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Democracia Económica

Icària,

Barcelona,

544 págs.

Ricard Ribera Llorens

Democracia económica es una obra pensada antes de la crisis del modelo capitalista neoliberal y fruto del trabajo de diferentes autores que han reflexionado sobre aquellas experiencias existentes que suponen el anticipo a un sistema alternativo: el cooperativismo, el sindicalismo, la banca ética y el consumo responsable como prácticas transformadoras, debido a que su forma de funcionar y organizarse desprende unos valores distintos a los del sistema capitalista. Gran parte del libro está destinada a hacer un análisis filosófico de un capitalismo calificado de injusto y a enfocar la propuesta hacia el modelo económico propuesto por David Schweickart, la Democracia Económica, asimilable a un socialismo autogestionario que utiliza el mercado como herramienta.

El peso de la reflexión filosófica y de teoría política en torno a la injusticia del capitalismo se da desde los postulados del liberalismo igualitario y de la Teoría de la Justicia de John Rawls en debate con el marxismo analítico. Para situar el análisis se presentan unas consideraciones previas en las que se identifican las injusticias que son estructurales en el capitalismo: la dominación y el despotismo en el ámbito productivo (los trabajadores no pueden desarrollar sus capacidades ni influir en el proyecto empresarial), la injusticia en la distribución de los recursos productivos, la falta de libertad real y la injusticia en el ámbito motivacional. En definitiva, el funcionamiento del capitalismo desarrolla valores y calidades mentales muy alejados de la solidaridad.

Rawls considera el capitalismo como un sistema injusto partiendo de sus dos “Principios de Justicia”: los derechos básicos y libertades, y el principio de la diferencia (la situación de cada persona se encuentra influenciada por factores que no puede escoger, la lotería natural y la lotería social, por lo que el criterio distributivo de bienes sociales —renta, riqueza y poder— debe maximizar el bienestar de los más desfavorecidos, aunque haya desigualdad entre ellos y los mejor situados). Para los postulados de este autor, el desigual acceso a la propiedad del capital es la injusticia propia del capitalismo, de manera que no cuestiona la propiedad privada en sí misma, sino su distribución.

Pese de la influencia de la Teoría de la Justicia de Rawls, la base del libro se encuentra en la dialéctica entre Rawls y el marxista analítico Gerald Cohen, que se ve superada por la síntesis de Philippe Van Parijs. Discutiendo sobre la desigualdad salarial producida por el criterio meritocrático de la productividad marginal del trabajo, Rawls la encuentra justa en tanto que acaba dando un mejor resultado total a partir de los incentivos motivacionales para los mejor dotados para producir, beneficiando así al conjunto y mejorando la situación de los menos favorecidos. Según los postulados del liberalismo igualitario rawlsiano, entre los principios de justicia de la sociedad (ámbito público) y la moral privada de cada individuo hay una frontera que no se puede traspasar, ya que no se puede entrar en la estructura motivacional de cada uno. Cohen le debate que el “principio de la diferencia” es contradictorio por definición, dado que justifica la desigualdad. Y para él, una distribución más igualitaria, sin disminuir el producto, siempre será más justa. Tampoco acepta la desigualdad como algo necesario para mejorar la situación de los desfavorecidos. La raíz de su argumentación es que la estructura motivacional de las personas no es invariable y eso es relevante si ésta entra en contradicción con los principios de justicia de la sociedad. Cohen comparte que los mejor dotados para la producción lo son en gran medida por la lotería social y la lotería natural y no por sus propias decisiones responsables, por lo que la desigual retribución salarial fruto del criterio de la productividad marginal del trabajo es injusta.

La síntesis que da sentido al libro la dan las ideas de Philippe van Parijs, un liberal igualitario cercano al marxismo analítico. La superación del debate entre Rawls y Cohen consiste en que Van Parijs introduce un nuevo ámbito entre lo público (principios de la justicia, Estado) y lo privado (estructura motivacional del individuo), donde se puede influir en los valores privados sin caer en el totalitarismo. Se trata del ámbito en el que se dan las costumbres y las normas informales y en que se van generando valores a los que cada ciudadano puede sumarse individual y voluntariamente. Es allí donde, a través de iniciativas ciudadanas y prácticas sociales, se pueden cambiar los valores.

