¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
El fin de la expansión
Icària,
Barcelona,
152 págs.
Hèctor Xaubet
En 1966 el economista Kenneth Boulding publicó el novedoso y pionero escrito ecologista La economía futura de la nave espacial Tierra. Desde entonces, han sido muchos los libros y artículos que han denunciado el deterioro del ecosistema de la Tierra. Sin embargo, si hace tiempo que se advierte sobre los peligros ambientales, ¿cómo es que la sociedad todavía no reacciona? Esta es la pregunta a la que Ricardo Almenar, biólogo experto en sostenibilidad, pretende dar una respuesta en su libro El fin de la expansión, retomando la herencia intelectual de Boulding para trazar las líneas económicas e ideológicas por las cuales todavía se sustenta el modelo de desarrollo actual. El libro, un alegato fundado, analítico y divulgativo sobre la sostenibilidad, desgrana qué implicaciones tiene este modelo y cuáles son nuestras pautas sociales que se están quedando obsoletas en un mundo que ya no se puede entender de la misma manera en que lo hacían las generaciones precedentes, con vistas a que el lector tome conciencia de la situación y sepa actuar en consecuencia.
No nos encontramos en una situación de inminente colapso por primera vez en la historia, pues la visión del mundo con la que vive la sociedad tampoco es exclusiva de las sociedades occidentales, como nos recuerda Almenar con una referencia histórica a los pueblos polinesios del Pacífico sur, algunos de los cuales se adaptaron a los límites naturales de las islas, mientras que otros no supieron “mirar” la realidad y acabaron mal, como los habitantes de Pascua.
Pues bien, la globalización, un proceso dominado por la economía con más siglos de vida de lo que se cree normalmente, supone el freno actual para que podamos “mirar” nuestra realidad con frialdad y racionalidad. Desde la creencia de vivir en una tierra apropiable con recursos ilimitados (el “mundo-océano”), hasta el proceso actual de “planetización» de todo, la mentalidad rapaz y cortoplacista se sustenta en la convicción de un crecimiento infinito, aunque no acorde con la realidad de un mundo como “isla gigante”. La “inexorabilidad de las verdades económicas” (p. 136) es el mayor obstáculo para un cambio de esta concepción del mundo que evite la secuencia de expansión-insostenibilidad-colapso.
¿Cómo se debe producir la adaptación al mundo-isla, aceptado ya el hecho de que el mundo dispone de recursos limitados y de que sólo tenemos una Tierra y será irrecuperable? De cuatro escenarios futuribles plausibles, el autor nos presenta un posible camino de actuación para el futuro deseable (con una clara apuesta por la sostenibilidad que revalorice el capital ecológico) y los valores que deben guiar nuestra acción. El cambio no es sólo económico, sino que supone una auténtica revolución cultural porque una civilización, si quiere sobrevivir, tiene la obligación de modificar su concepción del mundo en caso de que ésta se revelase anacrónica y desfasada. Y la actual concepción del mundo occidental lo es. De manera que, en este libro muy recomendable, se nos advierte del peligro de lo que nos podría pasar como sociedad si no nos pusiéramos de acuerdo para cambiar ese mundo de crecimiento y recursos fáciles que ya “ha dejado de ser nuestro mundo” (p. 139).
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6 /
2012