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"Las manos sobre la ciudad", o de la metáfora de los últimos quince años de la vida española

Los historiadores del futuro tendrán mucho trabajo para dar cuenta de estos últimos quince años de la vida española. Y, si realizan correcta y honestamente su tarea investigadora, no podrán no ser implacables a la hora de evaluar la laxitud moral de nuestra sociedad, la corrupción política de buena parte de su clase dirigente y la mezquindad que caracterizó al antaño llamado “milagro económico español”. Sin ser las únicas causas de todos los males que ahora padece nuestra comunidad, fueron sin duda factores de peso que podrían ser representados plásticamente por el fenómeno de la burbuja inmobiliaria. Y de pelotazos ladrillescos también trata la inolvidable película de Francesco Rosi Las manos sobre la ciudad (Le mani sulla città, 1963), que, como ningún otro largometraje de la historia del cine, supo describir la unión entre mala política y mundo del ladrillo como medio para apoderarse de un territorio, que es lo que pasó en muchas ciudades de la Italia del boom económico de los años sesenta (las que describió Rosi) y de la España reciente.

La secuencia de Las manos sobre la ciudad que presentamos aquí escenifica el impresionante desmoronamiento del edificio de un barrio popular de Nápoles que tenía que haber sido demolido por las autoridades municipales a causa de su inseguridad y que provocará la muerte de varias personas. En conjunto, nos parece una eficaz metáfora del final de aquella España ramplona que prometía la felicidad a todos sus ciudadanos y que ha terminado por dejarnos como herencia sólo un montón de paro, deudas, problemas y desigualdades sociales.

16 /

6 /

2012

La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.

Manuel Sacristán Luzón
M.A.R.X, p. 59

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