942 en la persona del Dictador. Una vez que éste cerró su ciclo biológico en 1975, la continuidad del vínculo con EEUU —y de la estructura social interna impuesta por la dictadura— fue institucionalizada entre 1981 y 1986 por los gobiernos de Calvo Sotelo (Unión del Centro Democrático) y González Márquez mediante la absorción del territorio y recursos económicos españoles por la OTAN, la CEE y la Unión Europea Occidental» (Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles, Siglo XXI, 1996, p. 74).
Sí tiene razón Sánchez-Cuenca en señalar que un mero proceso constituyente (o un proceso de secesión) dentro del Estado español que no abordase la cuestión de las instituciones europeas resultaría, en lo que se refiere a la cuestión económica, políticamente bastante estéril.
En cuanto a los méritos del libro, cabe decir que el primero de ellos consiste en la voluntad expresa del autor de alejarse de toda veleidad regeneracionista, corriente intelectual esta que, si bien acostumbra estar muy presente en el debate público español debido sobre todo a la no resolución de la cuestión nacional interna, emerge con especial vehemencia y voluntad totalizadora en tiempos, como los actuales, de agudización de las contradicciones económicas. Entre otros trabajos, Sánchez-Cuenca menciona, como ejemplo de este neorregeneracionismo intelectual, el libro de Antonio Muñoz Molina Todo lo que era sólido. Desde luego, cualquiera que se someta al torrente de literatura regeneracionista que inunda la prensa española cada semana, no puede más que rendirse a la evidencia de que esta creencia en que los males del Estado español están motivados por una especie de incapacidad congénita susceptible de arreglarse mediante quirúrgicas reformas “modernizadoras” en sus instituciones, va camino de convertirse en un auténtico lugar común.
Dicho regeneracionismo reaccionario tiene su volcado político en partidos como UPyD, Ciutadans o VOX (siendo también muy querido en la base social del PP y en no pequeña parte de la del PSOE), y vendría a formular que los males españoles tienen que ver, principalmente, con el exceso descentralizador y con el componente antimoderno y caciquil que introducen los llamados nacionalismos periféricos, brillando por su ausencia, en cualquiera de estas propuestas más o menos novedosas de los partidos regeneracionistas, la crítica al papel jugado por las instituciones europeas en el devenir económico español (a diferencia de lo que ocurre en otros partidos de derecha, más o menos extrema, europea).
Otras derivaciones del regeneracionismo, que podríamos calificar de progresistas, son los destilados partidarios formados a partir de la corriente más reformista del 15M; me refiero a propuestas como las del Partido X de Falciani o a las invectivas más populistas de Podemos, para los que la causa de los problemas españoles tienen que ver sobre todo con asuntos como la corrupción política y el fraude fiscal o con la existencia de una casta política que coarta la democracia. Asimismo, otras propuestas propias sobre todo de la izquierda federal, como la cuestión del sistema electoral o de la forma de Estado, tomadas de manera individualizada, también se podrían observar bajo este prisma progresista del regeneracionismo; algo que sucede, de manera análoga, con la presentación, por parte de algunos nacionalismos periféricos, de la secesión del Estado español dentro del actual marco europeo como la panacea que resolverá la crisis económica de la nación X.
El segundo de los logros, tras separar lo que para el autor no pasarían de ser reformas epidérmicas que no encararían el núcleo del problema que vive hoy el Estado español —un problema que, como él mismo señala, no es endémico sino que se repite en todo el marco sureuropeo— consiste en aplicar al origen de la crisis política que hoy azota a media Europa el sentido común que se le presupone al pensamiento de la izquierda y que viene a decir que, puesto que toda economía es en realidad una economía política, de toda economía se derivan, por lo tanto, unas consecuencias políticas. Así, este sentido común señalaría que la crisis política en el Estado español tiene que ver con la crisis económica europea, y que la causa de la especial virulencia de ésta en Europa se debe al entramado institucional de la Unión Europea y a la deficiente arquitectura de la zona euro. En el apartado del capítulo I titulado “La crisis del euro”, Sánchez-Cuenca describe, de manera didáctica y clarificadora, la secuencia de eventos que condujeron —después de los años de vino y rosas posteriores al establecimiento del tipo de cambio único y del acceso al financiamiento externo con las ventajosas condiciones de Alemania que atrajo grandes cantidades de capital del norte— a lugares como el Estado español (con superávit fiscal y una deuda pública por debajo del 40% del PIB) a verse sometidos a una vorágine especulativa a costa de su deuda soberana debida a la prohibición expresada en los tratados de la UE de que el BCE actúe como prestamista en última instancia de los Estados, que a punto estuvo —en los casos español e italiano— de provocarles un default, y que llevó al default de facto en el caso de Irlanda, Grecia, Chipre y Portugal.