Esto entronca directamente con el hecho de que prácticas sociales como el cooperativismo, el sindicalismo, la banca ética y el consumo responsable, que emanan valores y un funcionamiento distintos a los del capitalismo, sean capaces de crear nuevos valores para superar el sistema. Estas cuatro experiencias abarcan el mercado de trabajo, el mercado de finanzas y el mercado de bienes y servicios, es decir, el conjunto del funcionamiento de la economía. Desde el ámbito social, donde los individuos se pueden sumar voluntariamente a los nuevos valores generados, se puede avanzar hacia un nuevo socialismo democrático y autogestionado.

El modelo de socialismo que tiene en mente el grupo de autores es, con matices, el de la propuesta de Democracia Económica de David Schweickart: un socialismo eficiente y democrático de tipo autogestionario y que asume el mercado competitivo como instrumento útil para un funcionamiento eficaz y para fijar prioridades. Para Schweickart, las empresas serían propiedad de la sociedad, que las cedería a asociaciones de trabajadores para que las autogestionaran de manera democrática a cambio de un impuesto sobre el beneficio. Los trabajadores dejan de ser así una mercadería para convertirse en los protagonistas de la empresa, fijando la distribución de los beneficios, la organización, la disciplina, etc. Paralelamente, se permitirían pequeñas empresas privadas y, elemento fundamental de este proyecto, se apostaría por la desaparición de un mercado privado de capitales al crearse fondos democráticos de planificación de inversiones.

La conexión de todo ello con el modelo cooperativo, la organización de los trabajadores y la banca ética es evidente. A esto hay que sumar el consumo responsable como una cuarta pata de cambio del modelo económico y de un nuevo estilo de vida. En el modelo cooperativista, a partir de la propiedad conjunta y la gestión democrática, el elemento organizador es el trabajo y no el capital, por lo que su funcionamiento no sólo se contrapone al capitalismo, sino que genera nuevos valores: satisfacción en común de necesidades y alcance de objetivos, de igualdad, de solidaridad y soberanía de la persona. El cooperativismo tiene puntos débiles: las tensiones a las que le somete el mercado entran en conflicto con sus valores y su funcionamiento, generando prácticas no cooperativas, problemas de gestión, no asimilación de los intereses de los trabajadores que no son socios cooperativistas, etc. Pero también tiene puntos fuertes como el valor de la ayuda mutua, que permite entre distintas cooperativas poder superar el problema de las economías de escala, o el espacio que gana el trabajo cognitivo.

El valor del trabajo cognitivo, donde ganan terreno las emociones, la informalidad y el conjunto de la propia vida del trabajador, entronca directamente con la reflexión sobre el sindicalismo. En los argumentos de José Luis López Bulla sobre el sindicalismo como elemento democratizador, se constata que hay que dar el salto de la reivindicación parcial a un discurso coherente a nivel general que entre a reflexionar sobre el concepto de empresa y que se empeñe en humanizar el trabajo. Más allá del número de horas en el trabajo, hay que reflexionar sobre qué ocurre durante el tiempo de trabajo y actualizar el concepto de productividad. El autor afirma que el sindicalismo sigue funcionando según el paradigma fordista (pensado para el trabajo manual estable en grandes empresas), por lo que ha aumentado la distancia entre el trabajador y el sujeto social (el sindicalismo). En consonancia con esto, es necesaria una reforma cultural y organizativa del sindicalismo que se centre en la participación y no en la decisión de las direcciones y que tenga en cuenta las distintas subjetividades de los trabajadores.

En el ámbito del mercado financiero, que tanta responsabilidad ha tenido en la actual crisis, encontramos las distintas experiencias de banca ética y su gran capacidad transformadora. La banca ética desarrolla operaciones de ahorro e inversión que garantizan un uso justo del dinero, esto es, inversiones socialmente responsables que compaginan un objetivo ético y un objetivo financiero. La práctica, a partir de principios morales justos, en la actividad financiera traslada a las personas esos valores, de ahí la importancia de excluir determinadas inversiones y promover otras con interés social. La banca ética debe guiarse bajo un criterio de sostenibilidad económica, pero valorando la rentabilidad social del proyecto. Para asegurar esta aportación social hay que ser transparente en las inversiones y realizar un seguimiento de las actividades generadas por cada inversión.

