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Desgracia

Mondadori,

Barcelona,

María Rosa Borrás

Interesante novela cuya lectura resulta absorbente. Está extraordinariamente bien escrita, sin el menor atisbo de retórica o complacencia verbal. Desde la perspectiva de un personaje de vida tranquila (un profesor universitario de prestigio consolidado), que «cae en desgracia» socialmente, asistimos a un difícil proceso de comprensión de las claves de su propia vida personal. La narración sigue estrictamente la interiorizada reacción del protagonista ante su situación nueva «en la desgracia». En el contexto del cambio de sociedad en Suráfrica, aparecen los problemas del abismo que separa los seres humanos (no se trata del consabido tema de la incomunicación, sino de algo más profundo). De entre esos abismos imposibles de franquear destaca la gran escisión entre los destinos preconfigurados de hombre y mujer, con el enfoque divergente de sensibilidad y de necesidades afectivas. Asimismo aparece el conflicto entre blancos y negros. Tanto en el primer caso como en el segundo, rige la violencia no sólo latente sino también manifiesta. Las líneas de dominación en relaciones asimétricas silenciadas se imponen brutalmente destruyendo las personas y sus intentos de vivir al margen. «Caer en desgracia» representa para el protagonista entrar en la vida real que subyace a su inicial mundo de indiferencia e hipocresía: el odio y la violencia históricamente acumulados y transmitidos.

Y, sin embargo, el autor consigue dar a entender todo eso a través de la mirada sorprendida y casi ingenua de un protagonista encerrado en sí mismo, casi ajeno a su propia frialdad de sentimientos y sequedad de espíritu. Aparece con nitidez el tema de la relación humana con la tierra y con los animales, quizá como una de las claves profundas de la escasa lucidez colectiva acerca de los propios destinos humanos.

2 /

2004

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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