A consecuencia de haber experimentado en carnes propias lo que significa no tener control sobre el Banco Central Europeo y pertenecer a un área monetaria sin unión política y fiscal pero donde existen grandes desequilibrios en las balanzas comerciales entre los distintos Estados, toda la Europa del sur se topó de bruces con un negro presente —y futuro, si no se hace nada por cambiarlo— de subalternidad respecto de los Estados acreedores del norte. Estados estos que, por medio de organismos no electos como el BCE y la Comisión Europea (que, junto con el FMI, conforman la llamada Troika) les recetan curas de caballo —al más puro estilo de las que en otros tiempos se aplicaban al llamado Tercer Mundo— a base de políticas de austeridad y del desmantelamiento de sus ya endebles estados de bienestar con el único objetivo de asegurarse el pago de la deuda, o, en otras palabras, de salvar a la expuesta gran banca del norte de la quiebra.
El tercero de los logros tiene que ver con el hecho de que Ignacio Sánchez-Cuenca esté diciendo este tipo de cosas siendo quien es. En efecto, no se trata de un intelectual procedente de la extrema izquierda —para ser justos, habría que decir que mucha extrema izquierda, pese a aspirar supuestamente a objetivos mayores como pueden ser “la derrota final del capitalismo”, todavía es incapaz de hacer una lectura de la Unión Europea y del euro como la que se hace en La impotencia democrática—, y es profesor de sociología en la Universidad Complutense e investigador en ciencias sociales en la Fundación Juan March. Se podría decir de él que, ideológicamente, es un socialdemócrata próximo al PSOE; no en vano, en la presentación en Madrid de este libro asistió como público nada menos que el ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero. Pero es precisamente su adscripción socialista la que le concede a este libro todavía más mérito. A fin de cuentas, no hay partido en el Estado español más identificado con el proyecto de la Unión Europea que el PSOE. Y esto es así porque el socioliberalismo del PSOE encaja perfectamente con la UE tanto por lo que esta encarna a nivel retórico y discursivo como en lo que aquella tiene de más inconfesable y pedestre. El PSOE se siente tan cómodo con la retórica progresista del “modelo social europeo” como con el neoliberalismo tecnocrático y globalizador de las instituciones europeas realmente existentes. Y puesto que el PSOE fue durante años un partido central en la política española, esta posición acomodaticia respecto de la UE marcó también, con honrosas excepciones como por ejemplo la mayoría del nacionalismo gallego, el posicionamiento de los partidos a su izquierda.
Por último, el cuarto de los logros (y probablemente el mayor) consiste en la, en mi opinión acertada, conclusión global a la que llega el autor a la vista de este estado de cosas. Así, lo importante de lo que estamos viviendo ya no es sólo que la crisis económica esté afectando directamente al bienestar y a la calidad de vida de millones de personas, ni que la mayor parte de las élites políticas e intelectuales del Estado español tengan integrado el papanatismo europeo hasta el punto de asumir, explícita o implícitamente, la caracterización de las sociedades del sur como el apelotonamiento de Untermenschen vagos, despilfarradores y poco eficaces de tanto predicamento entre la opinión pública alemana, sino que lo importante —la conclusión última del libro de Sánchez-Cuenca— es que la Unión Europea resulta perfectamente coherente, para esta parte del mundo, con la imposición a escala mundial de la lógica de los mercados desregulados globalizados y con la eliminación de todo espacio institucional que pueda actuar como barrera de contención frente a esa lógica. De manera que la amenaza real que representa hoy el entreguismo a esta UE de lo que André Gunder Frank llamó las “lumpenburguesías” del sur europeo, consiste en introducirnos sin resistencias dignas de tal nombre a un mundo de liberalismo sin democracia. Un mundo en el que seguirían existiendo las “libertades individuales” y el “Estado de derecho” tal y como las entiende la tradición liberal, pero en el que el margen de decisión sobre las cuestiones económicas estaría ya fijado en tratados y constituciones (el “neoliberalismo constitucionalizado” de los tratados de la UE o del reformado artículo 135 de la Constitución española) y en el que la “gobernanza económica” correría a cargo de “instituciones contramayoritarias”, esto es, de instituciones no elegidas democráticamente.
Es este negro futuro lúcidamente descrito en la parte final del libro de Sánchez-Cuenca el más lleno de carga política de fondo; lo que convierte a La impotencia democrática en un material conciso, de fácil lectura y de gran utilidad para comprender lo que está pasando. Lo que nos está pasando.
25 /
4 /
2014