La otra gran novedad (cuando menos, para la mayoría de personas) en las prácticas económicas y sociales que tienen capacidad de generar nuevos valores es el consumo responsable, es decir, entrar a plantear alternativas en el mercado de bienes y servicios. El consumo es una de las piezas básicas del capitalismo y refuerza la concentración de poder y el actual modelo de producción globalizada, sin derechos y perspectiva medio ambiental. Sin embargo, si de verdad tomáramos conciencia de este tema, podríamos escoger responsablemente qué consumimos y cuánto consumimos, utilizando el consumo como un voto. Experiencias como las cooperativas de consumo son muy útiles para articular un consumo responsable, ya que reducen la distancia entre el productor responsable y el consumidor responsable y fomentan el producto de proximidad. Pero el consumo alternativo no acaba aquí. Para satisfacer necesidades no todo pasa por la compra, sino que hay otros modos de consumo como la autosuficiencia, el intercambio o el alquiler. Aun así, hay un paso previo que es la propia reducción del consumo, reutilizar los objetos y hacerlos más duraderos. El consumo responsable necesita de dos fundamentos previos: formación e información. Formación en la familia y la escuela para ser consciente del impacto social y ambiental de cada producto (tipos de materiales, residuos, mano de obra, durabilidad, calidad, etc.) y también para desactivar la creación de necesidades innecesarias (valga la redundancia) y el impulso de consumo continuo o como forma de ocio. La falta de información para poder escoger qué productos consumimos (la procedencia, materias primas, condiciones de los trabajadores, impacto ambiental) y dónde lo consumimos (políticas de empresa, estabilidad y condiciones de trabajo, etc.) es uno de los problemas a solventar y sobre el que las administraciones públicas deben jugar un papel fomentando sellos estándar de etiquetaje social.

Las distintas experiencias que se dan en estas cuatro realidades tienen un potencial transformador considerable siempre y cuando los que las protagonizan tomen conciencia de los valores que desprenden, de que son una alternativa al sistema y que han de entrar en contacto entre ellas; un contacto territorial y sectorial para conseguir crear un mercado social que se guíe por la democratización de los procesos, la distribución igualitaria de la riqueza y la inclusión social. Solamente así será posible una alternativa de funcionamiento dentro del sistema alejada de los principios estructurales del capitalismo, y que crezca hasta dar la vuelta a la situación.

Estamos, pues, ante una obra que plantea una vía de cambio de sistema desde la sociedad, algo que falta en la izquierda política y social de este país debido a que tenemos una cultura política que nos lleva a pensar en cambios estructurales de poder realizados desde las instituciones (por ende, a la espera de cambiar lo todo de golpe algún día, no tenemos la costumbre de involucrarnos en proyectos alternativos cotidianos). La reflexión sobre un cambio que ocurra sin que el Estado sea necesariamente el protagonista, aporta una visión que casi siempre olvidamos y que, a día de hoy, con el Estado que no tiene el poder de antaño para influenciar a la economía y controlar el capital, nos obliga a explorar otros caminos. Con todo, aunque la importancia del Estado para dar vida al cambio político, económico y social sea mucho menor, tampoco puede olvidarse. Y en este libro se deja de lado, si bien tal vez no por olvido sino para presentar otra manera de planear la cuestión. En fin, se echa en falta una reflexión sobre cómo debe funcionar el Estado en el socialismo democrático autogestionario más allá de la breve descripción cuando se habla del modelo de Democracia Económica. También en el apartado de la banca ética hubiera sido interesante incorporar el concepto de banca pública con comportamiento ético, puesto que la propiedad pública en si misma no es garantía de ética. Es de justicia decir que en los capítulos dedicados al consumo responsable esta carencia no existe, con interesantes aportaciones sobre balances sociales y, a mi entender, una muy útil aportación sobre cláusulas sociales para la Administración Pública a la hora de contratar bienes y servicios para ella o para la ciudadanía.

 

Ricard Ribera Llorens es politólogo; Twitter: @RicardRibera

28 /

2 /

2013

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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