¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Las nieves del Kilimanjaro
Francia,
Conciencia socialista, fragmentación de la clase obrera y amor
Vidal Aragonés
Robert Guédiguian nos regala otra maravillosa película que podríamos situar a medio camino entre Marius y Jeanette y La ciudad está tranquila, pero con una diferencia: ya no estamos en la Europa de mediados de los años noventa sino en el Viejo Continente de la crisis.
Como la mayoría de las películas del director francés se sitúa en Marsella. Allí se despliega la fuerza del sindicalismo del puerto, auténtica escuela de lucha de clases. Nos cuenta la historia de un sindicalista que no se muestra revolucionario o combativo (como en el último medio siglo lo fueron los estibadores locales), sino claudicante aunque honesto y consciente. El protagonista renuncia a sus prerrogativas como representante sindical después de aceptar el despido colectivo de veinte de sus compañeros, entre los que se incluye.
Su “heroísmo” individual queda truncado por el robo a mano armada que sufren los protagonistas (interpretados por Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan, como casi siempre en las obras del creador marsellés). Este robo no tendría mayor trascendencia si no fuera por que el agresor resulta ser alguien de su propia clase. La película constituye un esfuerzo por superar el dolor y el estupor que les produce a los personajes enfrentarse a esa realidad tan terrible como incomprensible.
La unidad de clase y el destino común se plasman en el filme a través de la misma visión que de las grúas pórtico del puerto de Marsella tienen agresor y agredidos. Pero ese elemento identitario que puede ser el trabajo se observa en un caso desde el tranquilo barrio de L’Estaque y en otro desde el clásico barrio obrero de barraquismo vertical que se depaupera en momentos de crisis. Aunque indiscutiblemente hablamos de una misma clase, no podemos esconder que se trata de dos realidades distintas: por un lado, aquellos que consolidaron derechos y se estabilizaron como aristocracia obrera en las últimas tres décadas del siglo XX, a la vez que participaron activamente en el sindicato y mantenían referentes históricos del movimiento obrero. Por otro lado, jóvenes que sólo han conocido contrato temporal tras contrato temporal y ahora desempleo y más desempleo, que no han conocido el sindicalismo como instrumento de confrontación y victoria, sino de concertación y derrota, a la vez que sus alternativas son las individuales.
Pero no sólo se nos dibuja la fragmentación de la clase obrera sino también la desconfianza y el recelo entre la misma. Jóvenes precarios que observan el sindicato como algo ajeno, aristocracia obrera que se encierra en urbanizaciones y exige medidas punitivas para quien busca salidas individuales con violencia. Sin querer huir de la crítica a la pequeña delincuencia, ingenuos seríamos si no viéramos que ante la falta de alternativas revolucionarias existe un proceso material por el cual un sector de la clase trabajadora se verá abocada a la lumpenización. Pero no, nunca debemos confundir a la víctima con el verdugo.
Inteligente es la plasmación de cómo la mujer y el hombre progresistas resuelven el problema con una expresión clara de comportamiento de género. La opción por el amor es el cortoplacismo que los personajes expresan, la necesidad de unidad de acción, la moraleja de Guédiguian, y el fracaso del sindicalismo de concertación, la discusión que no se aborda.
El filme transita bañado en el mar y el sol del Mediterráneo, y su luz traspasa la pantalla. Encontramos un Guédiguian todavía más maduro con unos encuadres y una forma de incorporar a los personajes más pausados.
En el inicio y el final se recurre a los clásicos de la cultura socialista francesa, de Victor Hugo a Jean Jaurès. Dejo para que se puedan conocer o recuperar a través del filme grandes citas de los susodichos, pero regalo dos frases del marxista francés en su etapa madura: «El valor consiste en buscar la verdad y decirla, en no plegarse ante la ley de la mentira triunfante que pasa y en no hacernos eco en nuestra alma, en nuestra boca y en nuestras manos de los aplausos imbéciles y los abucheos fanáticos.» «Nuestro deber es grande y claro: propagar siempre la idea, estimular y organizar las energías, esperar, luchar con perseverancia hasta la victoria final…»
29 /
4 /
2012