¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
La naturaleza de la conciencia. Cerebro, mente y lenguaje
Paidós,
Barcelona,
Xavier Pedrol
Todo el mundo tiene una idea aproximada de qué significa ser consciente. Desde sentir dolor tras una caída o placer erógeno hasta sentir temor por un despido o cierto éxtasis al escuchar a su compositor favorito. Pero todo el mundo también, intuitivamente, piensa que eso real que siente es algo de otro orden distinto que la silla sobre la que descansa, la escoba con la que barre o los pucheros de su cocina. En intuiciones de esta índole arraiga la doctrina llamada ‘dualismo’, que postula la existencia de dos tipos de entidades en el mundo, las físicas y las mentales.
Aceptar hoy, sin embargo, el dualismo, comporta echar por tierra toda la concepción científica del mundo forjada laboriosamente durante cuatro siglos. Por ello, muchos científicos y filósofos creen que de admitir la existencia de la conciencia, habría que aceptar el dualismo y, en consecuencia, eliminan la conciencia por la vía de reducirla a otra cosa.
¿Cómo encaja la conciencia en el orden natural? ¿Cómo es posible que un mundo que se compone íntegramente de partículas materiales en campos de fuerza pueda contener sistemas conscientes? ¿Cómo, en fin, se puede explicar que un sistema físico como el cerebro pueda experimentar?
Se han hecho en los últimos tiempos notables progresos para dar respuesta a estos interrogantes o, al menos, para encauzarlos de manera atinada, pero el asunto de la conciencia, en cuanto afinamos un poco nuestras preguntas, continúa resultando un gran misterio, acaso uno de los escollos más importantes en la búsqueda de una comprensión científica del universo. En estas circunstancias no ha de resultar extraño que el problema de la conciencia encuentre hoy su tratamiento más adecuado en la frontera entre la ciencia y la filosofía. Las ciencias empíricas suministran un inmenso caudal de información pertinente −desde la psicología a la inteligencia artificial pasando por la neurociencia, la etología o la teoría de la evolución−, pero no menos relevancia tienen la elucidación filosófica −el tipo de enfoque con el que abordamos el problema (¿sólo cabe moverse en el dilema entre dualismo o materialismo reduccionista?)− o las nociones que utilizamos (¿es correcto atribuir predicados psicológicos al cerebro?), que acaban repercutiendo en la investigación empírica.
Impulsados, precisamente, por un afán de evaluar y esclarecer las bases conceptuales del tratamiento científico de la mente, el neurocientífico M. Bennett (director del Brain and Mind Research Institute) y el filósofo P. Hacker (uno de los principales expertos en la filosofía de Wittgenstein) escribieron conjuntamente el libro Philosophical Foundations of Neuroscience, publicado en el año 2003 por la editorial Blackwell. En él consagraron dos de sus capítulos a criticar los planteamientos de D. C. Dennett y J. R. Searle, dos de los más importantes filósofos de la mente, considerados los más leídos por la comunidad científica, y que, por otro lado, llevan años manteniendo también entre ellos una apasionado debate (véase, por ejemplo, J. R. Searle, El misterio de la conciencia, Barcelona, Paidós, 2000, cap. V). D. C. Dennett ha ofrecido una actualización de su planteamiento desarrollado en La conciencia explicada (Barcelona, Paidós, 1995) en el libro recientemente traducido al castellano Dulces Sueños. Obstáculos filosóficos para una ciencia de la conciencia (Buenos Aires, Katz, 2006).
En el otoño de 2004, en una sesión convocada por la American Philosophical Association Dennett y Searle tuvieron la oportunidad de replicar a las críticas de Bennett y Hacker. El apasionado debate surgido de este encuentro, entre los tres destacados filósofos y uno de los más eminentes neurocientíficos contemporáneos, es lo que recoge fundamentalmente el libro que presentamos.
Por obvios motivos este volumen, publicado originalmente en 2007, se abre con la historia de la polémica y con una selección de pasajes de algunos capítulos de la obra mencionada de Bennett y Hacker. Pero, sin duda, lo más interesante son las réplicas de Dennett y Searle así como el comentario a las mismas de Bennett y Hacker. Tras leer estas páginas, uno no puede estar más de acuerdo con el comentario de Anthony Kenny que se puede leer en una de las sobrecubiertas del libro: “Los temas que abordan estos cuatro pensadores no se reducen a la neurofisiología y la filosofía de la mente, sino a la naturaleza de la propia filosofía y su relación con la ciencia”. La profundidad que alcanza la discusión –que no tolera la lectura precipitada− se ve gratamente compensada por el entusiasmo y la pasión intelectual que ponen sus protagonistas en la defensa de sus argumentos.
Una importante contribución, sin duda, a un tema apasionante y de creciente interés a la luz del ritmo de publicaciones sobre la materia. Lo cual no ha de sorprender: pues la conciencia ocupa un lugar central en la comprensión de nuestra misma existencia como seres humanos.
11 /
2008